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Jean-Marie Le Pen y Marine Le Pen en una gira del Frente Nacional en 2012. (Foto: Blandine Le Cain / Wikimedia Commons)

La derecha populista francesa tiene raíces fascistas

Traducción: Valentín Huarte

Marine Le Pen ha intentado purificar el nombre de su partido y distanciarse de los arrebatos excéntricos de su padre, Jean-Marie. Pero el último tomo de su autobiografía nos recuerda que la denominada «derecha populista» hunde sus raíces en el fascismo y en un Frente Nacional que unió a los vichistas y a los antisemitas con los conservadores radicalizados.

¿Qué le sucede a un «hombre del destino» cuando falla en la realización de sus metas? El segundo tomo de la autobiografía del antiguo líder del Frente Nacional (FN), Jean-Marie Le Pen, nos brinda el curioso retrato de un demagogo anciano y derrotado. Luego de su expulsión del FN en 2015, Le Pen se ha ido transformando en una figura cada vez más excéntrica y marginal, cuyo rol político se redujo esencialmente a provocar a su hija Marine, la nueva líder del partido, al que rebautizó como Agrupación Nacional en 2018.

Este libro, que podría titularse «Edipo reprimido», aborda un período que engloba la formación del FN, su emergencia como fuerza política nacional y la subsiguiente expulsión de Le Pen acometida por su hija. Buena parte de este texto inconexo y sin mucha edición está dedicada a esta ruptura, pero Le Pen también se detiene en las acusaciones que lo califican de fascista, antisemita, mentiroso y racista.

El Tomo 1 nos presenta al autor como un héroe destinado a la gloria, un Huckleberry Finn bretón que tiene una relación ambigua con la Francia de Vichy y con la resistencia. El segundo tomo abre con una comparación orgullosa entre el autor y Charles de Gaulle: Le Pen sostiene que empeñó su vida en la búsqueda de la unidad nacional que no logró de Gaulle. Pronto queda claro que tratamos con un hombre que prácticamente no tiene conciencia de sí mismo, un proyecto inconcluso de salvador de la patria que ni siquiera es capaz de unirse con sus propias hijas.

No soy fascista, pero…

Al abordar los años de formación del FN durante la década de 1970, Le Pen reconoce que había fascistas involucrados en el partido, pero argumenta que el fascismo era demasiado «de izquierda» para él. Su aparente aversión, tanto al fascismo como al nazismo (demasiado racista), no le impidió rodearse de un gran número de amigos y conocidos que, casualmente, son fascistas y nazis. «No todos ellos son monstruos», protesta, «no más que cualquier musulmán o comunista».

Léon Degrelle, por ejemplo, fue una figura insigne del fascismo belga y un fanático nazi. Por los servicios brindados como oficial de alta jerarquía de las SS, Hitler lo premió con el galardón más importante del Tercer Reich, la Cruz de Caballero. Sin embargo, cuando Le Pen lo conoció no encontró «nada deshonroso» en él: era un hombre muy agradable y cálido con un don para contar anécdotas. En el mismo sentido, Le Pen recuerda haberse reunido con Françoise Dior, sobrina del diseñador (y esposa del fascista británico Colin Jordan), una «admiradora de Hitler que portaba una esvástica entre dos tetas magníficas». También recuerda al escultor favorito de Hitler, Arno Breker, que se ofreció a esculpir su figura, aunque el buró político del FN no aprobó la propuesta.

Entre los fascistas veteranos que tuvieron vínculos estrechos con Le Pen está también Victor Barthélemy, antiguo comunista que se convirtió en miembro de la dirección del Partido Popular Francés (PPF), una organización pronazi liderada por Jacques Doriot, para trabajar luego como asesor de Benito Mussolini. Le Pen lo designó secretario nacional del FN. Otro antiguo miembro del PPF que terminó en la dirección del FN fue André Dufraisse. Le Pen recuerda alegremente que, debido al rol que jugó durante la «guerra en Rusia» (luchar con las Wafen-SS), «sus amigos lo llamaban afectuosamente el Tío Panzer»

