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El presidente Donald Trump y el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu a su llegada a la Casa Blanca el 7 de abril de 2025, en Washington, DC. (Alex Wong / Getty Images)

Gaza pone al descubierto la bancarrota de Occidente

UNA ENTREVISTA CON
Traducción: César Ayala

Al defender y armar a Israel durante los últimos dos años, los gobiernos occidentales han demostrado la vacuidad del derecho internacional. El genocidio será recordado como un momento decisivo en el colapso del liberalismo.

En su libro Gaza Catastrophe: The Genocide in World-Historical Perspective (La catástrofe de Gaza: el genocidio desde una perspectiva histórica mundial), Gilbert Achcar analiza los antecedentes, la dinámica y las consecuencias globales de la guerra de Israel contra la Franja de Gaza desde el 7 de octubre de 2023.

En esta entrevista con Jacobin, Achcar analiza la radicalización política de la sociedad israelí, los errores estratégicos de Hamás y la complicidad abierta de los gobiernos occidentales en el genocidio que se está produciendo en Gaza. Achcar sostiene que la guerra ha desenmascarado el llamado orden internacional liberal y ha acelerado aún más el auge mundial de las fuerzas neofascistas.

Elias Feroz

En su libro, usted no solo condena el ataque de Hamás del 7 de octubre, sino que lo sitúa en un contexto histórico más amplio y critica los intentos de racionalizar o justificar la masacre. ¿Cómo valora las consecuencias a largo plazo de ese acontecimiento para Gaza y el futuro de Israel-Palestina?

Gilbert Achcar

La operación de Hamás del 7 de octubre, independientemente de su naturaleza y de las atrocidades cometidas ese día, tenía como objetivo, según sus organizadores, ser un primer paso hacia la liberación de Palestina. A juzgar por ese objetivo, resultó un desastre total. El pueblo palestino se enfrenta ahora a una amenaza mayor que nunca. Estamos siendo testigos de una guerra genocida por parte de Israel que ya ha causado la muerte de un número enorme de personas.

Conocemos las cifras oficiales de los muertos directos por las bombas, pero si se incluyen las muertes indirectas causadas por el bloqueo, la interrupción de la ayuda humanitaria, la organización deliberada del hambre, el corte del suministro de agua y la destrucción de la infraestructura sanitaria por parte de Israel, la cifra real es sin duda mucho mayor que las 60,000 víctimas oficialmente citadas. Podría superar fácilmente las 200,000. Es un balance espantoso.

A esto le siguió un ataque israelí a gran escala que no habría sido políticamente posible sin el pretexto del 7 de octubre, al igual que el 11-S sirvió de pretexto para las invasiones de Afganistán e Irak por parte de la administración Bush. En Gaza hemos visto algo similar. Un gobierno de extrema derecha, el más extremista de la historia de Israel, aprovechó el ataque del 7 de octubre como pretexto. Para ellos fue casi un regalo del cielo, una oportunidad de oro para volver a invadir la Franja de Gaza. Todos los miembros actuales del Gobierno se habían opuesto a la retirada de Gaza en 2005. Benjamin Netanyahu incluso dimitió del Gobierno de Ariel Sharon en señal de protesta. Ahora Netanyahu ha aprovechado la oportunidad no solo para volver a invadir Gaza, sino para ir mucho más allá: expulsar a la población.

Lo que estamos viendo es claramente la limpieza étnica de una gran parte de Gaza, empujando a los palestinos a un rincón de la franja. El siguiente paso probablemente será intentar organizar la migración de los habitantes de Gaza. Al mismo tiempo, el Gobierno israelí ha dado a los colonos de Cisjordania, respaldados por el ejército israelí, carta blanca para atacar a la población local. Así que ahora también estamos siendo testigos de una limpieza étnica en Cisjordania. Los palestinos se encuentran en la peor situación a la que se han enfrentado en mucho, mucho tiempo.

