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Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.

Marx está de viaje

Traducción: Valentín Huarte

El nuevo estudio de George Comninel sobre Karl Marx nos recuerda los elementos revolucionarios  de su obra y las luchas todavía irresueltas que desató.

En los últimos años, «alienación» se convirtió en un término polémico para la izquierda. Muchos intelectuales evitan con aplicación su uso porque piensan que es un vestigio de los coqueteos del joven Marx con el misticismo, mientras que otros hacen de la alienación cotidiana el centro de su teoría cultural. El influyente y polémico manifiesto xenofeminista se define a sí mismo como una «política por la alienación» y celebra los cambios que los progresos tecnológicos están teniendo en divisiones supuestamente naturales. En contraste, otras escritoras feministas como Sophie Lewies, defienden una definición más clásica de la alienación. Para Lewis y otras, el término remite a la dominación de una persona en función de los objetivos de otra persona. Los descubrimientos tecnológicos pueden brindarnos vías de salida de esta condición alienada, solo si van acompañados de acciones políticas.

En cualquier caso, es evidente que la izquierda todavía no tiene en claro qué es la alienación, ni si el término tiene un sentido en absoluto. Por eso es tan oportuno el segundo libro de George Comninel, Alienation and Emancipation in the Works of Karl Marx, que está centrado en este aspecto del pensamiento de Marx y es a la vez riguroso y accesible.

Si bien el libro analiza sobre todo la alienación, ofrece un recorrido por toda la vida y el pensamiento revolucionarios de Karl Marx, que permite analizarlos desde múltiples puntos de vista. Los primeros capítulos son biográficos y recuperan el relato familiar de un filósofo y periodista perteneciente a una minoría étnica, que terminó siendo un dirigente revolucionario exiliado en Inglaterra. Según el retrato de Comninel, Marx es a la vez un personaje compulsivo y brillante, incapaz de retirarse de la actividad política incluso cuando intenta hacerlo. Fuera investigando las fábricas inglesas (que definieron El capital) o las comunas rusas (que lo ocuparon durante los últimos años de su vida), siempre mantuvo el eje en la superación de la clase obrera de la alienación intrínseca a la dominación de clase que impone el capitalismo.

Siguiendo la vida de Marx, algunos capítulos analizan en detalle obras particulares del autor de El capital, mientras que otros están centrados en su carrera política. Este enfoque variado permite que el lector cuente con una introducción a la vida de Marx y a su contexto intelectual y con una guía crítica que permite adentrarse en sus obras más importantes. Comninel distingue su enfoque de una «hagiografía» de Marx: apunta a responder juiciosamente a las cuestiones irresueltas que enfrentan los lectores contemporáneos. La más obvia de estas es la enorme decepción por nunca haber alcanzado el horizonte postulado en el Manifiesto del Partido Comunista, ni en Rusia de forma duradera, ni en todo Occidente.

Profesor de Teoría Política en la Universidad de York, Toronto, Comninel es un personaje importante de la corriente académica del «marxismo político». En esta escuela también se cuentan los nombres de Robert Brenner, la última Ellen Meiskins Wood, Charles Post y el teórico especializado en relaciones internacionales Benno Teschke. Los marxistas políticos se definen a sí mismos como defensores del verdadero método de investigación marxista en una época en la que estaba más que pasado de moda en las academias de humanidades (con el crecimiento de la nueva derecha en los años 1980, la caída de la Unión Soviética en 1991 y el éxito prodigioso de la reconstrucción y de su oposición a los «metarrelatos» que duró todos los años 1990). Sin dejar de reivindicar el marxismo sin matices, estos teóricos criticaron muchas veces las ortodoxias existentes. En este sentido, el marxismo político intentó redefinir los términos de la teoría y poner a prueba sus grandes tesis con evidencia empírica. 

Su polémico lema de que el capitalismo comenzó en Inglaterra pretendió dejar atrás toda idea simplista de que todos los Estados europeos hicieron el mismo camino hacia el capitalismo. En cambio, estos autores sostuvieron siempre que el capitalismo tuvo su origen en las circunstancias específicas de las luchas inglesas por la tierra, que terminó con la desposesión de las tierras del campesinado. La nueva clase quedó atrapada entre los intereses de los propietarios de las empresas y los de los terratenientes, y tuvo que empezar a vender su fuerza de trabajo y producir bienes mercantiles para subsistir. El resultado fue que Inglaterra tuvo el primer proletariado afianzado del mundo, mientras que Francia y Alemania tardaron varios siglos  más en convertirse en países indiscutiblemente capitalistas. Además de a los académicos conservadores de siempre, este enfoque atrajo muchos críticos de los círculos marxistas y también de los círculos poscoloniales.

