Muy pocas personas hubiesen podido predecir los resultados de las elecciones de la semana pasada, cuya resolución final está todavía en proceso. Lo que puede decirse con certeza a esta altura es que, si bien Joe Biden triunfó frente a Donald Trump, los resultados implican un colapso histórico para el resto del partido.
A medida que se acercaba el 3 de noviembre, las encuestas sugerían que había condiciones para infligir una derrota ejemplar al presidente en funciones y a su partido. Donald Trump era un presidente que generaba una polarización singular, que había perdido popularidad aun antes de que irrumpiera el coronavirus en Estados Unidos. Luego, una vez que el virus empezó a propagarse, Trump probó ser inepto e incluso se mostró desinteresado a la hora de gestionar la pandemia, lo cual llevó a una catástrofe que hasta ahora mató a 238 000 personas (la cifra sigue creciendo). Además, la oscilación entre el confinamiento y la reapertura ha transformado la vida de la gente común en un caos.
Esto se monta sobre una crisis económica, la peor desde la Gran Depresión, que generó desempleo masivo y cierres de empresas, seguidos de una recuperación drástica pero errática. Cuando un presidente y su partido están en funciones durante una recesión económica y durante un año electoral, suelen ser castigados por el voto. (Una excepción fue la infame y apretada victoria de Harry Truman en 1948).
En octubre, con el virus completamente fuera de control, el Congreso cerrado y Trump actuando de forma cada vez más imprevisible, el Partido Demócrata se sentía lógicamente confiado. «Esta noche esperamos fortalecer nuestra mayoría», dijo el martes Nancy Pelosi, portavoz del partido en la Cámara de Representantes. Jim Clyburn, operador de Biden en Carolina del Sur, quien hizo tal vez más que nadie para revivir la debilitada candidatura del anterior vicepresidente, predijo «una buena noche para el Partido Demócrata».
En los pasillos de la Cámara Alta
En cambio, en lo que parece ser una aberración histórica, el Partido Republicano en el gobierno, responsable por la masacre que vivimos, fue premiado por el electorado, mientras que el Partido Demócrata que está fuera del poder fue castigado.
Gracias a una serie de derrotas en las campañas senatoriales más peleadas, el control demócrata del Senado, proyecto sobre el cual descansaba el imaginario de una presidencia rooseveltiana de Biden, se pierde en el horizonte. Las candidaturas republicanas desafiaron las temibles predicciones de las encuestas, los escándalos personales y los errores en la captación de fondos para superar a sus rivales demócratas a último minuto.
En Maine, donde ganó Biden, Susan Collins —supuestamente «moderada»— pasó al frente en lo que se transformó en una victoria de 7 puntos arriba de la parlamentaria Sara Gideon, a quien prácticamente todas las encuestas le daban una victoria de 8 puntos. Collins, quien votó de forma polémica confirmando la nominación que Trump hizo para la Corte Suprema en 2018, pero que a su vez votó en contra de su nominada en 2020, terminó ganando con un amplio margen en los sectores más conservadoras del estado, con Gideon rindiendo menos que Biden en algunas áreas. Fue la campaña más costosa en la historia del estado, alcanzando un total de 95 millones de dólares.
Otro giro inesperado se vivió en Carolina del Sur, donde Lindsey Graham, aliado histórico de Trump y reconocido propagandista de la guerra, peleaba por su vida política contra el discípulo de Clyburn, Jaime Harrison. Harrison, antiguo lobista del carbón, había fracasado en 2017 cuando aspiró a la presidencia del Comité Nacional Demócrata. Gastó 105 millones de dólares en la campaña —casi el doble de lo que gastó Graham— pero terminó 10 puntos abajo, lejos de la disputa apretada que proyectaban las encuestas.
En Montana, el popular gobernador demócrata Steve Bullock no pudo desplazar al actual senador republicano Steve Daines, quien sigue en su cargo gracias a una victoria de 10 puntos. El Cook Political Report había anunciado que se trataría de una campaña peleada, y Bullock terminó gastando más que Daines —38,6 millones de dólares frente a 26,1 millones— haciendo de esta una de las campañas más costosas de este ciclo. Daines, uno de los miembros más ricos del Congreso, le abrazó a Trump hace tiempo, mientras que la campaña de Bullock se centró en proteger la reforma sanitaria de Obama (Affordable Care Act), una posición popular pero que inspira poco entusiasmo dada la extendida ambivalencia que existe hacia la ley de reforma de la salud, aun entre sus partidarios más ardientes.
