Por Pablo Abufom
Daniel Jadue es palestino, comunista y alcalde de la comuna de Recoleta, en Santiago de Chile. Arquitecto y sociólogo de formación, ha irrumpido en las encuestas como potencial candidato presidencial de la izquierda para las próximas elecciones de 2021. ¿Cómo llega un comunista a ser presidenciable en un país con una larga tradición anticomunista, que se remonta incluso a tiempos anteriores a la dictadura de Pinochet? La respuesta involucra infinidad de factores. Pero en esta entrevista se dejan ver varios de ellos.
El factor más llamativo y mediático parece ser la capacidad que ha tenido su alcaldía de hacer política nacional desde lo local, con proyectos de bienestar y participación de la comunidad que han sido recogidos por otros municipios en todo Chile, tanto de izquierda como de derecha. Pero, además, la situación política nacional es sumamente inestable, y las representaciones políticas han estado en crisis durante décadas, siendo elegidas más por inercia que por convicción. Jadue es una de esas pocas figuras que a lo largo de estas mismas décadas ha levantado la cabeza por sobre la pantanosa decepción popular hacia la democracia representativa. En un contexto de profunda crisis política, ¿habrá llegado el momento de la tesis de la «revolución democrática» del Partido Comunista a comienzos de los noventa?
Desde Jacobin América Latina conversamos con él sobre el poder local en Recoleta, sobre la situación política de la izquierda chilena y sobre los escenarios que se vienen en un contexto constituyente. Con el plebiscito del 25 de octubre encima, nuestra charla procuró no perder de vista la perspectiva de más largo plazo: hablamos de los desafíos que enfrenta la izquierda, del ciclo progresista en América Latina y del programa con el que buscaría conquistar esa resbaladiza mayoría política y social que permita poner al conjunto de la oposición detrás de su candidatura.
PA
A partir del 18 de octubre y la revuelta han surgido infinidad de nuevos desafíos que, con la pandemia, se profundizaron y agudizaron. ¿Cómo se han vivido desde el municipio? ¿Qué tan preparada estaba Recoleta, en tanto proyecto de poder local, para afrontarlos?
DJ
Lo primero en lo que creo que hay que detenerse es en esto de los «nuevos desafíos». Si uno mira la revuelta de octubre (o el «octubre chileno» o la «revolución de octubre», que son las tres formas que uso yo), allí no se puso sobre la mesa ninguna reivindicación que sea nueva ni original, ¿no? No hay ninguna reivindicación que sea «generacionalmente propia». No. Son exactamente las mismas reivindicaciones que teníamos en la década del 80, cuando estábamos peleando por el término de la dictadura. Y esto quizás sea lo que considero más relevante que entendamos. Antes de que terminara la dictadura estábamos discutiendo por la restauración de los derechos laborales, por la restauración del derecho a la educación, por la restauración del derecho a la salud, por el fin de las AFP (Administradoras de Fondos de Pensiones, privadas). Antes del término de la dictadura estábamos discutiendo esas cosas, pero eran opiniones minoritarias, claramente, porque teníamos que salir de la dictadura con una nueva Constitución y no con la Constitución de la dictadura.
Pero hay que ser transparente y honesto: en esa época, había una mayoría ciudadana y política que optó por la vía alternativa, que optó por la vía de la socialdemocracia neoliberal, en donde yo creo que una parte del sistema político le oculta a la ciudadanía que ha vivido un proceso de convergencia en términos de política económica con la dictadura y que, por lo tanto, no está dentro de su programa hacer cambios reales al modelo económico de la dictadura. Esto uno lo puede ligar con el hecho de que quienes entregaron a Pinochet el «Ladrillo» (N. del E.: documento de política económica de la dictadura) para iniciar la reforma económica en Chile fueron economistas democratacristianos y de la Universidad Católica, que después estuvieron en los gobiernos posteriores a la dictadura. Entonces yo creo que lo que pasa aquí es que las tesis de la izquierda más tradicional, que eran minoritarias en 1988, se han ido transformando a lo largo de estos treinta años en mayoritarias y, efectivamente, hoy día forman parte del sentido común y del mínimo común denominador del pensamiento contemporáneo. Eso lo primero.
