El artículo que sigue es una reseña de Mau, Søren (2022) Mute Compulsion. A Marxist Theory of the Economic Power of Capital, Londres y Nueva York: Verso. [trad. cast. (2024) Coacción muda. Una teoría marxista del poder económico del capital, Verso Libros]
Es habitual que escuchemos hablar del «poder económico» en las discusiones políticas latinoamericanas. Generalmente, la expresión se refiere a un poder «ejercido por los ricos», al poder del capital más concentrado para influir en los medios de comunicación, la opinión pública e incluso la dinámica de los mercados. Esta personalización del poder económico da la impresión de que omite el carácter estructural, sordo, de la dominación del capital. Una dominación abstracta y anónima que no se reduce al poder inmediato de la clase dominante. Una clase de poder que no siempre es ejercido por personas. El capital es, después de todo, una férula social abstracta que se impone a gobiernos y actores sociales (incluidas las clases dominantes), que secuestra la dimensión política de lo social y que constriñe las posibilidades históricas de la acción colectiva.
Coacción muda, de Søren Mau, es un estudio sobre la ontología social del poder económico. Síntesis excepcional de claridad analítica, honestidad intelectual y compromiso militante, este libro propone lo que podríamos llamar un giro metabólico en las nuevas lecturas de Marx. Mau sitúa la lógica del capital en las condiciones marco de una ontología social orientada en términos materialistas. No intenta derivar todas las categorías objetivas y subjetivas de la sociedad burguesa desde el plexo de relaciones internas gobernadas por el capital como sujeto. En cambio, emplaza la dinámica del capital como una propiedad emergente del sistema abierto y complejo de la sociedad, con sus condiciones de existencia biológicas y biosféricas. Sobre esa base, hace varias aclaraciones importantes sobre lo que significa el poder del capital, una forma de dominio impersonal, anónimo y ciego que no se identifica con la violencia ni con la ideología.
El capital, para Mau, tiene su mecanismo específico de dominación en la subsunción del metabolismo social encarnado, esto es, en el control que ejerce sobre las condiciones materiales de reproducción de la sociedad de conjunto y de la clase trabajadora en particular. No se dirige a las personas directamente, bajo los mecanismos más explícitos de la violencia física o la interpelación ideológica. Ejerce —y esta es su especificidad como lógica social— un poder económico que asume la forma de coacción muda.
Sobre la base del «giro metabólico» inicial, Mau extrae una serie de consecuencias muy originales en términos teóricos. Esboza una concepción marxista del cuerpo humano que le permite explicar cómo la lógica del capital se realiza en el mundo material. Conceptualiza la subsunción de la naturaleza bajo la dinámica de la valorización y explica la relación entre la dominación de clase (la sumisión de los proletarios a los burgueses) y la dominación impersonal del capital (la sumisión de todos a una lógica social alienada).
Su trabajo tiene implicancias para el debate político-estratégico y brinda herramientas para repensar la relación entre crisis, acumulación, reforma y revolución bajo nuevas coordenadas. Mau, como trataré de mostrar, es un interlocutor interesante para la crítica latinoamericana del extractivismo y el desarrollismo, pero también aporta algunas advertencias sobre el carácter disciplinador de la crisis del capital.
La lógica del capital y sus condiciones de posibilidad ontológicas
Podemos decir que en la obra madura de Marx coexisten dos lógicas argumentales o dos métodos expositivos. No me refiero al proceso de investigación realizado por el filósofo de Tréveris, sino a la manera como estructura los encadenamientos conceptuales en una forma de exposición [Darstellung] completa y sistemática. Les voy a llamar la lógica de la derivación y la lógica de la subsunción.
La lógica de la derivación explica cómo se encadenan dialécticamente las categorías sociales capitalistas en una totalidad sincrónica. Cuando empezamos a leer El capital, encontramos una forma celular simple, la mercancía. Marx despliega entonces las presuposiciones estructurales-formales de lo que significa el capitalismo como sociedad productora de mercancías, como sociedad en la que la forma dominante de la riqueza es la mercancía. La progresión categorial, que se despliega a través de las formas del valor, el fetichismo y luego el concepto de capital, es una larga explicitación de lo implícito en ese comienzo celular simple que es la mercancía.
Marx se pregunta «¿qué debe ser el caso si la mercancía es la forma general de los productos del trabajo? (…) Y entonces deriva los conceptos fundamentales y la estructura del análisis» (p. 13). Este movimiento tiene la forma categorial de la derivación dialéctica o presuposición retroductiva. Se avanza desde categorías más simples (como la mercancía) hasta otras más complejas (el capital, la explotación, pero también el intercambio entre ramas diferentes de la producción y la creación de una tasa media de ganancia). Al final, sin embargo, comprendemos que las categorías más complejas estaban ya presupuestas en la exposición de las más simples.
El concepto de capital remite a una totalidad social estructurada por relaciones internas (constitutivas de los términos relacionados), que no admiten una comprensión aditiva desde átomos simples o módulos discretos. Cuando empezamos con la mercancía como forma celular del producto, todo el sistema social del capital está implícito en esa determinación inicial. El método de la derivación se encarga de mostrar las conexiones internas de la lógica del capital como totalidad sistemática. Se trata, como dice Chris Arthur, de una dialéctica sincrónica antes que histórico-evolutiva, que recompone la articulación interna entre categorías sociales como el valor, la mercancía, el capital y el trabajo abstracto. Esas categorías componen la forma dominante del vínculo social en la modernidad realmente existente. Reponer su concatenación interna es importante para entender cómo se organizan los procesos objetivos y subjetivos de nuestro tiempo.
