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Bhaskar Sunkara. Manifiesto socialista. Por una política radical para un mundo que se volvió invivible (Siglo XXI, 2020).

Manifiesto Socialista

Como sostiene Bhaskar Sunkara en Manifiesto Socialista, ser socialista hoy es creer que más democracia contribuirá a resolver los males sociales, y creer en la capacidad de la gente común de dar forma a los sistemas que dan forma a su vida.

Lo que sigue es el Prólogo a la edición en castellano del libro de Bhaskar Sunkara Manifiesto Socialista. Por una política radical para un mundo que se volvió invivible (Siglo XXI, 2020).

 

Es evidente que las cosas están cambiando. En mis años de secundaria, si decía que era socialista, me miraban como a un loco. Hoy, cuando digo que soy socialista, la gente se limita a asentir y sigue con lo suyo: nadie insinúa siquiera el mínimo rechazo.

En gran medida, descubrí el socialismo por casualidad. Mis padres emigraron hacia los Estados Unidos desde Trinidad y Tobago con sus cuatro hijos poco antes de mi nacimiento. Mi madre trabajaba de noche como vendedora telefónica y mucho después mi padre, un profesional desclasado, llegó a ser empleado público de la ciudad de Nueva York.

Después de vivir a los saltos algún tiempo, lograron alquilar vivienda en un suburbio donde el sistema escolar era bueno. Aunque no nadábamos en la abundancia, yo tenía lo suficiente: una casa decente, una gran educación, canchas de básquet y una biblioteca pública donde pasé gran parte de mi adolescencia. Mi vida era mucho más confortable que el mundo en que habían nacido mis padres, e incluso que el de mis hermanos mayores. Me quedaba claro por qué: sin lugar a dudas, por los incansables esfuerzos de mi familia, pero más aún por mi entorno cotidiano. Y ese entorno no habría sido posible sin el Estado. En los Estados Unidos tenemos una democracia social, pero es decididamente excluyente y la financian impuestos regresivos a la propiedad (en el caso de mis padres, alquilar era en cierto modo una buena escapatoria: quedaban exentos). Aun a los 13 años, yo notaba que tener acceso a bienes públicos de calidad marcaba una diferencia, y me consideraba un liberal comprometido, en el mejor sentido estadounidense de la palabra.

Mi giro hacia el socialismo tal vez haya sido orgánico, pero, desde luego, no fue un despertar. Como más de un chico de clase media antes que yo, me encontré con el radicalismo gracias a los libros. Mi biblioteca local tenía montones de literatura socialista, en su mayor parte donada por «nacidos en cuna roja» [1] y asociaciones culturales judías. Por azar, un verano, después de terminar séptimo grado, tomé Mi vida de León Trotski, que no me gustó particularmente (sigue sin gustarme), pero me intrigó lo suficiente para seguir con las biografías de Trotski escritas por Isaac Deutscher, las obras de pensadores socialistas democráticos, entre ellos Michael Harrington y Ralph Miliband (y, con el tiempo, el mismísimo y misterioso Karl Marx).

Oigo a algunas personas decir que son de corazón socialista pero, a causa del pragmatismo que se adquiere con el tiempo, de mente liberal moderada. Yo podría haber sido lo contrario. Notaba la importancia de las reformas cotidianas y me beneficiaba con esas victorias; sin embargo, tenía el marxismo en la cabeza. Los atentados contra las Torres Gemelas y la posterior «guerra contra el terror» no hicieron más que fortalecer esas tendencias: como sucedió con muchas personas de mi generación, el movimiento antiguerra fue mi puerta de entrada a las protestas masivas. El marxismo daba un marco de referencia para entender por qué las reformas obtenidas bajo el capitalismo eran tan difíciles de sostener y por qué había tanto padecimiento en sociedades donde primaba la abundancia. Con el tiempo, logré que mi corazón socialdemócrata y mi todavía incipiente razón marxista se combinasen en la política a la que hoy en día adhiero: un radicalismo que es consciente de la dificultad del cambio revolucionario y, al mismo tiempo, de lo profundas que pueden ser las ganancias de la reforma.

Lo que sigue es un libro que habría querido escribir a mis 68 años. Lo escribo con cuarenta años de anticipación, y quizá algún día quiera revisar gran parte de su contenido. Sin embargo, estoy seguro de que vivimos en un mundo marcado por una extrema desigualdad y un dolor y un sufrimiento innecesarios, también de que puede construirse uno mejor. Esa convicción no cambiará, a menos que el mundo lo haga, es decir, a menos que seamos capaces de cambiarlo.

Nuestra política actual no da ni el menor atisbo de aportar algo que pueda llamarse «futuro». Según parece, la elección que se nos presenta es entre, por un lado, un neoliberalismo tecnocrático que adopta la retórica de la inclusión social pero no la igualdad y, por otro, un populismo de derecha que canaliza la ira en las peores direcciones. Ser socialista hoy es creer que más –y no menos– democracia contribuirá a resolver los males sociales, y creer en la capacidad de la gente común de dar forma a los sistemas que dan forma a su vida.

 


NOTAS

[1] Red diaper babies en el original: en la época del baby boom, hijos de padres afiliados al Partido Comunista de los Estados Unidos o simpatizantes de este. [N. de T.]

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Publicado en Estrategia, homeCentro3, Política and Reseña

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