Un nuevo imperialismo acecha al Tercer Mundo. Comparte con el antiguo una sed insaciable de nuestro trabajo, nuestra tierra, nuestros minerales y nuestra agua. Si la colonización dependía de las estrategias políticas del «divide y vencerás», hoy los imperialistas ya no necesitan gobernar. En su lugar, delegan la tarea en las élites locales, deseosas de ayudar a la explotación de sus pueblos a cambio de una parte del botín, un proceso que se ha saneado con el lenguaje de las inversiones, los acuerdos comerciales y las asociaciones.
No era inevitable que el imperialismo encontrara la manera de ser más eficiente, no menos. En el Congreso Panafricano de 1945 en Manchester, Inglaterra, la declaración fue clara: «Acogemos la democracia económica como la única democracia real». A medida que el panafricanismo ganaba protagonismo, intelectuales como W.E.B. Du Bois, junto a actores políticos, obreros y campesinos, respaldaron la unidad del pueblo africano con el fin de liberarse de la opresión política y emanciparse de la explotación económica del imperialismo y sus perros de presa.
Tres futuros presidentes africanos estuvieron en la conferencia de 1945: Hastings Kamuzu Banda, de Malawi, Jomo Kenyatta, de Kenia, y Kwame Nkrumah, de Ghana. Los tres hombres condujeron a sus naciones a la independencia pero corrieron distinta suerte. Banda y Kenyatta, contentos de ponerse del lado de los imperialistas una vez en el poder, gobernaron sus países hasta que la muerte los separó. Nkrumah, al igual que le tocaría mucho más tarde al panafricanista Milton Obote, de Uganda, se enfrentó a fuerzas internas hostiles apoyadas por Occidente y fue destituido.
La pérdida de líderes como Nkrumah formó parte de un espantoso período de asesinatos y muertes misteriosas que eliminaron a los panafricanistas e intelectuales antimperialistas de todo el mundo. Otra conferencia en Accra fue testigo de la elección de Thomas Joseph Mboya, de Kenia, como presidente de la primera Conferencia de los Pueblos de África (AAPC). A la edad de 28 años, Mboya voló a Estados Unidos para conseguir el apoyo de Martin Luther King Jr. y John F. Kennedy para el famoso «puente aéreo» de estudiantes kenianos para acceder a la educación superior en ese país. Los tres líderes cayeron ante la bala del asesino: Mboya y King por oponerse a los imperialistas, y Kennedy por estar al lado del movimiento de los derechos civiles.
«Aunque los revolucionarios como individuos pueden ser asesinados», dijo Thomas Sankara, el presidente panafricanista de Burkina Faso, «no se pueden matar las ideas». Las palabras de Sankara resultarían ser trágicamente proféticas. Aclamado como «el nuevo Nkrumah», Sankara amenazó el dominio que el imperialismo francés ejercía sobre África Occidental al impulsar el panafricanismo y resistirse a las deudas ilegítimas que mantenían a las naciones africanas subordinadas a los financieros imperialistas. También él fue asesinado, en 1987, en un golpe de Estado respaldado por Francia y Estados Unidos. Siempre que África ha intentado forjar su propio futuro, se ha visto frustrada.
Durante la crisis del COVID-19, África dependía por completo del mundo occidental para su futuro, exponiendo la fragilidad del continente en el orden político y económico mundial. Las superautopistas, las gigantescas fábricas y los multimillonarios no tenían ninguna posibilidad contra un virus furioso. ¿Por qué una pequeña isla como Cuba, con solo 11 millones de habitantes y la caña de azúcar como principal dotación agrícola, pudo responder al COVID-19 con mucha más eficacia que toda África? La respuesta es sencilla: mientras que África buscaba en Occidente la importación de vacunas, Cuba producía tres propias y se ofrecía a compartirlas con otras naciones.
Cuando Estados Unidos intentó aislar a Cuba del resto del mundo mediante sanciones, Cuba se volvió hacia su propio pueblo. Haciendo hincapié en la autosuficiencia, desarrolló sus industrias de medicina y biotecnología, al tiempo que centró el internacionalismo médico.
Este es el ejemplo para África. No son los países o los gobiernos los que necesitan ser liberados: son las personas que viven en diversos países bajo diversos regímenes políticos las que necesitan ser liberadas para que puedan vivir con libertad, dignidad e igualdad. Debemos organizar a las masas de África para que sean sus propios liberadores. A través de los sindicatos, de los grupos de ayuda mutua, de los movimientos sociales y los partidos políticos, debemos tomar el poder a través de nuestra imaginación y trabajo colectivos.
Por eso me enorgullece unirme al Consejo de la Internacional Progresista, cuya declaración establece claramente que el internacionalismo significa antiimperialismo: «Nuestro internacionalismo», dice, «se opone al imperialismo en todas sus formas: desde la guerra y las sanciones hasta la privatización y el “ajuste estructural”. Estos no son solo instrumentos de dominación de unas naciones sobre otras, sino que también son instrumentos de división para enfrentar a los pueblos del mundo».
La liberación política del pueblo africano y nuestra emancipación económica no puede ser un asunto de un solo país. Por necesidad debe ser un movimiento panafricano con solidaridad internacional con las fuerzas sociales progresistas. Esta también es la única forma viable de lograr la integración económica y política regional y continental.