El método de la derivación lleva a una reconstrucción modélica de lo que significa la dinámica del capital «en su promedio ideal». Capta la esencia o estructura formal históricamente determinada de esta lógica social, que no existió en épocas históricas previas y que probablemente deje de existir en el futuro. Como aclara el propio Marx, este método de exposición dialéctico es correcto «solo cuando conoce sus límites» (citado por Mau, p. 15). La lógica de la derivación no puede agotar la estructura argumental de la crítica de la economía política. Después de todo, el capital no creó a la sociedad (ni siquiera a la sociedad capitalista), y su lógica social, recursiva y cerrada como es, debe implantarse en un medio no puro, que no se deja reducir al juego de mediaciones de una dialéctica sincrónica.
Entonces aparece un segundo método expositivo marxista, que podemos llamar el método de la subsunción. Este método es necesario para explicar cómo la lógica del capital se realiza en un mundo material que no está, simplemente, gobernado en todos sus resquicios por esa propia lógica.
Marx deriva esencialmente todos los conceptos básicos de su crítica de la economía política del supuesto del intercambio generalizado de mercancías. Lo que muchos comentaristas no advierten es que Marx también se basa en ciertos presupuestos socio-ontológicos a la hora de construir dialécticamente su sistema. Consideremos, por ejemplo, el papel de la duración «natural» de la jornada laboral (es decir, el hecho de que los seres humanos necesitan dormir) o la base «natural» de la plusvalía (es decir, la capacidad humana de producir más de lo necesario para la reproducción del individuo). Se trata de dos hechos bastante significativos, y ambos desempeñan un papel importante en la progresión conceptual de El Capital. Sin embargo, ninguno de ellos puede derivarse de las estructuras históricamente específicas de la sociedad capitalista. Ellas son, más bien, características de las sociedades humanas como tales (p. 14-15).
El método expositivo de la crítica de la economía política, en otras palabras, incluye también una segunda clase de presupuestos, irreductibles a la dialéctica sincrónica de una lógica social autonomizada cuyo centro es el capital. El paradigma o modelo conceptual de este segundo método no lo encontramos en la teoría de la forma valor y el fetichismo de la mercancía, sino en el capítulo sobre la duración de la jornada laboral. Ahí vemos a un Marx mucho más empírico y menos lógico, que no opera por derivaciones dialécticas bajo el método de la progresión hacia las presuposiciones. El Marx de la jornada laboral se pregunta cómo existe la lógica del capital en un mundo social e incluso biológico que no es un momento del capital, que se le enfrenta con autonomía ontológica, que porta sus propias potencias y constricciones dinámicas.
La sociedad es, para Mau, un sistema abierto: un ensamblaje de dinámicas heterogéneas, implantadas en el mundo natural, que no admiten una reconstrucción dialéctica sistemática. Mau discute el prejuicio «relacionista» en la ontología social marxista. Si todos los elementos de una sociedad dependieran de sus relaciones con otros elementos, entonces la sociedad sería un sistema posicional cerrado, al modo del sistema de la lengua estudiado por la lingüística estructural. Efectivamente, hay relaciones internas entre algunas categorías sociales como el valor, el trabajo y la mercancía. Pero el sistema de relaciones internas del capital se realiza en el contexto abierto del metabolismo social encarnado, pletórico de determinaciones irreductibles a una presentación dialéctica unitaria, o a cualquier otra lógica posicional cerrada.
La afirmación de que todo es lo que es en virtud de su relación con todo lo demás conduce a consecuencias absurdas; si muevo el libro que tengo delante dos centímetros, su relación (espacial) con todo lo demás ha cambiado, con la consecuencia de que todo se ha convertido literalmente en algo nuevo debido a ese cambio (pp. 74-75).
El método de la subsunción, en síntesis, es necesario para explicar cómo el capital se realiza en un mundo que le es parcialmente externo, que no se identifica con su lógica social. Para reconstruir adecuadamente la lógica del capital, entonces, es necesario dar «un paso atrás ontológico» y preguntarse: ¿cómo es posible que exista esta lógica social en primer lugar?
La necesidad de una ontología social del poder económico
¿Qué características genéricas de la existencia humana nos vuelven seres «susceptibles de dominación»? ¿Cuáles son las precondiciones de la explotación, la desigualdad de clase y la dominación abstracta del capital? Estas preguntas nos sitúan en el dominio de la ontología social. Mau emplea el vocablo ontología en un sentido deflacionario, mínimo y, podemos decir, regional. No se refiere a la ontología fundamental propia de una filosofía primera, sino a las condiciones generales de la existencia social como dominio de objetos o entes específico.
Discute acá con dos grandes marcos conceptuales heredados: el materialismo histórico y las teorías de la forma valor. El primero se basa en una ontología filosófica general —el materialismo dialéctico— cuya aplicación a la vida social daría por resultado una teoría general de la historia (el materialismo histórico). Esta filosofía, al menos en sus versiones ortodoxas, tiene muchos problemas, como el determinismo de las fuerzas productivas (p. 71), la construcción de una filosofía de la historia progresiva de implicancias eurocéntricas, etc.
Las teorías de la forma valor desarrolladas en las últimas décadas, por su parte, se caracterizan por el rechazo de todo planteo ontológico y la insistencia en la especificidad histórica de las categorías sociales del capital. Estas corrientes han hecho aportes indispensables para la discusión con el materialismo histórico heredado. Sin embargo, también son problemáticas porque, en los términos puestos más arriba, no son capaces de pasar adecuadamente del método de la derivación al de la subsunción. Se limitan, por lo general, a reponer las conexiones internas a las formas sociales del valor y el capital, lo que limita las potencias analíticas de todo el aparato categorial.