EF

Usted describe el grave error de cálculo de Hamás al subestimar que Israel tiene un Gobierno de extrema derecha, que aboga abiertamente por la expulsión de los palestinos y está dispuesto a lanzar una guerra genocida. ¿Cómo influyó este contexto en las consecuencias del ataque del 7 de octubre y por qué Hamás no tuvo plenamente en cuenta este factor crítico?

GA

Estamos hablando del ala más extrema de la política israelí: todo el Gobierno actual de Israel es de extrema derecha. Incluso antes del 7 de octubre, el historiador del Holocausto Daniel Blatman, en un artículo publicado en Ha’aretz, describió a Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich como neonazis. Algunos son más extremos que otros. Pero todos comparten en última instancia el mismo objetivo: deshacerse de los palestinos y establecer un Israel palästinafrei (libre de palestinos) o araberfrei (libre de árabes) desde el río hasta el mar. Es profundamente impactante que personas que reivindican el legado de las víctimas del Holocausto —las víctimas de la campaña nazi por una Alemania judenfrei (libre de judíos)— persigan ahora el objetivo de una tierra araberfrei.

Probablemente, Hamás creía que el Gobierno israelí era débil, dadas las protestas masivas por el juicio por corrupción contra Netanyahu, y contaba con el respaldo de Irán. Esperaban que su ataque desencadenara un levantamiento palestino más amplio y una guerra regional en la que participaran Hezbolá, Siria e Irán. Pero fue un error de cálculo total. En lugar de dividir a la sociedad israelí, el ataque la unificó en torno a un único objetivo: aplastar a Hamás. El resultado fue un consenso abrumador entre los judíos israelíes a favor de la guerra de Gaza y la reocupación de la Franja de Gaza. Las últimas encuestas muestran incluso que la mayoría de los judíos israelíes apoyan ahora la expulsión de los habitantes de Gaza, si no la expulsión de los palestinos de Palestina.

En lugar de dividir a la sociedad israelí, el ataque del 7 de octubre la unificó en torno a un único objetivo: aplastar a Hamás.

No reconocer esto —y afirmar, en cambio, que el ataque de Hamás «volvió a poner sobre la mesa la cuestión palestina»— es simplemente absurdo. La cuestión palestina ha vuelto a estar sobre la mesa, pero no para afirmar los derechos de los palestinos. Ha vuelto para alcanzar un consenso sobre la mejor manera de liquidar la causa palestina. Esto no es un avance para la lucha palestina, sino un retroceso enorme, una derrota grave. Israel está hoy más triunfante que nunca, su poder regional es mayor que nunca, y todo ello con el pleno respaldo de Estados Unidos, un apoyo que no ha disminuido desde Joe Biden hasta Donald Trump, sino que se ha intensificado.

EF

Has mencionado la caracterización que hace Daniel Blatman del Gobierno israelí como un régimen fascista o incluso neonazi. ¿Puedes explicar por qué crees que esta comparación es acertada?

GA

Bueno, a los liberales y a la izquierda no les cuesta nada llamar neonazis a Alternativa para Alemania o al Partido de la Libertad de Austria. En comparación con Ben Gvir y Smotrich, estos grupos son moderados.

Ben Gvir y Smotrich describen abiertamente a los palestinos como Untermenschen, literalmente. Piden explícitamente su expulsión. Eso es equivalente a judenfrei: una tierra, Eretz Israel, como ellos la llaman, libre de palestinos. Quieren expulsarlos. Son abiertamente racistas y creen en la fuerza, en la Machtpolitik, en imponer sus opiniones a través del poder.

No lo olvidemos: entre 1933 y 1941, judenfrei significaba expulsión para los nazis. Los años del exterminio de los judíos europeos llegaron después. Primero, los nazis expulsaron a los judíos alemanes a Palestina. Llegaron a un acuerdo con el movimiento sionista para trasladar allí a los judíos alemanes. Palestina era el único lugar donde los nazis permitían a los judíos que abandonaban Alemania llevarse algo de capital. No querían que los judíos alemanes se fueran a Gran Bretaña o a Estados Unidos, donde apoyarían a los lobbies antinazis. Querían que se fueran a Palestina.

Ser descendiente de víctimas no significa necesariamente que se vaya a ser un luchador por la libertad.