Está claro que, de todos los marxistas políticos con los que compartió Comninel, Alienation and Emancipation… tiene una gran influencia de Ellen Meiskins Wood, que murió en 2016 y a quien está dedicado el libro. Los escritos de Wood abordaron un amplio espectro de temas. En esta obra en particular nos encontramos con los argumentos de la autora sobre el carácter distintivo del capitalismo y la sobreestimación de la importancia de la esclavitud ateniense. Más importante todavía es que Comninel retome el enfoque de Wood sobre «la historia social del pensamiento político», motivo por el que presta atención a las condiciones sociales y a las luchas que definieron las vidas de los intelectuales. El resultado es que el libro parece un diálogo vivo con la colega fallecida del autor.

Como destaca Comninel en las primeras páginas del libro, Karl Marx (a diferencia de los marxistas políticos) no era un académico. Aunque escribió sus obras más famosas encerrado en la British Library, y aunque El capital está fundado en miles de páginas dedicadas a la investigación empírica, la carrera de Marx estuvo más orientada hacia las actividades de la organización política que hacia las de la investigación académica. Comninel recupera anécdotas de Marx diciéndoles a sus camaradas que «estaría de viaje» para tener algo de tiempo para escribir. Más que desarrollar términos rigurosos que complacieran a la prensa universitaria, el objetivo de Marx siempre fue empoderar directamente al movimiento obrero. El éxito que conoció durante su vida, como dice Comninel, no vino de académicos que intentaron aplicar su marco teórico (aunque esto sucedió después de su muerte). En cambio, Marx alcanzó renombre cuando El capital empezó a ser reconocido como una herramienta indispensable en la lucha revolucionaria.

El interés de Marx en fomentar la política del movimiento hizo que muchas veces sus términos fueran utilizados de forma inconsistente. Más grave que cualquiera es el uso del término «modos de producción», que los académicos pusieron en el centro del debate. Mientras que el capitalismo suele ser comparado con el «feudalismo» y con el «modo asiático de producción» que lo precedieron, muchas veces falta un examen sistemático de esas economías antiguas. Esto es un problema porque Marx solo intentó mostrar que el capitalismo era un sistema histórico, distinto de otros «modos de producción». Pero en algunos casos la vaguedad terminológica parece llevar que este término adopta distintos sentidos según el contexto. El resultado es que, en la investigación académica contemporánea, el compromiso con el marxismo debe estar acompañado por la investigación creativa. Como dice Comninel: «Necesitamos la historia, una historia para la que Marx no tuvo y no podría haber tenido tiempo».

El libro también cuestiona la célebre posición del teórico francés Louis Althusser, que sostuvo que la carrera de Marx estaba dividida entre un período «de juventud» (cuando Marx todavía era un humanista inspirado por el filósofo G. W. Hegel) y un período «de madurez» (cuando abandonó su humanismo anterior mediante una «ruptura epistemológica»). Comninel ataca esta perspectiva argumentando convincentemente que La ideología alemana, la obra donde Marx supuestamente inició su ruptura, no contiene nada que pruebe la tesis de Althusser. Nunca concebidos para ser publicados, estos ensayos aislados fueron reunidos bajo el famoso título La ideología alemana a mediados del siglo veinte en la Unión Soviética. Estos documentos nunca tuvieron un propósito claro. De hecho, contra la idea de una ruptura decisiva con el humanismo ene favor de un análisis de clase purificado, originalmente incluían una amplia sección de un hegeliano de izquierda que apenas menciona la clase (Moses Hess).

Comninel busca reemplazar el énfasis en la distinción entre la obra de juventud y de madurez por el reconocimiento de la influencia de las historias liberales. Esto no es un secreto: Marx cita abiertamente a los historiadores, filósofos y economistas políticos más importantes como preludio a sus análisis revolucionarios. Es curioso que la crítica más fuerte contra Marx (y Engels) en este sentido apunta a un exceso de modestia: Marx presenta su posición en historia como si fuera la simple reproducción de las tesis de los intelectuales liberales. Comninel argumenta convincentemente que Marx había, de hecho, desarrollado una concepción completamente nueva de la sociedad. Una que veía su historia fundamentalmente como el desarrollo de conflictos entre las distintas clases y en el interior de las clases. En contraste, los liberales tendían a percibir la dominación y la explotación como hechos del pasado (especialmente asociados a la esclavitud) y a las economías capitalistas como definidas por la interacción de agentes libres. Un terrateniente y su arrendatario o empleado eran en última instancia agentes libres, y al menos formalmente, iguales. Mientras que para los marxistas la alienación era una preocupación central, los liberales apenas lograban percibirla. A medida que la carrera de Marx siguió desarrollándose, tuvo cada vez menos tiempo para ocuparse de la tesis liberal de que la burguesía era una fuerza que impulsaba y dinamizaba el progreso humano, y se concentró más en la posibilidad de que el campesinado ruso saltara directamente al socialismo.

