Summer of Soul me pareció tremendamente conmovedor, estimulante y desconcertante a la vez. Tus opiniones pueden variar, pero no puedes encontrarlo nada menos que increíblemente interesante. El subtítulo de la película, entre corchetes, (…or, When the revolution could not be televised), hace referencia a la incendiaria canción de 1970 “The revolution will not be televised” del músico de jazz y poeta Gil Scott-Heron. También se refiere al hecho de que, hasta ahora, ningún público ha visto esta película desde que se grabó hace más de cincuenta años.
Dirigido por el multiinstrumentista Questlove, Summer of Soul reúne imágenes perdidas hace mucho tiempo del Festival Cultural de Harlem de 1969 en Mount Morris Park, una serie de conciertos gratuitos durante seis semanas en los que participaron algunos de los talentos musicales más increíbles del mundo: Nina Simone, Stevie Wonder, Mahalia Jackson, BB King, Sly and the Family Stone, Gladys Knight & the Pips, los Staples Singers, etc. La riqueza de la tradición musical negra estadounidense es casi abrumadora: abarca el blues, el jazz, el gospel, el pop, el rock, el funk… y las influencias globales son tan vastas que ni siquiera una serie de conciertos de sesenta partes podría abarcarlas.
Los Panteras Negras proporcionaron seguridad, marginando a la fuerza policial. El público mayoritariamente negro de hasta 300.000 personas contaba con jóvenes y adultos, jubilados con trajes y sombreros elegantes y jóvenes desprendidos –con sus gloriosos afros y sus jeans ajustados–; había también muchos niños, familias enteras, hasta personas sentadas en los árboles para tener una mejor vista. Este épico evento parece hecho para ser recordado.
Y, sin embargo, como atestiguan tristemente los comentaristas al final, todo se olvidó rápidamente. El rodaje pretendía hacer una película-concierto –que se uniera a clásicos como Woodstock, Monterrey Pop y Gimme Shelter– pero no atrajo el interés de los productores de la época.
¿Por qué? Porque Woodstock ocurrió a menos de 100 millas de distancia, más o menos en simultáneo, y los medios de comunicación no hablaban de otra cosa. “Incluso intentamos llamarlo ‘Black Woodstock'”, dice el productor y camarógrafo Hal Tulchin, “pero fue inútil”.
El festival se armó con un presupuesto tan ajustado que ni siquiera podían permitirse una iluminación completa, por lo que el escenario tuvo que construirse de cara al duro sol del verano. El director y productor del festival, Tony Lawrence, lo montó todo a base de puro carisma y habilidad comercial, además de un patrocinio que consiguió del café Maxwell House; en la película podemos escuchar la vergonzosa voz en off, con su exagerado énfasis “africano, “exaltar la rica y profunda tierra del “continente oscuro” donde supuestamente crecían los granos de café.
A lo largo de la película, Questlove interrumpe las imágenes del concierto con secuencias en las que se abordan las numerosas cuestiones paralelas que evoca el evento: las historias de los intérpretes, los recuerdos de los espectadores (muchos de los cuales son entrevistados), el contexto social de la época que era a la vez extremadamente volátil y extremadamente trágico, con los asesinatos de Medgar Evans, Malcolm X y, muy recientemente, en el momento del concierto, Martin Luther King Jr. Estos aparecen en el centro del festival cuando Jesse Jackson sube al escenario para presentar a la leyenda del gospel Mahalia Jackson y al saxofonista Ben Branch. Jesse Jackson recuerda a la multitud que Ben Branch estaba con él y el reverendo King el día del asesinato, y que King había pedido al saxofonista que “no se olvidara de tocar su canción favorita”.
Fue una angustia real, como debía ser. La cantante Mavis Staples cuenta en su entrevista que Mahalia Jackson, bastante mayor en ese momento, no se encontraba bien ese día y le pidió que se uniera a ella y le ayudara en la voz. Los intérpretes eran muy conscientes de la importancia histórica de lo que estaban haciendo, no sólo política sino también musicalmente, cuando Jackson pasó la antorcha, en forma de micrófono, a Staples.