Una competencia todavía más costosa se desarrolló en Iowa entre el actual titular republicano Joni Ernst y la empresaria Theresa Greenfield. Se trató de la campaña más costosa en la historia del estado y de la segunda más costosa de este ciclo, con un gasto abrumador que rondaba los 217 millones de dólares hacia fines de octubre. Greenfield gastó casi el doble que Ernst, pero terminó perdiendo por 6 puntos, lejos del resultado que anticipaban la mayoría de las encuestas.
El partido también fue decepcionado en Carolina del Norte, donde el contendiente demócrata Cal Cunningham se quedó corto, aunque por un pequeño margen, frente al titular Thom Tillis, un títere de la industria farmacéutica. Cunningham fue golpeado hasta cierto punto por un escándalo sexual que se dio a conocer algunas horas luego de que su oponente fuese diagnosticado de coronavirus, enfermedad que contrajo a causa de su propia estupidez. Sin embargo, las encuestas habían indicado que Cunningham ganaría por una amplia diferencia, situándola en algunos casos alrededor de los 10 puntos. Terminó perdiendo por 1,7 puntos.
En Alaksa también pudo verse cómo el titular republicano Dan Sullivan se impuso sobre Al Gross, un oponente independiente y mejor financiado. Las esperanzas demócratas de dar vuelta la banca se basaban en el escándalo que se produjo cuando salió a la luz una grabación que mostraba a los operadores de un impopular proyecto de minería diciendo que Sullivan les permitiría expandir el proyecto, en contra de lo que expresaba públicamente. El Proyecto Lincoln invirtió 1 millón de dólares en la campaña. Lo cierto es que con el 75% de los votos contados, Sullivan estaba 20 puntos arriba, una diferencia mucho mayor de la que anticipaban las encuestas.
En otros lugares, el Partido Demócrata intercambió bancas. En Alabama perdió Doug Jones, senador conocido por derrotar por un estrecho margen en 2017 a un individuo acusado de pedofilia, mientras que John Hickenlooper, anterior gobernador de Colorado reconocido por beber el líquido que se utiliza para el fracking , derrotó al titular republicano en un estado que parece haberse vuelto más azul que su candidato. Gary Peters, senador de Michigan que cursa su primer mandato, parece haber arañado una victoria en otra costosa campaña, mientras que el astronauta Mark Kelly tuvo éxito al desplazar a la titular trumpista republicana Martha McSally en Arizona.
La posibilidad de que el Partido Demócrata controle el Senado depende ahora de que logren ganar las dos segundas vueltas en Georgia, donde este año Biden triunfó por un estrecho margen.
Kelly Loeffler y David Perdue, quienes competirán por el Partido Republicano en estas campañas, son reconocidos como los parlamentarios ultrarricos que mintieron a su electorado acerca de los riesgos del COVID-19 mientras se involucraban silenciosamente en el comercio de información privilegiada para sacar rédito de un virus que sabían que era más peligroso de lo que decían en público. Enfrentarán respectivamente al Dr. Raphael Warnoch, reverendo en la iglesia donde predicó alguna vez Martin Luther King Jr., y a Jon Ossoff, que hizo una campaña prominente pero infructuosa en 2017. En la actualidad, Ossof está 2,3 puntos abajo frente a Perdue, con el porcentaje de votos que sacó el candidato libertario; mientras que Warnock está arriba por 11 puntos en una carrera en la que otro republicano, Doug Collins, ganó 20,1% de los votos.
Era poco probable que el Partido Demócrata diera vuelta todas o la mayoría de estas bancas. Sin embargo, los resultados son una gran decepción para un partido que ha estado prediciendo públicamente una victoria aplastante de Biden que le daría la mayoría en el Senado y que ha estado haciendo planes que implican sortear los bloqueos del senado y depurar la Corte Suprema. «Hicimos un muy mal cálculo», dijo un anónimo abogado demócrata a la CNN.
