Pocos acontecimientos históricos les importaban tanto a Lenin y a los bolcheviques como la Comuna de París de 1871. Poco tiempo después de llegar al poder, los bolcheviques convirtieron el 18 de marzo –fecha de fundación de la Comuna– en un feriado soviético. Se celebraba a la Comuna de París como el prototipo de la nueva república soviética. Se desarrollaban festivales masivos y actos públicos para honrarla en todas las ciudades y pueblos de lo que entonces era el primer Estado abiertamente socialista del mundo. No era raro que Pravda y otros periódicos importantes se refirieran a este nuevo Estado como la «Comuna Soviética» o la «Comuna Rusa». Se insinuaba de esta manera que era, como París en 1871, un bastión revolucionario en medio de un mar de agresiones imperialistas.
En aquel entonces, los sectores más radicalizados e insatisfechos de París rechazaron la autoridad del gobierno francés, establecieron su propio gobierno municipal electo y comenzaron a implementar una nueva agenda política y social. Resistieron durante 72 días antes de que el Ejército Francés entrara a París y destrozara a las fuerzas de la Comuna en una serie de sangrientas luchas callejeras. La Comuna y quienes murieron defendiéndola se convirtieron en una gran inspiración para muchas generaciones de revolucionarios. Cuando llegó 1921, durante el quincuagésimo aniversario de la Comuna, podía leerse en los en numerosos afiches que adornaron las calles soviéticas que «¡Los mártires de la Comuna de París revivieron bajo la bandera roja de los soviets!». Luego de la muerte de Lenin en 1924, una delegación del Partido Comunista Francés les regaló a los «trabajadores de Moscú» una bandera original de la Comuna de París. Emplazada junto al cuerpo momificado del líder bolchevique en su mausoleo de la Plaza Roja, inmortalizó simbólicamente a Lenin como un compañero comunero.
Muchas veces se define la celebración soviética de la Comuna de París como una propaganda oportunista y como una forma de legitimar un régimen ilegítimo. Es decir, como un invento bolchevique diseñado para proyectar una tradición allí donde no la había. Sin embargo, estas lecturas ignoran en gran medida el significado práctico y simbólico de largo plazo que tuvo la Comuna para la Rusia revolucionaria. La Comuna de París cautivó desde el principio a los militantes rusos, tanto a los que estaban en su país como a los que estaban en el extranjero, y su sentido y legado fueron un tópico de intenso y prolongado debate a lo largo de 1917.
La Comuna de París en la Rusia zarista
En 1871, las noticias de la Comuna de París llegaban a Rusia a través de la prensa conservadora. Predeciblemente hostil, la cobertura era amplia, regular y sensacionalista. Se retrataba a la comuna como un evento aberrante, inadmisible y fundamentalmente antirruso. Si se creía en lo que decían los informes, la Comuna representaba el exacto opuesto de los valores autocráticos. Desde un primer momento, entonces, la prensa oficial de la Rusia zarista presentó a la Comuna de París como una peligrosa alternativa política a la autocracia zarista.
Pero fue una alternativa que los sectores más radicales de Rusia aceptaron inmediatamente. La Rusia conservadora martirizaba a la Comuna como símbolo político incluso antes de los tristes acontecimientos de la Semana Sangrienta (21 y 28 de mayo de 1871), cuando el vengativo Ejército Francés convirtió a los comuneros en verdaderos mártires brutalmente asesinados durante la «recuperación» de París.
La primera voz que tuvo suficiente coraje –o estupidez– para responder a los acontecimientos de París desde Rusia fue la del académico-convertido-en-comunista-declarado Nicholas Goncharov. Goncharov publicó una serie de panfletos durante el tiempo que duró la Comuna, todos bajo el título La horca (Viselitsa). Producidos en una imprenta manual, estos panfletos proclamaban que «la revolución mundial» había empezado y que «nuevas comunas» se propagarían por toda Rusia. Su prosa incendiaria incluso pedía la sangre de los periodistas reaccionarios que denunciaban el ejemplo de la Comuna.
