Charlie Kirk nunca recibió una cálida bienvenida en las páginas de esta revista. Ahora ya no importa. El asesinato de Kirk es una tragedia. Moralmente, es injustificable. Políticamente, es motivo de gran alarma. Una espiral más amplia de violencia política sería una catástrofe para la izquierda.
En el momento de escribir este artículo, nadie conoce la ideología ni las motivaciones del tirador. Pero algunos puntos clave están bastante claros.
Nadie debería ser asesinado como castigo por su expresión política, por muy objetable que ésta sea. Además de nuestro rechazo básico a la violencia, también somos defensores de la democracia, que depende de la libertad de expresión y la investigación abierta. Sin ellas, el autogobierno colectivo es imposible y la tiranía se vuelve inevitable. Imponerle silencio a los oponentes políticos mediante la fuerza bruta, ya sea en forma de represión estatal de la disidencia o de asesinatos aislados de algunos líderes, socava un principio que los socialistas democráticos siempre han apreciado.
Además, la perspectiva de caer en una espiral de violencia política es un desarrollo ominoso que amenaza con reducir el espacio para la acción política significativa. Esto es un mal presagio para la cultura política en general y, en particular, para la izquierda. Decimos cosas que otros encuentran extremadamente objetables todo el tiempo, y esperamos recibir contraargumentos enérgicos, no represalias violentas. Aunque la violencia política siempre existió en los márgenes, en general esta fue una expectativa razonable. Pero parece que hemos estado viviendo un consenso frágil: en nuestra cultura, por lo demás extraordinariamente violenta, los líderes políticos y los comentaristas salían mayormente ilesos. Ahora, ese consenso parece estar desmoronándose, con implicaciones escalofriantes.
Los intentos de asesinato y los asesinatos consumados de líderes políticos están aumentando, al igual que los asesinatos por motivos políticos de personas menos notables. Aunque este tipo de violencia tiene su origen en todo el espectro político, la derecha fue responsable de muchos más casos que la izquierda durante varias décadas. En los últimos años, los agresores parecen provenir cada vez más de elementos políticamente confusos, mentalmente perturbados y fuertemente armados de la población estadounidense, cuya paranoia y desorientación general se han entremezclado con una cultura política incoherente pero brutalmente polarizada. Incluso la común y corriente violencia armada masiva estadounidense tiene una valencia cada vez más política; mientras que los antiguos tiradores escolares se entregaban a una especie de nihilismo totalizador y despolitizado, hoy en día garabatean contradictorias consignas políticas en sus armas.
El asesinato de Charlie Kirk ya parece una prueba más de que la manía violenta de Estados Unidos está chocando de frente con el tribalismo deshumanizador de nuestra cultura política. Esta combinación tóxica amenaza con corroer gravemente las normas democráticas y extinguir cualquier esperanza de progreso de la izquierda.
Posible represión
Kirk dirigía una maquinaria de propaganda política bien financiada que promovía un mensaje sencillo. Los «liberales», los «radicales» y los «socialistas» —rara vez se molestaba en hacer distinciones precisas— estaban arruinando al país. Las universidades eran insidiosas fábricas de adoctrinamiento de izquierda. Estados Unidos estaba siendo abrumado por inmigrantes violentos. Las mujeres debían dedicarse a la esfera doméstica. Estados Unidos era una nación cristiana y debía seguir siéndolo. Donald Trump era una fuerza del bien.
Hace cuatro años, uno de nosotros (Ben) mantuvo un debate con Kirk sobre «Socialismo democrático frente a populismo conservador». Su política empeoró con el paso de los años, coqueteando con formas mucho más desagradables de nacionalismo y xenofobia, pero incluso en 2021, el fondo de la postura de Kirk en esa conversación era indefendible. Aunque se proclamaba «populista», defendía una serie de posiciones que habrían encajado perfectamente en la página editorial del Wall Street Journal. Se opuso firmemente incluso a pequeños pasos hacia una sociedad más igualitaria, como la sanidad universal y la creación de un movimiento sindical más fuerte.
Al mismo tiempo, no cayó en ataques personales. Se ciñó al fondo de los argumentos, evitando en gran medida las trampas baratas y le dio a Ben el espacio para recalcar la contradicción entre su retórica populista y espantoso fondo desigualitario de su política. En un país en el que, lamentablemente, un número considerable de nuestros conciudadanos está de acuerdo con la perspectiva de Kirk, debates como ese son absolutamente necesarios. El tiroteo de este miércoles apunta hacia un camino mucho más desagradable, que no nos llevará ni puede llevarnos a ningún lugar al que queramos ir.
La premisa fundamental de la política de izquierda es que la gente común es capaz de autogobernarse, tanto en sus lugares de trabajo como en la sociedad en su conjunto. Ese objetivo solo es coherente si confiamos en que nuestros conciudadanos puedan estar expuestos a todos los puntos de vista, incluso a los peores, y sean capaces de tomar sus propias decisiones. Y nuestros objetivos democráticos solo pueden alcanzarse por medios democráticos. Buscamos derrocar estructuras de riqueza y poder profundamente arraigadas. No hay ninguna forma realista de hacerlo, salvo ganando a la gran mayoría de la población para nuestra causa. Lo que tenemos a nuestro favor es precisamente que la clase trabajadora, que se beneficiaría de nuestra plataforma, constituye la mayor parte de la población. En otras palabras, tanto las ideas convincentes como los números están de nuestro lado.