En palabras de Jessica Taylor, editora del Cook Political Report: «Es una decepción en toda regla para el Partido Demócrata, porque todos los caminos que tenían para alcanzar la mayoría parecen estar en este momento virtualmente clausurados».
Congreso abajo
El resultado parece ser todavía peor si se mira más allá del Senado. Lejos de incrementar los márgenes de la mayoría en la Cámara, el Partido Demócrata ha perdido el terreno que había conquistado durante la ola azul en las elecciones de medio término de 2018. A pesar de los cientos de millones de dólares invertidos, el Partido Republicano logró dar vuelta varias bancas.
Tal como notó el Washington Post, buena parte de este proceso recayó sobre los representantes más vulnerables en áreas conservadoras o en localidades absolutamente trumpistas, tales como el 1° distrito de Iowa, el 5° distrito de Oklahoma, el 1° de Nuevo México, el 1° distrito de Carolina del Sur y el 7° distrito de Minnesota. Sin embargo, tal como señaló Aidan Smith de Data for Progress, en contra de las acusaciones que la derecha del partido lanza a la izquierda demócrata, se trató en todos los casos de candidatos conservadores que rechazaron públicamente las políticas de izquierda.
Tal vez lo más alarmante para el partido es que dos de sus representantes también fueron derrotados sorpresivamente en el condado de Miami-Dade en Florida, uno de los baluartes demócratas. Y las dos bancas que el partido ganó en Carolina del Norte se debieron en gran medida a que los mapas del Congreso se rehicieron de forma más favorable este año.
Todos estos resultados son muy duros cuando se los compara con las elecciones del año pasado, desarrolladas en un contexto de recesión que suele representar un rápido golpe contra el partido gobernante y grandes beneficios para la oposición. En 1920, por ejemplo, el republicano Warren Harding tuvo una victoria arrolladora en 37 estados y por 26 puntos luego de 10 años de gobiernos principalmente demócratas, incrementando la mayoría del partido con 10 bancas nuevas en el Senado y 74 en la Cámara. Tal vez la analogía más cercana sea la derrota que sufrieron Herbert Hoover y el Partido Republicano en 1932 como consecuencia de la Gran Depresión. El Partido Demócrata casi superó al Partido Republicano en las elecciones de medio término de 1930, ganando 8 bancas en el Senado y, dos años después, 12 más en el Senado y 90 en la Cámara con la espalda que le dio la victoria arrolladora en 42 estados y por 17 puntos de Franklin Roosevelt.
Más recientemente, Ronald Reagan capitalizó la recesión de los años 1980 para convertirse en el primer candidato en desplazar a un presidente en funciones desde Roosevelt. Apoyándose sobre su victoria en 45 estados y de cerca de 10 puntos, el Partido Republicano redujo la mayoría demócrata en la Cámara por 33 bancas, y arrebatándole 12 bancas para tomar el control del Senado. Mientras tanto, durante la crisis financiera de 2008 bajo el gobierno de Bush, el Partido Demócrata se apoyó sobre su conquista durante las elecciones de medio término de 2006 para expandir la mayoría en la Cámara por 21 bancas, ganando finalmente 8 bancas en el Senado, que luego se expandieron hasta alcanzar una supermayoría de 60 bancas en el momento en que Obama ganó el voto popular por 7 puntos. Decir que el resultado de esta semana se quedó corto frente a estos precedentes es subestimar lo que sucedió.
La recesión que actualmente preside Trump es la peor desde la victoria de Roosevelt de 1932, y la tasa de desempleo de octubre, que alcanzó 6,9%, a pesar de haber caído un punto desde septiembre, es comparable a las de 1980 y 2008. Además, a diferencia de aquellos años de recesión, la debacle económica actual va acompañada de una enorme crisis sanitaria —debida en gran medida a la mala gestión del presidente— que ha generado una situación devastadora. A la luz de esto, el Partido Demócrata tiene razón al preguntarse puertas adentro por qué fracasó tan terriblemente.
Luego de ser diezmado en las legislaturas estatales en todo el país durante los años de Obama, el Partido Demócrata tuvo un plan de largo plazo para ganar terreno en el Congreso y en los estados, con el fin de prevenir una arremetida del Partido Republicano que podría durar otra década. Finalmente, puede decirse que fracasó, puesto que estamos frente a los cambios más pequeños en el control partidario a nivel estatal en al menos sesenta y seis años.