La decidida ruptura con el materialismo histórico ortodoxo era necesaria e importante. Sin embargo, también es inadecuado insistir simplemente en que todas las categorías de la crítica de la economía política solo son válidas en relación con el modo de producción capitalista. En su afán por subrayar la historicidad de los conceptos de Marx, los teóricos de la forma-valor tienden a descuidar la ontología social, pero no hay salida; la idea misma de que algo es históricamente específico presupone un concepto de aquello que no es históricamente específico (p. 72).
Es necesario, entonces, considerar tanto las particularidades estructurales del capital en cuanto forma históricamente determinada, como presentar las condiciones ontológicas generales y transhistóricas de la existencia social como tal.
Dominación metabólica
A la hora de pensar el poder, la tradición marxista se detuvo en dos conceptos fundamentales: la violencia y la ideología (p. 4). Pero existe una tercera forma de poder, irreductible a las dos anteriores, que opera directamente sobre el metabolismo social e indirectamente sobre los sujetos. Es evidente que los mecanismos de la coerción física y la ideología son indispensables para la reproducción de la sociedad de conjunto. Estos mecanismos operan sobre los sujetos para facilitar su docilidad a la dinámica social imperante.
Pero la coacción muda del capital no interpela ni reprime directamente a las personas. Ejerce su poder sobre el metabolismo social antes que sobre los sujetos. Mau propone una teoría marxista del cuerpo como punto de partida de la ontología social del poder económico. El metabolismo humano es ontológicamente dependiente de herramientas extrasomáticas, separables del propio cuerpo, que son concebidas y fabricadas en relación con las demandas colectivas del proceso social.
Lo importante del uso humano de herramientas es que es necesario. Los humanos no utilizan herramientas simplemente porque les resulte cómodo, sino porque dependen de ellas. Como ya he señalado, otros animales también utilizan herramientas, pero no se acercan a la complejidad y la escala de las herramientas humanas. pero no se acercan a la complejidad y escala de las herramientas humanas (p. 97, cursivas originales).
Marx se refiere a las herramientas como órganos del cuerpo humano. Los seres humanos dependemos de estos órganos para reproducir y sostener nuestro metabolismo. «Al igual que los pulmones, las herramientas son una parte del cuerpo humano, una parte necesaria del metabolismo específicamente humano» (p. 98). Estos órganos artificiales no corresponden, sin embargo, al cuerpo individual. Primero, son constituidos socialmente en relación con las maneras como está estructurado el proceso de trabajo en un momento y lugar dados. El cuerpo humano no puede regular su metabolismo en soledad: depende de la división del trabajo, la estrategia de reproducción ambiental de la sociedad dada y el «paquete instrumental» implicado por esa estrategia (Malm citado en p. 99). El cuerpo individual, entonces, se reproduce en la medida en que participa del metabolismo social general e integra, en su trabajo, las herramientas propias del proceso social colectivo.
Estas determinaciones generales de la existencia humana, esta ontología del metabolismo social, no corresponden, de vuelta, a una filosofía primera. Se trata de hechos empíricos cargados de contingencias, que requieren en parte una explicación en términos de la historia evolutiva de la especie, en donde la sociabilidad compleja, el bipedalismo, el desarrollo cerebral y la construcción de órganos extrasomáticos se condicionaron recíprocamente.
A partir de esas contingencias sedimentadas de la historia natural, la existencia humana adopta rasgos transindividuales, siguiendo a Gilbert Simondon y Etienne Balibar. «Ya en el nivel de su “organización corporal”, los individuos humanos están atrapados en una red de relaciones sociales que median su acceso a las condiciones de su reproducción» (p. 100). El cuerpo humano es a la vez individual y relacional, difuso e interdependiente. Su metabolismo encarnado está mediado en forma dual: por el uso de herramientas y por las relaciones sociales.
Los seres humanos estamos «biológicamente subdeterminados», en cuanto podemos realizar nuestro metabolismo corporal de múltiples formas, siguiendo arreglos diferentes que deben determinarse en el forma social. Necesidades biológicas como la alimentación o el abrigo pueden realizarse en sociedades agrícolas o cazadoras-recolectoras, en formatos sedentarios o nómades, en pequeñas comunas campesinas o grandes ciudades modernas, etc. Nuestra existencia como seres naturales no implica metas sustantivas naturalizadas que puedan fijarse de antemano. La forma de organización del metabolismo humano es abierta, contingente y debe definirse cada vez en el nivel específico de la dinámica social.
Esa dinámica se realiza en el mundo biológico (no pertenece a un dominio separado del ser), pero la manera como se actualiza está biológicamente subdeterminada. Lo social refiere al carácter plástico, abierto, no predeterminado del metabolismo humano, organizado bajo las mediaciones de la cooperación organizada y la fabricación de herramientras.
El capital opera como coacción económica cuando subordina, precisamente, el metabolismo social, secuestrando la dimensión política de la existencia humana encarnada. La capacidad de los seres humanos para producir un excedente económico, así como la dependencia de herramientas extrasomáticas necesarias para la reproducción social, son las dos condiciones-marco que hacen posible la dominación de clase en general, y la dominación del capital en particular.
Los humanos, como «hacedores de herramientas sociales», podemos vernos corporalmente separados de nuestras condiciones materiales de reproducción. Padecemos una particular fragilidad ontológica que puede ser explotada política y socialmente. «La porosidad del ser humano hace que este peculiar animal sea extremadamente susceptible a las relaciones de propiedad» (p. 128). Al insertarse entre el cuerpo humano y sus condiciones materiales de existencia, el poder económico domina a las personas indirectamente, mediante el control de sus entornos y órganos de vida, sin necesidad de apresar a los individuos de manera explícita y directa.