Smotrich y otros de su calaña —y esto es trágico— son descendientes de personas que fueron víctimas del genocidio nazi. Y, sin embargo, pueden reproducir las mismas opiniones y comportamientos de extrema derecha que caracterizaron a los nazis. Pero así es la historia. Ser descendiente de víctimas no significa necesariamente que seas un luchador por la libertad. Hemos visto a muchos opresores descendientes de víctimas, o incluso a antiguos oprimidos convertirse en opresores.

EF

Usted escribe que, dada la abrumadora superioridad militar de Israel, la única estrategia racional para los palestinos es la lucha no violenta masiva, como lo ejemplificó la primera intifada, que creó una profunda crisis ética y política dentro de la sociedad israelí. En su opinión, ¿cuáles fueron los errores o limitaciones de la primera intifada y por qué esta estrategia aún no ha dado lugar a un éxito duradero para los derechos de los palestinos ni al fin de la ocupación?

GA

Bueno, la primera intifada alcanzó su punto álgido en 1988, especialmente durante la primera mitad de ese año. Fue un movimiento de base, organizado a través de comités locales y populares, una verdadera movilización masiva que contó con una importante participación de las mujeres. Había gente de todas las edades. El movimiento provocó una verdadera crisis moral dentro de la sociedad israelí, e incluso dentro del ejército israelí. También generó una considerable simpatía internacional por la causa palestina.

Entonces, ¿por qué fracasó? En primer lugar, porque la represión israelí fue intensa. Pero lo más importante es que la OLP [Organización para la Liberación de Palestina] tomó el liderazgo y secuestró la intifada. Yasser Arafat y la OLP la redirigieron hacia su propio proyecto de establecer un supuesto Estado palestino, lo que finalmente condujo a los Acuerdos de Oslo de 1993. Un punto de inflexión clave fue el cambio de liderazgo, de fuerzas locales dentro de los territorios ocupados de Cisjordania,  a la dirección de la OLP en Túnez. A partir de ahí, la OLP comenzó a emitir comunicados oficiales en nombre de la intifada a través de la radio, marginando efectivamente al liderazgo de base. Esto supuso un importante retroceso para la autonomía y la dirección del movimiento.

En segundo lugar, la lucha de masas no se gana de un solo golpe. Se desarrolla en oleadas: cada oleada fortalece el movimiento y debilita gradualmente al adversario. Es una cuestión de equilibrio de fuerzas. Cuando tu enemigo es militarmente mucho más fuerte y está totalmente preparado para matar, no te conviene iniciar ataques armados, y menos aún si tu enemigo cuenta con el respaldo de la mayoría de los habitantes del territorio debido al desarraigo de tu propio pueblo. Si lo haces, te aplastarán.

Pero si te involucras en una lucha popular, ganas superioridad moral y puedes atraer un apoyo mucho más amplio. En tal caso, el enemigo se encuentra en una posición más difícil: si responde masacrando a manifestantes pacíficos, será ampliamente condenado. Pierde legitimidad a los ojos de la opinión pública internacional. Israel, en particular, depende en gran medida del apoyo de Occidente —militar, político y diplomático— y, por lo tanto, se ve afectado por la opinión pública occidental.

Por poner un ejemplo comparativo: pensemos en la población negra de Estados Unidos y Sudáfrica. En Sudáfrica, los negros constituían una mayoría abrumadora, por lo que tenía sentido estratégico que recurrieran a la lucha armada contra el régimen del apartheid, junto con la lucha de masas.

Por el contrario, la población negra de Estados Unidos, al ser minoritaria, no tenía ninguna posibilidad de ganar mediante la violencia. El movimiento por los derechos civiles, con figuras como Martin Luther King Jr., tuvo éxito utilizando la lucha masiva no violenta para exponer la brutalidad del sistema. Sin duda, eso desempeñó un papel mucho más importante en el avance de la lucha antirracista que aquellos que llamaban a la lucha armada, como los Panteras Negras. Ese camino no llegó muy lejos porque era un callejón sin salida. No se puede luchar con armas contra un enemigo mucho más fuerte que tú. Eso solo le da a tu oponente un pretexto, una excusa, para responder con una violencia abrumadora. Matarán a mucha más gente que si se enfrentaran solo a protestas pacíficas.