Lo segundo a señalar es que en Recoleta estas tesis habían empezado a ser mayoritarias mucho antes del 18 de octubre. Porque Recoleta tomó la determinación de confrontar al modelo desde mucho antes, empezando a poner coto al neoliberalismo y a disputar espacios al libre mercado de tal manera de «abaratar, simplificar y facilitar» la vida de las personas, buscando que el Estado jugara un rol distinto en la economía; entonces empezamos a crear estas iniciativas populares: la farmacia, la óptica, la librería, la disquería, la inmobiliaria, la universidad abierta, la salud en los barrios, el municipio en los barrios… Esto genera un cambio en el modo de producción, la base social comienza a percibir una forma distinta de organización de la sociedad para responder a las necesidades de la ciudadanía.
Esto de que «El municipio en los barrios» se haga con la junta de vecinos y que se les considere a ellos como parte del Estado, y que nosotros atendamos a instalar la «oferta» de salud pero que ellos organicen la «demanda», o el tema de la escuela abierta, en donde la comunidad pueda ocupar la infraestructura como si fuera propia, porque nosotros consideramos que ellos son el Estado, que la ciudadanía es el Estado y son los dueños de la infraestructura y los recursos… y cuando empezamos a sacar de la revolución del mercado algunos elementos tan esenciales como los medicamentos, los lentes, los libros o la vivienda, eso genera una señal política, genera un simbolismo, genera un imaginario colectivo que empieza a darse cuenta de que el país puede ser distinto, que era lo que le habían dicho que era imposible en los últimos treinta años.
Esa parte de la izquierda socialdemócrata neoliberal, que gobernó durante veinte años, nunca había hecho nada de esto. Y, por lo tanto, Recoleta empieza ocho años antes a transitar hacia un lugar distinto. Uno podría decir que, mientras en Chile el costo de la vida subía todos los días, en Recoleta el costo empezaba a bajar, de la mano de un municipio que irrumpía en áreas del mercado en donde el abuso tenía absolutamente superados a todos los chilenos.
PA
Podríamos decir que en Recoleta había un experimento de hacer política nacional desde el municipio, ¿verdad? Creo que, de algún modo, eso es lo que sustenta el proceso donde tu potencial candidatura tiene un lugar relevante: porque desde el municipio se ha mostrado un camino alternativo para la política nacional. Ahora, la pregunta que uno podría hacerse, a partir de esta experiencia de varios años, es qué tan extrapolable o transferible hacia lo nacional es la experiencia municipal. Y también si esa mirada política de carácter nacional estuvo presente desde el inicio del gobierno municipal en Recoleta.
DJ
La idea de desarrollar un gobierno rupturista, un gobierno disruptivo con el modelo, estuvo presente siempre, desde el comienzo. Pero la verdad es que nunca imaginamos que desde aquí podíamos saltar hacia una aventura mayor. Nunca estuvo ni en nuestras pretensiones, ni en nuestros presupuestos. Lo que sí dijimos es que íbamos a hacer un gobierno completamente distinto, fundamentado en el programa del Partido Comunista para los gobiernos locales, que se basa en los escritos de Luis Emilio Recabarren de 1920. Luis Emilio planteaba, precisamente, que los municipios debían proveer vivienda, servicios, salud, educación y otros derechos esenciales. Que su preocupación fundamental debía ser la de simplificar y abaratar la vida en un contexto de capitalismo radical, en donde la vida iba deteriorándose y precarizándose cada día más.
Empezamos a hacer esto de manera consistente y nos fuimos dando cuenta de que el impacto era mucho mayor al esperado. Un ejemplo es lo que pasó con las Farmacias Populares: más de 150 comunas en Chile salieron a imitar la iniciativa. No por gusto, no porque estuvieran convencidos… la mayoría de ellos, sólo por un acto electoral, porque sentían la presencia de la ciudadanía, la presión de la ciudadanía para que se instalara una Farmacia Popular en su comuna. Y si no lo hacían, corrían riesgo de no ser reelectos. Entonces algunos alcaldes más cercanos a mí me cuentan que todos decían «mira, cada vez que Jadue hace algo en Recoleta, al otro día en las comunas sale la gente diciendo: bueno ¿y nosotros por qué no?».