Goncharov no era un revolucionario especialmente astuto ni exitoso. Sin experiencia en las formas de la clandestinidad revolucionaria, logró imprimir muy pocos de estos panfletos antes de ser arrestado y acusado de sedición. A pesar de sus flagrantes errores, su caso gozó de mucha atención durante el verano de 1872. Las excentricidades de su abogado –que, al argumentar que su cliente era una persona emocionalmente inestable, terminó acusando a un periodista reconocido de tener un amorío con su esposa– solo lograron hacer todavía más dramático el proceso. Considerando el estado de histeria en el que todavía se encontraba la Rusia conservadora, los jueces de Goncharov decidieron hacer de su caso un ejemplo. Se lo condenó a realizar trabajos forzados en Siberia, lo que representaba una sentencia muy dura para una primera infracción política. A pesar de que la pena se redujo luego a la deportación de Rusia occidental, la acción estaba hecha y los titulares se habían impreso. Al mostrar un carácter tan intransigente e inflexible como el gobierno de Versalles que reprimió la Comuna, las autoridades rusas solo lograron ratificar el previo sentimiento de injusticia que crecía entre sus críticos. Para estos críticos, se trataba simplemente de otro eslabón en una larga cadena de atropellos que definían su percepción de lo que eran el «lado correcto» y «el lado incorrecto de la historia». Para mucha gente de izquierda, el destino de Rusia estaba desde entonces atado al de París.
Internacionalistas
En la capital de Francia, muchos revolucionarios rusos importantes fueron testigos de los primeros acontecimientos de la Comuna e incluso participaron de las acciones. Entre ellos estaba la destacada feminista revolucionaria Elizabeta Tomanovskaya (alias Madame Dmitrieff). Dmitrieff era amiga de Karl Marx. Fue ella quien lo introdujo a las obras clave de la literatura revolucionaria rusa y quien lo alentó a estudiar ruso para que pudiese leer más. Mujer delicada y con estilo, revolucionaria como muchas en aquel momento, su apariencia reflejaba conscientemente su disposición al sacrificio. El 11 de abril fundó la Union des femmes y reunió a mujeres obreras para que ayudaran y sirvieran en las postas sanitarias, las cantinas y las barricadas de la Comuna. Dmitrieff y la Union lucharon hasta el amargo final y resistieron en las barricadas del XI Distrito antes de refugiarse a último momento en la seguridad familiar de los alrededores de Ginebra.
Anna Korvin-Krukóvskaya también estuvo presente y participó de las acciones junto a su esposo, el socialista revolucionario francés, Victor Jaclard. Sirvió en la comisión de salud, trabajó junto a otro grupo –el Comité des femmes– para promover la educación de las mujeres y también estuvo en las barricadas cuando la Comuna colapsó. Ella y Victor fueron arrestados, pero de alguna manera Anna logró escapar. Al parecer su apellido –era hija de un importante general ruso– sirvió también para salvar a Victor a último momento. Su ejecución fue suspendida y este finalmente logró reunirse con Anna –gracias a una serie de negociaciones secretas– en octubre de 1871.
Petr Lavrov, el socialista revolucionario ruso más notorio de los que estuvieron en París ese año, desempeñó un papel menos comprometido. Luego admitió que había sentido envidia de la participación más activa de Dmitrieff. Pero esto no le impidió convertirse en el principal testigo y cronista de la Comuna de París en Rusia. Lavrov escribió y publicó sus primeros artículos en apoyo a la Comuna en simultáneo al desarrollo de los acontecimientos. En mayo, cuando el fin estaba cerca, todavía escribía que la Comuna era un ejemplo para todos los socialistas. Hizo un llamamiento a construir una «federación de comunas» para propagar la revolución socialista mundial. Y, en la estela del proceso, declaró en el periódico ruso Vpered! (¡Adelante!) que la Comuna había sido la primera revolución proletaria. Hizo más que nadie para instituir la mitología de la Comuna en Rusia. Su libro La Comuna de París (1880), en el cual amplió sus ideas, inauguró el debate sobre las «lecciones» de la Comuna en los círculos revolucionarios rusos.
Lavrov elogiaba la iniciativa de los comuneros, pero no se privaba de señalar lo que desde su punto de vista habían sido sus debilidades: cierta falta de disciplina, no haber tomado el Banco de Francia y la reticencia frente al uso de la violencia. Al enmarcar su análisis de esta manera –como un balance de enseñanzas positivas y negativas– Lavrov estableció un formato que influyó sobre el modo en el cual la siguiente generación de militantes, incluido Vladimir Lenin, abordó el legado de la Comuna. El análisis de Lavrov también se avenía con el futuro líder bolchevique, y con muchos otros incipientes marxistas rusos, porque se hacía eco del punto de vista de Karl Marx, cuyo estudio La guerra civil en Francia (1871) había remarcado que la «sola existencia» de la Comuna legaba una serie de ejemplos prácticos para todos aquellos que deseaban desarrollar la lucha socialista. Ambos estudios gozaron de una distribución amplia entre los círculos revolucionarios de Rusia antes de 1917, y fueron reimpresos en múltiples ediciones por los soviets después de la Revolución de Octubre.