Durante el primer año del genocidio, la mayoría de los gobiernos occidentales ni siquiera fingieron cuestionar el supuesto derecho de Israel a la autodefensa.

Es una cuestión de estrategia. Hay que adaptar los métodos a las capacidades. Los medios que se utilizan dependen de la fuerza y del equilibrio general de las fuerzas. La creencia de Hamás de que la violencia armada liberaría Palestina era completamente delirante. Y aquí estamos. Por mucho que se intente manipular, es claramente un desastre de grandes proporciones. El resultado de estos acontecimientos es una catástrofe total. Dicho esto, reconocer las desastrosas consecuencias del 7 de octubre no justifica en modo alguno la guerra genocida que Israel ha librado desde entonces.

Durante el primer año del genocidio, la mayoría de los gobiernos occidentales ni siquiera fingieron cuestionar el supuesto derecho de Israel a la autodefensa —digo «supuesto» porque es muy cuestionable que un ocupante tenga derecho a defenderse contra el derecho legítimo de los ocupados a resistir la ocupación—, a pesar de que Israel había matado desde el principio a muchos más palestinos que el número de israelíes muertos el 7 de octubre.

Pero fueron aún más lejos: los gobiernos occidentales, no solo Estados Unidos, sino también las potencias europeas, se opusieron activamente durante varios meses a los llamamientos a un alto el fuego inmediato, y Washington sigue haciéndolo. Al hacerlo, respaldaron efectivamente la guerra, la guerra genocida que se estaba desarrollando. Cuando te opones a un alto el fuego, estás a favor de que la guerra continúe. Esa fue su posición. Es una postura histórica vergonzosa.

Como explico en mi libro, este momento supuso el último clavo en el ataúd del llamado orden internacional liberal basado en normas. Este orden siempre ha sido una ficción, pero nunca ha quedado tan claramente al descubierto como ahora. La doble moral es flagrante, y en ningún lugar es más evidente que en el llamativo contraste entre la respuesta de los gobiernos occidentales a la guerra de Rusia contra Ucrania y su respuesta a la guerra de Israel contra Gaza.

Todo ello tiene un enorme impacto histórico. Ha allanado el camino para el auge continuado del neofascismo a nivel mundial. La postura de la Administración Biden desempeñó un papel importante en la derrota de los demócratas y allanó el camino para el regreso de Trump a la Casa Blanca, esta vez con una agenda y un comportamiento neofascistas mucho más claros que durante su primer mandato.

El genocidio de Gaza y la actitud de los gobiernos occidentales al respecto serán recordados como un punto de inflexión histórico.

Esto ha impulsado aún más a la extrema derecha en todo el mundo, desde Alemania hasta Francia, pasando por España y otros lugares. Ahora vivimos, como escribí en un artículo hace unos meses, en lo que yo llamo la era del neofascismo. Todo esto está relacionado con la pérdida total de credibilidad del liberalismo.

Por eso, el genocidio de Gaza y la actitud de los gobiernos occidentales al respecto serán recordados como un punto de inflexión histórico, un momento clave que puso al descubierto y completó el colapso del liberalismo occidental o atlantista.

EF

Usted describe el sionismo como un proyecto colonial con «tendencias genocidas». Al mismo tiempo, sostiene que la libertad de los palestinos requiere la inclusión de los judíos israelíes y una transformación de la sociedad israelí. ¿Cómo imagina que se producirá esta transformación, dada la realidad política actual, y qué medidas concretas serían necesarias para lograr la libertad tanto de los palestinos como de los israelíes?

GA

Hoy en día suena utópico, pero debemos mantener una perspectiva histórica. Tras la primera intifada, desde 1987 hasta la llamada segunda intifada en 2000, la opinión pública en Israel se decantó a favor de la paz y de un acuerdo con los palestinos. Era la época de los Acuerdos de Oslo. Aunque estos acuerdos eran defectuosos desde el principio, el estado de ánimo de la sociedad israelí era entonces muy diferente.