El Partido Demócrata se quedó corto en Michigan, donde los partidos intercambiaron dos bancas cada uno; en Iowa, donde el Partido Republicano acrecentó su mayoría; en Minnesota, donde habrá un gobierno dividido por lo menos durante dos años más, a pesar de que el Partido Demócrata duplicó a la derecha en la captación de fondos; y en Pensilvania, donde las perspectivas de dar vuelta al menos una de las cámaras eran inicialmente buenas, pero se evaporaron gracias a la fortaleza que mostró Trump en las áreas obreras blancas el día de las elecciones.
Especialmente decepcionante para el Partido Demócrata fue la elección en Texas, en donde necesitaba ganar al menos nueve bancas para conquistar la mayoría en la Cámara estatal, fracasando a pesar de que un Comité de acción política demócrata despilfarró cerca de 12 millones de dólares en la campaña. El único cambio en estas elecciones fue a favor del Partido Republicano, que dio vuelta ambas cámaras legislativas en New Hampshire, dos años después de que el Partido Demócrata hizo lo mismo.
Los resultados «pondrán al Partido Republicano en una posición en la que seremos capaces de asegurarnos una década de poder en todo el país», dijo eufórico el presidente del Comité de Liderazgo Estatal Republicano luego del día de las elecciones. O, tal como dijo Stephen Wolf del Daily Kos, los resultados fueron «una catástrofe absoluta para el Partido Demócrata», expandiendo una ventaja republicana que era ya considerable al redefinir los distritos del Congreso y garantizar al Partido Republicano otra década de poder en las cámaras que no guarda proporción con el porcentaje real de los votos.
Empujando desde los márgenes
Hay que decir que las elecciones tampoco fueron un éxito total para la izquierda. Muchos candidatos y candidatas bernicistas se quedaron cortos. Kara Eastman, que se presentó por segunda vez en el 2° distrito de Nebraska, quedó a 5 puntos de ganar la banca (a pesar de que Biden ganó por 6 puntos en la misma localidad). Eastman probablemente sufrió las consecuencias de que su anterior rival y compañero demócrata, Brad Ashford, apoyó a su oponente republicano poco menos de un mes antes de las elecciones.
Otros candidatos y candidatas progresistas apoyados por Sanders perdieron en Texas, incluyendo a Julie Oliver, que intentó dar vuelta el manoseado distrito de Austin por segunda vez con una plataforma que incluía entre sus propuestas el Green New Deal y el programa Medicare for All. En West Virginia, Paula Jean Swearengin, cuya larga campaña para disputar la banca de Joe Manchin en el Senado ocupa un rol prominente en el documental A la conquista del Congreso, fue desplazada contundentemente este año por la senadora Shelley Moore Capito.
La buena noticia es que el «escuadrón» logró la reelección. De hecho, es probable que hayan ayudado bastante a Biden. Ilhan Omar y Rashida Tlaib hicieron respectivamente grandes campañas en Minneapolis y, tal vez más crucial, en Detroit, ignorando la presencia invisible de Biden en sus estados para captar votos por su propia cuenta y apoyándose en la acción de las organizaciones de base. Biden finalmente recibió una porción más significativa del voto y una mayor cantidad de votantes en Minnesota que Hillary Clinton en 2016, mientras que la gran concurrencia en Detroit fue crucial para la victoria final en Michigan.
Al «escuadrón» se le suman nuevos integrantes este año. Las importantes candidaturas de Jamaal Bowman y Cori Bush, impulsadas por Socialistas Democráticos de América (DSA, por sus siglas en inglés), ganaron las elecciones generales de acuerdo con las expectativas, lo cual significa que Bush se convertirá en la primera mujer negra de Missouri que entra al Congreso. Mientras tanto, tal como señaló Ryan Grim, a pesar de que Marquita Bradshaw, la candidata al Senado apoyada por DSA, terminó perdiendo, tuvo un desempeño equivalente al de la aburrida centrista Amy McGrath frente a Mitch McConnell, con una campaña que costó solo una pequeña fracción de los 30 millones de dólares gastados por McGrath.
