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Engels y la emancipación de las mujeres

Traducción: Valentín Huarte

¿Cuáles son los aportes y los límites del pensamiento de Engels? ¿Conserva algo de pertinencia en la actualidad su reflexión sobre la emancipación de las mujeres?

Este artículo es un fragmento del libro Friedrich Engels, savant et révolutionnaire, publicado en 1997 bajo la dirección de G. Labica y M. Delbraccio (pp. 175-192, PUF, París).[1]

 

El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado[2] (1884, 1974) de Friedrich Engels fue considerado por los socialistas de la Segunda Internacional, por los bolcheviques y por los PC estalinistas de los años cincuenta como una obra de referencia insoslayable. La renovación del feminismo de comienzos de los años setenta dio lugar a un balance más matizado y crítico: investigadoras y militantes feministas le reconocen el mérito esencial de haber intentado demostrar, sobre la base de los datos históricos y antropológicos de su época, que el sometimiento de las mujeres no es un hecho “natural” sino el producto de relaciones sociales susceptibles de ser transformadas en el curso de la historia. Sin embargo, algunas[3] lo acusaron de haber introducido, en el centro de su análisis histórico de la familia, un enfoque “naturalista” de la división sexual del trabajo entre mujeres y hombres, que acompañaría a otros numerosos prejuicios sexistas característicos de su concepción del mundo. Me interesa reexaminar esta doble lógica (en parte materialista e histórica y en parte “naturalista”) y sus contradicciones.

Con este objetivo realizaré primero un balance crítico de la tesis central de Engels acerca del origen de la opresión de las mujeres, para luego abordar más precisamente la cuestión de la división del trabajo entre hombres y mujeres y la de las condiciones de la emancipación de las mujeres, como también la del desarrollo del “amor sexual individual”. En la conclusión abordaré la cuestión de la pertinencia de Engels en la actualidad.

Sobre el origen de la opresión de las mujeres

La primera edición del Origen de la familia data de 1884, un año después de la muerte de Marx. Debe destacarse que, a pesar de que en general se hace referencia a esta obra para debatir la “emancipación de las mujeres”, esta no es la preocupación central de Engels en este libro. Para él se trata más bien de explicar, según el método materialista, los factores que guían la evolución de las sociedades, el pasaje de una sociedad “basada en lazos de consanguinidad” (hoy hablaríamos en relaciones de parentesco[4]) a una nueva sociedad dominada por la propiedad privada, los conflictos de clase y el Estado. Engels sintetiza así su argumento[5]:

“El orden social en que viven los hombres en una época o en un país dados, está condicionado por esas dos especies de producción: por el grado de desarrollo del trabajo, de una parte, y de la familia, de la otra. Cuanto menos desarrollado está el trabajo, más restringida es la cantidad de sus productos y, por consiguiente, la riqueza de la sociedad, con tanta mayor fuerza se manifiesta la influencia dominante de los lazos de parentesco sobre el régimen social. Sin embargo, en el marco de este desmembramiento de la sociedad basada en los lazos de parentesco, la productividad del trabajo aumenta sin cesar, y con ella se desarrollan la propiedad privada y el cambio, la diferencia de fortuna, la posibilidad de emplear fuerza de trabajo ajena y, con ello, la base de los antagonismos de clase”

Toda la primera parte del libro está consagrada al estudio de la evolución de las condiciones de existencia de las sociedades que hicieron posible la emergencia de la “familia monógama”, que es una forma tardía de la evolución histórica. Sus fuentes son principalmente el libro del jurista suizo Bachofen Das Mutterrecht, publicado en 1861, y más especialmente, el del norteamericano Lewis Morgan Ancient Society, publicado en 1877. Sobre este último, Marx había realizado abundantes anotaciones. Engels dijo de L. Morgan[6] que su descubrimiento de “de la primitiva gens de derecho materno, como etapa anterior a la gens de derecho paterno de los pueblos civilizados, tiene para la historia primitiva la misma importancia que la teoría de la evolución de Darwin para la biología, y que la teoría de la plusvalía, enunciada por Marx, para la Economía política.”

Retomando en su obra los diferentes estadios de desarrollo distinguidos por Morgan, Engels sintetiza[7]la evolución conjunta de los medios de existencia y de la familia de la siguiente manera:

“Como hemos visto, hay tres formas principales de matrimonio, que corresponden aproximadamente a los tres estadios fundamentales de la evolución humana. Al salvajismo corresponde el matrimonio por grupos; a la barbarie, el matrimonio sindiásmico; a la civilización, la monogamia con sus complementos, el adulterio y la prostitución.”

Hasta el estadio intermedio de la “barbarie” (ver más adelante), persiste “la economía doméstica comunista” y el “predominio de la mujer en la casa” en la medida en que es imposible “conocer con certidumbre al verdadero padre”. El pasaje del matrimonio por grupos al matrimonio de parejas se explica, según Engels, por dos factores de orden “natural”:

– el primero es la “selección natural”, tema retomado de las obras de Morgan y de Darwin. Los grupos de parentesco más vigorosos serían aquellos en los que habría prevalecido cada vez con mayor amplitud la interdicción de los matrimonios entre parientes consanguíneos.

– el segundo factor, inspirado en los análisis de Bachofen, sería el anhelo específico de las mujeres a privilegiar las relaciones con un solo hombre (volveremos luego sobre esta cuestión).