Entonces empezamos a desarrollar un proceso paulatino de ir «corriendo el cerco» con una medida, con otra medida, con la siguiente, con la que venía después, eso fue generando un imaginario colectivo nuevo a nivel país. O sea, si alguien me preguntara hoy en día «¿alguna vez te imaginaste siendo candidato presidencial?» No. «¿Alguna vez estuvo en tus pretensiones?» No. Pero, ¿qué esta pasando hoy día? Bueno, que la ciudadanía valora positivamente, de Arica a Magallanes, la posibilidad de tener en todas las comunas de Chile medicamentos a precio justo, tener lentes a precio justo, libros a precio justo, alquiler a precio justo, Universidad Abierta, posibilidad de democratizar el saber y el conocimiento, salud en los barrios… Y claro, cuando uno por un segundo se imagina eso en todo Chile, es otro país. Es un país completamente distinto. Y yo creo que eso es lo que la gente ha comenzado a sentir: que se puede hacer incluso antes del cambio constitucional.
Ahora bien, esperamos que el cambio constitucional lo facilite aún más. Porque imagínate que hoy día Las Condes o Providencia (N. del E.: municipios de altos ingresos) hoy tienen entre 900 mil y un millón 200 mil pesos por habitante al año. Estamos hablando entre mil cien y mil quinientos dólares por habitante al año, mientras otras comunas tienen solo ciento cincuenta dólares por habitante al año. Nosotros estamos dentro de las segundas: estamos en casi doscientos cincuenta dólares por habitante al año. Entonces uno se pregunta, ¿qué podríamos hacer en Recoleta si tuviéramos mil dólares por habitante al año? ¿Cuánto más podríamos cambiar la realidad? Y si ese presupuesto lo tuvieran todas las comunas de Chile, ¿cuán distinto sería el país? ¿A qué podríamos avanzar? La gente se imagina un país con 200 mil viviendas públicas para un alquiler a precio justo, para no tener que someterse al mercado del abuso. Yo creo que, efectivamente, son esas preguntas las que han ido construyendo esta alternativa que se presenta hoy en día. Sin que nuestro partido nos haya proclamado, sin que yo haya dicho nunca que quiero ser candidato, efectivamente la gente piensa y dice: «bueno este es el país que soñamos…».
PA
En términos de la experiencia en Recoleta, ¿qué cosas podrían extrapolarse a nivel nacional? O, a la inversa, ¿qué podría cambiar a nivel nacional si se incorporaran rasgos de esta experiencia acumulada?
DJ
Lo primero es que ha habido un gobierno que cree en la plurinacionalidad y la interculturalidad como un hecho fundante de la nación. Para que eso sea una realidad, es algo que hay que encarar desde el minuto cero, desde la misma campaña, si es que alguna vez llegásemos a ser gobierno. Lo segundo es que hay un proceso que cree que lo central del desarrollo de la política está en los gobiernos locales y no en el aparato central como instrumento de dominación de clase. Por lo tanto, de lo que se trata es de llegar a la Moneda a renunciar al poder. Mandar obedeciendo pero, además, renunciar a una cuota de potestad de atribuciones y recursos que están absolutamente sobredimensionados.
Uno mira el Estado central y ve que gasta el 80% de todo el presupuesto que tiene el Estado en los tres niveles. El 8% lo gasta en las regiones y el 12% en las comunas. ¿Qué es este mega Estado? Este Estado central es, verdaderamente, un instrumento de dominación de clase, absolutamente potente e impermeable por la ciudadanía. ¿Cómo se transforma eso? Bueno, renunciando a una parte de ese poder y bajando potestades, atribuciones y recursos al gobierno regional y a los gobiernos locales y, sobre todo, partiendo desde abajo: la redistribución de poderes, atribuciones y potestades deben ser desde lo local a lo nacional y no desde lo nacional hacia lo local.
Lo tercero es que es un proceso que de verdad cree en la permeabilización necesaria del sistema político. O sea, nosotros llegaríamos para hacer de los plebiscitos, los referéndums, las iniciativas populares de ley, el veto ciudadano, los referéndum revocatorios una forma habitual que la ciudadanía disponga para poder permear el sistema político cada vez que lo sienta necesario. Cortar con esta participación que está absolutamente reglada, que es como el derecho a huelga en Chile, el derecho a huelga lo definen los patrones: cuándo se puede, cuándo no se puede, cuándo es legal, cuándo no es legal… Entonces no hay derecho a huelga.
