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Ilustración de Gaetano Bresci durante su traslado desde la prisión al Tribunal Penal de Italia, ca. 1900. (Fototeca Gilardi / Getty Images)

Antes de Luigi Mangione estuvo Gaetano Bresci

Traducción: Florencia Oroz

Gaetano Bresci fue un anarquista que en 1900, a sus 30 años, asesinó al rey de Italia. La prensa oficial lo tildó de loco, pero muchos italianos de a pie consideraron que sus actos eran una venganza justificada por la sangrienta represión estatal de las protestas obreras.

Incluso antes de que la policía detuviera a Luigi Mangione, los usuarios de Tik Tok le habían puesto un apodo al presunto asesino del director ejecutivo de UnitedHealthcare, Brian Thompson: «el ajustador». La etiqueta hace referencia a los ajustadores de seguros que evalúan las reclamaciones para determinar la responsabilidad y negociar los acuerdos. El juego de palabras apunta a la intensa ira que muchos estadounidenses sienten hacia un sistema sanitario que parece más preocupado por generar beneficios que por salvar y mejorar vidas. Ahora, por fin, parecía que alguien estaba tomando medidas para equilibrar la balanza.

El término y el acto que lo inspiró están estrechamente ligados a nuestro momento actual. Sin embargo, también se inscriben en una tradición histórica, la del giustiziere [justiciero] o «vengador», que se remonta al siglo XIX. El ejemplo más emblemático es Gaetano Bresci, un tejedor de seda de treinta años de edad que asesinó al rey de Italia, Umberto I, el 29 de julio de 1900.

Ese día, cuando el rey estaba a punto de partir del Parco Reale de Monza, una ciudad cercana a Milán, donde había presidido un concurso de gimnasia, Bresci le disparó tres veces. El rey murió en cuestión de minutos. Bresci, que había nacido en la Toscana y se había trasladado posteriormente a Paterson, Nueva Jersey, había regresado a Italia en la primavera de 1900. Asesinó al rey como castigo por haber firmado un decreto que imponía la ley marcial para sofocar las protestas de mayo de 1898 en Milán contra el aumento de los precios de los alimentos, antes de otorgar las más altas honores militares de Italia al general que ordenó disparar metralla contra los manifestantes desarmados, matando a cientos de personas. La respuesta letal del Gobierno fue la última de una serie de medidas represivas destinadas a frustrar los esfuerzos de los trabajadores industriales y agrícolas por luchar contra la explotación económica y forzar su entrada en un proceso político que los había excluido durante mucho tiempo y había ignorado sus intereses.

El nacimiento de un anarquista

Bresci, el menor de cuatro hermanos, nació en la localidad de Coiano, cerca de Prato, el 11 de noviembre de 1869. La familia Bresci vivía en condiciones precarias. A los once años, Gaetano comenzó a trabajar como aprendiz en la floreciente industria de la seda de Prato. A los quince años ya era un tejedor de seda cualificado y miembro activo del grupo anarquista de Prato. La conversión de Bresci al anarquismo fue consecuencia de la pobreza que él y su familia habían sufrido, lo que generó resentimiento hacia el orden social italiano.

La explotación que observó y experimentó de primera mano como trabajador de una fábrica no hizo más que aumentar su resentimiento. La hostilidad hacia el sistema que consideraba responsable de su sufrimiento y el de los demás se tradujo en una conciencia política abierta gracias al contacto directo con los artesanos y trabajadores anarquistas de Prato, donde el movimiento contaba con un número considerable de seguidores. Su voluntad de defender a quienes consideraba víctimas de la explotación y la autoridad arbitraria le llevó a participar activamente en huelgas, a ser encarcelado por defender a sus compañeros de trabajo de la brutalidad policial y, finalmente, al exilio interno en una remota isla frente a la costa de Sicilia.

Junto con muchos de sus compañeros, Bresci salió de estas experiencias como un militante más decidido y comprometido. Tras su liberación, emigró a Estados Unidos, llegando a Nueva York el 29 de enero de 1898. Poco después se trasladó a Paterson, donde se unió a unos diez mil italianos empleados en las fábricas de seda y tintorerías de la ciudad. Además de su próspera industria de la seda, Paterson contaba en aquella época con el mayor porcentaje de anarquistas declarados y simpatizantes del anarquismo de Estados Unidos y posiblemente del mundo.

Bresci acabó encontrando trabajo como decorador cualificado en una fábrica de seda de Paterson, con un salario relativamente bueno de catorce dólares a la semana. Se adaptó fácilmente a su nuevo entorno y, en poco tiempo, se casó y fue padre. Poco antes de regresar a Italia, su esposa quedó embarazada de su segundo hijo.

Bresci no era ni un loco ni un terrorista. No daba muestras de tener la capacidad de cometer un asesinato político. Al contrario, según cualquier criterio externo, llevaba una vida normal, económicamente cómoda y emocionalmente segura, en un entorno estable y con una familia que lo quería. Sin duda sabía que asesinar al rey Umberto (o fracasar en el intento) era una misión suicida. Sin embargo, estaba dispuesto no solo a sacrificar su propia vida, sino también a arriesgarse a las terribles consecuencias que sin duda recaerían sobre toda su familia. Su disposición a sacrificar tanto era obviamente el resultado de su compromiso de vengar las injusticias cometidas por el rey Umberto y el gobierno italiano.