La ruptura de Marx con el liberalismo tiene implicancias políticas claras. Si los conflictos de clase eran el motor del cambio social, las injusticias como la pobreza tal vez no podían ser corregidas mediante una cuidadosa planificación central, la lucha contra la corrupción u otras formas de acción estatal. En cambio, el conflicto de clase era esencial en toda actividad política importante. Superar la alienación significaba que la clase obrera afirmara directamente su poder sobre la burguesía. Por lo tanto, Marx se concentró estrictamente en la autoorganización de la clase obrera. Dentro de la Primera Internacional, Marx desafió con éxito análisis reformistas como la «ley de hierro de los sueldos» de Ferdinand Lassalle, que sugería que luchar por más salario era una aventura condenada al fracaso.

Comninel no ahorra elogios en cuanto a la comprensión histórica que Marx tenía de la dominación de clase: «Es un logro teórico de genio innegable». Mientras que muchos autores buscan inspiración en el método de crítica inmanente de Marx y Engels (aceptar los términos de ideas opuestas hasta que su mismo juegue despliegue y haga evidentes sus aparentes absurdos), Comninel parece sugerir que el resultado es que de esa manera subestiman drásticamente la novedad del pensamiento marxista. Los horizontes emancipatorios delos liberales no eran revolucionarios: percibían la política como una serie de «problemas» que debían corregirse. Suponían que el capitalismo (definido como comercio) era una disposición natural de la práctica humana. En cambio, la perspectiva de Marx de la alienación insinúa un conjunto mucho más profundo de luchas que animan la historia humana.

El libro se queda corto en cuanto a su dependencia excesiva de una definición de Marx fundada en la oposición a una concepción más bien desactualizada del pensamiento de Hegel. La perspectiva que Marx tenía de la alienación era claramente una aplicación novedosa de la dialéctica del amo y del esclavo, que Hegel introdujo en la Fenomenología del espíritu, a cuestiones surgidas de la política de clase. Mientras que Hegel tenía una comprensión brumosa de la clase, y prefería hablar muchas veces de la «turba», Marx colocó al proletariado en la posición del esclavo de Hegel. Ambas partes implicadas en la sociedad capitalista son definidas por su relación de clase (el proletariado no puede existir sin la clase dominante que lo explota). Pero la dependencia que la burguesía tiene del proletariado justifica a la vez que permite el cambio revolucionario. 

Fiel a su método de buscar la influencia de los cambios sociales en la historia intelectual, Comninel intenta restarle importancia a esta transformación obvia del esclavo en proletariado. Para Comninel, la Revolución francesa fue sumamente importante para Marx, incluso más que para Hegel (aunque ambos pensadores compartían una opinión similar sobre el tema). Eso por no decir nada de la tesis que muchos defienden hoy de que la dialéctica del amo y del esclavo de Hegel están inspirada directamente en la Revolución haitiana, acontecimiento que ni siquiera es mencionado en este libro. Comninel sugiere en muchas oportunidades que Hegel era un apologista de la autocracia prusiana, perspectiva que otro crítico marxista, Geillian Rose, refutó en los años 1980. De esta manera, Comninel convierte a Hegel en un idealista, pero sin definir el término con claridad. Cabe recordar que, hace poco, el filósofo alemán Markus Gabriel cuestionó esta forma de abordar el pensamiento de Hegel. De hecho, el materialismo de Marx tiene mucho más en común con la versión hegeliana del idealismo que con los autopercibidos materialistas contemporáneos que reducen la agencia humana a fenómenos susceptibles de una medida empírica en los mapas cerebrales.

El libro también tiene pocos argumentos para refutar las críticas de sentido común contra el supuesto «reduccionismo económico» del marxismo. Esto a pesar de que Comninel reconoce que es un problema. Si Marx tuvo razón cuando hizo de la alienación fundada en la clase una clave para comprender otras variantes de dominación social, todavía queda por explicar cómo surgen otras formas de opresión a partir de la explotación económica. Encontramos pocas pistas en este libro. Las lecturas de Marx que ofrecen los estudios decoloniales y de la negritud no son objeto de ninguna crítica seria más allá de la afirmación de que el «anglocentrismo» del marxismo político pretendía contrarrestar la base teórica de un vago eurocentrismo.

Esta obra también decepcionará a las feministas. Hay pocos elementos para comprender las discusiones recientes sobre la alineación cotidiana, la tecnología y la emancipación de género. Más allá de una mención pasajera de la propuesta de Marx de que la Asociación Internacional de los Trabajadores tuviera una sección femenina, el libro hace escasa mención de las mujeres en la vida de Marx y de las luchas de género en un sentido más amplio. Es una oportunidad perdida, aunque típica del marxismo político, que parece tener cierta alergia a la teoría de género.

Tomando en conjunto, el libro muestra un trabajo académico diestro y dedicado que servirá a cualquiera que busque profundizar su compromiso con la obra de Marx. Más que una defensa de su pensamiento, estamos frente a una magistral y amplia introducción a Marx. En ese sentido, no parece pasar la prueba que sus oponentes plantean al marxismo político. Pero el estilo animado y el esclarecedor análisis histórico otorgarán a los lectores de todos los niveles una idea fresca del intelectual más reconocido de la Primera Internacional.

 

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