La participación reglada es igual que la huelga reglada, que la negociación reglada… No hay derecho a negociación, no hay derecho a huelga y no hay derecho a participar tampoco. Necesitamos permear para equilibrar la cancha y que esto sea un país efectivamente más democrático. Creo que eso sería fundamental. Independientemente del sistema político que emane de la nueva constitución, independientemente de si es presidencialista (que espero que no), semi parlamentario, parlamentario o federal, en cualquier caso necesitamos que el sistema político esté mucho más permeado por una ciudadanía con participación temprana, vinculante, sistemática, protagónica. Nadie pueda desconocer que hoy día la participación en nuestro país es casi una comedia.
PA
Me gustaría que hablemos sobre la situación de la izquierda hoy día y la disputa por el poder. En este contexto de crisis, ¿cómo definirías el momento que atraviesa la izquierda hoy? ¿Qué es lo que definiría, lo que haría posible una articulación de fuerzas que se consideran o que se entroncan en el proyecto histórico de la izquierda en Chile?
DJ
Lo primero que tenemos que entender es que en Chile la dictadura generó un desplazamiento bastante significativo de todo el cuadro político hacia la derecha. Entonces, cuando uno compara con cualquier país del mundo, se encuentra con que, por ejemplo, la derecha europea es bastante más progresista que la socialdemocracia chilena: la derecha alemana, por caso, hace no sé cuántas décadas que ya no discute el derecho a la educación pública gratuita y de calidad y a la salud pública gratuita y de calidad. Aquí todavía la socialdemocracia no se convence de aquello, por más que lo digan. Porque se trata de lo que se hace, no de lo que se dice. Estuvieron veinte años en el poder y nunca fueron capaces de instalar sistemas de educación públicos, gratuitos y de calidad que aseguraran derechos esenciales. Y esto es algo que la derecha en gran parte de Europa ni siquiera discute. La socialdemocracia europea, para qué decirlo. Las tasas impositivas que cobran, el Estado de bienestar que promueven y que defienden hasta el día de hoy, son completamente distintas. La socialdemocracia neoliberal que gobernó Chile difícilmente pueda llamarse «de izquierda» en cualquier otra parte del mundo. Y lo que aquí se conoce como «izquierda» tiene una diversidad ideológica bastante amplia, abarcando desde la socialdemocracia neoliberal, pasando por la socialdemocracia de izquierda, hasta una izquierda más tradicional y radical, que descree del sistema, incluso.
Pero hay algo que las permea a todas, y son los valores del neoliberalismo. Después de cuarenta años viviendo en un país y una cultura completamente neoliberales, sería muy pretensioso pensar que a las organizaciones de izquierda no las permeó este modelo intelectual y cultural. Entonces, ¿qué tenemos? (y no solo en Chile, también en América Latina): una fragmentación absoluta de la izquierda, mucho más ligada a proyectos de caudillo, a proyectos individuales, a proyectos personales –bastante alejados de lo que realmente es un proyecto político–, que muchas veces dificulta una unidad social y política lo más amplia posible. Creo que mientras la izquierda no sea capaz de poner por encima de las consideraciones personales al intelectual colectivo, esto va a seguir siendo un problema.
Y vuelvo a decirlo: no selo en Chile, esto nos pasa en todas partes. Yo recuerdo en Brasil, en Argentina… En las últimas elecciones, al igual que en Chile, del total de los candidatos presidenciales el 70% por ciento son de izquierda. Y entonces uno dice: ¿qué sucede? Claro, es parte también de esta amplitud, de esta diversidad ideológica de la izquierda. Una diversidad que abarca tanto a los que se dicen de izquierda pero actúan más como de centroderecha, como a los que efectivamente están convencidos de la necesidad de superar al capitalismo y al neoliberalismo como formas de organización social.
Hace un par de días, Frei Betto decía nuevamente que no había ingenuidad más grande que querer «humanizar» el capitalismo. Pero hay gente en la socialdemocracia neoliberal y más centrista que está convencida que lo que debe hacerse es humanizar el capitalismo y no superarlo. Eso para mí no es una tesis de izquierda. Por eso yo creo que hoy en día la gran deuda que hay en la izquierda es discutir qué vamos a entender por izquierda. Porque hay cosas que son llamadas de izquierda y que, en lo personal, no considero como tales.