François Duprat, miembro de la dirección de la organización de extrema derecha Nuevo Orden durante los años 1970, sostuvo su compromiso con el fascismo durante toda su vida. El proyecto del FN fue impulsado en un comienzo por el deseo de algunas personas como Duprat, que soñaban con que los fascistas de Nuevo Orden, que en ese momento no pasaban de batirse en algunas peleas callejeras, lograran escapar del gueto de la pequeña política. Le Pen finge falta de interés en lo que tramaban Duprat y los seguidores del «nacionalismo revolucionario»: «en realidad, nadie entendía qué significaba». La experiencia le había enseñado a ser muy cauteloso en un ambiente en el que había muchos planes pero en el que se carecía de la disciplina de la izquierda. Todavía más importante, sostiene que aquel

no podía ver la oportunidad política: había concluido la transformación de nuestra sociedad, marcada por el éxodo del campo y la muerte de los pequeños comercios, se había completado la descolonización, era un tiempo para el crecimiento y la industrialización, no para la revolución.

Con tan solo cuarenta años, dice Le Pen, los activistas fascistas lo consideraban un viejo obsesionado con la Segunda Guerra Mundial, con la descolonización y con la legalidad republicana. Luego de mayo de 1968, Le Pen empezó a pensar que los militantes de Nuevo Orden eran los ultraizquierdistas de la derecha. «Pero nos necesitábamos los unos a los otros. Los nacionalistas revolucionarios buscaban una fachada presentable y yo, la fachada presentable, buscada soldados de a pie: al final nos pusimos de acuerdo». El resultado fue el Frente Nacional.

En cuanto a Duprat, voló por los aires luego de que explotó una bomba colocada bajo su auto en 1978. Estaba terminando de traducir un panfleto negacionista del fascista británico Richard Verral, titulado ¿Realmente murieron seis millones? Según Le Pen, Duprat jugó un rol importante en la «reflexión doctrinal» del FN. Entendía la importancia que tenía la historia en el combate político y teorizaba sobre esto, especialmente en su publicación trimestral titulada Análisis de la historia del fascismo. «Debo admitir», medita Le Pen, «que hoy me siento más cerca de Duprat que en aquel momento».

Podemos inferir de su narración que Le Pen, en realidad, pensaba que Orden Nuevo no era una fuerza importante. Pero su propia perspectiva, anclada en una tradición de la extrema derecha francesa fuertemente influenciada por las teorías de la conspiración, el racismo y el autoritarismo coincide evidentemente con una mirada fascista. Por ejemplo, describe el programa económico del FN de 1978 como un «pequeño manual de contrarrevolución» y contrasta la defensa que el FN hizo de la propiedad anclada en los negocios y en la tierra con la especulación y las ganancias excesivas del «dinero anónimo y vagabundo».

El libro está lleno de recordatorios del antisemitismo sin remordimientos de Le Pen, que van desde las repeticiones interminables de su definición del holocausto como un «detalle» histórico hasta su denuncia de la influencia del «lobby judío» y la afirmación despreciable de que la mala fama asociada a la etiqueta «extrema derecha» funcionó como una estrella amarilla que lo convirtió en un paria.

En términos de orientación estratégica, la percepción que Le Pen tiene de su rol y de su objetivo está clara: debe actuar como un polo inflexible de atracción, tanto para la extrema derecha como para los conservadores radicalizados. El poder, repite, no se conquista en la soledad, y no tiene sentido ganar poder si esto implica reconciliarse con «el sistema». Reconoce que la victoria en 2002, cuando terminó segundo detrás de Jacques Chirac en las elecciones presidenciales, hubiese provocado «dificultades prácticamente insuperables», dado que la organización carecía de las redes de aliados en «los medios, las finanzas, el ejército, la policía y la gestión», sin las cuales no se puede lidiar con el sistema.

Lo que es más interesante, tiene una visión similar del desempeño de su hija en el debate televisivo con Emmanuel Macron que se realizó entre las dos vueltas de las elecciones de 2017 y que fue objeto de muchas burlas:

Con un buen debate y una catástrofe terrorista la semana anterior a la votación, bien podría haber ganado, pero ¿para hacer qué? ¿Con qué organización? ¿Con qué equipo? ¿Con qué tipo de relaciones con el gobierno? ¿Y con la industria? ¿Los bancos? ¿Los sindicatos? ¿La policía? ¿El ejército? ¿La iglesia? Una de las grandes debilidades del Frente Nacional, el precio de su independencia, es que se encuentra dramáticamente aislado, no se apoya sobre ninguna fuerza concreta con la excepción, de vez en cuando, de sus activistas, que están en decadencia. El fracaso de Marine fue tal vez una bendición.