Las «lecciones» de la Comuna de París se volvieron muy importantes para los marxistas rusos luego de las disputas internas de los años 1890. Una nueva generación de militantes –una joven guardia emergente (molodye), que incluía a Yuli Mártov, Arkadii Kremer y Vladímir Uliánov (luego conocido como Lenin)– llamaba a sus camaradas a «agitar» a los trabajadores y a fermentar el malestar político que reinaba entre todos los grupos socialmente alienados y explotados. Se organizaron en contra de la vieja guardia (staryi) del marxismo ruso –Gueorgui Plejánov, Pável Axelrod y Vera Zasúlich– que argumentaba que Rusia no estaba preparada para este tipo de campaña. Insistían en que el trabajo económico preliminar no había sido suficiente y en que la clase obrera rusa no estaba completamente formada.
La joven guardia luchó desesperadamente para posicionar a la socialdemocracia rusa al frente de una lucha antizarista más amplia, mientras la vieja guardia –etiquetada como ekonomisty (economistas)– mantenía su apego a la noción de que se necesitaba una revolución burguesa para sentar los fundamentos de la lucha socialista. A medida que se desplegaban todas las ramificaciones de esta división, las «lecciones» prácticas de la Comuna de París, no menos que el ejemplo heroico y decisivo de los comuneros, daban crédito a quienes intentaban presionar en favor de la agitación política «aquí y ahora» en la Rusia de fin de siglo.
Lecciones de París
Durante el Segundo Congreso del todavía novato Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR), celebrado en 1903, la formación de las facciones bolchevique y menchevique profundizó la escisión del marxismo ruso. Las opiniones sobre la Comuna se convertían cada vez más en un medio por el cual los revolucionarios se definían y se posicionaban al interior de la socialdemocracia rusa. Tal como mostró recientemente Jay Bergman, en una carta escrita a Gueorgui Plejánov en 1901, Lenin criticaba al así llamado «padre» del marxismo ruso por haber afirmado que la Comuna era «historia antigua». Lenin luego reprendió públicamente a Plejánov y a otros, muchas veces de manera injusta, argumentando que habían sugerido que no había mucho para aprender de 1871.
En sus primeras observaciones sobre la Comuna, que datan de 1904, Lenin listaba «sus ventajas»: la separación de la Iglesia del Estado, la gratuidad de la educación pública, la posibilidad de elegir y revocar a todos los funcionarios y la abolición de la burocracia. También listaba «sus desventajas»: la «falta de organización», la «falta de conciencia de clase» y el fracaso a la hora de «tomar el banco y atacar Versalles». Entre estas primeras observaciones y los cruciales acontecimientos de 1917, Lenin desarrolló su propio lenguaje sobre las «lecciones de la Comuna». Durante los levantamientos de 1905 en el Imperio ruso, Lenin los comparó con la iniciativa de los comuneros de París. A medida que la guerra se extendía por Rusia luego de 1914, citaba la Comuna como un ejemplo de guerra civil revolucionaria que había crecido a partir de la agresión imperialista. En cada etapa, desarrolló el marco de las «lecciones» de acuerdo con la tradición inaugurada por Lavrov e intentó aplicar el ejemplo de la Comuna a las circunstancias rusas de aquel entonces.
Lenin no era el único que buscaba la confirmación de un futuro socialista en el pasado revolucionario de París. La respuesta de la Rusia revolucionaria a 1905, que incluyó la formación de los primeros soviets –literalmente, «consejos» o cuerpos electivos revolucionarios– daba cuenta, según la expresión del historiador Georges Haupt, de «más de un indicio de imitación» del ejemplo parisino. Y, tal como afirmó recientemente Casey Harison, otro historiador, los revolucionarios rusos de este período, con Lenin a la cabeza, transformaron en términos fundamentales la manera en la que se recordaba la Comuna de París. Los revolucionarios franceses, argumenta Harison, terminaron centrando sus reflexiones biográficas en mayo y en el horror de la masacre de los comuneros. Lenin, y muchos otros militantes rusos en aquel momento, miraban a marzo y al ejemplo de la Comuna, destacaban en términos negativos sus fracasos y su conclusión infame y glorificaban su «ejemplo práctico». Mientras otros celebraban la memoria de la derrota de la Comuna en mayo, los bolcheviques conmemoraban el aniversario de su inicio en marzo. Pretendían extraer de ella lecciones concretas, inspiración práctica y una confirmación de su enfoque político.