En ese ámbito, en la oposición chilena hay opositores al modelo y al gobierno, hay opositores solo al gobierno pero no al modelo, e incluso dentro de la derecha hay «opositores al gobierno» que defienden a ultranza el modelo, como la extrema derecha. Por lo tanto, hay muchas oposiciones y no tanta izquierda. Yo creo que hoy día la izquierda va al alza en Chile, con la ligazón histórica que tiene con la ciudadanía. Pero una parte de aquella que se llama «de izquierda» tiene una ligazón casi nula con la ciudadanía, proviene de círculos universitarios que no han hecho trabajo de base, nada… son como la intelligentsia superior de la ciudadanía. Y la ciudadanía ya no está para comprarse esas cosas.
PA
Si uno delimita a la izquierda en función de la visión programática, política, estratégica de superación del capitalismo, de superación del neoliberalismo, si consideramos que esa es la definición, ¿puede esa izquierda gobernar en Chile? ¿Tiene la capacidad, el arraigo popular, la posibilidad de construir mayorías sociales, incluso la capacidad (esto lo sabes tú mejor que nadie en Chile hoy día) de gestionar un proyecto de desarrollo nacional?
DJ
Yo creo que la pregunta, más que si puede gobernar, es si está decidida a hacerlo. Porque una vez decidida a hacerlo, puede discutir si tiene la capacidad de gobernar o no. Yo veo que hay una parte de la izquierda que no está decidida a gobernar, que le tiene miedo a ser gobierno. Es un miedo atávico, relacionado con la dictadura. Son aquellas personas que dicen que quieren que cambie todo esto pero que les da miedo arriesgarse a un nuevo gobierno democrático popular; son aquellos que dicen «ah, no, pero todavía no creemos que el país esté preparado para…». Hay un problema de convicción política e ideológica. Yo creo que hay una parte de la izquierda hoy en día que no tiene vocación de poder desde la izquierda. Muchos, incluso, piensan más en cuántos puestos de gobierno vamos a tener si gana la socialdemocracia neoliberal que en el desarrollo de la fuerza propia. Para ellos es más fácil este escenario que el otro. Yo creo que ahí hay una discusión profunda que dar.
Ahora, si superáramos eso, yo creo que la izquierda tiene todas las posibilidades de gobernar. Y de hacer una mejor gestión que la socialdemocracia neoliberal y que la derecha. Es más, estoy convencido de que la ciudadanía chilena hoy en día, si bien mayoritariamente no debe querer volver a tener otro gobierno de derecha, tampoco está para volver a los tiempos de la Concertación. Entonces, yo creo que lo primero que hay que establecer es si queremos ser alternativa. Si sí, entonces el tema pasará por que podamos unirnos con toda la amplitud, siempre y cuando la hegemonía del proyecto esté en la transformación y no en la continuidad.
PA
Daniel, ¿crees que tiene sentido reivindicar para esa visión de transformación el nombre de «socialismo»? ¿Sigue vigente el socialismo? ¿Qué significaría en Chile hoy?
DJ
Yo no sé quién puede arrogarse el derecho a determinar que en el reino de las ideas hay ideas que murieron. La verdad es que Sócrates y Platón se reirían un poco de aquellos que piensan que en el reino de las ideas algo puede fenecer. Las ideas van y vienen. Tienen tiempos de alza y tiempos de baja.
No soy muy partidario de «casarme» con modelos o proyectos. Los proyectos son modelos ideales, que pocas veces funcionan. Prefiero hablar de trayectos, que es algo distinto a un proyecto. El trayecto es una dirección en la cual moverse: no tienes por qué tener todas las respuestas, porque es probable que cada vez que te muevas en la dirección que ha definido ese trayecto vayan apareciendo nuevos obstáculos y nuevos problemas a resolver. Lo importante es seguir moviéndose en esa dirección.
