Bajo el capitalismo, la mayoría de la gente pasa sus días trabajando para alguna empresa, inclinada sobre las mesas de alguna fábrica textil o arrastrando cajas en algún depósito, esperando en las ventanillas de los locales de comida rápida o amontonada como sardinas en un call center. Gastan la mayoría de su tiempo a merced de quienes se encargan de la gestión de las empresas, quienes a su vez reciben órdenes directas de la minoría que ocupa cargos ejecutivos, que gana millones o a veces miles de millones en concepto de ganancias y que vive en el lujo.
La gente gasta sus vidas singulares y no renovables de esta forma porque, si no lo hacen, no serán capaces de comprar lo que necesitan para sobrevivir. Renuncian a su autonomía durante la mayor parte de sus horas de vigilia a cambio de la posibilidad de seguir existiendo. E incluso luego de involucrarse en este intercambio, no tienen garantías de que no morirán por falta de recursos, de una forma u otra.
Quienes peleamos por el socialismo no creemos que esto sea aceptable. La gente solo tiene algunas décadas de vida, y no debería estar obligada a gastarlas haciendo cosas que no disfruta para el beneficio de otras personas. Es cierto que para mantener la sociedad funcionando, la gente siempre tendrá que hacer algunas tareas desagradables, pero debería ser fácil explicar cómo estas tareas benefician al público y a las personas que las realizan, y estas deberían tener algún poder decisión acerca de qué se hace y cómo se lo hace. Si siguiéramos este principio guía, la gente sería más libre, y sus vidas no serían desperdiciadas. Hay otras dimensiones que definen al socialismo, pero para mí estas son sus piedras angulares.
Yo no sabía que era socialista hasta la primera campaña presidencial de Bernie Sanders. Sabía que estaba en contra de la explotación y de la opresión, e incluso entendía que la estructura capitalista de la sociedad era la causa de muchas de las injusticias que veía a mi alrededor. Pero nunca había considerado la posibilidad de que yo misma fuera socialista. Nunca nadie me había preguntado.
Fue Bernie Sanders quien lo hizo por primera vez. Preguntó: ¿Por qué deberías tolerar un sistema que privilegia las actividades que generan ganancias para una pequeña minoría por sobre la liberación de la gran mayoría? Preguntó: ¿Estás dispuesta a pelear por alguien a quien no conoces? Preguntó: ¿De qué lado estás?
Estas preguntas apuntaban directo al corazón de lo que significa tener una sociedad: cuál creemos que es el propósito de las instituciones que hemos construido para que faciliten nuestra existencia, bajo qué términos operan o deberían operar, quién los define y con qué objetivos. Estas son las preguntas que siempre animaron al movimiento socialista, desde sus orígenes utópicos antes de Marx y Engels, pasando a través del turbulento siglo veinte, hasta llegar a la actualidad.
Son también las preguntas a las que se enfrentó Bernie siendo un estudiante, cuando por primera vez experimentó un despertar político como miembro de la Liga Socialista de la Juventud (YPSL, por sus siglas en inglés).
“Me ayudó a atar cabos en mi cabeza”, recordó Sanders de sus años en la YPSL. “No nos gusta la pobreza, no nos gusta el racismo, no nos gusta la guerra, no nos gusta la explotación ¿Qué tienen todas estas cosas en común? […] ¿Qué implican la riqueza y el poder? ¿Cómo influencian a la política?”
Bernie encontró una institución dedicada a explorar estas cuestiones justo a tiempo, cuando el movimiento socialista se preparaba para entrar en décadas de oscuridad. Durante estas décadas oscuras, las preguntas no se plantearon con frecuencia en la política ni en la cultura popular. En efecto, habían sido respondidas de antemano.
Esto es lo que el teórico Mark Fisher denominó “realismo capitalista”, la naturalización del reino de la ganancia y la clausura total de otro tiempo de posibilidades, incluso en el terreno de la imaginación. El mejor ejemplo de esto son las palabras de Margaret Thatcher, quien entendió el carácter profundamente antipopular de su agenda neoliberal de austeridad y privatización, pero afirmó sinceramente: “Creo que la gente acepta que no hay ninguna alternativa real”.
Otro ejemplo de esto es el eslogan accidental de la campaña de Joe Biden: “Nada cambiará en términos fundamentales”. Biden llegó a destacarse en este período de realismo capitalista y pertenece fundamentalmente a él. Y luego de que Bernie Sanders abandonara las primarias, Biden se hizo con la nominación en el Partido Demócrata.
Mucha gente está afligida. Toman esta definición de los acontecimientos como la prueba de que los Biden y las Thatcher del mundo han aplastado la promesa del movimiento que se generó alrededor de Bernie Sanders.
Pero las dos campañas de Bernie Sanders para la presidencia volvieron a plantear las preguntas no planteadas, y es poco probable, ahora que decenas o incluso cientos de millones de personas han sido convocadas a responderlas, que nuestro paisaje político simplemente retorne a su estado original.
Decenas de miles de personas como yo han respondido a las preguntas convirtiéndose en militantes socialistas. Trabajadores y trabajadoras alrededor de todo el país han respondido a las preguntas convirtiéndose en militantes sindicales, o incluso haciendo huelgas sin el apoyo de ningún sindicato. Gente que nunca antes se preocupó por una campaña política respondió a las preguntas no solo convirtiéndose en votantes, sino también participando activamente de la campaña de Bernie. Dónde depositarán toda esta habilidad y esta confianza en el futuro es lo que todo el mundo se pregunta. Sin dudas, muchas de estas personas se postularán a sí mismas como candidatas.
Durante el período entre la primera campaña de Bernie y el día de hoy se desarrollaron las cinco movilizaciones más grandes de la historia norteamericana. No todas las personas que participaron de estas movilizaciones apoyaban a Bernie pero, sin dudas, el humor de agitación social estuvo influenciado por su mensaje, que convocó a un cambio transformador a través de la movilización de masas o, en sus propias palabras, “de abajo hacia arriba”. El impacto de su discurso se extiende más allá de su base de apoyo. Su firme presencia ha alimentado un deseo de transformación en el pueblo norteamericano y una nueva voluntad de pelear por él.
Atravesamos una de las situaciones más volátiles e inauditas de la historia política moderna. Nadie sabe concretamente qué sucederá. Pero después de media década de Bernie Sanders ocupando el centro de atención, el genio no volverá a la botella.
Una vez que te has hecho a la idea de que la sociedad no tiene que ser de esta manera, de que nada de la explotación que experimentaste o que presenciaste es realmente inevitable, de que la libertad humana es asequible, no vuelves a pensar como antes. Una vez que te han mirado directamente a los ojos y te han preguntado de qué lado estás, nunca vuelves a dar por sentada tu propia neutralidad.
Habrá muchas más luchas por la democracia, por la igualdad y por la libertad humana, como siempre las ha habido. Y de aquí en adelante, donde sea que estas luchas se desarrollen, encontraremos entre las filas de la resistencia a quienes eligieron su lado durante los cinco años cruciales en los que fue una posibilidad real que Bernie Sanders dirigiera nuestro país. Estas personas escucharon: ¿Pelearás por alguien a quien no conoces? Y su respuesta fue sí.