Su crítica del denominado proceso de «purificación» del FN está en sintonía con esta perspectiva. Después de todo, argumenta, el éxito de Trump se basó en la radicalización, en «convertirse en el demonio que se le acusaba de ser». Su propia experiencia de rechazar el compromiso con la derecha liberal de Valéry Giscard d’Estaing le permitió «conservar su uniforme de general» y «personificar la oposición al sistema». Por lo tanto, la purificación se basa en una falacia, dado que depende de aquellos que juzgan algo como tóxico, no de aquellos que son juzgados como tales. En última instancia, es una forma de «capitulación intelectual» que implica jugar el juego del adversario y darse por vencido en la carrera por llegar a ser «el modelo alternativo que necesitan Francia y Europa».

Un asunto de familia

El rencor de Le Pen por su expulsión del FN es evidente en este tipo de declaraciones, y en numerosas acotaciones pequeñas pero vengativas sobre sus hijas Marine y Marie-Caroline y sobre su nieta Marion. Ninguna de ellas le pidió jamás a Le Pen asesoramiento político ni compartió su «intimidad política» con él. El «parricidio» de Marine, que expulsó a su padre de su propia organización, es definido como «un crimen contra la naturaleza» que Le Pen compara con un asesinato mafioso, una prueba y una trampa planteadas por el sistema: «sepárate de tu padre mediante este asesinato ritual y demostrarás tu carácter de hierro, una virtud de tipo romano, y te ganarás la insignia de una buena demócrata». Le Pen no contiene su furia narcisista:

Al romper con su padre, rompió con el vínculo de devoción sagrado que fundó nuestra civilización. Al romper con el fundador y líder del Frente Nacional, rompió el lazo de amor entre este y los franceses.

Lamentablemente para Le Pen, el parricidio parece ser moneda corriente en la familia. Marie-Caroline, la hermana mayor de Marine, recibió el 40% de las acciones de SERP, la empresa discográfica de su padre. Ella compró rápidamente otro 11% de las acciones y lo sacó del negocio. Le Pen père, el común denominador en todo esto, se muestra sorprendido al comprobar que sus hijas nunca lo escuchan, a pesar de que le deben «tanto», y lo asalta la perplejidad cuando se da cuenta de que consideraron su sugerencia de tomar clases de elocución como una intervención inoportuna, «como si las tomara por perdedoras».

Su nieta Marion Maréchal es sometida a la misma rutina de amor-odio. Originalmente bautizada como Maréchal-Le Pen, abandonó el apellido de su abuelo –otra traición– luego de decidir que se tomaría un tiempo de la política. Esta decisión de la representante de la línea católica dura del FN, fue denunciada en aquel entonces por Le Pen padre que la calificó como un acto de «deserción». Elogiándola como «la más talentosa de todas», destaca que «es una lástima que sea tan calculadora, y a veces distante y fría». Observa que «es una gran ventaja no haber hecho nada, pero que no hay que ir tan lejos en esa dirección».

El libro revela que este bravucón racista, sexista y homofóbico tiene un carácter todavía más desagradable del que deja traslucir su figura pública. La actitud inflexible y taimada que define sus relaciones políticas y personales lo ayudó a conseguir una fortuna luego de heredar una mansión de manos de un alcohólico conocido, vulnerable y sugestionable. También le permitió dirigir una organización política nociva durante aproximadamente cuatro décadas y desarrollar una red patriarcal de control cuyas ramificaciones todavía siguen evolucionando.

Pero Le Pen también se muestra como un personaje más bien vago y estúpido, caracterizado por cierto fingimiento aristocrático. A lo largo del libro satisface una compulsión casi infantil por la cita, aunque dice que, a pesar de su autoproclamado estatus de hombre del destino, sigue siendo en su corazón un tipo de pueblo, que no deja de asombrarse por la fama, la fortuna y las luces de la gran ciudad. Todos sus encuentros con la fama, por más fugaces que sean, alimentan su sensación de llevar una especie de existencia mágica. A medida que el libro avanza, esto cede lugar a la tendencia más sensiblera y autocomplaciente de listar las celebridades muertas cada año, hasta llegar a la conclusión de que su «agenda es un cementerio en donde no sé qué sucedió con varias tumbas».