Según Engels, el pasaje a la monogamia requiere de nuevas condiciones sociales: la aparición de nueva riqueza, en primer lugar el ganado y más tarde los esclavos. Esta nueva riqueza tiene una doble consecuencia:

– por un lado, le otorga[8] un lugar preponderante al hombre en la familia:

“Los rebaños constituían la nueva industria; su domesticación al principio y su cuidado después, eran obra del hombre. Por eso el ganado le pertenecía, así como las mercancías y los esclavos que obtenía a cambio de él. (…) Esta división del trabajo en la familia continuaba siendo la misma, pero ahora trastornaba por completo las relaciones domésticas existentes por la mera razón de que la división del trabajo fuera de la familia había cambiado.”

– por otro lado, estas nuevas riquezas llevan a los hombres a transformar el orden de descendencia por línea materna, en beneficio de sus propios descendientes.

Cabe entonces la pregunta: ¿qué es este extraño “instinto” que anima a los hombres? ¿No presupone ya las relaciones de dominación que Engels pretende explicar?

Engels denomina a esta enorme transformación “la gran derrota histórica del sexo femenino”. De esta manera, al considerar la propiedad privada de los medios de producción como la raíz común del sometimiento de las mujeres y de la explotación de clase, Engels enlaza desde un principio la suerte de las mujeres a la de todos los oprimidos.

Sin dejar de reconocer la importancia de los descubrimientos realizados por L. Morgan y popularizados por Engels, los antropólogos (Godelier, 1971) han hecho numerosas críticas a los trabajos de Engels. Sin desarrollarlas en detalle, recordemos algunas:

– el tabú del incesto no se explica por razones biológicas. Se explica por razones sociales.

– la matrilinealidad (es decir, la filiación materna) no puede ser confundida con una sociedad matriarcal en la cual las mujeres estarían en una situación dominante, en términos de poder, en relación con los hombres

– por último, y sobre todo, la dominación masculina, muchas veces violenta, existe también en las sociedades preclasistas que no conocen la propiedad privada, ya se trate de sociedades de cazadores-recolectores o de sociedades horticultoras (Godelier, 1982; Héritier, 1996)

¿Puede explicarse el desarrollo de la dominación masculina en este tipo de sociedades simplemente por la corrupción de las costumbres que produce la dominación colonial o por la influencia de sociedades más “avanzadas” en el desarrollo de las desigualdades de clase, tal como dejaba entender la antropóloga norteamericana Eleanor Leacock en 1972? A los ojos de muchos antropólogos, esta tesis parece poco convincente (Héritier, 1996) porque el carácter universal de la dominación masculina (en las sociedades conocidas) está fuera de toda duda, a pesar de que difieren las formas y el grado en que se desarrolla. De hecho, para los estructuralistas, al igual que para F. Héritier, la vida en sociedad no solo implica el tabú del incesto y la exogamia, sino que también implica el intercambio de mujeres y por lo tanto su dominación.

Esta amalgama que realiza Lévi-Strauss entre las relaciones de parentesco y el intercambio de mujeres ha sido criticada por muchos antropólogos, entre los cuales se cuentan Nicole-Claude Mathieu (1991, p. 90-91) y Maurice Godelier (1989, p. 1150). Para este último:

“El parentesco, en tanto tal no implica en absoluto la dominación de los hombres sobre las mujeres para funcionar. En las sociedades en que aquella existe, penetra el funcionamiento de las relaciones de parentesco y las pone al servicio de su propia reproducción” (1989, p. 1150)[9]

Por lo tanto, las razones de la dominación de un sexo sobre el otro deben buscarse en otro sitio.

Para los antropólogos “neo-engelsianos”[10] existen, o han existido, sociedades igualitarias (Leacock, Lee, 1982) ¿Cómo explicar entonces el pasaje a sociedades jerárquicas y, más específicamente, cómo explicar la dominación masculina? Ciertos teóricos tienen la hipótesis de que la opresión de las mujeres por los hombres está vinculada con la “emergencia gradual, a partir de sociedades comunitarias, de una suerte de propiedad colectiva del grupo de parentesco, accesible para todos sus miembros pero individualmente inalienable e inaccesible para los no-miembros” (Coontz, Henderson, 1986, p. 55). Entre las sociedades estructuradas en linajes, las sociedades patrilineales y patrilocales estarían mejor adaptadas que las sociedades matrilineales y sobre todo matrilocales para movilizar las nuevas fuerzas de trabajo necesarias para la acumulación de nuevas riquezas, que son indispensables en el marco de la competencia entre linajes. Estos autores aportan muchas correcciones a la tesis de Engels. En primer lugar, constatan –al igual que todos los antropólogos– que existen relaciones desiguales entre hombres y mujeres en sociedades sin clases y sin Estado. Según ellos, no es ni la apropiación privada de los medios de producción ni la preocupación de los hombres por transmitir sus nuevas riquezas a su propia descendencia lo que explicaría la dominación masculina. El factor determinante es más bien la competencia entre linajes. En este marco, la división del trabajo y la residencia patrilocal habrían favorecido la concentración del poder en manos de los hombres.

Sin pretender zanjar el debate entre antropólogos[11], hay que admitir que el núcleo de las tesis de Engels en relación con el origen de la dominación masculina requiere, cuanto menos, una seria revisión.

Si es cierto que las contradicciones de sexo (sería más adecuado decir de género) precedieron a la emergencia de las sociedades de clase, entonces no hay una relación automática entre la supresión de la propiedad privada y la supresión de la opresión de las mujeres, tal como ha creído por mucho tiempo una buena parte del movimiento obrero. Esta conclusión nos obliga pensar de otra forma las condiciones de la “emancipación” de las mujeres.