En total, 20 de 29 candidaturas apoyadas por DSA salieron victoriosas en todo el país, incluyendo bancas en concejos locales como Washington D.C., Baltimore y Burbank, hasta legislaturas estatales en Minessota, Nueva York, Montana y otros. Actualmente existen asambleas partidarias socialistas en quince estados y tres candidatos socialistas conquistaron bancas en la legislatura estatal de Pensilvania. En Los Angeles, Nithya Raman, una candidata apoyada por Bernie Sanders, ganó una banca en el concejo municipal, derrotando a un oponente que recibió el apoyo de los empresarios del entretenimiento y de Hillary Clinron, convirtiéndose en el primer miembro del este concejo en ser desplazado en 17 años.
A pesar de no ser socialistas, muchas otras figuras progresistas ingresarán al Congreso. Marie Newman ganó el 3° distrito de Illinois luego de derrotar a un demócrata conservador intransigente a comienzos de año, con lo cual la banca se volvió mucho más progresista. En Nueva York, Mondaire Jones, que fue apoyada por Alexandria Ocasio-Cortez y se identifica con la agenda de Bernie, ganó con facilidad.
Mientras tanto, progresistas convencidos como Katie Porter y Mike Levin conservaron sus bancas en distritos republicanos contra todas las expectativas. Forman parte de una serie de demócratas progresistas y copatrocinadores de Medicare for All que ganaron la reelección en distritos competitivos este año, y que incluye a Matt Cartwright y Susan Wild en Pensilvania y a Ann Kirkpatrick en Arizona, quien le ganó fácilmente a la senadora republicana Martha McSally.
Lamentablemente, el Congreso que viene también estará compuesto por nuevos representantes de la extrema derecha. Madison Cawthorn, de veinticinco años, tiene predilección por las metáforas de extrema derecha: visitó con fascinación la casa de vacaciones de Hitler y hasta hace poco tiempo seguía exactamente a 88 personas en Twitter. Se ha convertido en el miembro más joven del Congreso desde 1965.
La racista Taylor Green, que apoya a QAnon, ganó su banca de Georgia y se le unirá Lauren Boebert de Colorado, una partidaria de la mano dura y de las armas que ha coqueteado con la teoría de la conspiración. De acuerdo con la organización antiaborto «Lista Susan B. Anthony», a pesar de que todavía hay que esperar a que se desarrollen algunas elecciones, el número de legisladoras antiabortistas se duplicó, dado que se dieron vuelta 7 bancas demócratas.
Una buena noticia es que Laura Loomer, islamofóbica de derecha, fue derrotada en su campaña para entrar a la Cámara.
Asuntos a tratar
Una mezcla similar puede observarse al analizar los resultados de las propuestas de legislación sometidas al escrutinio electoral. La gran ganadora parece ser la política sobre drogas, con votantes en Arizona, Montana, Nueva Jersey e incluso Dakota del Sur eligiendo la legalización del uso recreativo de la marihuana, mientras que Misisipi se decidió a favor del cannabis medicinal. Estas medidas exitosas impulsarán la exigencia de una resolución a nivel federal.
Debe recordarse que Biden apoyó durante su candidatura una política que despenalizaría el uso de marihuana pero enviaría a rehabilitación a quienes fuesen encontrados utilizándola. Algunos estados fueron todavía más lejos, con Oregon legalizando el uso de hongos psicodélicos para usos terapéuticos y despenalizando todas las drogas, mientras que la capital nacional solo despenalizó el uso de hongos psicodélicos.
En Florida, el 61% (6,3 millones de personas) votó a favor de una legislación que propone elevar el salario mínimo estatal de 8,56 dólares a 15 dólares para 2026, cosechando más popularidad que la que alcanzó cualquiera de los candidatos presidenciales en este estado. Que se vote esta medida en un estado de derecha, en un año con gran concurrencia republicana a las urnas, indica una vez más que el electorado conservador no es reflexivamente hostil a las medidas económicas que se inclinan hacia la izquierda y que este podría ser un punto de consenso con porciones más izquierdistas del electorado. Una medida similar fue votada en Portland (Maine), junto con medidas que proponen establecer un control de rentas, prohibir la vigilancia con reconocimiento facial y crear un Green New Deal a nivel municipal.