Pero el efecto inevitable de la introducción de la violencia recíproca en la política implica la reducción drástica de la importancia de ambos factores. En escenarios dominados por el derramamiento de sangre entre facciones, ya no importa quién tiene el programa político más atractivo o el mayor electorado potencial, sino solo quién tiene los ideólogos más militantes y fuertemente armados, con menos reticencia a matar. La izquierda no ganará esa batalla.
Además, casi con toda seguridad, el asesinato de Kirk perjudicará a la izquierda de otras maneras. En primer lugar, la administración Trump podría muy bien utilizarlo como pretexto para tomar medidas drásticas contra los activistas de izquierda. Inmediatamente después del asesinato de Kirk, la derecha comenzó a pedir precisamente esta respuesta. Sus demandas de purgar y censurar a toda la izquierda en represalia por el asesinato de Kirk fueron rápidas, omnipresentes y severas.
Antes de que terminara la noche, Donald Trump se había dirigido a la nación diciendo: «Durante años, los radicales de izquierda han comparado a estadounidenses maravillosos como Charlie con los nazis y los peores asesinos en masa y criminales del mundo. Este tipo de retórica es directamente responsable del terrorismo que estamos viendo hoy en nuestro país, y debe terminar ahora mismo». El agresor aún no ha sido identificado y no se ha confirmado ningún motivo, pero eso no impidió que el presidente atribuyera el asesinato de Kirk a toda la izquierda y prometiera represalias.
Si la historia puede servir de guía, la izquierda se enfrenta a graves peligros a raíz de este suceso. La teoría de que los actos de violencia política individual provocarán de alguna manera movimientos masivos en favor de la justicia (lo que antes se llamaba «propaganda de los hechos») se puso a prueba, en diversas circunstancias en todo el mundo, durante siglos. Y sistemáticamente fue un desastre, que casi siempre condujo a una mayor represión de la izquierda y a ataques contra la democracia en general. Las consecuencias del asesinato de Kirk podrían seguir fácilmente este patrón familiar y sombrío. Independientemente de que el tirador resulte ser de izquierda o no, hay buenas razones para temer que estel asesinato pueda utilizarse como pretexto para nuevas medidas represivas contra el discurso disidente por parte de una administración que ya demostró su disposición a adoptar un grado de autoritarismo sin precedentes en la historia reciente de los Estados Unidos.
En los últimos ocho meses, titulares de tarjetas verdes fueron arrestados y encarcelados por asistir a protestas o incluso por escribir artículos de opinión críticos con Israel, se mandaron tropas federales a distintas ciudades a pesar de las protestas de alcaldes y gobernadores, como respuesta a disturbios a pequeña escala o incluso a delitos callejeros, y se envió a mazmorras en El Salvador a inmigrantes simplemente sospechosos de delitos sin el más mínimo atisbo de debido proceso. No es descabellado imaginar que cualquier cosa que se parezca a un acto de violencia de izquierda (independientemente de las motivaciones del tirador) podría dar lugar a represalias extremas por parte de la administración Trump.
Mártir en ciernes
En los años transcurridos desde la segunda y más decisiva derrota de Bernie Sanders en 2020, la izquierda sufrió importantes reveses. Si hace unos pocos años luchábamos por el poder político, ahora nos vemos a menudo reducidos a una rabia impotente por las depravaciones de la administración Trump, la ineptitud de la oposición liberal hegemónica y el genocidio descarado que se está perpetrando en Gaza.
Recientemente ha habido señales esperanzadoras de que podríamos volver a ganar terreno en la política estadounidense, sobre todo la inspiradora campaña de Zohran Mamdani en Nueva York. En este momento, esa chispa de renacida política socialista democrática es preciosa y frágil. Una nueva ola de represión política podría ser especialmente desastrosa en un momento en el que apenas estamos empezando a reconstruir nuestras fuerzas.
Es probable que el asesinato de Kirk no desmoralice, sino que refuerce la convicción de la extrema derecha, que sin duda convertirá a Kirk en un mártir de su causa. De hecho, figuras de la prensa de derecha ya comenzaron a utilizar ese término. Es muy susceptible de convertirse en un mito, dado que nunca le puso la mano encima a nadie y fue asesinado a sangre fría mientras expresaba sus opiniones políticas.
El propio Kirk desempeñó un papel destacado en el empuje de la generación Z hacia la derecha, especialmente entre los jóvenes. Si el asesino esperaba acabar con su influencia, es casi seguro que sus acciones tendrán el efecto contrario. El asesinato de Kirk, a sus treinta y un años, convencerá sin duda a muchos de sus millones de espectadores y oyentes para que se dediquen a su causa, acelerando así la cohesión de un bloque político militante de derecha que será un obstáculo para nuestro propio proyecto durante las próximas décadas.
En el poco tiempo transcurrido desde el asesinato de Kirk, la mayoría de la izquierda condenó acertadamente su muerte. Sin embargo, un número nada desdeñable reaccionó con una falta de empatía casi competitiva. Su postura antimoral no solo puede alejar a los estadounidenses de a pie, que aborrecen la violencia política, sino que también es políticamente errónea y estratégicamente ingenua. No hay nada que celebrar aquí. De hecho, hay mucho que temer.