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Mitin de Lula en Sergipe, el 18 de junio de 2022. Foto de Ricardo Stuckert.

La «batalla final» no termina este domingo

Una dramática diferencia de votos decidirá si esta elección pasa o no a la segunda vuelta. Pero el bolsonarismo no dejará de existir con la derrota y busca impugnar el resultado electoral. Por tanto, el reto de la izquierda, tanto la moderada como la más radical, es impulsar las movilizaciones de masas para derrotarlos en las urnas y en las calles.

La última semana de campaña antes de la primera vuelta de 2022 fue la más complicada e intensa. Estuvo condicionada por la expectativa del resultado de hoy. El momento exige prudencia y valor.

Vimos, por un lado, la presión de los medios comerciales burgueses exigiendo, hasta el último minuto, compromisos de Lula con algún tipo de defensa del trípode de la estrategia fiscal liberal: superávit primario, metas de inflación, tipo de cambio flotante y privatizaciones. Pero, por otro lado, el contexto es de una increíble paradoja política. Todas las encuestas recientes confirman el favoritismo de Lula. Ya no hay lugar para la duda. La diferencia media es de al menos diez millones de votos. Imposible de superar. La mayoría de los votantes de Bolsonaro, una proporción mucho mayor que su actual militancia neofascista, cree que Bolsonaro ganará. No tienen ninguna duda porque desprecian, ignoran y desprecian las encuestas. Están convencidos de que los institutos que hacen las encuestas manipulan los resultados, y que están comprometidos con una conspiración para apoyar a Lula.

Esta expectativa es completamente fantasiosa, irreal, delirante. ¿Pero cómo podemos explicarla? Se apoya en una confianza inquebrantable en Bolsonaro. Un seguimiento, una fe, una certeza, un inmenso compromiso. Por ello, existe el peligro de que Bolsonaro convoque a su base social más exasperada a las calles para impugnar su derrota. El Ministerio de Defensa ha anunciado una investigación paralela. Este movimiento no fue hecho para confirmar el recuento del Tribunal Superior Electoral (TSE), sino para impugnarlo. Nadie puede saber de antemano hasta dónde estará dispuesto a llegar. Pero siempre es mejor tener en cuenta el peor escenario posible para no ser sorprendido. Esto significa que debemos prepararnos para salir a la calle a celebrar la victoria, pero también a defenderla.

Disimulación calculada

Los líderes de la extrema derecha, evidentemente, saben que van a perder, pero mienten. Mienten con insolencia, aplomo y descaro. Apostaron tácticamente por concurrir a las elecciones sabiendo, desde el principio, que la posibilidad de perder era muy alta. De ahí la duplicidad del discurso. Una disimulación calculada.

Organizaron una campaña para la reelección, pero, al mismo tiempo, chantajearon a los Tribunales Superiores e intimidaron a la izquierda con amenazas golpistas. Su estrategia ha sido siempre mantener vivo el movimiento político neofascista que cuenta con el apoyo de un tercio de la población. Probablemente Bolsonaro esté preparando un discurso en el que repetirá la acusación de que habría sido víctima de un fraude.

Quieren preservarse porque temen el destino de las investigaciones que podrían llevarles a la cárcel. Quieren encabezar la oposición a un futuro gobierno de Lula. Pero la suerte está echada. Ya no es razonable esperar otro resultado que no sea una derrota de Bolsonaro, aunque sigue siendo incierto si Lula obtendrá la mayoría absoluta de los votos válidos o no en la primera vuelta. Esperemos que nos ahorremos las terribles turbulencias de lo que será una campaña de cuatro semanas hasta la segunda vuelta.

Cabeza fría, corazón caliente

Hasta el domingo tendremos un aumento de la tensión política en las calles con la posibilidad de desacuerdos, enfrentamientos violentos y, por desgracia, incluso discordias fatales. El vértice de la situación se producirá hoy mismo, sobre todo tras el anuncio del resultado, cuando se espera el pronunciamiento de Bolsonaro. Hasta entonces, tendremos los sondeos diarios y las pasiones que despiertan las oscilaciones de una ínfima diferencia de votos que condiciona una decisión anticipada para la primera vuelta.

Será decisivo no responder a las provocaciones y mantener la calma. Los que tienen interés en crear alboroto, desorden y confusión son los fascistas. Nuestra consigna debe ser la máxima calma y la cabeza fría. Debemos actuar con inteligencia táctica para que el menor número posible de personas se vea contaminado por el miedo. El miedo puede llevar a una parte de la población a no acudir a las urnas, por temor a que se produzcan disturbios de camino a las sesiones electorales.

La ventaja de Lula se concentra en las capas populares, y nuestra responsabilidad es que puedan expresarse libremente. Aun así, a pesar del ambiente cargado, lo más probable es que la abstención sea más o menos la misma que en las últimas elecciones, en torno al 20%. La hora de la victoria será la más dulce. Pero esto no disminuye la necesidad de defenderla.

En el minuto 47 del segundo tiempo

Una diferencia mínima y dramática de votos decidirá si esta elección pasa o no a la segunda vuelta. Mínimo significa que podría ser, en este momento, incluso menos del 1%. Dramático, porque una segunda vuelta garantiza cuatro semanas más de campaña.

La posibilidad de que Bolsonaro revierta la inferioridad en la que se encuentra hoy es nula. Pero, una segunda ronda podría ocurrir, desafortunadamente. Si es así, esas cuatro semanas serán una eternidad. Seamos conscientes de que serán preciosos para la consolidación del movimiento neofascista.

El bolsonarismo no dejará de existir si Bolsonaro pierde las elecciones. El desafío para la izquierda brasileña, tanto la moderada como la más radical, es apoyarse en la movilización de las masas populares para derrotarlos.

 

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