Con el fracaso del gobierno federal para satisfacer las demandas presupuestarias que genera la pandemia, muchos estados intentaron elevar los impuestos con distintos niveles de éxito. El electorado de Arizona aprobó la proposición 208 que proyecta un aumento de impuestos sobre los segmentos de la población más ricos del estado para cubrir mejores salarios para el personal docente, pero por otro lado, con más de un tercio de los votos sin contar, parece haberse rechazado en Alaska un aumento de los impuestos sobre los productores de petróleo. En Illinois, el electorado rechazó también una medida para reemplazar un esquema impositivo plano por uno progresivo, a pesar de que fue apoyada por su multimillonario gobernador. El electorado parece haberlo rechazado en parte gracias a una campaña que fue financiada por un multimillonario rival.
De forma similar, faltando que se cuenten todavía un cuarto de los votos, en California parece haberse rechazado una medida que apuntaba a remover la camisa de fuerza fiscal del estado que impide poner impuestos sobre las propiedades comerciales para pagar a las escuelas y financiar al gobierno local, a la cual se opuso el presidente estatal de la sección local de la Asociación nacional para el progreso de la gente de color (NAACP, por sus siglas en inglés) con dudosos argumentos sobre la justicia social.
El electorado del estado rechazó también una medida de discriminación positiva y una que proponía aplicar un control de rentas. En cambio, aprobaron la indignante proposición 22, que impide que los trabajadores y las trabajadoras de plataformas sean clasificados como empleados y que hace prácticamente imposible cambiar la ley, apoyada por una partida empresarial de cerca de 250 millones de dólares y presionando sobre las fibras sensibles de los sectores liberales con otro engañoso recurso a la justicia social.
En Colorado se votó una medida que propone prohibir el aborto luego de veintidos semanas de embarazo, mientras que en Louisiana el 62% del electorado aprobó abrir las puertas a restricciones para abortar si la Corte Suprema decide revocar el fallo Roe v. Wade. Con el repliegue demócrata que permitió a Trump avanzar con su nominación para la Corte Suprema solo unas semanas antes de las elecciones, es probable que el estado tenga más temprano que tarde la oportunidad de ejercitar esta nuevo y peligroso derecho.
Una derrota para el neoliberalismo
A pesar de que la derrota de Trump en manos de Biden y el estrecho margen que le permitió dar vuelta la elección en Georgia y otros estados serán retratados como un gran triunfo, las elecciones de 2020 fueron un desastre para el Partido Demócrata, con consecuencias probablemente peores que las que tuvo el triste resultado de 2016, dado el contexto y los intereses que están en juego.
Bajo condiciones económicas y sanitarias catastróficas, y atado a un presidente impopular, el Partido Republicano de alguna forma logró algo insólito y ganó la mayoría en la Cámara de Representantes y resistió al intento demócrata de tomar el Senado. Esquivaron el asalto bien financiado y largamente planeado del Partido Demócrata a las legislaturas estatales asegurándose de que contarán con el dominio de la Cámara durante otra década. Algo anda muy mal con el Partido Demócrata.
Más allá de algunas victorias de la izquierda, unas cuantas propuestas legislativas votadas por el electorado y la derrota de Trump —una victoria tan feliz como frágil a favor de la democracia en su sentido más básico— no hay mucho más de lo que alegrarse mirando los resultados, a menos que se los mire con ojos republicanos o socialistas. El candidato del Partido Demócrata llega ahora a la presidencia sin el mandato contundente que esperaba, en cierta medida a merced del despiadado líder de la mayoría del Senado e incluso con una capacidad limitada de hacer política mediante el ejecutivo, dado el asalto de Trump a la Corte Suprema (todo esto en medio de una crisis que sigue su curso y que devolverá al Partido Republicano al poder si no es tratada de forma adecuada por el gobierno entrante).
El centro demócrata neoliberal se equivocó en estas elecciones y no está claro qué nos depararán los próximos cuatro años. Tampoco está claro que el Partido Republicano vaya a ser capaz de capitalizar esta situación de inusual ventaja.Pero una cosa es segura: aun si lo hizo a través de pequeñas campañas electorales o en el marco de una guerra de ideas, y aun si todavía falta mucho por hacer, la izquierda parece estar conquistando de a poco el futuro.