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El yate de Marc Zuckerberg, Launchpad, en Raiatea, Polinesia Francesa. (Sylvain Lefevre / Getty Images)

La suerte no debería determinar nuestro destino

Traducción: Pedro Perucca

Los socialistas aceptan que cierto grado de desigualdad puede ser inevitable en una sociedad compleja. Pero hay un tipo de desigualdad que es intolerable: aquella en la que los recursos se distribuyen según factores que los individuos no pueden controlar.

Se dice que al momento de su muerte, en la década de 1890, el anarquista italiano Carlo Cafiero, estaba «enloquecido, obsesionado con la idea de que podría estar consumiendo más sol de lo que le correspondía».

Esa historia, probablemente apócrifa, ilustra vívidamente la forma en que podría verse la izquierda igualitaria desde una perspectiva poco comprensiva. En esta imagen, los izquierdistas aparecen como obsesionados con la nivelación, por el simple hecho de nivelar. Después de todo, ¿por qué sería tan malo que algunas personas tengan un poco más que otras?

En realidad, los mejores pensadores de la izquierda reflexionaron profundamente sobre la cuestión de la desigualdad. La mayoría de los socialistas creen que un cierto grado de desigualdad es inevitable. Las preguntas son cuánta desigualdad es tolerable y qué tipo de desigualdad permitiría la mejor forma de sociedad.

Algunos filósofos de izquierda no se preocupan por la desigualdad en sí misma. Estos pensadores, llamados «suficientaristas», como Harry Frankfurt, sostienen que, siempre que todos tengan un mínimo suficiente, no importa realmente que otras personas obtengan más, incluso mucho más.

Pero para la mayoría de nosotros, si somos sinceros, la desigualdad tiene algo moralmente preocupante, incluso aunque todo el mundo parta de un mínimo razonable. En términos concretos, bajo el capitalismo, resulta problemático que incluso los trabajadores de Amazon que tienen empleos decentes tengan que planificar cuidadosamente y ahorrar para sus vacaciones, mientras que su jefe recientemente pudo enviar a su prometida a un vuelo espacial privado. Incluso si pudiéramos resolver el hecho de que el capitalismo mantiene a parte de la población en una situación de pobreza extrema, durmiendo bajo los puentes o en bancos de los parques, esta enorme brecha en cuanto a privilegios y recursos seguiría constituyendo una violación moral.

Sin embargo, reconocemos que en una sociedad altamente compleja no todo el mundo tendrá exactamente los mismos recursos. Entonces, ¿dónde trazamos la línea? Quizás no haya mejor guía para este tema que el difunto filósofo analítico marxista G. A. Cohen. Desarrolló sus opiniones de manera rigurosamente académica en artículos como «On the Currency of Egalitarian Justice» (Sobre la moneda de la justicia igualitaria) y de manera más accesible en su breve libro Why Not Socialism? (¿Por qué no el socialismo?).

Para Cohen, el tipo de desigualdad que en última instancia es objetable no es la desigualdad de ventajas en sí misma, sino la desigualdad de acceso a las ventajas.

Imaginemos un mundo futuro en el que hayamos colectivizado la producción y eliminando la explotación motivada por el lucro que organiza el trabajo bajo el capitalismo. Ahora imaginemos que una persona, por su propia voluntad, trabaja muchas horas y de forma intensiva, mientras que otra, también por su propia voluntad, hace lo mínimo indispensable. Supongamos que ambos tienen un nivel de vida perfectamente razonable en general. Ambos viven en casas agradables y cómodas. No debería ofender nuestra sensibilidad igualitaria que la primera persona tenga ingresos adicionales para construir un deck fuera de su casa y la segunda persona no.

En este escenario, ambos trabajadores tienen el mismo acceso a las ventajas. Simplemente eligen aprovechar ese acceso de manera diferente. Quizás el segundo trabajador opta por pasar más tiempo con su familia en lugar de construir un deck. La diferencia en sus resultados no nos molesta en absoluto. Incluso si la segunda persona está tomando decisiones mucho más dudosas que esa, no hay una gran injusticia aquí si realmente se trata de una elección libre.