Una condición fundamental del modo de producción capitalista [es] la separación radical entre la vida y sus condiciones, que permite al capital insertarse como mediador entre ellas (…) La valorización del valor se inyecta en el metabolismo humano, haciendo de la reproducción del capital la condición de la reproducción de la vida (p. 132).
Con esto llegamos, desde mi punto de vista, al corazón del argumento de Mau: el capital es una forma de dominación metabólica que se inserta en la intersección entre la vida humana y sus condiciones materiales de posibilidad. No se dirige a los sujetos de manera directa (sea por la violencia o por la ideología). Subordina el proceso de reproducción social y ejerce sobre las personas una coacción indirecta. El capital gobierna, entonces, la relación entre la vida y sus condiciones de subsistencia, estructura un tipo de dominación que no aparece como inmediatamente político y que se dirige a los sujetos, fundamentalmente, a través del control de su entorno vital.
Dominación vertical y horizontal
Hasta acá repuse el pensamiento de Mau con escasas referencias a las clases sociales. Ahora podemos referirnos al vínculo entre lo que Mau, siguiendo a Robert Brenner, llama relaciones sociales horizontales y verticales. Las primeras se dan entre empresarios, por un lado, y entre trabajadores, por el otro. Remiten, al fin, a la dominación de todas las personas por el mecanismo alienado de la valorización del valor. La dominación vertical, en cambio, se da entre explotadores y explotados.
¿Cuál de los dos formas de dominación es más originaria? ¿Es la clase una forma de manifestación del valor y el capital? ¿O, por el contrario, es la dominación abstracta del capital y la mercancía una forma de existencia del poder de la burguesía? De vuelta, esta discusión tiene enorme arrastre en la tradición. El marxismo tradicional privilegia la lucha de clases, mientras que las teorías de la forma valor, en especial en el caso de autores como Moishe Postone o Robert Kurz, priorizan la dominación «universal» e impersonal del valor y el capital como categorías sociales abstractas.
La respuesta de Mau a este debate es, desde mi punto de vista, superadora. La dominación de clase es condición de posibilidad de cualquier forma de poder económico. Sin embargo, no se puede reconstruir la forma como existe el poder de la burguesía sin considerar simultáneamente la dominación horizontal, en especial el mecanismo de la competencia.
Para Mau, en línea con las nuevas lecturas de Marx, el valor en tanto forma social constituye una fuente de dominación como tal. Voy a retomar este punto rápidamente, porque las teorías críticas de la forma valor son ya relativamente conocidas. Por una parte, contra la lectura de Engels, que ve en la progresión conceptual por las formas del valor, al comienzo de El capital, una sucesión histórica, Mau defiende la lectura sincrónica e históricamente determinada de la forma valor. No es el caso que las sociedades más antiguas tuvieran solo la forma simple del valor, o que la evolución social haya conducido al despliegue de formas más y más complejas hasta llegar a la expresión dineraria que encontramos en el capitalismo. La progresión conceptual al comienzo de El capital es conceptual y sincrónica, no histórico-evolutiva.
Por otra parte, contra las interpretaciones ricardianas de Marx, Mau no considera que el trabajo humano tenga la propiedad intrínseca o natural de «crear valor». El valor no es un poder natural genérico del trabajo abstracto. Marx ve «el valor como un producto de circunstancias históricamente específicas» (p. 179). Esta categoría social expresa la forma del vínculo entre personas en la sociedad de productores de mercancía. La forma-valor es la manera como existe el nexo social entre de individuos formalmente independientes que producen para el mercado con miras al beneficio dinerario. Fuera de esa forma de mediación social, carece sentido hablar del valor en términos marxianos.
La crítica de la economía política es propiamente una teoría del vínculo social alienado en el capitalismo, Mau muestra, por ponerlo en forma un poco simple, que una sociedad de productores de mercancías, conectados por el mecanismo alienado del mercado, que producen para la ganancia y no para la satisfacción directa de necesidades colectivas, es como tal una sociedad fallida.
El valor es una forma de dominación porque estructura, como dice Postone, un tipo de mediación social alienado, heterónomo. No solo mediatiza los vínculos entre individuos. Constituye una serie de estándares (de productividad, de solvencia económica) que, una vez erigidos, se transmiten como coacciones a todas las unidades productivas. El mercado no trasmite solo información, transmite demandas coactivas a las que los productores individuales están obligados a atenerse conforme la lógica social imperante (p. 186). Participar del mercado significa someterse a los estándares obligatorios de productividad y rendimiento transmitidos por la forma valor como estructura autonomizada (enajenada a las personas) de lo social.
La idea fundamental de la teoría del valor de Marx es que la peculiar unidad del trabajo social y privado en el capitalismo transforma las relaciones sociales entre los productores en un sistema cuasi autónomo de abstracciones reales que se imponen a todos mediante una forma impersonal y abstracta de dominación (p. 185, cursivas originales).
Mau retoma, así, la gran tradición de las nuevas lecturas de Marx, que analizan la forma valor como un tipo de mediación social o de nexo social heterónomo per se. Sin embargo, su reconstrucción no es ajena a la clase. No hay solo una dominación de todos por el capital: los proletarios son explotados por los empresarios a través de la dominación abstracta del valor. No hay valor sin clase (p. 203). Sencillamente, la teoría del valor no puede reconstruirse completa sin la teoría de la explotación. No hay una forma valor estática primero (valor como mediador social), que luego se convierte en capital (valor que se valoriza, valor en movimiento) por el mecanismo agregado de la explotación.
