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Las investigaciones muestran cada vez más que el amor romántico —lejos de ser un simple vehículo del patriarcado— también puede ser un espacio de resistencia. (Andrej Ivanov / AFP vía Getty Images)

El amor todavía puede liberar

Traducción: Pedro Perucca

Que el amor esté atravesado por una sociedad patriarcal no significa que haya perdido su capacidad de transformarnos y, a través de nosotros, transformar el mundo que construimos.

Hace un par de semanas, una de nosotras (Evelina) asistió a un seminario con la jurista feminista Annica Rudman. Rudman, quien vive y trabaja en Sudáfrica desde hace dos décadas, y habló de un caso emblemático: Mary Sunday contra la República Federal de Nigeria. Sunday vivía en una región conocida por su patriarcado profundamente arraigado y por los niveles epidémicos de violencia doméstica contra las mujeres. Durante años, mantuvo una relación con un oficial de policía que la maltrataba rutinariamente. Una noche, disconforme con el guiso que ella había preparado, él le arrojó encima tanto la olla como la hornalla. Sunday sufrió quemaduras graves y perdió ambas orejas. Su lucha por la justicia se extendió durante años, mientras los tribunales se negaban a intervenir, insistiendo en que la violencia doméstica no era responsabilidad del Estado.

Historias como esta pueden despertar en nosotras —por irracional que parezca— el impulso de reunir a todas nuestras amigas y criaturas y huir a una isla sin hombres, una especie de Herland lejana. El prometido de Sunday es, por supuesto, personalmente responsable de su violencia. Pero sus acciones fueron posibilitadas y justificadas tanto por su comunidad como por el Estado. Y aunque las estructuras y normas patriarcales son más fuertes en algunas partes del mundo que en otras, el hogar sigue siendo el lugar más peligroso para las mujeres en gran parte del planeta. Incluso en Suecia —donde vivimos y donde un acto así casi con seguridad terminaría en una causa penal— la violencia de pareja está muy extendida. De hecho, pese a la reputación de Suecia como uno de los países más igualitarios del mundo, los estudios de la Unión Europea muestran que los niveles de violencia contra las mujeres son más altos que en muchas otras naciones europeas. Eso dice mucho sobre la persistencia y la ubicuidad de la violencia doméstica masculina contra las mujeres.

El poder del amor

Más allá del hecho de que los hombres tienen muchas más probabilidades de dañar gravemente a sus parejas que al revés, las mujeres siguen cargando con una parte desproporcionada del trabajo doméstico: tanto el visible, de las tareas del hogar, como el invisible, del cuidado emocional. Este trabajo se presenta —y se vive— con demasiada frecuencia como amor. Y en el amor, como señala la pensadora política feminista Anna Jónasdóttir, los hombres pueden explotar la capacidad femenina de amar, convirtiéndola en poder sobre ellas.

Por eso no sorprende que algunas mujeres miren el amor heterosexual con escepticismo. Tampoco sorprende que el feminismo haya cuestionado desde hace tiempo el valor de la pareja heterosexual —más recientemente, las abolicionistas de la familia—, preguntándose qué le ofrece realmente a las mujeres, si es que ofrece algo. Pero rechazar de plano la intimidad heterosexual es confundir la forma con el problema. La misoginia y las estructuras más amplias de dominación masculina no desaparecen por el simple hecho de negar la pareja heterosexual.

Las investigaciones muestran cada vez más que el amor romántico —lejos de ser un mero vehículo del patriarcado— también puede funcionar como un espacio de resistencia. Tiene el potencial de interrumpir los vínculos homosociales masculinos, desafiar los roles de género rígidos y fomentar una auténtica ética del cuidado mutuo. En lugar de rechazar la intimidad entre hombres y mujeres o verla únicamente a través del lente de la dominación patriarcal, la izquierda debería preguntarse cómo puede operar el amor mismo como una fuerza liberadora. Eso abre la puerta a un proyecto político que no suprima ni niegue los deseos y afectos que moldean la vida de la mayoría de las personas, sino que los involucre.