La división sexual del trabajo

Volvamos ahora sobre la cuestión de la división del trabajo. En efecto, para comprender por qué, según Engels, la aparición de nuevas riquezas como el ganado, los esclavos, etc., se traduce en la subordinación de las mujeres, es preciso analiza la división del trabajo tal como se supone que existió en el estadio inferior de la “barbarie”. Engels toma el ejemplo[12] de los “pieles rojas de América”:

“La división del trabajo es en absoluto espontánea: sólo existe entre los dos sexos. El hombre va a la guerra, se dedica a la caza y a la pesca, procura las materias primas para el alimento y produce los objetos necesarios para dicho propósito. La mujer cuida de la casa, prepara la comida y hace los vestidos; guisa, hila y cose. Cada uno es el amo en su dominio: el hombre en la selva, la mujer en la casa. Cada uno es el propietario de los instrumentos que elabora y usa: el hombre de sus armas, de sus pertrechos de caza y pesca; la mujer, de sus trebejos caseros. La economía doméstica es comunista, común para varias y a menudo para muchas familias. Lo que se hace y se utiliza en común es de propiedad común: la casa, los huertos, las canoas.”

Pero no se trata en este caso de un análisis de la división del trabajo, tal como fue fielmente descripta por los primeros antropólogos. Se trata más bien de un verdadero “mito” (Moira Maconachie, 1987, p.109), el del hombre-cazador, que se perpetuó a lo largo de las generaciones hasta no hace tanto tiempo. Los antropólogos reconocen hoy el importante rol desempeñado por las mujeres en el aprovisionamiento de las sociedades de cazadores-recolectores, a través de la cosecha y de la recolección de pequeños animales, y su rol decisivo en las primeras formas de agricultura. Para el antropólogo Alain Testart, si bien puede constatarse en todas las sociedades de cazadores-recolectores una división muy nítida entre hombres y mujeres –aunque muy diferente de una sociedad a otra– “en ninguna de estas sociedades la mujer está completamente separada de la producción social” (1985, p. 44). Por lo tanto, contrariamente a la idea desarrollada por Engels, las “mujeres nunca se consagran exclusivamente a las tareas domésticas” (1974, p. 170), excepto aquellas que forman parte de las clases dominantes, es decir, precisamente en el marco de sociedades en las cuales ya existen la propiedad privada y las clases sociales. De esta manera, contra lo que piensa Engels, las mujeres siempre han participado en las tareas productivas, ya sea como recolectoras, como agricultoras, como artesanas, como obreras a domicilio o en el marco de la gran industria.

De hecho, para Engels, la división del trabajo entre hombres y mujeres no tiene nada que ver con las otras grandes divisiones del trabajo que emergen con la domesticación de animales y el desarrollo de la producción: la división del trabajo entre tribus pastoriles y “tribus atrasadas”, entre agricultores y artesanos, entre productores y mercaderes, etc. Estas últimas juegan un rol activo en la emergencia de contradicciones sociales, mientras que la división entre hombres y mujeres hunde sus raíces en la biología; es la prolongación inmediata de la primera división del trabajo entre hombres y mujeres en la procreación, y esto no se cuestiona en ningún momento.[13] Incluso si a primera vista parece más “racional” pensar que, en las pequeñas sociedades de cazadores-recolectores, las mujeres recolectan y cuidan de los niños mientras los hombres cazan, esto debe ser explicado.[14] De hecho, no todos los antropólogos están dispuestos a admitir que son solo los hombres quienes cazan o se ocupan del ganado. Sin embargo, Engels no explica este punto. Solo reproduce un estereotipo que es todavía bastante fuerte en la actualidad, según el cual el hecho de que las mujeres sean quienes traen los niños al mundo implica que naturalmente son ellas, y solo ellas, quienes se hacen cargo de su cuidado cotidiano. A pesar de pensar que este cuidado debería realizarse en un marco colectivo, Engels parece compartir este prejuicio.

A fin de cuentas, la descripción de la división del trabajo de Engels, lejos de explicarnos más claramente los mecanismos que han favorecido la instauración de la dominación masculina, deja la cuestión sin resolver.

El sometimiento de las mujeres en la familia monogámica

Si bien Engels no llegó a dilucidar los misterios del origen de la dominación masculina, sí cuestionó de manera frontal el carácter opresivo de la “monogamia”, al menos entre las clases dominantes, retomando de esta manera la tradición de los socialistas utópicos como Fourier. Engels escribe[15]:

“Por tanto, la monogamia no aparece de ninguna manera en la historia como una reconciliación entre el hombre y la mujer, y menos aún como la forma más elevada de matrimonio. Por el contrario, entra en escena bajo la forma del esclavizamiento de un sexo por el otro, como la proclamación de un conflicto entre los sexos, desconocido hasta entonces en la prehistoria. En un viejo manuscrito inédito, redactado en 1846 por Marx y por mí [se trata de La ideología alemana], encuentro esta frase: ‘La primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos’. Y hoy puedo añadir: el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino.”

También esclareció el análisis de una de las funciones esenciales que cumplió la familia monogámica “de derecho paterno” para las clases dominantes a través de los siglos: la transmisión de un patrimonio a los herederos de una “paternidad indiscutible”.

