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La obra de Mark Fisher perdura como antídoto contra la desesperanza. (Archivo del Daily Herald / SSPL vía Getty Images)

Los espectros de la escasez de Mark Fisher

Traducción: Natalia López

El vacío fantasmal del realismo capitalista oscurece el potencial de alegría colectiva y abundancia. Los escritos de Mark Fisher ofrecen un atisbo de las posibilidades que se encuentran más allá de la aparente inevitabilidad del presente.

Ves una silueta reflejada en el espejo al otro lado del pasillo, pero cuando vuelves sobre tus pasos para comprobarlo, no hay nadie allí. Los espectros merodean por los espacios vacíos, creando una atmósfera lúgubre, como los pasillos de una antigua mansión o un sendero que atraviesa un cementerio desolado. Estos son contextos clásicos para una aparición fantasmal, al igual que el vacío antinatural de una aldea Potemkin.

Es extraño mirar el horizonte de una gran ciudad y saber que algunos de esos rascacielos resplandecientes están completamente vacíos; torres residenciales fantasma que sirven como meros activos financieros en carteras inmobiliarias, embrujadas por su propia vacuidad. Del mismo modo, los fantasmas son conocidos por sus inquietantes duplicados, como los gemelos de El resplandor, y por sus excesos desconcertantes: enjambres negros de moscas, bandadas de cuervos, voces que vienen de ninguna parte. Del mismo modo, resulta extraño pasear por la parte trasera de un gran almacén, pasar por los muelles de carga y encontrar contenedores llenos de comida perfectamente comestible o productos de consumo envasados que, al parecer, no se vendieron y ahora se dirigen al basurero.

En The Weird and the Eerie, Mark Fisher escribió sobre cómo estos sentimientos inquietantes apuntan a cosas que escapan a nuestra percepción, algo fantasmal que desafía toda descripción. Veladas y sobrenaturales, estas apariciones apuntan a lo que Fisher evocadoramente llamó «el espectro de un mundo que podría ser libre».

Fisher, que luchó toda su vida contra la depresión clínica, se quitó la vida en 2017, pero su obra perdura como antídoto contra la desesperanza, especialmente su última propuesta de libro, titulada en tono jocoso, Acid Communism.

Más allá del espejo del realismo capitalista

La obra más famosa de Fisher sigue siendo Realismo capitalista. Es un libro que describe el sistema plano y sin futuro en el que estamos encerrados; un período de estancamiento cultural y austeridad, acompañado de la sospecha siempre presente de que el mundo pronto llegará a su fin.

Fisher describe el realismo capitalista como una visión del mundo artificialmente construida que nos atrapa en un ciclo depresivo. Ese ciclo se sostiene en una paradoja: la sensación generalizada de desastre inminente en realidad refuerza el statu quo. Según Fisher, esta mirada pesimista es un desarrollo estratégico del capitalismo neoliberal. Es un sistema que se asegura de que no podamos pensar por fuera de sus límites, por más que lo intentemos. Aun si nos sacamos los lentes de la ideología de They Live, todavía tenemos puestos otros lentes que ni siquiera podemos percibir. Incluso cuando creemos que escapamos de la matrix con la pastilla roja, en verdad solo estamos entrando a otra habitación de la misma matrix con el cartel de «mundo real». Esa inquietante duplicación, casi como un dibujo de Escher, forma parte la obsesión y, por necesidad, tenemos que recurrir a la ficción para poder hablar de ello.

Mientras que las generaciones anteriores creían en algún tipo de proyecto ideológico del presente, destinado a construir un futuro mejor, el realismo capitalista está totalmente definido por el capitalismo, que pone en primer plano el corto plazo, borrando cualquier futuro en el que el capitalismo esté ausente. O hay más capitalismo o es el fin del mundo. No hay alternativa.

Esta situación se ha desarrollado gradualmente a lo largo de décadas, creando una parálisis generalizada a través de la atomización. Pero en Acid Communism Fisher trató de invertir el poder de este sistema, dando la vuelta a Goliat: «En lugar de tratar de superar el capital, deberíamos centrarnos en lo que el capital siempre debe obstaculizar: la capacidad colectiva de producir, cuidar y disfrutar (…) lejos de tratarse de la «creación de riqueza», el capital bloquea necesariamente y siempre la producción de riqueza común».

