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El logotipo de Airbnb en un smartphone. (Lorenzo Di Cola / NurPhoto vía Getty Images)

La crisis de Airbnb

Traducción: JAL

En los primeros días de Airbnb, muchos predijeron que las empresas de su tipo «trastocarían» el capitalismo, haciendo que por fin funcionara para todas las partes interesadas. Pero no fue así. En lugar de eso, nos atrapó a todos y luego fue a peor.

Previsión de tendencias para 2024: Airbnb está out, la nueva moda es el Hotel tradicional. El cambio se inició realmente el año pasado, cuando los anfitriones de Airbnb informaron de que las reservas estaban cayendo en picada, a veces hasta un 50% menos que el año anterior. La razón principal parecía ser la relación calidad-precio. «Airbnb se ha pasado de la raya», se quejó un usuario en X. «Nadie va a seguir pagando USD500 por alojarse dos días en un apartamento cuando puede pagar USD300 por una estancia en un hotel con piscina, servicio de habitaciones, desayuno gratuito y limpieza diaria. Sé realista, lol».

El modo en que Airbnb está siendo suplantado por la reliquia del siglo XX conocida como hotel es una buena lección de capitalismo. En particular, es un recordatorio de que hay que ignorar las eternas promesas de que las nuevas innovaciones del mercado reformarán el capitalismo para que funcione por igual para las empresas y para todos los demás.

Recapitulando, Airbnb fue creada en 2007 por un par de hermanos de San Francisco que alquilaban colchones en su apartamento para ganar dinero y decidieron que podía ser un negocio. Yo mismo fui uno de los primeros en adoptarlo. De 2011 a 2015 me «pluriempleé» como anfitrión de Airbnb para ayudar a pagar el alquiler de mi apartamento de Chicago después de que me despidieran del trabajo. A veces alquilaba toda mi casa por 100 dólares la noche y luego me quedaba en un destartalado alquiler de 40 dólares la noche.

Durante ese mismo periodo, Airbnb explotó en popularidad y pasó de ser un rastrero advenedizo a convertirse en el gran disruptor del sector de la hotelería. De repente, era una de las pocas empresas tecnológicas que lideraban el surgimiento de la llamada «economía colaborativa». Multitud de expertos en tecnología, periodistas y políticos por igual anunciaron el auge de Airbnb, Uber, Instacart y similares como una alternativa revolucionaria a la ética del pasado, impulsada por el consumo y controlada por las empresas, sin tener en cuenta que todas ellas eran también empresas. El titular de la revista Time, «How the Gig Economy Could Save Capitalism» [Cómo la economía colaborativa podría salvar el capitalismo], fue un típico ejemplo de los muchos pronósticos utópicos lanzados por cierto sentido común progresista aficionado a la tecnología.

En su libro de 2016 The Sharing Economy, el profesor de negocios de la NYU Arun Sundararajan prefería el término «capitalismo basado en la multitud» y decía que representaba un «interesante término medio entre capitalismo y socialismo». Afirmaba que las redes entre iguales harían que se disolviera la distinción entre mercados y jerarquía y que la «democratización de las oportunidades económicas promete un crecimiento inclusivo».

Pero resulta que el capitalismo basado en la multitud no es más que más capitalismo. Ahora también sabemos que el éxito de la «economía colaborativa» fue apuntalado por el libre flujo de capital de bajo riesgo. El plan consistía sencillamente en utilizar precios artificialmente bajos e incentivos generosos para establecer una gran base de clientes, y luego expulsar a codazos a la competencia sin tener que obtener nunca beneficios. Esta etapa, que se extendió aproximadamente desde 2012 hasta 2020, fue bautizada por el New York Times como «la era dorada de la subvención del estilo de vida millennial», porque pedir comida para llevar, un viaje al aeropuerto o un fin de semana en el loft de otra persona era barato, hasta que los accionistas y los inversores de Wall Street finalmente pidieron a alguien que pagara la factura.