El movimiento conceptual que va del valor al capital es dialéctico o pertenece al método de la derivación: la categoría posterior (la explotación) está presupuesta en la anterior (el valor). La teoría del valor presupone, desde el comienzo, al propio valor en movimiento como meta autotélica, alienada, de la totalidad social. No hay forma valor sin capital y explotación. «Las relaciones externas entre las unidades de producción, de las que procede la teoría del valor, presuponen una determinada organización interna de estas unidades, a saber, la producción de plusvalía sobre la base de la explotación del trabajo asalariado» (p. 204). La dominación horizontal presupone a la vertical.
Sin embargo, la dominación de clase de la burguesía, en su forma histórica específica, se realiza en el marco de la dominación horizontal del capital como sujeto abstracto. El burgués no tiene la clase de poder personal del señor feudal o del propietario de esclavos. Puede extraer plusvalor de la clase trabajadora gracias a la coacción muda ejercida por el capital, del que él mismo es una mera personificación. Sin esa coacción, no se explica por qué los proletarios se presentan en la puerta de la fábrica cada día, siendo individuos personalmente libres no sometidos a la coerción directa del esclavo o el siervo.
Los proletarios se ven forzados a vender su fuerza de trabajo en virtud de la dominación metabólica plasmada en las relaciones económicas. El cuerpo proletario es constituido en nuda vida, en vida despojada de sus condiciones de posibilidad. Solo puede reconectarse con esas condiciones de existencia bajo la mediación alienada del capital. Los proletarios nacen «trascendentalmente endeudados» (p. 134) con el capital antes de tomar cualquier préstamo financiero. Sus existencias, despojadas de sus condiciones de existencia por una «fractura biopolítica» (p. 322), se deben al capital desde la cuna hasta la tumba. Sencillamente, el cuerpo proletario no puede reproducir su vida sin someterse a la dinámica del capital, que monopoliza las condiciones materiales del metabolismo social. Luego, la dominación vertical o de clase se realiza a través de la dominación horizontal o abstracta del capital en general.
La dominación de clase capitalista —es decir, las relaciones verticales entre explotadores y explotados— está mediada por las relaciones horizontales entre las unidades de producción. Dicho de otro modo: los proletarios están sometidos a los capitalistas mediante un mecanismo de dominación que simultáneamente somete a todos a los imperativos del capital (p. 211).
En síntesis, la dominación de clase puede existir sin la mediación impersonal del capital, como ha ocurrido en otras épocas históricas. Pero, en la sociedad capitalista, las dos dimensiones de la dominación social, la horizontal y la vertical, se co-constituyen. Cada una supone a la otra, formando una estructura de interdependencias recíprocas pero irreductibles. Lejos de oponer la dominación universal del valor a la explotación, Mau muestra su unidad estructural profunda. Las formas de universalidad abstracta e impersonal, propias del intercambio generalizado de mercancías, y la dominación de clase de la burguesía, son estructuralmente correlativas.
El capital y la subsunción de la naturaleza
Me voy a detener ahora en un aspecto del pensamiento de Mau que me parece central para la lectura situada desde Latinoamérica: su análisis la subsunción de la naturaleza. Mau rechaza toda elucubración sobre la supuesta «subsunción total» de la vida al capital.
La idea de subsunción total no solo es desmovilizante. Carece de cualquier valor analítico (p. 250). Subsumir es, como dice Andreas Malm, imponer una norma sobre una exterioridad. La subsunción bajo el capital no puede ser total: si lo fuera, ya no sería subsunción, sino constitución del objeto del caso. Mau, en principio, prefiere seguir la pista de Marx y reconstruir el concepto de subsunción en relación con el proceso de trabajo. Recordemos que la subsunción real se refiere a la penetración del capital en la organización material del proceso productivo.
Este proceso está realmente subsumido cuando las formas, ritmos, herramientas, maquinarias y dinámicas del trabajo concreto son organizadas por el capital de acuerdo a la lógica de la valorización. Si un capitalista contrata a un artesano para que haga una silla, digamos, tenemos un caso de subsunción meramente formal: el artesano conserva sus métodos y herramientas de producción tradicionales, y el capital solo gobierna lo que hace «desde fuera». En cambio, si un capitalista monta una fábrica de sillas con capataces y máquinas que organizan la división del trabajo, entonces el proceso de producción pasa a estar material o realmente subsumido: sus ritmos y formas son ahora los que dicta el capital.
Claro que el trabajo humano posee una recalcitrancia, un «coeficiente de resistencia» propio frente a la subsunción. El trabajo vivo, por usar la expresión de Enrique Dussel, nunca se limita a comportarse como un mero atributo del capital. La fuerza de trabajo, esa mercancía especial cuya explotación hace posible el proceso de acumulación, es inseparable del cuerpo proletario (p. 254). Al emplear fuerza de trabajo, el capitalista tiene que lidiar con la resistencia de los trabajadores a ser subsumidos materialmente bajo la lógica de la valorización.
Aparecen entonces los conflictos en torno a la disciplina de fábrica, el control de los ritmos de trabajo y la duración de la jornada laboral. Este aspecto de la resistencia obrera pasa por el cuerpo, un cuerpo que es atravesado por el proceso social pero que no encaja sin más con las demandas del capital. Mau sostiene, yendo acá más allá de Marx, que no hay subsunción del proceso de trabajo sin la correlativa subsunción de la naturaleza.