Sin embargo, más allá de algunas fórmulas efectistas, no hay en el libro de Engels un análisis desarrollado de las “funciones” de la familia en el sistema capitalista. Engels denuncia de manera virulenta el sometimiento de las mujeres: “El hombre empuñó también las riendas en la casa; la mujer se vio degradada, convertida en la servidora, en la esclava de la lujuria del hombre, en un simple instrumento de reproducción (…) El hombre es en la familia el burgués; la mujer representa en ella al proletario.” Esta última frase amerita un comentario. En efecto, ha dado lugar a verdaderos malentendidos. Cuando Engels habla del hombre como de un burgués, no se trata simplemente de una figura retórica. Hace referencia[16] a los hombres que concentraron en sus manos la riqueza y que quieren transmitirlas, en el mismo movimiento por el cual las mujeres se hacen completamente dependientes de los hombres en términos económicos y los necesitan para sobrevivir:

“Hoy, en la mayoría de los casos, el hombre tiene que ganar los medios de vida, que alimentar a la familia, por lo menos en las clases poseedoras; y esto le da una posición preponderante que no necesita ser privilegiada de un modo especial por la ley.”

¿Otorga Engels un valor general a esta fórmula? ¿Piensa que el conjunto de las mujeres constituyen, como han sostenido algunas feministas (Delphy, alias Dupont, 1998 [1970]), una clase homogénea frente a la “clase de los hombres”? Como veremos, esto sería totalmente incoherente con su propio análisis de la familia obrera.

Engels estigmatiza igualmente la hipocresía de dichos matrimonios “concertados”, típicos de la burguesía, fundados oficialmente en la fidelidad recíproca de los esposos y en el carácter indisoluble del vínculo matrimonio, aunque la libertad de los hombres esté garantizada por la costumbre y por la ley; ellos sí pueden practicar el adulterio o recurrir a la prostitución, mientras que la mínima desviación de las mujeres es gravemente castigada.

Engels no es el primero en denunciar esta doble moral, “este matrimonio de conveniencia [que] se convierte a menudo en la más vil de las prostituciones”. Fourier, en particular, lo había hecho antes que él. Engels lo cita[17] explícitamente:

“Así como en gramática dos negaciones equivalen a una afirmación, de igual manera en la moral conyugal dos prostituciones equivalen a una virtud”

La denuncia de la función económica del matrimonio burgués conduce a Engels a idealizar[18] totalmente el “amor sexual” en el seno del proletariado, en donde los hombres no tienen ninguna propiedad para transmitir y las mujeres trabajan cada vez más:

“Además, sobre todo desde que la gran industria ha arrancado del hogar a la mujer para arrojarla al mercado del trabajo y a la fábrica, convirtiéndola bastante a menudo en el sostén de la casa, han quedado desprovistos de toda base los últimos restos de la supremacía del hombre en el hogar del proletario, excepto, quizás, cierta brutalidad para con sus mujeres, muy arraigada desde el establecimiento de la monogamia.”

En su libro  La femme, dans le passé, le présent, l’avenir, un socialista como August Bebel fue mucho más lúcido que Engels al denunciar a los socialistas que eran hostiles a la liberación de las mujeres:

“Hay socialistas que parecen más antipáticos a la emancipación de la mujer de lo que los capitalistas lo son al socialismo (…). Pero sucede en muchos casos que él (el socialista) no percibe hasta qué punto la mujer es dependiente del hombre, porque si lo hiciera, su propio y querido yo sería puesto en cuestión. Lo que ciega a los hombres de esta manera es la tendencia a defender intereses, reales o supuestos, que muchas veces son considerados como primordiales y sagrados” [p. 160, traducción directa].

Por este motivo, según él, las mujeres debían aprender a contar con sus propias fuerzas y no esperar ayuda de los hombres:

“Al jugar el rol de amo y señor, adulan su vanidad, cultivan su orgullo, sirven a sus intereses, son como todos los amos, poco susceptibles a la razón. (…) Las mujeres tienen tan poco que esperar de los hombres como los trabajadores de las clases medias” [citada por S. Robowtham, 1973, p. 93, traducción directa].

¿Puede analizarse la opresión de las mujeres por los hombres proletarios simplemente como un “vestigio” ligado a la existencia de la propiedad privada en el resto de la sociedad? A pesar de sus posibles divergencias acerca de los vínculos entre opresión de sexo y explotación de clase, las feministas de los años setenta respondieron colectivamente que no (cf. F. Vinteuil 1975-1976). Sabemos que el rechazo a poner entre paréntesis la opresión de las mujeres entre las clases oprimidas, opuso con frecuencia a estas feministas a los representantes del PCF que, en nombre de la defensa de la unidad del proletariado, denunciaban al movimiento feminista como una iniciativa de división.

Las condiciones de la emancipación de las mujeres

¿Cuáles son las condiciones de la emancipación de las mujeres? Engels se pronuncia desde un principio en favor de la igualdad jurídica entre mujeres y hombres. Según él, este es el medio adecuado para revelar cuáles son las verdaderas soluciones al sometimiento de las mujeres. En este punto, Engels avanza[19] en su comparación entre los conflictos de sexo y los conflictos de clases:

“La república democrática no suprime el antagonismo entre las dos clases; por el contrario, no hace más que suministrar el terreno en que se lleva a su término la lucha por resolver este antagonismo. Y, de igual modo, el carácter particular del predominio del hombre sobre la mujer en la familia moderna, así como la necesidad y la manera de establecer una igualdad social efectiva de ambos, no se manifestarán con toda nitidez sino cuando el hombre y la mujer tengan, según la ley, derechos absolutamente iguales. Entonces se verá que la manumisión de la mujer exige, como condición primera, la reincorporación de todo el sexo femenino a la industria social, lo que a su vez requiere que se suprima la familia individual como unidad económica de la sociedad.”

