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La economista Joan Robinson (1903-1983) fue una de las primeras discípulas de John Maynard Keynes. (Dominio público)

El legado teórico de Joan Robinson

Traducción: Valentín Huarte

Joan Robinson fue una de las intelectuales más importantes del mundo en un campo profundamente sexista como la economía. Lectora de las obras de Karl Marx y de John Maynard Keynes, dejó un legado fundamental para el estudio crítico del capitalismo.

Joan Robinson fue uno de los personajes más importantes en el mundo de la economía del siglo veinte. Tuvo que pelear para encontrar un lugar en una cultura académica británica profundamente sexista y terminó conquistando la cima de su área de estudios. Discípula de John Maynard Keynes, también estudió con simpatía las obras de Karl Marx y de Rosa Luxemburgo en una época en que los economistas académicos los ignoraban ampliamente. En un mundo donde las ideas de Keynes y de Marx siguen dominante los enfoques críticos del capitalismo, el pensamiento creativo y heterodoxo de Robinson tiene mucho que ofrecernos.

Salirse del molde

Joan Violet Robinson nació el 31 de octubre de 1903 en Camberley, Surrey, en una familia inglesa de clase alta. Su padre era teniente general del ejército británico y su abuela materna había sido profesora de cirugía en la Universidad de Cambridge. Estudió en la St Paul’s Girls’ School de Londres y en el Girton College de Cambridge, donde siguió Economía y se graduó con la máxima calificación en 1925 (aunque recibió el título recién en 1948, cuando la universidad reconoció por primera vez a sus egresadas mujeres).

En 1925 contrajo matrimonio con el economista E. A. G. (Austin) Robinson, con quien tuvo dos hijas. Poco tiempo después de casarse, acompañó a su marido a la India, donde él había conseguido un trabajo como tutor del hijo de un marajá. En 1929, de vuelta en Cambridge, Austin obtuvo un cargo de conferenciante en la universidad y no tardó en pasar a formar parte de la planta docente.

Sin embargo, el arraigado sexismo de la institución hizo que la carrera de Joan fuese mucho más difícil. Ella «desarrolló una relación informal con la Facultad de Economía y Política», como dice Prue Kerr, «donde asistió a algunas clases y accedió a algunas supervisiones» (las «supervisiones» eran clases personalizadas). En 1931 —«no sin cierta polémica», según las palabras de Kerr— la universidad permitió que Joan dictara esporádicamente algunas clases.

Tres años más tarde fue designada como asistente de cátedra en la facultad (aunque solo por un año) y en 1937 consiguió un cargo permanente. Ascendida a profesora adjunta en 1949, Robinson finalmente llegó a ser profesora en 1965, el mismo año en que se jubiló su marido. A esa altura, ella tenía sesenta años y había cultivado una merecida reputación que probablemente la convertía en la economista académica más importante del mundo.

El retiro de Robinson en 1971 fue completamente pro forma. Siguió investigando y publicando casi hasta el día de su muerte, el 3 de agosto de 1983, tres meses después de su cumpleaños número ochenta.

La economía de la competencia imperfecta

Robinson aprendió economía estudiando los Principios de Alfred Marshall interpretados por sus discípulos A. C. Pigou, John Maynard Keynes y Dennis Robertson. Formó parte de una cohorte de jóvenes teóricos bien dotados —entre los que destacaban Piero Sraffa (1898-1983) y Richard Kahn (1905-1989)— que reaccionó en mayor o menor medida contra la tradición marshalliana.

Sin embargo, Keynes fue por lejos la influencia más importante en su carrera y él mismo estaba empezando a cuestionar muchos aspectos del pensamiento de Marshall. Robinson dedicó una buena parte de su obra académica de cinco décadas al análisis crítico de la macroeconomía de Keynes y se esforzó por extender su teorización de corto plazo a los fenómenos de largo plazo.

Robinson fue parte de la última generación de economistas académicos que consideraba que la publicación de un libro no era menos importante que la aparición de sus artículos en revistas académicas (¡receta que en 2022 conduce a una definitiva muerte académica!). Distinguiéndose de la macroeconomía keynesiana (o de cualquier otra variante), el primer libro importante de Robinson, La economía de la competencia imperfecta (1933), está centrado en el estudio de fenómenos microeconómicos. Esa obra terminó siendo la última fundada en la teoría económica neoclásica, de acuerdo con la cual las empresas que buscan maximizar sus ganancias aplican principios marginalistas.