El trabajo es «la manifestación de una fuerza de la naturaleza» y, como tal, la subsunción del trabajo es también inmediatamente la subsunción de la naturaleza. La fuerza de trabajo está incrustada en el cuerpo humano, que tiene sus propios ritmos naturales y no se adhiere automáticamente a las exigencias del capital. La naturalidad de la fuerza de trabajo representa un obstáculo para la acumulación de capital, un hecho que se pone de manifiesto con especial claridad en el análisis de la lucha por la duración de la jornada laboral en el primer volumen de El Capital.
El «método de la subsunción», que aparece paradigmáticamente en el capítulo 8 de El capital, es central para comprender la producción material capitalista en relación con la naturaleza. La subsunción de la naturaleza se refiere al conjunto de disposiciones por las cuales el capital intenta controlar procesos físicos, químicos y orgánicos para reclutarlos bajo el comando de la valorización. Mau analiza especialmente la subsunción de la agricultura bajo el capital. Este proceso de subsunción, del que Marx apenas vio los rudimentos, se profundizó en la segunda posguerra con la revolución agrícola y en las últimas décadas con la introducción de organismos genéticamente modificados.
Es acá que Coacción muda podría sustentar una conversación muy productiva con cierta crítica latinoamericana del extractivismo, como encontramos en los trabajos de Maristella Svampa u Horacio Machado Aráoz. Recordemos que Mau rompe con la tesis clásica del determinismo tecnológico: no hay una tendencia histórica universal al desarrollo de las fuerzas productivas. Por ejemplo, las semillas GURT (genetic use restriction technology), diseñadas para crear plantas estériles, no son resultado del progreso técnico en abstracto, de una tendencia social general al desarrollo tecnológico o el incremento de la productividad. Son expresiones específicas de la subsunción de la naturaleza al capital. Expresan la subordinación de un aspecto particularmente recalcitrante de la naturaleza: la reproducción biológica de las plantas.
«En su intento de comercializar el cultivo de plantas, el capital siempre ha tenido que lidiar con una poderosa expresión de la molesta autonomía de la naturaleza: la capacidad de las plantas para reproducirse» (p. 263, cursivas originales). Las semillas tipo terminator reflejan la inscripción de la propiedad privada, y de la lógica de la valorización, en el propio código genético de la vida.
El proceso de subsunción de la naturaleza significó una masiva transferencia de las condiciones técnicas de posibilidad de la agricultura fuera de la propia agricultura (p. 267). Hoy día, producir comida significa depender del mercado mundial y, por lo tanto, de la dinámica del capital. El dominio del capital sobre el metabolismo humano es, por lo tanto, mucho más profundo hoy de lo que era en 1950. «Cuando el capital se apodera de la agricultura y la somete a una verdadera subsunción real, refuerza considerablemente su control sobre la reproducción social» (p. 271).
Esta es una de las principales consecuencias teórico-políticas del planteo de Mau: cuanto más se «ejerce» la coacción muda del capital, más profundo se vuelve su dominio sobre la reproducción de la sociedad. Su poder económico es resultado de su propio despliegue societal. El movimiento del capital crea efectos que son, también, sus precondiciones. En otras palabras: cuanto más se desarrolla la economía de la valorización, mayor es su control sobre el metabolismo social y, por lo tanto, más difícil es ya abolir, ya controlar políticamente, esa dinámica. La tendencia histórica al «desarrollo» y el «progreso» de las fuerzas productivas ha sido, entonces, la tendencia a la subordinación creciente de la vida al capital.
Hemos descubierto algo importante sobre el poder económico del capital: a saber, que es en parte resultado de su propio ejercicio. El poder económico del capital se deriva no sólo de las relaciones de producción, sino también de las reconfiguraciones sociales y materiales resultantes de dichas relaciones. En efecto, cuando la producción capitalista apareció por primera vez en el escenario de la historia, lo hizo en un mundo de lógicas sociales no capitalistas (p. 293, cursivas originales).
Sabemos que la crítica latinoamericana del extractivismo y el desarrollismo no es solamente una crítica ecológica. Implica una discusión más radical con la idea de que el desarrollo capitalista periférico es la vía a la independencia nacional o regional. El libro de Mau, desde un nivel de abstracción muy alto, parece que nos orienta a conclusiones parecidas.
Los gobiernos desarrollistas latinoamericanos, en cuanto se propulsaron un modelo económico extractivista, basado en la exportación de materias primas y sus derivados, profundizaron la subordinación del metabolismo social al capital en más y más porciones de sus territorios. Esto socavó las capacidades de acción de los propios Estados periféricos, disminuyó su autonomía política y los condenó a acompañar, con reducida iniciativa propia, los vaivenes del ciclo económico.
El libro de Mau nos sugiere una respuesta a la siguiente paradoja. Cuando las condiciones globales de la acumulación se deterioraron a partir de 2008 y el poder imperialista estadounidense experimentó una declinación relativa, los gobiernos populares latinoamericanos tendieron, todos, a la crisis y/o la moderación políticas. ¿Cómo se explica esto? La Marea Rosa, sospecho, sufrió primero el peso de la coacción muda de las relaciones económicas, y los retrocesos específicamente políticos vinieron después.
Parece que los proyectos de ampliación de la autonomía estatal basados en el crecimiento capitalista, atados a estándares de éxito o fracaso sistémicos, como la suba del PBI, profundizaron el poder económico del capital en el nivel del metabolismo social subyacente. Naturalmente, cuando golpeó la crisis económica, pagaron los costos de haber incrementado la dominación metabólica de las relaciones objetivas en la fase alcista precedente. A lo mejor, futuras proyecciones políticas que aspiren, sino a abolir el capitalismo, sí al menos a incrementar la soberanía popular, la autonomía estatal y el «poder de fuego» social de las clases trabajadoras, deberán pensar nuevos modelos de desarrollo (o mejor, posdesarrollo) capaces de impugnar la lógica perversa, autoderrotista, del neodesarrollismo-con-extractivismo.
