El pasado domingo 29 de mayo se celebró la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia. Esta contienda ha llamado la atención mundial, por ser la primera vez en mucho tiempo que un proyecto progresista, popular y de corte feminista es el favorito para quedarse con la presidencia de la República, según la mayoría de las encuestas realizadas desde el inicio de la campaña. Tras los resultados del domingo se empiezan a materializar algunos hitos en la tradición política colombiana de dimensiones históricas.
En primer lugar, el candidato del Pacto Histórico, Gustavo Petro y su fórmula vicepresidencial, Francia Márquez, consiguieron la mayor votación en primera vuelta de toda la historia de Colombia con 8.527.768 votos a favor, es decir el 40,32% del total. Quizás no sobra decir que jamás un proyecto progresista, independiente o de izquierdas, había conseguido un apoyo similar en las urnas. Además, Petro duplicó los votos que obtuvo en 2018 en primera vuelta, y creció considerablemente, frente a sus resultados en la consulta interna del Pacto Histórico, el pasado 13 de marzo.
En segundo lugar, la derrota del candidato uribista, el preferido del establecimiento y de quien se esperaba enfrentarse a Petro en segunda vuelta, quedó de tercero con el 23,91%, poniendo una nueva marca en la tortuosa decadencia del régimen uribista cuya hegemonía, otrora absoluta, ha venido resquebrajándose en los últimos años. Por primera vez en más de dos décadas, el electorado se desmarca y castiga el continuismo, votando mayoritariamente por dos proyectos que prometen en sus discursos un cambio de rumbo en el país.
Lo que resultó sorpresivo fue el resultado de Rodolfo Hernández, quien pasó a segunda vuelta con el 28,15% y tuvo la astucia de captar votos de un electorado cansado de la política tradicional y la corrupción del país. «El ingeniero», como se hace llamar, no tiene un proyecto claro para Colombia y representa una derecha ramplona, abiertamente misógina, homófoba y anti-derechos. Pero lo más paradójico es que, habiéndose presentado como un outsider de la política –bajo el lema de acabar con la corrupción y la politiquería– cuenta con una larga trayectoria como político regional en Bucaramanga, donde fue alcalde, y está imputado por casos de corrupción. Todo lo cual apunta a que, de ganar la presidencia, el congreso de la República debería decidir si lo destituye o no de su cargo.
Por otra parte, su estilo de intervención explosivo, volátil y arrebatado le permite sostener un discurso incoherente y cambiante en función de los humores mediáticos. Al mismo tiempo que puede poner un tuit en defensa de los derechos de las mujeres y las diversidades sexuales, es capaz de llamar «estúpida» a una periodista por hacer una pregunta incómoda, o decir que de llegar al poder declararía el Estado de Conmoción Interior –interrupción del Estado de Derecho–. Si bien esta forma de hacer política ha sido definida como «trumpismo criollo», lo cierto es que se trataría de una peligrosa combinación entre el ex presidente ecuatoriano Abdalá Bucaram y el actual presidente salvadoreño Nayib Bukele. Y, por si fuera poco, ha hecho campaña a la presidencia declarándose anti establecimiento, pero una vez en segunda vuelta, ya está siendo apoyado por un amplio sector de las élites, el uribismo y el centrismo a fin a Fajardo.
El voto sabroso y feminista
Pero lo que resulta más alarmante son sus declaraciones oporofóbicas y abiertamente patriarcales de Hernández. Existen vídeos en los que dice que es una «delicia» quitarle el dinero a los «pobres» –a quienes llama «hombrecitos» y «mujercitas»– y explica cómo «atracar» a los sectores populares con proyectos inmobiliarios. También hay declaraciones públicas en que sostiene que la mujer no debería trabajar ni participar en la política y, sí, por el contrario, quedarse en la casa para cocinar.