El «régimen comunal»
Para citar a Walter Benjamin, se trataba de un «pasado cargado de ahora». En 1917, temeroso frente a la posibilidad de que sus camaradas revolucionarios perdieran una oportunidad excepcional, Lenin utilizó el ejemplo de la Comuna de París para instarlos a la toma inmediata del poder. También empezó a referirse a las iniciativas de autogobierno directo de la Comuna como si fuesen la base práctica para un «nuevo tipo de Estado». Presentó al «régimen comunal» como un modelo perfecto para el Estado soviético. En El Estado y la revolución, escrito en 1917, Lenin afirmó que muchas políticas de la Comuna, como la igualación de los salarios, la expropiación de las viviendas y la restructuración del Estado y de los mecanismos burocráticos podrían ponerse en marcha inmediatamente después de tomar el poder. El encanto de un «régimen comunal» prefabricado distinguía a Lenin y a los bolcheviques de aquellos socialistas que querían colaborar con el parlamentarismo liberal del Gobierno provisional de 1917.
Tal como era de esperarse, los debates y las referencias, al igual que los distintos significados atribuidos a la Comuna de París, sobrevivieron a 1917 y les brindaron a los primeros soviets los símbolos y un lenguaje para definirse a sí mismos y para definir su lugar en la historia. Esto sucedió en los medios oficiales, a través de los cuales el Partido y los órganos estatales promovían la conmemoración de la Comuna. Pero también tuvo repercusiones y se desarrolló de forma más orgánica, especialmente entre los jóvenes activistas y los incipientes constructores del socialismo. Entre estos sectores, por ejemplo, hubo muchos que se inspiraron y forjaron sus propias «comunas», bajo la forma de acuerdos de convivencia en los nuevos departamentos expropiados o en las pensiones estudiantiles, y adoptaron también el título «comunero» como una indicación de su compromiso con el socialismo. El símbolo y el lenguaje de la Comuna se desarrollaron hasta saturar el Estado soviético: diversas instituciones, desde orfanatos hasta escuelas, granjas estatales y administraciones provinciales, adoptaron como nombre las distintas variaciones de la palabra «comuna». También se cambió el nombre de las calles en honor a la Comuna de París. En síntesis, la Comuna se volvió parte de la vida cotidiana soviética.
La celebración soviética de la Comuna fue más que una estratagema propagandística improvisada. Las celebraciones soviéticas se montaron sobre una herencia revolucionaria más profunda y sobre aspiraciones internacionalistas. Funcionó como una confirmación política y garantizó una posibilidad de inscripción histórica. El estandarte rojo de la Comuna le dio una bandera a la república de los soviets, inmortalizó a Lenin y dotó a la primera generación de soviéticos de un genuino sentido de pertenencia a la lucha internacional por el comunismo. Dada la prolongada obsesión de Rusia con los acontecimientos de 1871, hubiese sido raro que los bolcheviques y los primeros soviets no se refirieran a la Comuna al momento de intentar definir quiénes eran y de donde venían.
Usos rituales
Como muchos de los elementos que inspiraron el proyecto soviético, para algunos la memoria de la Comuna de París se convirtió simplemente en otra faceta rutinaria de la vida, mientras que para nunca tuvo su sentido original. Bajo el mando de Stalin la memoria revolucionaria se replegó y se recortaron muchos feriados. El 18 de marzo, Día de la Comuna, fue tachado de la lista.
Pero no desapareció del calendario soviético y siguió siendo señalado, de una u otra manera, todos los años. Hasta que un día volvió a ocupar una posición importante. Bajo la autoridad de Leonid Brézhnev, el 18 de marzo se convirtió nuevamente en una ocasión de festejo. Tal como señaló Bergman, con el ascenso de la China comunista, la Unión Soviética se colocó a sí misma en la posición de líder legítima del proletariado internacional. La Comuna trastocó la agenda política.
En 1964, se celebraron conjuntamente la Comuna de París y las destrezas científicas soviéticas cuando se puso en órbita un trozo de la bandera de la Comuna en la nave Voskhod. Y bajo el optimismo de la glasnost y la perestroika de Mijaíl Gorbachov, se elogió otra vez a la Comuna de París como un ejemplo revolucionario que esta vez estaba llamado a servir como modelo de una revolución liberada de Stalin y de sus crímenes, que se reconocieron entonces abiertamente. De esta manera, la Comuna brindó una vez más «un pasado cargado de ahora».