Tras enterarse por los periódicos de que el rey tenía previsto viajar a Monza, Bresci pasó dos días reconociendo el lugar. Decidió que el mejor momento para actuar sería al término de las festividades. La noche antes de la competición de gimnasia, limpió su revólver y cortó cruces en las balas de plomo con unas tijeras para aumentar su letalidad. El día del fatídico encuentro, Bresci salió de su hotel alrededor del mediodía y se detuvo primero en una heladería para tomar un helado; media hora más tarde, se sentó en una mesa al aire libre del Caffè del Vapore y pidió el almuerzo. Se dedicó a pasear por la ciudad para pasar el tiempo y volvió a la heladería cuatro veces más.

Al anochecer, Bresci entró en el parque real. Tenía la intención de situarse junto a la carretera por la que entraría el rey, pero la multitud era tan densa que fue empujado hacia el centro de la actividad. Por suerte (para Bresci), se encontraba ahora a menos de tres metros del lugar donde se detendría el carruaje del rey. Con tres balas bien apuntadas, alcanzó su objetivo.

Ni loco ni conspirador

Los carabinieri, ayudados por miembros del público, rodearon inmediatamente a Bresci y se lo llevaron. Se llevó a cabo una larga investigación, durante la cual las autoridades italianas y estadounidenses trabajaron diligentemente, pero sin éxito, para demostrar que Bresci formaba parte de una conspiración. No encontraron pruebas de que hubiera actuado en connivencia con nadie más y fue juzgado por asesinato. Fue declarado culpable y condenado a la pena máxima, que, al no existir la pena de muerte en Italia, era la cadena perpetua.

En la opinión pública, las reacciones fueron variadas. Los partidarios de ambos lados del Atlántico veían a Bresci como un verdugo noble, puro y desinteresado que había hecho justicia a las víctimas de la violencia estatal. En Italia, durante las semanas y meses posteriores al asesinato, el grito «Viva Bresci» resonó en todo tipo de reuniones públicas y se pintó en las paredes de todo el país. Según algunas fuentes, cerca de 2700 personas —solo unas pocas de ellas anarquistas, pertenecientes a todas las clases sociales, desde campesinos, artesanos y comerciantes hasta sacerdotes, soldados e incluso algunos aristócratas— fueron juzgadas por expresar su apoyo a Bresci de una forma u otra.

Por el contrario, los líderes del Partito Socialista Italiano (PSI), fundado en 1892, que buscaban legitimidad política participando en el sistema parlamentario, se distanciaron del regicidio. Otros vilipendiaron a Bresci como un terrorista que había asesinado a un buen hombre y buscaba desestabilizar la sociedad. Bresci refutó esta acusación, alegando que había una diferencia entre la violencia perpetrada contra individuos y los actos de represalia contra un orden social opresivo.

Cuando los interrogadores le preguntaron por qué había matado a Umberto, respondió: «Yo no he matado a Umberto, he matado al rey», disociando así la posición oficial de su objetivo del hombre de carne y hueso que la ocupaba. Manifestó la misma determinación y sangre fría en todas las etapas de su calvario, que finalmente culminó con su asesinato a manos de los guardias de la prisión en 1901.

Hacer que el cambio pacífico funcione

Aunque están separados por más de un siglo, la respuesta de Gaetano Bresci a sus interrogadores, en la que proporcionó una justificación política para su acto de violencia, resuena en el manifiesto de Luigi Mangione. Al criticar el sistema sanitario estadounidense que, según él, ha obtenido enormes beneficios a costa del bienestar de los estadounidenses de a pie, Mangione no mató a Brian Thompson para, en palabras del fiscal del distrito de Manhattan, «sembrar el miedo» entre la población. Disparó al director ejecutivo de UnitedHealthcare para vengarse de una persona en el poder responsable del sufrimiento y la muerte de muchas personas. Para Mangione, «esos parásitos se lo tenían merecido».

Sin duda hay diferencias importantes entre la Italia de Bresci y los Estados Unidos de Mangione. A finales del siglo XIX, en Italia, el derecho al voto solo se extendía a los hombres de clase media y alta, y las restricciones a la libertad de expresión, de prensa, de asociación y de sindicación limitaban severamente las vías disponibles para la protesta pacífica. Esto no es lo mismo que en los Estados Unidos contemporáneos. Sin embargo, a pesar de estas diferencias, los atentados perpetrados por Bresci y Mangione tienen los mismos objetivos: las élites indiferentes al sufrimiento humano y un sistema político en el que todos los partidos dominantes están en deuda con los intereses económicos.

La forma de evitar que se repita este tipo de violencia política no es aumentando la vigilancia y la represión, sino fomentando alternativas democráticas para lograr un cambio real por medios pacíficos.

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