¡Crisis!
¿Significa lo anterior que debemos tomar la actual crisis capitalista como una oportunidad revolucionaria, alejándonos de los caminos tímidos del reformismo popular? Las cosas, lamentablemente, no son tan simples. Mau hace dos intervenciones en relación con la teoría de la crisis. La primera tiene que ver con sus causas. Como casi cualquier marxista, afirma que las crisis económicas son inevitables en el capitalismo. Son el producto recurrente de tendencias endógenas que, en la lógica sistémica, se pueden aplazar pero no evitar.
Siguiendo a Michael Heinrich, Mau impugna la teoría «clásica» de la crisis por descenso de la tasa de ganancia («no podemos demostrar la existencia de una tendencia necesaria a la caída de la tasa de ganancia», p. 305). En cambio, propone que la tendencia a la sobreproducción es inherente al modo de producción capitalista, y está llamada a expresarse tarde o temprano, aunque no es posible explicar los mecanismos detonantes de cada crisis particular en el nivel de abstracción del «promedio ideal» teórico propio de El capital.
Desde mi punto de vista, la mayor originalidad de Mau está en su tratamiento de los efectos de la crisis. Cierta lectura ingenua de Marx asocia, de manera un poco apresurada, la crisis capitalista con la aparición de oportunidades revolucionarias. Las turbulencias desatadas a partir de la explosión de la burbuja subprime en 2008, seguidas de 15 años de crecimiento débil, inestabilidad geopolítica, conflictividad social en ascenso y deterioro ambiental, sin embargo, no parecen haber generado condiciones revolucionarias.
La prensa internacional habla de policrisis, metacrisis y hasta permacrisis. Con todo, «a pesar de más de una década de crisis, una pandemia mundial y resistencia aguda, el capitalismo persiste», p. 1). El libro, con toda su sofisticación y complejidad teóricas, es en cierta forma un intento de responder a la pregunta: ¿por qué persiste el capitalismo en medio de una crisis sistémica tan honda y prolongada? La respuesta de Mau es que las crisis, no menos que los procesos de subsunción real, son tanto efectos como causas del poder económico.
Si hacia 1857 Marx tenía todavía una visión «escatológica» de la crisis como oportunidad revolucionaria, para cuando publicó el primer tomo de El capital en 1867 había abandonado cualquier optimismo de la catástrofe. «Marx pasó de una concepción de la crisis como crisis del poder del capital a una comprensión de la crisis como parte del poder del capital» (p. 309, cursivas originales). Podemos entonces pensar la crisis económica como una negación afirmativa, una interrupción de la dinámica del capital que genera las bases de su recomposición endógena posterior.
El resultado de las crisis es normalmente una restitución de las condiciones de la acumulación. Las debacles económicas generan depreciaciones importantes del capital, dejan capacidad ociosa disponible y vuelven atractiva la inversión. La crisis es una purga para el capital global: con la quiebra de las firmas menos competitivas o menos productivas, se generan condiciones superiores para la restitución de la acumulación en la fase alcista posterior (p. 310). Por su parte, ante una crisis el Estado se ve obligado a garantizar el relanzamiento de las tasas de inversión y beneficio. Pero también debe contener la inestabilidad social.
Estas presiones contradictorias manifiestan el peso de la coacción muda sobre la autonomía estatal. Las crisis plantean situaciones más constreñidas de lo habitual en términos de las posibilidades objetivas para la acción política institucional. La autonomía del Estado en el capitalismo está siempre atenazada por el juego de suma cero entre la legitimación democrática ante las demandas de las clases populares y las exigencias estructurales de la acumulación. Las crisis son momentos crispados en los que, por decirlo así, la sábana corta del Estado capitalista, que debe atender a la doble exigencia de garantizar la legitimidad social y recomponer la solvencia del proceso económico, se muestra exangüe.
Los efectos más destructivos de las crisis se dan en la clase trabajadora. El desempleo intensifica la competencia entre trabajadores y lesiona la solidaridad de clase (p. 311). Peor aún, dado que el metabolismo social está subsumido por el capital, la crisis capitalista aparece, en cierto momento, como una crisis de reproducción de la sociedad de conjunto, y de la reproducción de las vidas proletarias en particular. «Una crisis del capital es siempre también una crisis de la reproducción proletaria» (p. 316). Es posible que, frente a la crisis prolongada, una parte de la clase obrera demande políticamente la restitución de las condiciones de la acumulación, sencillamente porque, bajo el capitalismo, los proletarios viven del mercado. Me pregunto cuánto de esta dinámica explica algunos aspectos de los nuevos discursos de extrema derecha, que han crecido en todo occidente como síntomas y emergentes de la crisis capitalista en marcha.
¿Ni reforma ni revolución?
El trabajo de Mau es excepcional por su síntesis de honestidad teórica y compromiso militante, dos cualidades que no siempre se dan juntas. Mau reconstruye una serie de debates importantes del marxismo contemporáneo. Se pregunta, a cada paso, qué podemos explicar en el nivel de análisis modélico de la crítica de la economía política y qué debemos dejar al trabajo empírico más concreto. También interviene en otras discusiones de peso, que dejé de lado en esta reseña, como la discusión marxista-feminista sobre el trabajo doméstico, la relación entre Marx y la biopolítica de Foucault o Agamben, el concepto del capital como sujeto de la dinámica social moderna. Para cerrar, me gustaría plantear algunas preguntas más específicamente políticas que me deja del trabajo de Mau.