Tanto para Fisher como para sus héroes intelectuales, como Fredric Jameson, la distancia entre el mundo que podría ser libre y el que tenemos ahora es un terreno medible si utilizamos metáforas y lenguaje creados en la ficción, especialmente en la ciencia ficción. Sin embargo, en Acid Communism, Fisher también señaló formas concretas e históricas de ver las cosas: la efervescente proliferación de experimentos de socialismo democrático y comunismo libertario que florecieron en la década de 1960.

La contracultura de la década de 1960 fue creada por las condiciones materiales: Fisher utiliza un ejemplo de las memorias de Danny Baker, un locutor de radio que recuerda unas vacaciones familiares en 1966. Los padres de Baker llevan a la familia a la playa en un automóvil asequible, aprovechando el tiempo libre del trabajo gracias a los derechos laborales que la generación anterior había conseguido con tanto esfuerzo. En la arena, con vistas al mar, la tecnología de una radio transistor del tamaño de un electrodoméstico les permite escuchar a los Kinks y a los Beatles, que cantan sobre los sueños, la percepción y la forma en que las reglas del mundo se presentan como inquebrantables, pero no lo son. La realidad es psicodélica, maleable, en constante cambio, y si todos decidieran que algo debe terminar o que algo más debe comenzar, entonces nuestro deseo colectivo, nuestra voluntad de futuro, sería una fuerza imparable para toda la especie.

Para Fisher, este ensueño no es una pérdida de tiempo, sino el reconocimiento lógico de un hecho indiscutible: esta capacidad colectiva se demostró físicamente, con efectos horribles, en las guerras mundiales.

Atormentados por el mito de la escasez

Fisher señala la carrera de Baker en la radiodifusión pública como parte de esta evolución de la posguerra en la esfera pública. En la radio y la televisión proliferaron las perspectivas de la clase trabajadora, especialmente cuando los programas gubernamentales movilizados financiaron la cultura occidental, que podía cargarse y dispararse contra los enemigos como munición, sacudiendo los cuerpos tanto del fascismo europeo como del comunismo soviético.

Programas como el New Deal, la GI Bill o el vasto programa de viviendas sociales del Reino Unido mostraron a los gobiernos occidentales no solo como pilares de los valores capitalistas, sino también como artífices de estructuras cuasi comunistas. Iniciativas como la Works Progress Administration o el propio ejército demostraron la capacidad del Estado para la organización colectiva a gran escala.

El auge de la posguerra elevó a millones de personas normales (predominantemente blancas) a una nueva vida de clase media caracterizada por la seguridad, la dignidad social, el consumismo, las oportunidades creativas y el descanso. Los avances en automatización, materiales de construcción y agricultura respaldaron esta transformación, que demostró que los gobiernos podían crear poderosos sistemas de bien público de la noche a la mañana. En la década de 1960, los hijos de quienes habían demostrado este poder colectivo soñaban con aplicar esa capacidad a escala global, independientemente de la raza, el género y la nacionalidad.

En cambio, no obtuvimos más que escasez.

En Acid Communism —un título que hace un guiño a nuestra necesidad de reesteticizar la vida cotidiana, elevar nuestra conciencia y ver más allá del tigre de papel del realismo capitalista—, Fisher señala la escasez y la restricción artificial como los principales generadores de riqueza para los responsables del orden de la posguerra.

La inflación fue la palabra de moda de las elecciones de 2024 en los Estados Unidos, lo que se debió en parte a la escasez real, al igual que las diversas crisis de la cadena de suministro durante la pandemia, que hicieron que los estadounidenses más ricos se enriquecieran un 40% más. Pero las empresas también han estado especulando con los precios sin consecuencias, creando una forma de escasez artificial que erosiona el valor de los aumentos salariales a través de la inflación. Fisher identifica este patrón como una característica definitoria del capitalismo neoliberal: «Un sistema que genera escasez artificial para producir escasez real; un sistema que produce escasez real para generar escasez artificial».