Entonces, más que hablar de nombres, yo digo que Chile tiene que moverse en la dirección de la justicia social. Chile tiene que moverse en la dirección de la dignidad, ese derecho a ser felices, de autonomía plena. Chile tiene que moverse en la dirección de la equidad territorial y de la equidad social. Chile tiene que moverse en la dirección de la solidaridad y de la corresponsabilidad. Si a eso usted le quiere poner el nombre que le quiera poner, póngaselo. Pero para mí estos valores y principios no son discutibles: tienen que ser el norte hacia el cual impulsemos las transformaciones.
Ahora bien, ¿cómo bajamos esto, cómo lo aterrizamos? Si usted me pregunta: ¿el trabajo doméstico puede seguir siendo invisibilizado y no valorizado? No. ¿El trabajo de cuidado? Tampoco. ¿El trabajo de participación? Tampoco. ¿La salud puede tener límites en términos de derecho? ¿Puede ser que el sistema de salud público no cubra un remedio que vale mil quinientos millones de pesos (que ninguna familia en Chile puede comprar por si sola, salvo el 1% más rico de Chile)? Yo digo: no. Tenemos que avanzar a que cualquier persona pueda tener acceso a cualquier medicamento, sin importar su valor, si es que eso puede salvarle la vida y puede proveerle una mejor salud. Esas son las discusiones.
Si me preguntan ¿puede seguir Chile siendo un país patriarcal y machista? Yo digo: no, necesitamos darle paridad de género a la Corte Suprema, al Concejo de Defensa del Estado, al Parlamento, a los concejos comunales, a los concejos regionales. Y, tal como con los pueblos originarios, que tienen que tener escaños protegidos en todos los niveles, empezar a permear la cosmovisión y la visión patriarcal de una visión permanentemente feminista. Eso implica que, al menos por un tiempo, hasta que se decante la cultura patriarcal, hasta que se deconstruya la cultura patriarcal, vamos a tener que hacer esfuerzos por discriminar positivamente la participación de las mujeres feministas (no de «las mujeres», sino de las mujeres feministas). Vamos a tener que hacer un esfuerzo bastante potente como sociedad.
Hay muchos temas como estos que ya no son discutibles para nadie. Si usted me pregunta si efectivamente la riqueza se puede generar, se puede seguir generando pagándole a los trabajadores tanto menos de lo que vale su trabajo para pagarle al capital tanto más de lo que vale su aporte a la producción, yo digo: no, eso no es sustentable. Si alguien me pregunta, ¿podemos seguir sobreexplotando la naturaleza a tal punto que esta ni siquiera tenga oportunidad de regenerarse dentro de su propio ciclo? Yo digo: no, eso no es sustentable. Vamos a tener que avanzar hacia una visión ecocéntrica, en la que la ética que hoy está restringida a las relaciones entre los seres humanos se extienda también a la relación entre ellos y la naturaleza como sujeto de derecho.
Hay un cambio cultural enorme que hacer. Si alguien le quiere poner nombre, póngaselo. Pero lo que yo le planteo a Chile, más que un modelo, es una dirección estratégica. Porque los modelos siempre dan para discutir en abstracto, y yo quiero discutir en concreto.
PA
Las experiencias más recientes que hemos tenido cerca, que han embozado ese tipo de visiones y trayecto de transformación, han sido los llamados «gobiernos progresistas» en América Latina. En el contexto actual, van a ser inevitables no solo las comparaciones –que tienden a ser odiosas–, sino también extraer lecciones. ¿Cuál es tu visión o balance de ese ciclo progresista en América Latina? Son experiencias muy distintas pero, ¿qué crees que se puede mejorar y qué se debe rechazar o evitar?
DJ
Primero que todo, Pablo, no comparto esa tendencia –muy habitual entre nosotros– de hacer generalizaciones que, a fin de cuentas, resultan un poco simplistas. Yo no he tenido conocimiento de tal cosa como un «ciclo progresista» en América Latina. Si alguien me dice «pero ha habido gobiernos antineoliberales»… Ah sí, se han definido así. Sin embargo, creo que, salvo el caso de Bolivia, ninguno de ellos trató de cambiar la base económica de su país y, por lo tanto, nunca apostaron por una transformación del modo de producción y la base productiva. Ya con esa primera crítica, que es un poco demoledora, uno diría «ok, no hay ciclo progresista»… Porque si en tantos años, con tantas commodities y con tanta plata no fueron capaces de cambiar la matriz productiva… es discutible cuán de izquierda y cuán progresistas eran aquellos proyectos.