En ese sentido, la peligrosidad de Hernández, quien puede engañar a una parte del electorado con sus promesas de cambio y, al mismo tiempo, apoyarse en el continuismo del establecimiento para tratar de ganarle a Petro en la segunda vuelta, ha desatado una ola de indignación y alerta entre las mujeres, comunidades LGTBIQ+ y, especialmente, en el movimiento feminista colombiano que hasta ahora no había mostrado una postura unitaria ni demasiado clara frente a la coyuntura electoral.
En menos de 36 horas de haberse conocido el resultado de la votación, dos colectivas feministas locales del departamento de Boyacá, –Chinas Berriondas y Montañeras Enruanadas– tomaron la decisión de convocar a todo el país a juntarse para movilizar masivamente el voto de mujeres a favor de Gustavo Petro y evitar la llegada de Rodolfo Hernández al poder. En unas pocas horas, quienes lanzaron la iniciativa articuladas con lideresas visibles del Pacto, recibieron la respuesta de casi 50 mil mujeres rurales y urbanas de todas las regiones del país, rompiendo así el mito de que la agenda de las mujeres y las diversidades sexuales «no suman votos» en esta contienda.
De nuevo, fue un hecho extraordinario y sin precedentes en la historia del movimiento feminista colombiano, que de continuar por ese camino, podría llegar a jugar un rol crucial en la definición del próximo gobierno. Todo esto podría estar marcando el inicio de una nueva fase del feminismo en Colombia, en la que los sectores que hasta ahora han sido hegemónicos deberán negociar el espacio con otras tendencias progresistas y populares, logrando por fin un alcance (pluri)nacional y masivo que consiga permear, en todos sus ámbitos, el campo popular.
En todo caso, no cabe duda que la aparición de esta inmensa articulación de mujeres, colectivos LGTBIQ+ y feministas, que se ha denominado «Vivir sabroso» –como la frase célebre de la fórmula de Gustavo Petro, la lideresa afrocolombiana, feminista y defensora del medio ambiente, Francia Márquez Mina–, representa un cambio radical frente al preocupante silencio de ciertos sectores que habían sido las caras más visible del feminismo colombiano, entre los que cabe resaltar el partido político, Estamos Listas, quienes no se han sumado al Pacto Histórico y se han mantenido en una posición distante y crítica frente a Gustavo Petro.
Estas posturas críticas hacia el Pacto Histórico, muchas de ellas comprensibles en sus razones pero poco estratégicas en sus procedimientos, lograron apropiarse mediáticamente del significante feminismo y, por momentos, crear la sensación errada de que el feminismo había quedado fuera del Pacto Histórico o, en el mejor de los casos, marcaban una ruptura innecesaria entre la figura presidencial y vicepresidencial. Como si el voto fuera solo por la figura individual de Francia Márquez y no por el proyecto colectivo liderado por ambos candidatos.
Estamos Listas, que hace un año proclamaba a Francia Márquez como candidata presidencial, decidió no acompañarla en su adhesión al Pacto Histórico, lanzando una lista independiente al Congreso de la República cuya votación no alcanzó para obtener ninguna curul. Oponerse a este movimiento que hoy encarna el Pacto Histórico, supone perder la oportunidad histórica de diálogo con un futuro gobierno dispuesto a cumplir con las demandas de las mujeres y las diversidades sexuales; y, por otro lado, separarse del sentir y la necesidad popular, especialmente de las mujeres que en su mayoría experimentan un feminismo incipiente, y que son las más oprimidas dentro de los oprimidos.
¡El cambio es con nosotras o no será!
Por este motivo, quisiéramos proponer algunas claves para comprender por qué, al parecer, las consignas y las demandas feministas y LGTBIQ+ vuelven a ser encarnadas por el Pacto Histórico como primer actor político. Hace pocos días, se llevó acabo un evento organizado por 36 agrupaciones feministas para conversar con los dos candidatos a la Presidencia. Rodolofo Hernandez, quien en las últimas horas ha expresado que sí defiende los derechos de las mujeres, declinó de inmediato la invitación. Gustavo Petro, por el contrario, asistió al evento y fue ovacionado al entrar al teatro en el que tuvo lugar la conversación.