Entre los intelectuales judíos israelíes, existía un movimiento post-sionista que buscaba superar el sionismo y lograr la coexistencia pacífica. Pero a partir de 2000, esto se invirtió después de que Ariel Sharon —que en ese momento era el político más derechista de Israel— provocara los acontecimientos que desencadenaron la segunda intifada, en la que el liderazgo de Arafat cayó en la trampa de la lucha armada.

Las fuerzas de seguridad palestinas utilizaron las armas ligeras que el Estado israelí les había permitido tener contra las tropas israelíes. Esta trampa permitió a Sharon ganar las elecciones en febrero de 2001. Así que provocó el enfrentamiento en septiembre de 2000, ganó las elecciones gracias a la ola creada por este enfrentamiento en febrero de 2001 y lanzó lo que fue el ataque más violento contra Cisjordania desde 1967. La guerra actual es mucho más violenta, pero la guerra de 2002, iniciada bajo el gobierno de Sharon, ya fue muy brutal.

Por eso digo que es importante que los oprimidos tengan una visión estratégica clara y elijan métodos de lucha adecuados, en lugar de otros que acaban en catástrofe.

EF

Usted describe cómo los grupos sionistas extremistas de extrema derecha, que antes estaban marginados e incluso etiquetados como terroristas por Israel y los países occidentales, se han convertido en parte del Gobierno israelí a través de Netanyahu. ¿Cómo ve el apoyo militar actual a un Gobierno que incluye a estas facciones de extrema derecha?

GA

Cuando Trump fue elegido por primera vez, rompió con el consenso bipartidista que había definido la política estadounidense desde 1967. Apoyó la anexión de los Altos del Golán —algo que ningún gobierno anterior había reconocido— e hizo lo mismo con Jerusalén Este. Abrazó plenamente la perspectiva israelí.

Luego llegó [Joe] Biden. Durante su campaña, prometió revertir las políticas de Trump, pero resultó ser un mentiroso total. No revirtió nada. Y cuando llegó el 7 de octubre, apoyó plenamente la guerra genocida. Israel no habría podido librar esta prolongada guerra sin el apoyo continuo de Estados Unidos, que comenzó bajo la administración Biden. Fue Biden quien proporcionó a Israel bombas masivas de 2000 libras (una tonelada).

Cuando Trump fue elegido por primera vez, rompió con el consenso bipartidista que había definido la política estadounidense desde 1967.

Cuando se lanzan esas bombas en una zona tan densamente poblada como Gaza, es claramente un arma genocida. Se va a matar a miles de personas, la mayoría civiles, incluidos niños. El 40 % de las víctimas son niños.

Incluso si creyeras que todas y cada una de las víctimas masculinas eran miembros de Hamás —lo cual es obviamente falso—, seguirías teniendo un 70 % de víctimas que claramente no eran combatientes: mujeres y niños. Menciono a las mujeres porque, en Gaza, las mujeres no son combatientes. Hamás no recluta mujeres combatientes. Por lo tanto, solo una minoría de las víctimas son combatientes. La mayoría se esconde en los túneles que construyó Hamás. No existen refugios de este tipo para los civiles, que quedan en la superficie, bombardeados y asesinados, mientras que los combatientes pueden refugiarse bajo tierra.

Aquí es donde queda clara la enorme responsabilidad criminal de la administración Biden, que, por supuesto, continuará con la segunda administración Trump. Ha habido otros genocidios desde 1945, especialmente en África. Pero este es el primer genocidio cometido por un Estado industrialmente avanzado y respaldado por todo el sistema occidental, todo el bloque occidental. Por eso este genocidio es un hito histórico tan importante.

EF

Usted describe el apoyo incondicional de Occidente a Israel tras el ataque del 7 de octubre como una forma de «compasión narcisista», similar a la reacción de Occidente tras el 11-S, en la que la empatía se extiende principalmente a «gente como nosotros». ¿Cómo influye esta compasión selectiva en la percepción pública y en las respuestas políticas al sufrimiento de los palestinos?