La historia le dio toda la razón a Engels acerca de la dinámica abierta por la obtención de derechos jurídicos y constitucionales iguales para hombres y mujeres; en la mayoría de las sociedades occidentales, las mujeres gozan desde hace no tanto tiempo de los mismos derechos de los que disponen los hombres. Pero en el plano social y político, en la mayor parte de los casos siguen siendo ciudadanas de segunda categoría. La cuestión consiste entonces en elucidar los mecanismos fundamentales que explican la dominación masculina…

Como acabamos de ver, Engels se pronuncia también a favor del trabajo de las mujeres y de la socialización de las tareas domésticas.

No es la primera vez que Engels (o Marx) se declara a favor del trabajo de las mujeres; también lo hizo en la Primera Internacional, en 1866, en contra de los proudhonianos, para quienes el trabajo de las mujeres debía ser condenado como “una de las causas más activas de la degeneración de la especie humana” (La Première Internationale, 1966, p. 119). Puede verse el recorrido que hizo Engels teniendo en cuenta lo que escribió en su primera obra[20], La situación de la clase obrera en Inglaterra, publicada en 1845 en Leipzig. En este libro se indignaba[21] al mostrar las consecuencias desastrosas que conllevaban la introducción de las máquinas y la concurrencia de las mujeres y los niños al trabajo, que reducían al obrero adulto al desempleo:

“En muchos casos, la familia no es enteramente disgregada por el trabajo de la mujer pero allí todo anda al revés. La mujer es quien mantiene a la familia, el hombre se queda en la casa, cuida los niños, hace la limpieza y cocina. Este caso es muy frecuente; en Manchester solamente, se podrían nombrar algunos centenares de hombres, condenados a los quehaceres domésticos. Se puede imaginar fácilmente qué legítima indignación esa castración de hecho suscita entre los obreros.”

Sin embargo, un poco más abajo precisaba su argumento[22]:

“tenemos que reconocer que un trastorno tan completo de la situación social de ambos sexos sólo puede provenir del hecho de que sus relaciones han sido falseadas desde el comienzo. Si la dominación de la mujer sobre el hombre, que el sistema industrial ha engendrado fatalmente, es inhumana, la dominación del hombre sobre la mujer tal como existía antes es necesariamente inhumana también.”

A pesar de esto, Engels no se pronuncia a favor del trabajo de las mujeres; describe a este último más bien como un “problema”. Tal como recuerda Joan W. Scott en L’histoire des femmes (1991), esto es común en la época. En lugar de reivindicar mejores condiciones de trabajo tanto para las mujeres como para los hombres, una gran parte de los obreros y de los reformadores sociales, denunciaban el trabajo de las mujeres en la industria porque las obligaba a dejar el hogar, etc. En cuanto a los empleadores, estos aprovechaban la situación para obtener más ganancias pagándoles menos… No obstante, nos explica J. Scott, salir a trabajar no era algo completamente nuevo para las mujeres: en efecto, mucho antes del desarrollo del trabajo fabril, las trabajadoras, a menudo jóvenes y solteras, abandonaban el hogar para trabajar como empleadas domésticas, realizar todo tipo de trabajo en las granjas, ser aprendices y ayudantes. Todos esos discursos nostálgicos sobre una mujer ideal al servicio del hogar que no tenían mucho que ver con la realidad, tenían la ventaja de legitimar la subordinación de las trabajadoras que habían tomado el riesgo de salirse de su rol “natural”. En cuanto a Engels, al menos en sus años de juventud, es cuanto menos ambiguo sobre este punto.

Pero cuarenta años más tarde se pronuncia[23] claramente a favor del trabajo de las mujeres y de la socialización de las tareas domésticas, como medio para superar una de las contradicciones inherentes a la sociedad capitalista, que se les presenta a las mujeres como contradicción entre el trabajo productivo y el trabajo reproductivo:

“Sólo la gran industria de nuestros días le ha abierto de nuevo -aunque sólo a la proletaria- el camino de la producción social. Pero esto se ha hecho de tal suerte, que si la mujer cumple con sus deberes en el servicio privado de la familia, queda excluida del trabajo social y no puede ganar nada; y si quiere tomar parte en la gran industria social y ganar por su cuenta, le es imposible cumplir con los deberes de la familia. Lo mismo que en la fábrica, le acontece a la mujer en todas las ramas del trabajo, incluidas la medicina y la abogacía.”

La socialización de las tareas domésticas y educativas ya había sido propuesta por los socialistas utópicos del siglo diecinueve, particularmente por William Thomson en Gran Bretaña. Para este último, el derecho a voto de las mujeres era un primer paso, indispensable en la marcha hacia la igualdad con los hombres. Pero toda igualdad real con los hombres implica la supresión de la propiedad privada, la cooperación y el cuidado colectivo de los niños[24] (cf. Appeal…, 1825). En Francia, Charles Fourier[25] había hecho de este uno de los ejes centrales de su reflexión utopista. Llegó a preconizar una cierta diversidad en la educación de los niños y en las actividades de los adultos:

“Aunque cada rama de la industria sea especialmente conveniente a uno de los sexos, como la costura para las mujeres y el arado para los hombres, la naturaleza quiere, sin embargo, las mezclas, unas veces por la mitad, y en algunos empleos por un cuarto; quiere por lo menos un octavo de otro sexo en cada función” [citado por Dominique Desanti, 1970, p. 170, traducción directa].