En términos políticos, su problema con el liderazgo de Marine es que ella, y su antiguo asesor Florian Philippot, rechazaron la educación, la prensa y la investigación partidarias, con lo cual sofocaron la vida interna que alguna vez tuvo la organización y dejaron en su lugar una concha vacía. Se queja de que, desde la ruptura de 1998 con Bruno Megret, presidente del partido, «no abundan cuadros suficientemente experimentados, competentes y confiables que sepan mostrarse bien en las pantallas». Lo que es peor,

No hace tanto tiempo, el FN era una referencia nacional e internacional, pero eso se terminó… Gracias a sus contorsiones, la Agrupación Nacional de Marine es considerada por una amplia franja de la población como un partido igual a cualquier otro, una parte de la élite, un grupo privilegiado. Conmigo, los chalecos amarillos hubiesen corrido a echarse en nuestros brazos. Para no dejar lugar a duda, el deseo de purificarse implica conformarse a los códigos de comunicación y pensamiento del enemigo.

¿Cuál es la alternativa? Deberían cerrarse las fronteras e implementarse métodos de selección apropiados para hacer que el ejército y la policía sean fuerzas «seguras». Debe reprimirse a la red de asociaciones que trabajan a favor de la «invasión inmigrante». Aquellos que entren ilegalmente en Francia no deberían tener derecho a la vivienda, a la educación, al trabajo ni a nada:

¿Seremos lo suficientemente firmes como para recurrir a la crueldad si se vuelve necesario? Si los países del sur siguen vertiendo sus «migrantes pacíficos» sobre nosotros, ¿qué haremos? Cuando lleguen, ¿hundiremos sus botes? Si no lo hacemos, estamos jodidos.

Le Pen atravesó toda su carrera política deseando una situación extrema que le brindara una base electoral lo suficientemente fuerte como para hacer alianzas. Argumenta que la insurrección está llegando, pero no proviene de la extrema derecha: «Solíamos tener una buena reserva de veteranos. No queda ninguno. Las personas francesas de buen linaje no tienen la organización ni la mentalidad para sublevarse. No están armadas, no entrenan.

Entonces, ¿de dónde vendrá esta insurrección?

De las personas de linajes no franceses. En gran medida de África… Paris solía tener un cinturón rojo [de suburbios de izquierda]: hoy es verde. La capital está rodeada y penetrada por la basura islamista. Se han formado aglomeraciones urbanas homogéneas, hostiles y armadas. Existe el riesgo de una confrontación, o peor, de una secesión. Será una guerra civil que enfrentará a los franceses contra los extranjeros que ocupan el territorio francés. Se desarrolle de esta forma o de cualquier otra, la amenaza de una insurrección popular no vendrá de nosotros. ¿Quiénes entre nosotros se sublevarán? Ya no tenemos clase trabajadora, campesinado ni clase media. No hay fuertes grupos organizados, religiosos o políticos, que nos representen.

Los dos tomos de la autobiografía de Le Pen acumulan cerca de mil páginas. Tal como cabía esperar, su autor es cualquier cosa menos un narrador confiable. Sin embargo, este segundo tomo brinda efectivamente una ventana a algunos de los individuos y agrupamientos que le dieron forma al desarrollo del fascismo en la Francia de posguerra. Algunas encuestas indican que Marine Le Pen podría quedar cerca de Macron en las elecciones presidenciales del año que viene. En un momento en el que los estudios sobre el populismo tienden a sustituir los análisis simplistas por una comprensión política de estos personajes, este libro nos recuerdo de dónde viene la extrema derecha contemporánea. Y también nos muestra hasta dónde podría llegar.

 


 

El texto anterior es una reseña de Memoires Tome 2: Tribun du peuple, de Jean-Marie Le Pen (Éditions Muller, 2019).

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Publicado en Francia, homeCentro5, Política, Reseña and Sociedad

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