Cohen llama a su punto de vista «igualitarismo de la suerte». Piensa que las desigualdades son objetables cuando están fuera del control de quien sale perdiendo. La sociedad ideal eliminaría las desigualdades que no se pueden cambiar.

Curiosamente, los conservadores parecen estar de acuerdo con este punto de vista hasta cierto punto, o de lo contrario no dedicarían tanto tiempo a justificar las desigualdades del capitalismo con discursos sobre la recompensa del trabajo duro. Pero, ¿qué pasa con todos los casos en los que las relaciones de propiedad capitalistas generan desigualdades que no tienen nada que ver con el trabajo duro? Bajo el capitalismo, un hijo puede heredar el negocio de su padre (o suficiente dinero de su padre para iniciar un nuevo negocio) como un rey que hereda su trono. Alguien que haya nacido en circunstancias peores podría ser capaz de abrirse camino en la estructura de clases para convertirse en propietario de un negocio, pero le resultará mucho más difícil que a alguien con una gran herencia. Es cierto que la segunda persona no está tan desfavorecida como un siervo o un esclavo que no tiene ninguna posibilidad de movilidad social. Pero ellos y el hijo del capitalista ciertamente no tienen el mismo acceso a esa ventaja.

Incluso si damos por sentado que la movilidad social para los hijos de la clase trabajadora siempre es posible —lo cual, francamente, no deberíamos hacer—, sigue quedando planteada la cuestión de qué personas ascienden en la escala social. Muchas de las escaleras más prometedoras para salir de la clase trabajadora están relacionadas con la educación superior y la obtención de títulos. Pero las capacidades académicas, al igual que las capacidades físicas, están distribuidas de forma desigual entre la población.

Una sociedad en la que la única forma de alcanzar un estilo de vida de clase media fuera ganarse un lugar en una casta guerrera mediante una prueba de combate sería injusta para las personas que son físicamente más pequeñas o más débiles, sin que ello sea culpa suya. Del mismo modo, es injusto que las pocas vías de escape de la clase trabajadora tiendan a estar vinculadas a aptitudes académicas distribuidas de forma desigual.

En igualdad de condiciones, deberíamos intentar erradicar las desigualdades que son cuestión de suerte, ya sea la suerte de nacer en una familia determinada o la suerte de tener unos talentos innatos.

La cuestión no es que podamos lograr una justicia perfecta en materia de igualdad de suerte. Las compensaciones entre valores contrapuestos son reales. Pero podemos tomar la igualdad de suerte como nuestra estrella polar en nuestra lucha por una sociedad más igualitaria. Y una vez que nos hayamos orientado en esa dirección, deberíamos ser capaces de ver lo abismal que es nuestro punto de partida bajo el capitalismo. 

Cada vez que aceptamos desigualdades sobre las que los más desfavorecidos no pueden hacer nada, estamos aceptando un grado de injusticia. Eso siempre debería dejarnos un mal sabor de boca, sea cual sea la compensación con otros valores. Y las enormes desigualdades inherentes al capitalismo van mucho más allá del ámbito de las compensaciones dolorosas. Esta es una sociedad en la que las personas que trabajan largas jornadas en plantas de envasado de carne entran en pánico cuando se les avería el coche porque no saben cómo van a poder permitirse uno nuevo y, mientras tanto, Mark Zuckerberg tiene un superyate de 390 pies llamado Launchpad, cuyo mantenimiento cuesta 30 millones de dólares al año y que viene con un «yate de apoyo» independiente llamado Wingman

Tanto si alcanzamos nuestra estrella polar como si no lo hacemos, lo que está claro es que no tenemos porqué aguantar esto.

 

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Publicado en Artículos, Derechos, Desigualdad, Economía, homeCentroPrincipal, Ideas, Política and Sociedad

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