En cambio para Engels, la socialización de las tareas domésticas y educativas implica el cuidado colectivo… de las mujeres.

El amor sexual individual

El fin de la propiedad privada, el ingreso de las mujeres en la producción y la socialización de las tareas domésticas, según Engels[26], tendría como resultado una transformación radical de las relaciones entre los sexos y la introducción de nuevas libertades:

“En cuanto los medios de producción pasen a ser propiedad común, la familia individual dejará de ser la unidad económica de la sociedad. La economía doméstica se convertirá en un asunto social; el cuidado y la educación de los hijos, también. La sociedad cuidará con el mismo esmero de todos los hijos, sean legítimos o naturales. Así desaparecerá el temor a “las consecuencias”, que es hoy el más importante motivo social -tanto desde el punto de vista moral como desde el punto de vista económico- que impide a una joven soltera entregarse libremente al hombre a quien ama. ¿No bastará eso para que se desarrollen progresivamente unas relaciones sexuales más libres y también para hacer a la opinión pública menos rigorista acerca de la honra de las vírgenes y la deshonra de las mujeres?”

Estas nuevas condiciones permitirían la generalización del “amor sexual individual”, una vez que la monogamia fuese despojada de dos restricciones ligadas a la propiedad privada: “la preponderancia del hombre y, luego, la indisolubilidad del matrimonio”.

Engels adopta un tono libertario[27] al hablar de las relaciones amorosas en esta nueva sociedad, una concepción bien alejada de la moral victoriana de su tiempo y de la “moral socialista” que se impuso luego de la efervescencia de los primeros años de la revolución rusa:

“Así, pues, lo que podemos conjeturar hoy acerca de la regularización de las relaciones sexuales después de la inminente supresión de la producción capitalista es, más que nada, de un orden negativo, y queda limitado, principalmente, a lo que debe desaparecer. Pero, ¿qué sobrevendrá? Eso se verá cuando haya crecido una nueva generación: una generación de hombres que nunca se hayan encontrado en el caso de comprar a costa de dinero, ni con ayuda de ninguna otra fuerza social, el abandono de una mujer; y una generación de mujeres que nunca se hayan visto en el caso de entregarse a un hombre en virtud de otras consideraciones que las de un amor real, ni de rehusar entregarse a su amante por miedo a las consideraciones económicas que ello pueda traerles. Y cuando esas generaciones aparezcan, enviarán al cuerno todo lo que nosotros pensamos que deberían hacer. Se dictarán a sí mismas su propia conducta, y, en consonancia, crearán una opinión pública para juzgar la conducta de cada uno. ¡Y todo quedará hecho!”

A pesar de estas declaraciones, que son de avanzada en relación con la moral de su tiempo, Engels traza a lo largo de sus páginas los contornos de un modelo sexual normativo, fundado sobre la condena de la homosexualidad (hablando de la familia monogámica en Atenas durante los tiempos de su apogeo, denuncia tanto la opresión ejercida por los hombres como “las repugnantes prácticas de la pederastia”) y sobre los estereotipos tradicionales (que en muchos casos se mantienen en la actualidad) acerca de la sexualidad femenina y masculina. Para Engels[28], las mujeres serían espontáneamente monógamas y los hombres polígamos:

“Cuanto más perdían las antiguas relaciones sexuales su candoroso carácter primitivo selvático a causa del desarrollo de las condiciones económicas y, por consiguiente, a causa de la descomposición del antiguo comunismo y de la densidad, cada vez mayor, de la población, más envilecedoras y opresivas debieran parecer esas relaciones a las mujeres y con mayor fuerza debieron de anhelar, como liberación, el derecho a la castidad, el derecho al matrimonio temporal o definitivo con un solo hombre. Este progreso no podía salir del hombre, por la sencilla razón, sin buscar otras, de que nunca, ni aun en nuestra época, le ha pasado por las mientes la idea de renunciar a los goces del matrimonio efectivo por grupos.”

Al pronunciarse sobre la libertad de divorcio, Engels también escribe[29]que:

“Si el matrimonio fundado en el amor es el único moral, sólo puede ser moral el matrimonio donde el amor persiste. Pero la duración del acceso del amor sexual es muy variable según los individuos, particularmente entre los hombres; en virtud de ello, cuando el afecto desaparezca o sea reemplazado por un nuevo amor apasionado, el divorcio será un beneficio lo mismo para ambas partes que para la sociedad. Sólo que deberá ahorrarse a la gente el tener que pasar por el barrizal inútil de un pleito de divorcio.”

No se trata de negar que hombres y mujeres, sobre todo en aquella época, hayan tenido comportamientos divergentes en lo que concierne al amor. Pero para evitar hundirse en las derivas de la sociobiología[30], es indispensable considerar –como, por cierto, hace Engels– las condiciones sociopolíticas en las cuales las mujeres se veían obligadas a ejercer su sexualidad. Creo que este señalamiento de método es muy útil para evitar las dudosas elucubraciones sobre la “naturaleza” de los hombres y de las mujeres, dado que ni unos ni otras nunca se encuentran nunca por fuera de relaciones de poder determinadas.