El autor analiza cómo el capital se realiza en el medio no puro del metabolismo social encarnado. Diferencia las categorías que responden a la concatenación interna de la lógica del capital (método de la derivación), de las que responden a la implantación de esa lógica en un entorno social e incluso biológico irreductible y heterogéneo (método de la subsunción). A primera vista, este enfoque dual permite pensar un tiempo de la política en la crítica del capital. La unidad dialéctica de derivación y subsunción nunca cierra. Los procesos sociales desencajan, lejos de toda lógica recursiva o cerrada. Esto habilita lo que Daniel Bensaïd llamaba la lógica del contratiempo, de los tiempos quebrados en los que no solo hay contradicción dialéctica, sino también desacople estructural.
Mau retoma las mejores lecciones de las teorías de la forma valor y, con su reinterpretación metabólica, las sitúa en una ontología social abierta que exige una dimensión de contingencia. Nos ofrece un punto de partida para reconectar la teoría marxista de la forma valor con el plano más situado de la estrategia política. Sin embargo, al final del análisis, parece que llegamos a una aporía en el plano político. Por un lado, se imponen conclusiones muy pesimistas sobre las dinámicas reformistas, socialdemócratas o populistas, que han primado en los últimos años entre las izquierdas de orientación electoral y, generalmente, de inspiración intelectual posmarxista.
Siguiendo a Mau, podemos pensar que los gobiernos populares latinoamericanos, y tal vez otras expresiones de las izquierdas estatales europeas o norteamericanas, desplegaron sus proyectos políticos de vocación antagónica mientras promovían sordamente el desarrollo económico y, con él, la profundización de la coacción muda del capital.
Las experiencias de la Marea Rosa fueron, por lo general, tan hostiles a ciertas porciones de las clases dominantes, como dependientes de la acumulación a escala ampliada en términos estructurales. Su solvencia social y fiscal dependió de que se mantuvieran tasas elevadas de crecimiento del PBI. Por lo tanto, dependieron estructuralmente de la ampliación del poder económico del capital. Por eso, al final, todas estas experiencias fueron autocancelatorias: se montaron sobre la profundización de la lógica social que querían, si no abolir, sí al menos acotar. Ningún optimismo de la reforma progresiva del capitalismo parece razonable si miramos la dinámica social general desde la coacción muda.
Pero tampoco es claro que la coacción muda vaya a romperse sencillamente por una crisis endógena. Las crisis pueden ser mecanismos de recomposición de la lógica sistémica, con efectos disciplinadores sobre la clase trabajadora. La actual crisis generó enormes respuestas populares, pero también hizo posibles nuevas derechas reaccionarias con base social de masas. No es inmediato (¿tampoco es imposible?) que la crisis favorezca el rechazo al capital y la radicalidad política. Al final, la coacción muda parece imponerse como un mecanismo recursivo que no solo amplía su poder cuando hay crecimiento económico en condiciones de normalidad.
La dinámica del capital termina por recomponerse también cuando entra en crisis. La lógica social alienada, que secuestra a la política, parece que gana en la crisis y en la normalidad, lo que refuerza la idea de un sistema social tan ciego y estúpido como incontrolable. «Nadie tiene el control y no existe un centro desde el que irradie el poder; en su lugar, la sociedad capitalista se rige por relaciones sociales transformadas en verdaderas abstracciones cuyos movimientos opacos llamamos “economía”» (p. 316, cursivas originales). ¿Es posible, en este marco, la acción política?
Desde mi punto de vista, esta situación dilemática no manifiesta una debilidad conceptual de la reconstrucción de Mau. Por el contrario: expresa, en forma abstracta y general, la encrucijada de un tiempo sin reforma ni revolución. Un tiempo que, sin embargo, dista de ser cerrado. No enfrentamos ningún «mundo administrado» de dominación totalizada, ninguna distopía de la subsunción total. Las convulsiones sociales y la fragilidad sistémica de los últimos años son notables. Falta, sin embargo, una perspectiva política global que alumbre la acción colectiva hacia destinos más interesantes que las reformas autocancelatorias y la crisis disciplinadora.
Los momentos álgidos de la resistencia anticapitalista han tenido lugar a menudo en contextos marcados no por la crisis económica, sino por la guerra —como fue el caso de la Comuna de París en 1871 y la secuencia revolucionaria de finales de la década de 1910— o, en el caso de finales de la década de 1960, por una relativa prosperidad. La crisis de la década de 1970 socavó la resistencia anticapitalista en lugar de acelerarla; como dicen Benanav y Clegg, «la era de una profunda crisis del capitalismo ha ido acompañada de una crisis aún más profunda de la oposición práctica al capitalismo» (p. 316, cursivas originales).
¿Deberemos esperar a que escale la guerra imperialista, cuya probabilidad crece en el horizonte, para recoger después el guante de la revolución contra el capital? ¿Deberemos, quienes impugnamos el capitalismo, apuntalar la acumulación a la espera de un improbable ciclo de prosperidad económica burguesa, que regenere las condiciones materiales de la resistencia? Las dos conclusiones me parecen terribles, pero sospecho que no son las únicas posibles.
A lo mejor, la creatividad política hoy exige aprender a navegar con la crisis del capitalismo como horizonte temporal de larga duración. Sin ilusiones sobre la política estatal basada en reformas que eternizan la dominación metabólica, y sin confianza mecánica en la conexión entre crisis y la revolución. Mau nos ayuda, para empezar, a mirar al dilema de la situación sin embellecerlo. La estrategia comunista para el siglo XXI deberá sacar sus conclusiones desde este indispensable punto de partida.