El alunizaje del Apolo también se produjo durante el festival –1969 fue un año en el que todo ocurría a la vez– y Questlove proyecta un revelador montaje de respuestas ciudadanas en blanco y negro a este acontecimiento histórico. Como es de esperar, la respuesta de los blancos es uniformemente entusiasta, mientras que la de los negros es mucho más ambigua o directamente hostil. “Creo que es muy importante, pero este [festival] es igual de importante”. “No importa la luna, vamos a conseguir algo de ese dinero para Harlem”. “Es un despilfarro de dinero, hay gente que se muere de hambre en todo Estados Unidos…”
Sus palabras tiene una notable actualidad ahora, con multimillonarios que financian cohetes para volar al espacio, mientras los memes vuelan por las redes sociales citando la canción de Gil Scott-Heron “Whitey on the Moon”: “No puedo permitirme ningún gasto médico/ pero Whitey puede viajar a la luna”.
Hay tantas cosas en la película que es difícil saber qué destacar, pero algo que no podrás ignorar es la ropa. Dios mío, la ropa. Como señalan las voces de la narración, el aspecto asociado a Motown, con trajes y vestidos elegantes, peinados extravagantes, todo muy “elegante”, estaba en transición hacia el cabello natural y la ropa extremadamente creativa –con flecos, volantes, accesorios– en colores deliberadamente chocantes, a menudo inspirados en influencias africanas y latinas.
Un buen ejemplo de la transición entre fases, musical y visualmente, es Stevie Wonder, que acaba de empezar a ampliar el estilo de actuación de Motown que le dio fama como el niño maravilla Little Stevie Wonder, para volverse más audazmente improvisado y también político. Está fabuloso con un traje marrón con el más increíble cuello alto, casi a la altura del Conde Drácula, y una camisa de volantes amarilla. Y también está David Ruffin, que había dejado recientemente los Temptations, subiendo al escenario para cantar él solo su gran éxito de Motown “My Girl”. Notablemente alto y delgado, ha dejado atrás los smokings de su antigua banda por un esbelto traje negro con camisa rosa y un gran cuello de piel como sólo Joan Crawford podría haber llevado alguna vez.
La vestimenta masculina, en particular, destaca en esta película, rechazando o al menos embelleciendo los trajes de colores apagados que eran obligatorios en la sociedad norteamericana “educada”. El empresario Tony Lawrence lleva varias camisas llamativas, siendo mi favorita la elaborada de satén rosa intenso con volantes, cortada -como se decía- hasta abajo.
Luego, por supuesto, está Nina Simone. Como relató un testigo, “parecía una princesa africana”, con una torre de pelo trenzado, pendientes de aro gigantes con intrincados diseños y un vestido verde de una sola pieza con estampados hasta abajo. Cuando sale, se sienta al piano de cola y golpea las teclas con tanta fuerza que se ven saltar los músculos de sus brazos. Es espeluznante.
Simone estaba hablando de una verdadera revolución, sin duda. Las letras de su canción “Are you ready?” no están preguntando si estás listo para divertirte. Preguntan: “¿Estás preparado para hacer lo necesario? ¿Estás listo para destruir cosas blancas, para quemar edificios, estás listo?”
Cuando Sly and the Family Stone subieron al escenario, no se apresuraron a afinar sus instrumentos para dar a todos el tiempo suficiente para absorber este conjunto multirracial que desafió todo tipo de convenciones. “Increíble ver a una mujer negra tocando la trompeta”, se maravilla un fan de Cynthia Robinson, la formidable trompetista y corista del grupo. Y respecto a Greg Errico, el baterista blanco que lleva un escandaloso traje con estampado de leopardo: “¡¿El blanco es el batería?!”.
Vimos a la enorme multitud esperar con gran expectación para ver si Sly Stone realmente subiría al escenario o no –nunca se sabía con certeza entonces– pero cuando finalmente emerge, con el mejor estilo de siempre, levanta la cabeza para cantar ese fantástico estribillo de “Everyday People” -“I love ordinary people, yeah, yeah”– pues, casi lloré.
También estuve a punto de llorar –pero por otra razón– al ver la productora de la película, el Colectivo Onyx, que aparece en los créditos iniciales. Lejos de ser un colectivo real de cineastas negros independientes, Onyx es en realidad una “marca de contenido comisariado por Disney” para “creadores de colores y voces subrepresentadas”.
Summer of Soul es el primer largometraje del colectivo. ¿Y cuál es la segunda? El Proyecto 1619, que será producido por Oprah Winfrey.
Sí, Disney es el dueño de todo. Y su “revolución” será definitivamente televisada.