Por último, debe constatarse que Engels no aborda en ningún momento la cuestión de la contracepción. Sin embargo, William Thompson y Robert Dale Owen (hijos de Robert Owen) se habían pronunciado ya en la primera mitad del siglo XIX a favor del birth control, que permitía separar el placer de la reproducción. En 1882 (dos años antes de El origen de la familia…), Annie Besant, militante activa del Planning familiar en Gran Bretaña, fue duramente reprimida por su actividad y por los escritos que publicaba. Entre ellos, había uno titulado Marriage as it was, as it is and as ir should be, en el cual preconizaba el control de los nacimientos para evitar a las mujeres la carga generada por demasiados partos (cf. Barbara Taylor, 1983) ¿Cómo explicar el silencio de Engels? ¿Fue la lucha que desarrolló junto a Marx contra las teorías económicas de Malthus lo que le condujo a desconocer esta dimensión de la “emancipación” de las mujeres? Esta cuestión debe ser profundizada.

¿Es Engels todavía actual?

Considero que hay tres ejes de reflexión y de acción, propuestos por Engels en El origen de la familia… y en La situación de la clase obrera… que conservan una gran pertinencia en la actualidad, aun si deben ser esclarecidos a la luz de las experiencias históricas y de los análisis desarrollados por los movimientos feministas de los años setenta:

  • El primero concierne a la cuestión de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Tal como Engels anticipó, “el antagonismo entre los sexos” no ha desaparecido con el reconocimiento del principio de igualdad entre los sexos en la mayoría de los países occidentales. Este reconocimiento, a pesar de ser indispensable, no ha sido suficiente para la “liberación” de las mujeres. Y, una vez adquirido, ha estimulado nuevas luchas y ha suscitado nuevos problemas. No es fruto del azar que, luego de haber obtenido el derecho a voto y el derecho al trabajo como fruto de las numerosas luchas de las generaciones precedentes, las feministas de los años setenta exigieran nuevos derechos como la libertad para abortar, la contracepción[31] y la libre disposición de sus cuerpos, denunciando al mismo tiempo la opresión de las mujeres en la familia (incluso en la familia obrera) y la “doble jornada de trabajo”, etc. (Picq, 1993).

 

  • El segundo eje concierne al vínculo establecido por Engels entre la opresión de sexo y la explotación de clase. La lógica de la explotación en el sistema capitalista, especialmente en momentos de crisis, conlleva casi automáticamente el agravamiento de la opresión de las mujeres. A pesar de las importantes transformaciones en el mundo occidental, en la estela de la expansión económica de la posguerra y de las luchas feministas de los años setenta, pueden constatarse una “feminización” creciente de la pobreza a escala planetaria, un cuestionamiento del derecho al trabajo de las mujeres debido al desempleo, y la precarización creciente de los contratos de trabajo. Las restricciones del gasto público se traducen también en los intentos de suprimir la asistencia para las madres solteras, como sucede en EEUU o en Gran Bretaña, o en la insuficiencia de la infraestructura social, como sucede, por ejemplo, con el cierre de las guarderías en la parte oriental de Alemania. Esto va acompañado de múltiples tentativas que pretenden poner en cuestión los derechos fundamentales conquistados por las mujeres en los años setenta, como el derecho al aborto y su financiación, impulsadas fundamentalmente por todas las corrientes religiosas integristas.

 

  • El tercer eje concierne al método utilizado por Engels para estudiar la sociedad. Para él, se trataba de poner en relación la esfera de la producción con la esfera de la reproducción. Este principio de análisis ha dado lugar a muchas interpretaciones. Una de ellas puede ser caracterizada como mecanicista y economicista: consiste en creer que basta con colectivizar los medios de producción, con hacer “ingresar a todo el sexo femenino en la producción” y con tomar a cargo colectivamente el cuidado de los niños, para que automáticamente se realice la “liberación” de las mujeres. Esto se tradujo, particularmente en la URSS y en China, en regímenes dictatoriales que combinaron la peor represión política con la persecución de las familias, el adoctrinamiento de los niños, el control policial de todo aspecto de la vida privada que pudiera interferir con los intereses superiores del partido y de la revolución.[32] Estos ejemplos despiertan un rechazo justo. Tienen el interés (si fuese necesario encontrarles alguno) de demostrar que no hay emancipación de las mujeres ni de los hombres sin nuevas libertades, sin pluralismo y autoemancipación de los oprimidos y de las oprimidas. Hay que precisar que Engels nunca propuso la “destrucción” de la familia como unidad afectiva. Para él, se trataba de reorganizar la sociedad de tal manera que la familia no tuviese más esa función económica que la liga a la propiedad privada y a la transmisión de la herencia, para que las mujeres no fuesen más reducidas al mero rol de procreadoras[33] y para que al fin el cuidado de los niños y de las niñas, sin importar su estatuto, fuese una tarea colectiva. Vimos que para Engels estas transformaciones económicas y sociales debían desembocar, no en una nueva “prisión de los pueblos”, sino en una mayor libertad en las relaciones amorosas.

En la actualidad existe un consenso generalizado entre la mayor parte de las mujeres asalariadas acerca de los medios preconizados por Engels (y otros después de él) para asegurar la emancipación de las mujeres: se necesitan un trabajo que les garantice una independencia económica y una infraestructura social que aligere las tareas domésticas y educativas. Pero las militantes y sociólogas feministas[34] tuvieron el mérito de llevar la reflexión más lejos e insistir sobre la importancia de superar la especialización de los roles, tanto en la familia como en el resto de la sociedad, especialización formalizada a lo largo de milenios de opresión. La transformación de la jerarquía entre los sexos implica igualmente una diversidad real en la familia, en el mercado de trabajo, en la política, etc., y por lo tanto, implica una transformación de la división “socio-sexuada” (Mathieu, 1994) del trabajo entre hombres y mujeres. Mientras las mujeres (y solo ellas) estén destinadas prioritariamente a la esfera de la “reproducción”, se encontrarán condenadas a una situación de inferioridad en el mercado de trabajo y en el resto de la sociedad. Desde este punto de vista, Engels tenía razón: la “emancipación” de las mujeres implica una reorganización completa de la sociedad, tanto desde el punto de vista de la “reproducción” como del de la “producción”. Lo cual plantea la cuestión del desarrollo de una infraestructura social, pero también el de una disminución radical del tiempo de trabajo para las mujeres… y para los hombres,  no solamente para luchar contra el desempleo, sino también para repartir entre los dos sexos las cargas de la reproducción (cf. Cahiers du féminisme, N° 71-72, 1995). Esta dimensión fue prácticamente ignorada por Engels.