Siempre me impresionaron los últimos capítulos de La economía de la competencia imperfecta. Robinson expone un análisis claro y persuasivo del rol que juega el poder de monopsonio en el mercado de trabajo, y no escatima en el uso del término «explotación». Además, la autora explica con mucha precisión el significado de sus diagramas.

En un capítulo titulado «Explotación monopsonista del trabajo» también explica las implicaciones de su teoría de la remuneración diferencial de hombres y mujeres. Aunque no utiliza el término, Robinson presenta evidentemente una versión inicial de la teoría neoclásica de la discriminación en el mercado de trabajo, que depende de la elasticidad diferencial de la oferta de trabajo de hombres y mujeres.

Robinson no extendió su enfoque hasta abarcar la discriminación racial (y no es una sorpresa, dado que estaba escribiendo quince años antes del inicio de la inmigración masiva de trabajadores negros provenientes de las colonias británicas de las Antillas británicas). Pero no cabe duda de que su análisis aplica también en este caso.

En el prefacio a la segunda edición del libro, Robinson inició una profunda autocrítica. Sin embargo, siguió valorando los capítulos sobre el monpsonio de trabajo: Robinson consideraba que había «probado con éxito, en el marco de la teoría ortodoxa, que no es verdad que los salarios tienden a igualar el valor del producto marginal del trabajo». Pensaba que ese era el principal aporte de este libro.

En una evaluación más benévola habría que decir que La economía de la competencia imperfecta dejó en claro la enorme inteligencia y capacidad de explicación de la autora. Después de convertirse en una crítica de la teoría económica neoclásica («dominante», «ortodoxa»), Robinson no tardó en aplicar esas capacidades en un contexto muy distinto.

Primeras reacciones contra Keynes

A comienzos de los años 1930, Robinson fue una más entre muchos jóvenes economistas de Cambridge que discutieron con Keynes las nuevas ideas macroeconómicas que terminarían convirtiéndose en el fundamento de Teoría general del empleo, el interés y el dinero. La evaluación de Keynes de su propia obra era notablemente inconsistente: afirmaba haber revolucionado la economía, pero también definía las implicaciones políticas de su libro como «moderadamente conservadoras».

Robinson abordó estos problemas con mucha seriedad. En lo que denominaba sus «ensayos de 1935» —publicados dos años después y traducidos al castellano bajo el título Introducción a la teoría del empleo— mostró un enfoque distintivo y heterodoxo a algunos de los temas más importantes que Keynes había planteado en la Teoría general…, con especial énfasis en el mercado de trabajo, la inflación, la política macroeconómica y la metodología de la teoría económica. Estos textos son una primera versión de lo que más tarde terminó siendo conocido como economía poskeynesiana.

Esto es especialmente evidente en su discusión del mercado de trabajo, que gira sobre una teoría de la inflación explícitamente fundada en la puja salarial, dado que «los trabajadores (con más fuerza cuanto más organizados) ejercen una constante presión alcista sobre los salarios nominales y los patrones ejercen una presión constante hacia su caída, y los salarios crecen o decrecen dependiendo de cuál de las partes saque ventaja». De esta manera, destacando que «la existencia del desempleo debilita la posición de los sindicatos por medio de la reducción de sus recursos financieros y del miedo a la competencia del trabajo no organizado», Robinson estuvo bastante cerca de haber anticipado la curva de Phillips, según la cual en una economía existe una relación inversa entre las tasas de desempleo y los aumentos salariales.

Esto llevó a la autora a redefinir el pleno empleo dejando de lado el enmarañado debate que expone Keynes en la Teoría general… y en función de un concepto mucho más sencillo: «el punto de pleno empleo» es simplemente «el punto en el que finalmente por el lado del trabajo todo obstáculo a un incremento del salario nominal». Este argumento tiene consecuencias políticas importantes. Si el nivel de los salarios nominales determina el nivel de los precios —que define la tasa de interés a través de la demanda de dinero— y, por lo tanto, determina también la inversión, la demanda efectiva y el empleo, entonces los sindicatos tienen un poder económico considerable:

El control de la política está, en cierto sentido, dividido entre los sindicatos y las autoridades monetarias dado que, en condiciones monetarias definidas, el nivel de la tasa de interés está ampliamente determinada por el nivel de los salarios nominales. Un incremento suficiente de los salarios nominales siempre conllevará un aumento en la tasa de interés y dificultará consecuentemente el incremento del empleo.

Robinson pensaba que esto bastaba para desacreditar la teoría cuantitativa del dinero (revivida más tarde por economistas monetaristas como Milton Friedman). También plantea dificultades reales a todo compromiso gubernamental con la meta del pleno empleo, dado que sin un control centralizado del aumento de los salarios nominales, existe el riesgo de que los altos niveles de empleo aceleren la inflación.