Las tres entrevistadoras, pertenecientes a la ONG Artemisas y al colectivo Volcánicas, no dudaron un minuto en recoger preguntas claves para conocer la posición de Petro sobre temas tan sensibles como el aborto y las políticas públicas de género e inclusión social para los colectivos históricamente excluidos. Cabe señalar que Petro evidenció un profundo conocimiento, no sin ciertas ambigüedades terminológicas y teóricas, que se amparaban en su experiencia como Alcalde progresista en Bogotá –a diferencia de la actual alcaldesa Claudia López quien, perteneciendo a la comunidad LGTBI+, ejerció una de las alcaldías más violentas, excluyentes e insensible en materia de género y cambio climático–.
Por otro lado, el Pacto Histórico presentó la primera lista paritaria al Congreso de la República, consiguiendo que la mitad de sus congresistas electas sean mujeres y personas de las comunidades LGTBIQ+, además de incluir en su propuesta de gobierno importantes apuestas programáticas para avanzar en la lucha por la igualdad y contra las violencias basadas en género, elaborado por sectores feministas de los partidos del Pacto.
En segundo lugar, la presencia de Francia Márquez en el Pacto Histórico y su rol como fórmula vicepresidencial de Gustavo Petro, ha marcado un antes y un después en la historia política nacional y ni qué decir, del feminismo y del antirracismo en Colombia. Márquez, además de encarnar las cualidades de las mujeres del pueblo colombiano, así como también la resistencia a las distintas opresiones racistas, clasistas y misóginas que sufre la inmensa mayoría; ha conseguido articular un discurso emancipador que abarca y abraza todas las luchas populares, a todas las personas excluidas y oprimidas de nuestro pueblo, logrando que, en su rostro, nos podamos ver reflejadas las «nadies», como dice Márquez, sin importar nuestra inmensa diversidad.
Difícilmente, una persona que haya asumido el feminismo como camino y como prisma para interpretar la realidad y luchar por transformarla, puede resistir a esa fortaleza sabrosa, genuina y terrenal que posee la poderosa Francia Márquez, porque su sola presencia en la vida política nacional está desenmascarando y poniendo a temblar las rancias estructuras coloniales, profundamente racistas, clasistas y patriarcales que, por desgracia de Colombia y del continente, continúan aspirando a ordenar la realidad.
Por todo ello, impedir la llegada de Rodolfo Hernández a la Presidencia, es en sí mismo, un imperativo ético-político para el feminismo. En Colombia el machismo sigue siendo una marca cultural bastante notoria en la que, con dificultad, las mujeres hemos ido logrando algunas conquistas en las últimas décadas. A todo ello debe sumarse el papel del conflicto armado y el hecho de que en Colombia un amplísimo número de mujeres son madres cabeza de familia con muy pocas posibilidades de gozar de los derechos básicos y del tiempo libre que toda sociedad igualitaria debería garantizarles.
Ante esta realidad, las organizaciones de mujeres, feministas y LGTBIQ+ venimos haciendo un esfuerzo importante en visibilizar estas injusticias y posicionar en la agenda pública el tema de la desigualdad y las violencias contra las mujeres, especialmente aquellas que viven en los territorios periféricos, y que enfrentan otras violencias como el racismo estructural, la exclusión socioeconómica, o la discriminación por cuestiones de orientación sexual.
Un gobierno dirigido por Hernández no solamente pondría un freno a las actuales demandas de las mujeres, sino que implicaría un retroceso sobre lo ya conquistado. Peligrarían los avances que nos han permitido abrir horizontes a otras posibilidades, como ir a la universidad, desarrollarnos profesionalmente, participar en política y gozar, en general, de una mayor libertad para decidir sobre nuestras vidas, nuestros cuerpos y nuestra sexualidad. Un gobierno liderado por Francia Márquez y Gustavo Petro, en cambio, además de garantizar lo ya conquistado, abriría las puertas para imaginar una verdadera República de los cuidados construida por nosotras en un país devastado por la mezquindad de las élites, la lógica de la guerra, el despojo y la depredación de la naturaleza.