Además, fueron demasiado caudillistas. Al parecer, también estaban permeados de valores neoliberales, y siguen hasta el día de hoy presuponiendo mayor supremacía de los líderes individuales que de los intelectuales colectivos. Segundo golpe durísimo, y ahí ni siquiera encuentro excepción para hacer. Quizás se pueda distinguir un poco al Frente Amplio en Uruguay, en el mejor de los casos. Pero todos los demás han sido proyectos tremendamente personalistas y caudillistas. Creo que se trata claramente de una izquierda con una deformación neoliberal.
Tercero, hemos sido laxos con temas tan relevantes para el electorado de izquierda como la corrupción y la falta de transparencia. Yo tengo claro que a la derecha no le interesan estos temas. La derecha nunca ha tenido problemas para votar por ladrones de bancos, por corruptos, por sinvergüenzas, por estafadores, porque es parte de la lógica de funcionamiento del modelo. A ellos no les molesta. Pero al mundo de la izquierda le molesta. Y, sin embargo, hemos sido laxos con estos temas y no hemos podido frenar un problema endémico de corrupción y de falta de transparencia en los gobiernos latinoamericanos. Problema que venía desde antes, que no es culpa de los gobiernos de izquierda. Pero muchos gobiernos de izquierda, con tal de mantener las «mayorías sociales y políticas», hicieron la vista gorda. Sin entender, además, que el neoliberalismo enfrenta los proyectos transformadores buscando las debilidades y mostrándolas para que caigan. Y la corrupción es una de esas debilidades. En la izquierda, debe ser algo inaceptable.
También fuimos laxos con temas de gestión que, desde mi perspectiva, constituyen una traición al ideario de izquierda que se basa en la conciencia de vanguardia. No hemos tenido un particular interés en la eficiencia del uso de los recursos, en la eficacia para resolver los problemas, en la innovación o en la participación (y todo esto lo hemos tratado de levantar como principios en Recoleta). Quizás, en temas de participación, Venezuela nos lleve la delantera a varios. El nivel de protagonismo y de participación popular ha sido una de los factores que ha impedido que se consume un golpe de Estado en Venezuela.
Si la izquierda quiere volver a tener la oportunidad de dirigir el continente, va a tener que superar estos cuatro elementos que para mí son fundamentales. Salvo Correa, en Ecuador, nunca escuché a ningún presidente hablar de gestión de calidad, de mejora continua, de un perfeccionamiento de la gestión. Si uno quiere llegar a gobernar, no puede llegar a gobernar peor que los que se fueron.
PA
Claro, la modernización aparece como un relato de la derecha…
DJ
Es completamente absurdo, la modernización debiese ser un relato propio de la izquierda. Nosotros hemos regalado determinados principios y valores que hoy día aparecen como si fueran propiedad de la derecha. Es tan absurdo que las empresas y la derecha son especialistas en planificación estratégica y la izquierda no. ¡Lenin, con los planes quinquenales, estaría revolcándose en su tumba!
PA
Estamos en un escenario complejo, muy volátil, con mucha incertidumbre. El 18 de octubre significó un punto de inflexión, aparece tu candidatura presidencial en los medios, en las encuestas. La derecha también vive un momento sumamente complejo, con los francotiradores de la ultraderecha –figuras como Desbordes– pero también con Lavín autodenominándose «socialdemócrata», creyendo que puede disputar el centro. En fin… toda una serie de elementos en juego y un proceso constituyente abierto que no sabemos cómo va a terminar. ¿Qué escenarios crees tú que se pueden esperar de esta dinámica tan inestable? ¿Cuáles podrían ser algunos de los caminos posibles, y cuáles son las posiciones y actitudes que debe tomar la izquierda en función de ellos?
DJ
Mira, la izquierda tiene la obligación ética y moral de conseguir unidad no sólo política, sino también de proyecto. De hacer todos los proyectos personales a un lado para poner al centro el proyecto de la ciudadanía, que yo creo que hoy día es sumamente claro. Mientras no se avance en un proceso de unidad amplio, en donde se deje hablar a la ciudadanía, toda la retórica de la izquierda va a seguir siendo una retórica vacía.