En sus ensayos sobre el empleo, Robinson puso en práctica un método analítico que terminó siendo uno de los rasgos distintivos de su obra y que está fundado en la comparación entre dos economías diferentes (denominadas «Alfa» y «Beta») sin referir a ninguna transformación histórica concreta. Veinte años después, aplicó este mismo enfoque en su obra más importante, La acumulación de capital.

Keynes y Marx

En la prolongada estela de la Gran Depresión, cuando el ascenso de Hitler al poder puso en cuestión el compromiso de muchos capitalistas con la democracia burguesa, no es sorprendente que el interés académico en la economía política de Karl Marx haya crecido rápidamente. Joan Robinson estudió con atención la literatura marxista y neomarxista antes de publicar, en 1941, un artículo sobre la teoría del desempleo de Marx, y un breve pero incisivo libro traducido al castellano bajo el título Ensayo sobre la economía marxista.

Robinson retomó muchos elementos de la obra del expatriado economista polaco Michał Kalecki. Kalecki había utilizado conceptos de Marx y de Keynes para desarrollar una persuasiva teoría macroeconómica que enfatizaba a la vez la inestabilidad inherente y la naturaleza de clase fundamental de la sociedad capitalista.

En su Ensayo, Robinson cita a Kalecki en muchas ocasiones, y compara su argumento de que «el nivel de la demanda efectiva regula el total de las ganancias» con el énfasis poco convincente de Marx sobre múltiples factores que restringen la ganancia. Robinson también criticó a Marx en otro terreno poniendo en cuestión los elementos hegelianos de su pensamiento y atacando la teoría del valor-trabajo como una fuente de incomodidad y oscuridad en la exposición de El capital: «Ninguna de las ideas importantes que expresa en términos del concepto de valor no es susceptible de ser mejor expresada sin él».

Sin embargo, el veredicto general de Robinson en su análisis de los tres libros de El capital es positivo:

Marx estaba interesado sobre todo en el análisis de la dinámica de largo plazo, y su campo sigue siendo ampliamente desconocido. El análisis académico ortodoxo, envuelto por el concepto de equilibrio, no representa casi ningún aporte, y la teoría moderna no avanzó mucho más allá de los confines del período corto. Los cambios de largo plazo en los salarios reales y en la tasa de ganancia, el progreso de la acumulación de capital, el crecimiento y la caída del monopolio y las reacciones a gran escala de las transformaciones técnicas sobre la estructura de clase pertenecen a este campo.

Robinson también notó que la distinción de Marx entre la producción y la realización del plusvalor lo habilitó a bosquejar los rasgos de una teoría de la demanda efectiva.

Estos elementos están presentes, sostiene Robinson, en el componente subconsumista del pensamiento de Marx, estrechamente vinculado con su tratamiento de la desproporción entre el sector I (medios de producción) y el sector II (artículos de consumo), y, por lo tanto, también con la inversión y los gastos de consumo. En una crisis, argumenta la autora:

[L]os trabajadores no pueden consumir, y los capitalistas no lo harán. Luego, las industrias de bienes de consumo representan un campo estrecho para la inversión, y las industrias de bienes de capital sufren a su vez la restricción de la demanda. Al menos en este punto, la ley de Say cae y Marx parece anunciar la teoría moderna de la demanda efectiva.

Por buenos motivos, la frase final del Ensayo es muy citada:

Más allá de la elaboración imperfecta de los detalles, Marx se propuso la tarea de descubrir la ley de movimiento del capitalismo, y si todavía existe la posibilidad de progresar en economía, ese progreso resultará de la aplicación de los métodos académicos a la resolución de los problemas planteados por Marx.

En el largo prefacio que escribió con ocasión de la segunda edición del libro en 1966, Robinson no cuestionó esta tesis.

La acumulación de capital

La obra más larga en la que Robinson intentó resolver estos problemas apareció catorce años más tarde. Tomó su título del texto clásico de Rosa Luxemburgo, La acumulación de capital, que Robinson había valorado positivamente en el Ensayo de economía marxista y mucho más todavía en su introducción a la traducción inglesa del libro de Luxemburgo. En cualquier caso, no deja de llamar la atención que el libro de Robinson contenga apenas una referencia al de Luxemburgo.