Ahora, Airbnb se encuentra en la fase que el periodista Cory Doctorow ha bautizado como la «mierdificación» de las plataformas online. «Una vez que [los compradores y los vendedores] están encerrados, el excedente se entrega a los accionistas y la plataforma se convierte en un montón de mierda inútil», escribe Doctorow. Lo que significa esto es que, mientras los fundadores de Airbnb hablan de un horizonte temporal infinito para ayudar a la humanidad, la plataforma sigue cobrando tarifas más altas y ganando más dinero, todo ello sin tener que proporcionar a los usuarios los servicios y comodidades de un hotel ni cumplir las (ciertamente escasas) normas y protecciones laborales de la industria hotelera. El precio de las acciones de la empresa ha subido más de un 60% el año pasado, gracias a un reciente informe de beneficios en el que se afirma que el segundo trimestre de este año ha sido el más rentable hasta la fecha.

Pero ahora que nos tienen a todos atrapados, el propio servicio de Airbnb se está yendo por el retrete. En 2023, Airbnb estuvo lleno de anuncios de propiedades con fotos engañosas, una larga lista de exigencias y normas de los anfitriones, cámaras ocultas y tarifas añadidas. El desorden ha hecho que el sitio sea casi inutilizable, o al menos poco fiable. Imagina que quieres ir a Orlando para una impulsiva excursión de Año Nuevo a un parque temático y necesitas un lugar donde quedarte. A primera vista, un alquiler disponible que se autodenomina «Rincón del Paraíso» afirma que es una unidad de un dormitorio recién construida, propiedad de una familia cristiana, que está «a 10 minutos de los parques temáticos Universal» por USD130 la noche. Suena decente, ¿verdad?

No si indagas más. Los costes finales están ocultos hasta que pulsas el botón «Reservar». Es entonces cuando descubres que reservar tres noches cuesta en realidad USD600, no USD390, gracias a una tarifa de limpieza de USD80, una tarifa de servicio de USD66 e impuestos adicionales. Lo peor es que este supuesto «rincón del paraíso» no es en realidad más que un garaje bien disimulado conectado a la casa de alguien, algo que no sabrías a menos que leyeras una reciente reseña de un cliente: «Este lugar es acogedor, pero es un garaje cerrado, así que no es muy privado». ¿Por qué no reservar en su lugar una habitación en un hotel de tres estrellas con servicio de transporte gratuito a los parques temáticos que puedes tener por un total de USD350 durante toda tu estancia? Es un trato que aceptan cada vez más viajeros.

La economía colaborativa del siglo XXI se parece ahora menos al capitalismo del futuro y más al capitalismo del siglo XIX, cuando el trabajo estaba fragmentado y los sindicatos organizados eran todavía un sueño. El autor Nicholas Carr lo ha denominado «aparcería digital»: los contratistas independientes están librados a una mayor competencia de precios por su trabajo mientras que una pequeña minoría propietaria de la granja —o, en este caso, de la plataforma— obtiene la mayor parte de los beneficios. Los avances que algunos trabajadores de la economía colaborativa han conseguido en los últimos años son casi todos el resultado de acciones colectivas, como huelgas y paros, o de intervenciones estatales, como la ampliación de las leyes sobre salario mínimo en Nueva York y Francia.

Nada de esto pretende idealizar a la industria hotelera, por supuesto, que es susceptible de monopolios, explota a los trabajadores de los servicios con salarios bajos y escasas prestaciones y quiere exprimirnos en busca de beneficios tanto como cualquiera de las grandes empresas tecnológicas. En cambio, la conclusión es que el discurso pretendidamente altruista de Airbnb sobre la «comunidad» y los «horizontes infinitos» no es más que una sarta de palabrerías de moda en el marketing.

Ninguna innovación que provenga del propio mercado puede salvar al capitalismo de sí mismo.

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Publicado en Artículos, Economía, homeIzq, Sociedad and tecnología

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