Siento que, además, la izquierda debe apostar al desarrollo de la fuerza propia antes de mirar la política de alianzas. Entendiendo que buscamos la unidad social y política más amplia, pero no aceptando a aquellos que vienen a construir la unidad de hoy con los resultados electorales de 2012 y 2016 y con la tesis habitual de que «el que tiene, mantiene», porque eso implica no entender nada de lo que está pasando en el país, implica no asumir la tendencia de transformación profunda que ha existido en nuestro país entre 2016 y 2020. Hay partidos que quieren sentarse a la mesa creyendo que son esos partidos del 25%, del 30%… hoy día pesan el 5%, pero te quieren poner sobre la mesa que ellos son el partido mayoritario de Chile. Yo creo esa es una posición que toda la izquierda debe abandonar de tal manera que, junto con buscar la unidad social y política más amplia, permitamos que también se expresen las tendencias en curso.
PA
¿Y cuáles son las amenazas que ponen en riesgo ese proyecto de unidad?
DJ
Primero, la preponderancia de los proyectos personales. Segundo, el temor a los rótulos y el temor al poder detrás del poder. Porque hay algunos que dicen: «¡¡No!! ¡Con los comunistas no!» y cuando tú te sientas con ellos a discutir el programa, te das cuenta de que lo que nos separa es solo el título y el nombre. Tener que discutir con ese infantilismo me parece un poquito burdo. Son los proyectos los que deben hablar por sí mismos. Acá se requiere la unidad en virtud de un proyecto de transformaciones de cuatro años, que además debe proyectarse a ocho, a doce, a dieciséis. Y eso requiere una mirada más estratégica que táctica. Creo que esos son los obstáculos principales.
Hay gente que en nuestro país firma programas sin leerlos (¡y después encima le cuenta a la ciudadanía que no se leyeron los programas!) y eso pareciera que los libera de los compromisos. Yo creo que debemos empezar a ser más serios y más honestos en política.
PA
Daniel, quiero agradecerte por tu tiempo y darte el espacio si quieres agregar algo para las lectoras y lectores de Jacobin América Latina.
DJ
Mira, la verdad quisiera hacer un llamado, en lo que viene, a aislar la violencia. Yo creo que hay sectores de ultraderecha (incluso hay sectores de Carabineros que ya lo han reconocido abiertamente) que se infiltran en las manifestaciones a provocar la violencia, justificar la represión y después poner en jaque los avances políticos que se han desarrollado. Por lo tanto llamo a la izquierda a continuar movilizada, pero con movilizaciones pacíficas. Y a hacer un esfuerzo significativo por aislar y separar a la violencia de nuestras manifestaciones legítimas, y desconfiar de aquellos que terminan siendo funcionales a la derecha y a la extrema derecha, que lo único que quieren es instalar e implantar la idea del caos en el proyecto de transformación.
Recordar que los mismos que hoy día llaman a votar Rechazo en el plebiscito son los que decían que llegar a la democracia era un salto al vacío. Y llamar a todos a salir a votar masivamente, este 25 de octubre, por el Apruebo y por la Convención Constitucional –que es lo que más se parece a lo que la ciudadanía demandaba– en línea con esta tesis histórica del Partido Comunista de participar en todos los espacios políticos que se van abriendo, más allá de si son de nuestro gusto o no las reglas del juego. Hay otros actores políticos que cuando las reglas del juego no son las que ellos quieren, organizan golpes de Estado y atentan contra la democracia. Pero nosotros estamos convencidos de que esta es la forma y, por lo tanto, hago un llamado a mantenerse movilizados de manera pacífica.
Y hago un llamado, también, a acompañar la discusión constitucional. Aquí no se trata de elegir en abril a los convencionales para la Convención Constitucional e irse para la casa y esperar la propuesta en un año más. No, acá se trata de acompañar el proceso y mantenernos expectantes. Se trata de participar directa e indirectamente y de estar pendientes sobre cómo avanza la discusión.
Sobre el entrevistador
Pablo Abufom: Traductor y magíster en filosofía por la Universidad de Chile. Editor de «Posiciones, Revista de Debate Estratégico», miembro fundador del Centro Social y Librería Proyección y parte del colectivo editorial de Jacobin América Latina.