GA

Existe una identificación con los israelíes como pueblo europeo, considerado parte de Occidente dentro de Oriente. Theodor Herzl, fundador del sionismo político moderno, escribió en su manifiesto Der Judenstaat que los judíos construirían «un bastión de la civilización en medio de la barbarie». Se trata de un discurso colonial típico: la idea de que «nosotros» somos los europeos civilizados y «los otros» son bárbaros.

Esta identificación de los Estados occidentales con Israel se ve reforzada por el hecho de que Israel reivindica el legado del Holocausto. Esto permite a los gobiernos occidentales apoyar a Israel sin apenas reservas, creyendo que, dado que tienen diversos grados de responsabilidad por el genocidio de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, tienen la obligación moral de apoyar a Israel.

Esta actitud alcanza su punto álgido con el Gobierno alemán. Alemania fue el principal responsable del genocidio entre 1941 y 1945, pero la forma en que el país interpreta las lecciones de la era nazi y el Holocausto es completamente errónea. Si la lección que extraen es: «Como nuestros antepasados cometieron genocidio contra los judíos, ahora debemos apoyar a un supuesto Estado judío que comete genocidio contra otro pueblo», entonces han extraído claramente las lecciones equivocadas. Al hacerlo, están reviviendo el clima ideológico de violencia sin límites que dio lugar al nazismo, aunque ahora aparece en una nueva forma de neofascismo a nivel mundial.

La lección correcta del Holocausto —tanto del genocidio de los judíos como de otras víctimas, como los homosexuales, las personas con discapacidad y los romaníes— es estar constantemente alerta contra todas las formas de racismo, opresión y políticas de poder agresivas, como la ocupación. Es importante que estas lecciones se apliquen de manera coherente y no selectiva.

Aplican estos valores contra Vladimir Putin por su invasión de Ucrania, pero no aplican los mismos valores al Gobierno israelí y a su liderazgo de extrema derecha por lo que están haciendo en Gaza. Se trata de una enorme contradicción. Más allá de la cuestión moral, que es importante, los gobiernos occidentales están siendo extremadamente miopes. Incluso desde el punto de vista de sus propios intereses, están actuando con miopía porque están contribuyendo a la desestabilización mundial. Están creando condiciones de violencia que inevitablemente se extenderán a Europa e incluso a Estados Unidos.

Fíjese en la violencia de la década de 1990: la guerra de Irak, el embargo a Irak, los bombardeos continuos… Toda esta violencia acabó volviéndose en contra de los países occidentales y sus aliados, culminando en tragedias como el 11-S. Cualquiera que piense que lo que está ocurriendo hoy en Gaza no tendrá graves consecuencias en el futuro está equivocado.

EF

Usted sostiene que el concepto de «nuevo antisemitismo», ampliamente atribuido a los musulmanes y a sus defensores, se utiliza para absolver a la extrema derecha europea y estadounidense de su propio antisemitismo, lo que permite una peligrosa alianza basada en la islamofobia. ¿Cómo ha afectado esta dinámica a las respuestas occidentales al sufrimiento palestino y cuáles son las consecuencias más amplias de este «doble estándar racial» que usted describe?

GA

La extrema derecha, especialmente en Europa y Estados Unidos, suele acusar a movimientos como Black Lives Matter de racismo contra los blancos. Es la misma lógica que utilizan los gobiernos europeos cuando tachan de antisemitas a las poblaciones musulmanas —algunas de las cuales pueden tener opiniones antisemitas, pero la mayoría no— simplemente porque apoyan a los palestinos contra el Gobierno israelí. Eso no es antisemitismo.

El hecho es que la extrema derecha actual —como Alternativa para Alemania o el Partido de la Libertad de Austria— supera a todos los demás en su apoyo a Israel. Marine Le Pen en Francia hace lo mismo. Esta extrema derecha occidental, a pesar de su larga historia de antisemitismo, se ha convertido ahora en una firme defensora de Israel porque ve a este país como un aliado contra su objetivo común: los musulmanes.