Consideremos la degradación de la capa superior del suelo por los pesticidas, que beneficia a empresas como Monsanto: obtienen beneficios con la venta de pesticidas y luego pueden lanzar alimentos modificados genéticamente como solución al daño. Esta lógica cíclica perpetúa un sistema aparentemente diseñado para la creación de riqueza, pero que, en realidad, obstaculiza la producción de riqueza común. Se retienen los recursos y se desvía el valor del trabajo. Un sistema capaz de satisfacer las necesidades de todos, vivienda, alimentación, atención médica, una vida libre de trabajo sin sentido se ve deliberadamente frustrado.

Para Fisher, este es el núcleo materialista de la contracultura. Los restos hippies que quedan —los símbolos de la paz, los chalecos de cuero, la música de la época— son vestigios inquietantes de un potencial más profundo y no realizado. Fisher despreciaba a los hippies y su glorificación del consumo de drogas, y criticaba su «infantilismo hedonista» como un refuerzo del realismo capitalista, en lugar de una rebelión contra él. Aun así, se aferró al sueño «psicodélico» de la emancipación, una visión de la capacidad y la posibilidad colectivas.

Mientras nos enfrentamos a la inquietante presencia del realismo capitalista —acudiendo al trabajo con Donald Trump de nuevo al mando, soportando el aumento de las temperaturas mientras el mundo se precipita hacia la marca de 1,5 grados centígrados, enfrentándonos a un clima cada vez más catastrófico o escuchando la última historia de crueldad vacilante cometida por la clase dominante—, es importante reconocer que el fin del mundo se esgrime como una amenaza constante para mantener el statu quo. La repetición interminable de términos como «temperaturas récord», «lluvias únicas en la vida» y «Hillary Clinton ofrece su consejo» inspira temor, pero está claro que no tiene por qué ser así.

¿Cómo sonaría la «razón psicodélica»? ¿Cómo podrían converger la conciencia psicodélica y la conciencia de clase para imaginar un mundo más allá del realismo capitalista?

Golpeando en el desierto de lo real

Como documentó David Graeber en Bullshit Jobs, cada día, nuestro sistema de trabajo inflige una «cicatriz» moral y espiritual en «nuestra alma colectiva». En 1930, escribe Graeber, el economista John Maynard Keynes predijo que Estados Unidos y Reino Unido tendrían una semana laboral de quince horas para el año 2000. «En cambio, la tecnología se ha utilizado, en todo caso, para encontrar formas de hacernos trabajar más a todos. Para lograrlo, ha sido necesario crear puestos de trabajo que, en realidad, no tienen sentido».

Graeber señala la inflación del sector administrativo, el crecimiento astronómico de los servicios financieros, el marketing, el derecho corporativo, los recursos humanos y la consultoría de relaciones públicas como ejemplos de profesiones cuyos profesionales confiesan que ellos mismos no creen que estén contribuyendo a la sociedad. Todos sabemos que es una tontería. Muchos de nosotros vamos a trabajar por el sueldo, contamos las horas y luego utilizamos nuestro limitado tiempo libre para la reparación autocalmante necesaria para repetir el ciclo al día siguiente.

Esta ha sido mi experiencia en la mayoría de los trabajos, y crea un ciclo diario de «azote y bálsamo», que propaga una epidemia de depresión, abuso de sustancias y un sentimiento fundamental de falta de sentido individual, a pesar de una compensación económica adecuada o buena. Es el resultado de la visión de una abundancia aplazada: nos persiguen los sueños de posibilidades colectivas que parecen inalcanzables. Pero en pensadores como Fisher surgen pistas sobre cómo superarlo. En Acid Communism, captura este malestar desde una perspectiva que se aleja de la rutina de la vida moderna:

La ansiedad y el sueño agotador de la vida cotidiana desde una perspectiva que flota junto a ella, por encima o más allá: ya sea la calle concurrida que se vislumbra desde la ventana alta de un dormilón, cuya cama se convierte en un bote de remos que se balancea suavemente; la niebla y la escarcha de un lunes por la mañana que reniega de una soleada tarde de domingo que no tiene por qué terminar; o las urgencias de los negocios desdeñadas con aire despreocupado desde el nido de un sinuoso edificio aristocrático, ahora ocupado por soñadores de clase trabajadora que nunca volverán a fichar.