Descubrí que el estudio minucioso del libro de Robinson es una experiencia tan gratificante como difícil. Es un libro muy largo —425 páginas en la edición definitiva de 1965—, además de un apéndice matemático de siete páginas redactado por David Champernowne y Richard Kahn. Robinson parece haber pretendido que este libro fuera la culminación de un cuarto de siglo de trabajo, casi en el mismo sentido en que lo fue la Teoría general… en el caso de Keynes: ambos economistas tenían cincuenta y tres años cuando publicaron sus respectivas obras maestras.

Robinson dividió la obra en ocho secciones, que tituló Libro I, Libro II, etc.. Después agregó diez «notas sobre temas diversos» y, por último, quince páginas de diagramas. En el Libro I, Robinson brinda una introducción general a la economía. Su lectura plantea una serie de problemas reales, comenzando con el nivel de dificultad bastante desigual de los análisis que emprende la autora en estos seis capítulos, además de su negación a brindar ilustraciones gráficas (o ejemplos numéricos) de la teoría keynesiana básica del ahorro y de la inversión acuñada por la autora. Tampoco brinda evidencia empírica ni discute ejemplos históricos relevantes.

El núcleo de su argumento está en el Libro II, que también adolece de muchos de los problemas que marcan el Libro I. En esta sección, Robinson establece su análisis teórico de la acumulación apoyándose primero sobre una única técnica de producción y después discute las complicaciones que plantean el progreso técnico, la opción de una técnica particular y la medición del capital. Esta vez la autora sí brinda ejemplos numéricos (aunque a veces solo lo hace en notas al pie). Un poco más adelante discute la medición del capital, el límite de la técnica en una «época dorada» donde no existieran las contradicciones internas del sistema capitalista y la distinción entre progreso técnico neutral y sesgado.

En un momento, Robinson se refiere al pasar a la posibilidad de lo que define como una «relación perversa» entre los salarios y el nivel de automatización, según la cual el aumento de los salarios reales resulta en una proporción capital-trabajo decreciente en vez de ascendente. La autora reconoce en una nota al pie que fue su colega Ruth Cohen quien le sugirió esta idea. De hecho, la tesis recibió el nombre de «curiosum de Ruth Cohen».

Aunque Robinson no se tomó muy en serio esta tesis, una década más tarde los resultados de la controversia de Cambridge probaron las implicaciones profundas de lo que terminó siendo conocido  como «reswitchings» y «reversiones de capital». Puso en duda toda la teoría neoclásica de la distribución del ingreso, abriendo el camino a enfoques alternativos más aceptables para los poskeynesianos, que implican considerar, por ejemplo, el sentido de las relaciones de poder social y las diferencia de clase en la propensión al ahorro. En términos políticos subvirtió una idea de relaciones armónicas que estaba implícita en la teoría de la distribución neoclásica y destacó la importancia del análisis del conflicto social en la teoría económica.

Con apenas una excepción, las otras seis secciones del libro no hacen más que extender y profundizar los argumentos del Libro II sin añadir nada muy relevante. La excepción está en el Libro IV, donde Robinson hace un aporte importante a lo que más tarde terminó siendo el amplio espacio de investigación poskeynesiana del dinero endógeno.

Vale la pena citar las cinco líneas de su conclusión:

El lector debe sacar sus propias conclusiones. A modo de despedida, solo pido que vuelva a mirar el Capítulo 2 y recuerde que los outputs sobre los que discutimos todo el tiempo son outputs de productos vendibles; no son coextensivos con la riqueza económica, ni mucho menos con las bases de la riqueza humana.

Pienso que extraña conclusión representa la aceptación de una derrota. La acumulación de capital es un noble fracaso, y Robinson lo supo mucho antes de haber terminado de escribir el libro.

Los últimos veinticinco años

Joan Robinson siguió discutiendo, escribiendo y publicando sobre estos temas durante varios años. Destacan una serie de artículos y tres libros: Exercises in Economic Analysis, Essays in the Theory of Economic Growth y Herejías económicas. Esta última obra aborda un amplio abanico de temas, que incluye controversias en torno al capital y cuestiones metodológicas por las que la autora había mostrado cierto interés.

En diciembre de 1971, cuando fue invitada a dictar la prestigiosa Conferencia Richard T. Ely en la reunión anual de la Asociación Económica Estadounidense, sus intereses se habían desplazado hacia el fracaso de las corrientes principales de la economía en cuanto al tratamiento adecuado de los problemas que planteaban la pobreza mundial y la contaminación del medioambiente, y no volvió a hacer ninguna referencia directa a sus obras sobre la acumulación del capital. En cualquier caso, aun si La acumulación de capital no es una obra fundamental, el legado de Joan Robinson es profundo y duradero.

 

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Publicado en Artículos, Economía, homeCentro3, Reino Unido and Teoría

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