La actual alianza de fuerzas neofascistas se basa en la nueva forma dominante de racismo en Occidente: la islamofobia. En lugar de reconocer que el antisemitismo sigue existiendo principalmente dentro de estas tradiciones de extrema derecha, los partidarios de Israel ignoran sus raíces antisemitas. Reprimen sin restricciones el movimiento de solidaridad con Palestina.

La actual alianza de fuerzas neofascistas se basa en la nueva forma dominante de racismo en Occidente: la islamofobia.

En Gran Bretaña, donde me encuentro, el Gobierno de Keir Starmer ha decidido prohibir como «terrorista» a un grupo cuya última acción fue lanzar pintura roja sobre aviones de combate de la Royal Air Force. Esta acción tenía como objetivo llamar la atención sobre el papel de Gran Bretaña en la guerra de Gaza al suministrar material militar a Israel. Calificar eso de terrorismo es indignante. Muchos defensores de los derechos civiles han protestado contra esta decisión, explicando que si se empieza a calificar todo de terrorismo, se allana el camino para la destrucción de las libertades políticas.

Si el partido de derecha de Nigel Farage, Reform UK, ganara las elecciones —lo cual ya no es imposible de imaginar—, podría utilizar una ley de este tipo para reprimir aún más las libertades políticas. Así pues, los llamados gobiernos liberales occidentales están jugando un juego muy peligroso que probablemente se volverá en su contra, incluso contra ellos mismos.

EF

Usted previó, mucho antes de que ocurriera, que Israel podría arrastrar a Irán a una confrontación que haría inevitable una ofensiva conjunta de Estados Unidos e Israel, especialmente bajo el mandato de Trump. ¿Cómo interpreta el papel de Irán en la actual escalada y qué nos dice su predicción anterior sobre el cálculo estratégico que impulsa tanto a Israel como a Estados Unidos?

GA

El régimen teocrático de Irán ha utilizado la cuestión palestina como una importante herramienta ideológica para expandir su influencia en los países árabes. Para salvar las divisiones entre persas y árabes, y entre chiítas y suníes, ha recurrido en gran medida a la causa palestina. Desde el principio, fue una carta ideológica clave para el régimen.

Por ello, Teherán apoyó a las fuerzas árabes antiisraelíes, sobre todo a Hezbolá, que libró una verdadera lucha contra la ocupación israelí del Líbano. Hezbolá se fundó bajo el patrocinio iraní tras la invasión israelí de 1982 y luchó durante mucho tiempo contra esa ocupación, lo que le valió el estatus de aliado clave de Irán.

Irán se aprovechó de la ocupación estadounidense de Irak; como es bien sabido, Irán fue el principal beneficiario de la invasión estadounidense y hoy tiene más influencia en Irak que Estados Unidos. A continuación, intervino en Siria para apoyar al régimen despótico de Bashar al-Assad contra el levantamiento popular de 2011, lo que le ayudó a ampliar aún más su influencia.

Esto permitió a Irán crear un corredor de poder a través de la región árabe, al que se unió Yemen, donde los hutíes tomaron el control de la parte norte del país en 2014, desencadenando una guerra civil.

Irán ha ido construyendo así una red de influencia directa en toda la región, creyendo que esto le proporcionaría una fuerte protección. Pero, al contrario, esto hizo que Israel viera a Irán como una amenaza aún mayor, especialmente cuando Irán comenzó a desarrollar su programa nuclear. Esto se convirtió en una obsesión para Israel, con el apoyo de Washington.

Después de que Trump retirara a Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán en 2018, Irán aumentó considerablemente su enriquecimiento de uranio hasta el 60 %. Este nivel supera claramente lo necesario para fines pacíficos, aunque sigue estando por debajo de lo necesario para uso militar. Por lo tanto, la afirmación de Irán de que no tenía intención de fabricar armas nucleares se contradecía con este nivel de enriquecimiento. Esta postura contradictoria se volvió en contra de Irán y, en mi opinión, fue otro grave errorde cálculo.