La obra de Fisher, incluido su blog k-punk, fue un elemento básico de la blogosfera de principios de la década de 2000, antes de que ese espacio fuera absorbido por los recintos corporativos de los medios de comunicación en línea. Internet, que podría haber seguido siendo un vasto y poderoso espacio de información pública, ha sido secuestrado por las personas más estúpidas y tristes que existen, que solo ven su potencial como una herramienta para obtener beneficios infinitos. La inteligencia artificial está ensuciando nuestro lenguaje, nuestro arte y nuestra comprensión general del mundo, mientras que el avance tecnológico es cada vez más sinónimo de desempleo masivo, vigilancia y explotación laboral a través del desplazamiento y los «me gusta» sin fin. En el fondo, Florida se hunde y proliferan nuevas epidemias y contaminaciones.

¿No deberían las ruinas de las industrias abandonadas albergar algo mejor? ¿Un espacio mediático público? ¿Galerías de arte, salas de conciertos, teatros, estadios y campos deportivos? ¿Y si más gente pasara el día aprendiendo el guion de una obra de teatro, diseñando ropa o asistiendo a la obra en sí? ¿Y si la gente pudiera no hacer nada durante el tiempo suficiente para redescubrir qué tipo de trabajo nos resultaría realmente satisfactorio si estuviéramos completamente, al 100%, aburridos?

El pensamiento utópico a menudo denota falta de seriedad, especialmente en la izquierda, donde abundan los temores a la ingenuidad. Pero Acid Communism de Fisher nos recuerda que imaginar «cómo podrían ser las cosas» es un tónico vital contra la desesperación: «Las imágenes de gratificación (…) destruirían la sociedad que las reprime».

Fisher se basa en las ideas de Herbert Marcuse sobre por qué el arte no tiene el poder de representar la utopía o la «verdadera gratificación». Fisher afirma que el arte solo puede «medir nuestra distancia» entre el presente y la posibilidad de Red Plenty: en el desierto del realismo capitalista, representar lo utópico inundaría el paisaje árido en el que se suprime la imagen. Este proceso no sería el resultado de la violencia, sino de la gratificación: seguridad, prosperidad, abundancia, crecimiento real; un torrente de bienes públicos.

En Realismo capitalista, Fisher analizó la famosa película de 2006 Children of Men, una historia de ciencia ficción sobre un mundo que se enfrenta a una epidemia de esterilidad. La incapacidad de concebir hijos casi destruye a la humanidad, las escuelas primarias están inquietantemente vacías y desprovistas de las voces de los niños. La película sigue a la madre y tutora del primer niño nacido en décadas: es una poderosa narrativa mesiánica que ofrece una visión de renovación espiritual en una distopía que se parece cada vez más a nuestro mundo.

Fisher se adelantó a su tiempo y sintió más que nadie el dolor del mundo. Él mismo buscó la renovación en Acid Communism, y hay indicios de ello en sus últimas conferencias recopiladas en Postcapitalist Desire, editado por Matt Colquhoun. Muchos de nosotros desearíamos que el proyecto no hubiera quedado inconcluso. Pero ese es nuestro trabajo: el pensamiento de Fisher ha influido en muchos, y la antorcha ha sido llevada adelante en libros como Inventing the Future: Postcapitalism and a World Without Work y After Work: A History of the Home and the Fight for Free Time.

Uno de los temas clave de Acid Communism se refiere a la «estetización de la vida cotidiana», una forma de entrecerrar los ojos ante lo mundano, tratando de verlo como algo radicalmente diferente. No se trata de un pensamiento mágico, como The Secret, sino de una herramienta para combatir el derrotismo. Al reencantar lo cotidiano, podemos vislumbrar la utopía —la abundancia roja— y resistir la sofocante inevitabilidad del presente. Fisher nos desafió a ver la dignidad humana global como una fuerza que debe ser restringida, atada y sedada para mantener intacto el sistema actual. ¿Cómo podemos adentrarnos más en el reino de la razón psicodélica? Fisher nos puso en marcha con la pregunta: «¿Y si el éxito del neoliberalismo no fuera una indicación de la inevitabilidad del capitalismo, sino un testimonio de la magnitud de la amenaza que representa el espectro de una sociedad que podría ser libre?».

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