Intimidad y autonomía

En su artículo «El amor romántico es un motor subestimado de la igualdad de género», Alice Evans sostiene que cuando el amor es mutuo y equitativo puede convertirse en una herramienta poderosa para socavar la dominación patriarcal. En sociedades estructuradas en torno a la autoridad masculina —afirma—, el amor romántico ofrece un espacio poco común donde la autonomía femenina puede resistir el poder masculino mediante la responsabilidad compartida y el respeto genuino. Basándose en ejemplos históricos como el del químico Antoine Lavoisier y su esposa Marie-Anne Lavoisier, Evans muestra que las asociaciones basadas en la colaboración, más que en la jerarquía, pueden romper el molde de los roles de género tradicionales.

También critica las normas culturales —desde la piedad filial hasta las expectativas sociales más arraigadas— que siguen restringiendo la libertad de las mujeres y chocan con el ideal del amor igualitario. Si bien el amor romántico por sí solo no puede desmantelar el patriarcado, Evans insiste en que es una palanca crucial para modificar las dinámicas de poder en las relaciones íntimas. El amor, concluye, debe asumirse no como un mero sentimiento, sino como una práctica revolucionaria que exige que ambas partes desafíen las normas opresivas y cultiven un cuidado y una igualdad genuinos en el hogar.

Nuestro proyecto de investigación sobre experiencias de celibato e involuntario y soltería apunta en una dirección similar. Examina la realidad del celibato involuntario y la soltería en Suecia, indagando cómo las ideas sobre género, sexo, amor y vulnerabilidad moldean la forma en que las personas entienden su vida romántica y sexual. Combinando estudios de foros en línea, entrevistas y datos de encuestas, investiga tanto a la comunidad incel —conocida por fomentar la misoginia y actitudes pro-violencia— como las experiencias más cotidianas de celibato y soltería involuntaria entre hombres y mujeres de la población general.

El aislamiento alimenta el chauvinismo

En los foros incel, los hombres adoptan cada vez más visiones antifeministas. La soledad y la exclusión de las relaciones románticas o sexuales alimentan la hostilidad hacia las mujeres, que se endurece en un sentido tóxico de agravio. Pero como muestran Matteo Botto y Lucas Gottzén en su investigación sobre ex-incels, abandonar la burbuja en línea —conocer y salir con mujeres en la vida real— puede desmantelar esa ideología. El contacto con relaciones reales suele revelar el abismo entre las narrativas de la incelosfera y la realidad de las vidas de las mujeres, desafiando la visión distorsionada y resentida que esos foros cultivan. La lección es clara: el antifeminismo prospera no sólo en la malicia, sino en el aislamiento de género.

Nuestra encuesta respalda este hallazgo. La soltería involuntaria aparece asociada a un menor apoyo a la igualdad de género y a una mayor aceptación de la violencia de pareja, y algunos hombres solteros expresan sentimientos de enojo o actitudes antifeministas en las respuestas abiertas. En cambio, muchos hombres en pareja describen cómo su relación los ayudó a comprender las perspectivas de las mujeres y el valor de la igualdad de género. Como dijo uno: «Amo a mi esposa y quiero que sea tan feliz como yo».

Las mujeres suelen contar otra historia. Muchas relatan experiencias de violencia, control e inequidad en sus relaciones, y algunas dicen que prefieren estar solas antes que en una relación que no les funcione. Como escribió una: «Tener que ser la madre, la terapeuta y la asistente de tu pareja no es sostenible». Para las mujeres, las relaciones son a menudo el lugar donde las desigualdades y las normas de género se vuelven más visibles, pero también donde crece su comprensión de las perspectivas y desafíos de los hombres, y donde la igualdad, el apoyo mutuo y el amor pueden prosperar.

Entonces, ¿qué hacemos con todo esto? El amor heterosexual suele reflejar —y reforzar— la violencia, la explotación y el cuidado desigual. Sin embargo, también encierra un potencial transformador. Cuando el amor se convierte en un proyecto mutuo y liberador, en lugar de una herramienta de control, puede desafiar las dinámicas patriarcales. La intimidad, aunque arriesgada, puede enfrentarnos a la humanidad completa del otro y empujar a una renegociación del poder y la responsabilidad. El objetivo no es abolir ni romantizar la pareja, sino reinventarla como un espacio donde nuestros deseos íntimos no alimenten la dominación ni el agotamiento, sino la libertad y la igualdad.

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Publicado en Artículos, Feminismo, Géneros, homeCentroPrincipal, Ideas, Política and Sociedad

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