Israel aprovechó entonces la oportunidad creada por los acontecimientos del 7 de octubre para aplastar primero a Hezbolá y luego lanzar un ataque a gran escala contra Irán con el apoyo de Estados Unidos. Mientras tanto, entre ambos, el régimen de Assad se derrumbó.

Todo ello ha supuesto un duro golpe para Irán. Tanto Estados Unidos como Israel consideran a Irán un enemigo importante. Israel, porque Irán se declara abiertamente su enemigo acérrimo. Estados Unidos, aunque no se ve amenazado militarmente por Irán, porque lo considera una amenaza para sus intereses en el Golfo.

La razón por la que el Gobierno de extrema derecha de Israel no había llevado a cabo antes una expulsión a gran escala de los palestinos era porque sabía que provocaría la condena internacional y probablemente sería bloqueada.

Las dos veces que Trump fue elegido, su primera visita al extranjero fue a las monarquías del Golfo Árabe, y su última visita incluyó conversaciones sobre acuerdos por valor de cientos de miles de millones de dólares. Así que, independientemente de lo que digan —a menudo de forma hipócrita—, las monarquías del Golfo, aunque critican los ataques de Israel contra Irán, en realidad están bastante satisfechas porque temen mucho más a Irán que a Israel.

La razón por la que el Gobierno de extrema derecha de Israel no había llevado a cabo una expulsión a gran escala de los palestinos antes era porque sabía que provocaría la condena internacional y probablemente sería bloqueada.

Esa es la cuestión: Estados Unidos se opone al régimen iraní no principalmente por su naturaleza o ideología —al fin y al cabo, la monarquía saudí es aún más represiva—, sino por su amenaza geopolítica.

EF

Dada la situación actual en Gaza y Cisjordania, y con el Gobierno israelí aplicando lo que usted describe como una política de limpieza étnica, ¿qué futuro le queda al pueblo palestino?

GA

La razón por la que el Gobierno de extrema derecha de Israel no había llevado a cabo una expulsión a gran escala de los palestinos antes era porque sabía que provocaría la condena internacional y probablemente sería bloqueada. Pero el 7 de octubre les brindó una oportunidad, una oportunidad para comenzar a implementar este proyecto con toda su fuerza y violencia extrema en Gaza, a través de lo que se ha convertido en una guerra genocida.

Aún no pueden expulsar a la población palestina de Gaza porque para ello necesitan el visto bueno de Estados Unidos. Incluso bajo la administración Trump, esta se vería complicada por las relaciones de Washington con los Estados del Golfo, que temen el efecto altamente desestabilizador de tal expulsión, especialmente dada la influencia petrolera y financiera de estos Estados, que sigue siendo crucial no solo desde el punto de vista geopolítico, sino incluso para los intereses comerciales personales y familiares de Trump.

Los palestinos se enfrentan ahora a dos escenarios desastrosos: por un lado, la perspectiva de una limpieza étnica total, es decir, su expulsión masiva, que supondría el segundo gran desplazamiento de palestinos de su tierra desde 1948. Si bien en 1967 se produjo una expulsión más limitada de Cisjordania, lo que está ahora en juego es la expulsión de la mayoría de los palestinos tanto de Gaza como de Cisjordania.

En el otro extremo —un escenario profundamente preocupante que, sin embargo, algunos consideran la opción «menos mala»— se encuentra la creación de un Estado palestino falso formado por enclaves desconectados en Cisjordania y Gaza. El resto del territorio sería anexionado por Israel y poblado por colonos y fuerzas militares. Esto ya se está debatiendo: según se informa, la Administración Trump y Netanyahu están negociando con los Emiratos Árabes Unidos, el reino saudí y Egipto un acuerdo por el que esos países gestionarían temporalmente a los habitantes de Gaza como parte de este supuesto «Estado» hasta que un sustituto palestino de Israel pudiera sustituirlos.

Por supuesto, esto no sería una liberación. Sería simplemente una nueva forma de organizar la prisión al aire libre en la que los palestinos han estado confinados desde 1967, una prisión moldeada por la ocupación, ahora rediseñada para parecer un «acuerdo político», pero conservando las estructuras básicas de dominación en una forma mucho más agravada.

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