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[1] https://www.puf.com/content/Friedrich_Engels_savant_et_r%C3%A9volutionnaire

[2] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/

[3] Este punto de vista fue desarrollado ampliamente por Moira Maconachie en “Engels, sexual divisions, and the family” (Engels revisited, new feminist essays, editado por Janet Sayers, Mary Evans, Nanneke Redclift, Tavistock Publications Ltd, London 1987).

[4] En todas las sociedades existen relaciones de parentesco. Pero en las sociedades precapitalistas, las relaciones de parentesco no juegan solo una función a la hora de determinar el lugar de cada uno y de cada una en la genealogía o en las alianzas. También determinan su lugar en las relaciones de producción. Las relaciones de parentesco son al mismo tiempo relaciones de producción (Godelier, 1982).

[5] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/pref1884.htm

[6] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/pref1891.htm

[7] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap2.htm

[8] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap9.htm

[9] La polémica volvió a surgir recientemente a propósito del intercambio de mujeres en la revista L’Homme, N° 154-155, abril-septiembre, 2000. Para una crítica de la teoría del intercambio de Lévi-Strauss, véase Chantal Collard, “Femmes échangées, femmes échangistes, à propos de la théorie de l’alliance de Claude Lévi-Strauss”, en el mismo número, pp. 101-115. Para una defensa de la teoría de Lévi-Strauss, véase Françoise Héritier, “A propos de la théorie de l’échange”, pp. 117-121, “en el mismo número. En L’Homme, N° 157, aparecido en 2001, Chantal Collard cierra provisoriamente el debate: “La théorie de l’échange, la biologie et la valence différentielle des sexes, réponse à Françoise Héritier”, pp. 231-238.

[10] Tomamos la expresión de N. Cl. Mathieu (1994).

[11] Algunos antropólogos admiten con franqueza que no pueden responder a la cuestión de los orígenes. Por ejemplo, este es el caso de N. C. Mathieu (1994).

[12] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap9.htm

[13] No pretendo afirmar que, según Engels, las relaciones entre hombres y mujeres no tendrían un carácter social. Como muestra bien el análisis de Jacques Texier (1991), en La ideología alemana, Marx y Engels utilizan el término “naturwüchsig” –y no “natürlich”–  para definir a esta primera “división del trabajo” en la procreación, indicando con esto que obedece tanto a hechos biológicos que condicionan la existencia de los seres humanos como así también al orden social inscrito en la historia. Para Marx y Engels, la relación entre hombre y mujer es la primera relación social.

[14] Paola Tabet en 1979, y luego Alain Testart en 1986, han mostrado que la línea de repartición de las actividades entre hombres y mujeres no está vinculada con la menor movilidad que se impondría sobre las mujeres debido a la crianza de los niños. La repartición estaría más bien vinculada con la utilización o la no utilización de armas.

[15] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap2.htm

[16] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap2.htm

[17] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap2.htm

[18] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap2.htm

[19] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap2.htm

[20] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/situacion/situacion.pdf

[21] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/situacion/situacion.pdf (p. 216)

[22] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/situacion/situacion.pdf (p. 218)

[23] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap2.htm

[24] Agradezco a Martine Spensky por haberme mostrado a este teórico socialista del siglo diecinueve, menos conocida que Robert Owen en Francia, pero al parecer igual de importante (cf.1996).

[25] Fourier no fue el único en abordar esta cuestión. Cito de memoria a la Saint-Simoniana Claire Démar (L’affranchissement des femmes, 1832-1833, reeditado en 1976).

[26] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap2.htm

[27] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap2.htm

[28] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap2.htm

[29] https://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/cap2.htm

[30] Para los sociobiólogos, los hombres serían naturalmente polígamos, teniendo interés, en virtud de su preocupación por la reproducción genética, en sembrar a los cuatro vientos, mientras que las mujeres, en cambio, serían naturalmente monógamas, dado que tienen necesidad de un solo espermatozoide para ser fecundadas.

[31] Debe decirse que esta cuestión ya había sido objeto de luchas audaces por parte de las feministas de las generaciones precedentes. En el caso de Francia, véase: Mouvement français pour le Planning familial (1982).

[32] El testimonio de Jung Chang (1992) sobre la vida de su familia bajo el régimen de Mao es enormemente ilustrativo en este sentido.

[33] Sobre este punto, vimos más arriba que Engels se engañaba: ¡las mujeres en general han combinado una actividad doble!

[34] El grupo de estudios sobre la división sexual y social del trabajo (GEDISST) se constituyó precisamente con este fin a comienzos de los años sesenta, en el marco del CNRS. En la actualidad se transformó en un equipo mixto vinculado a la Universidad de París 8, denominado “Genre et rapport sociaux” (GERS).

 

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