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La visión de Marx sobre la buena sociedad suele ser descartada como irrealista: se dice que depende de una abundancia ilimitada y de que no haya necesidad de realizar distintos tipos de trabajo. Pero esas objeciones se basan en una mala interpretación de su pensamiento.

Para Marx, el florecimiento humano es social

Traducción: Pedro Perucca

En el centro de la visión de Karl Marx sobre la buena sociedad está la idea de que las personas solo pueden desarrollarse plenamente al satisfacer las necesidades de los demás.

Buena parte del pensamiento de izquierda contemporáneo se concentra en lo que está mal en el capitalismo. ¿Es malo el capitalismo por sus resultados distributivos injustos? ¿O lo es porque los trabajadores están dominados, sometidos a un poder arbitrario? ¿O su maldad tiene que ver con la opacidad del mercado y con el modo en que impide formas valiosas de acción colectiva?

Si bien este debate sobre lo que está mal o es injusto en el capitalismo es importante, la izquierda también necesita articular una visión positiva de una buena sociedad que pueda reemplazarlo. Después de todo, señalar los problemas del capitalismo difícilmente baste para convencer a la gente de abrazar el socialismo. Y aunque Marx escribió que no le correspondía a él redactar «recetas para los cocineros del porvenir», como dijo G. A. Cohen, «a menos que escribamos recetas para las cocinas del futuro, no hay razón para pensar que obtendremos una comida que nos guste».

En mi próximo libro, Flourishing Together: Karl Marx’s Vision of the Good Society [Florecer juntos: la visión de Karl Marx sobre la buena sociedad], propongo una interpretación novedosa de la visión marxiana de la buena sociedad. Esa interpretación defiende la centralidad del desarrollo personal y de la satisfacción de las necesidades ajenas en el florecimiento humano. Según esta concepción, nos realizamos a través de proveer a los demás los bienes y servicios que necesitan para su propio desarrollo. Sostengo que esta interpretación es convincente y que podría ofrecerle a la izquierda una formulación atractiva de una alternativa al capitalismo.

Sin embargo, se suele creer que la visión de Marx sobre la buena sociedad se basa en supuestos irrealistas, como la abundancia ilimitada o la superación de la división del trabajo. Mi argumento es que esos supuestos nacen de una mala lectura de su posición. Para entender por qué se malinterpretó la visión de Marx sobre la buena sociedad, primero hay que comprender las raíces filosóficas de esa concepción.

La interpretación de Cohen

En filosofía política, la interpretación dominante de la visión marxiana de la buena sociedad debe mucho al trabajo de G. A. Cohen. Figura fundadora del marxismo analítico, Cohen fue autor del brillante libro La teoría de la historia de Karl Marx: una defensa, así como de agudas críticas al libertarismo de Robert Nozick y al igualitarismo liberal de Ronald Dworkin y John Rawls. Como uno de los principales filósofos políticos de su generación, la lectura de Marx que propuso Cohen ha tenido una influencia duradera y extensa. Pero, pese a su brillantez, la interpretación de Cohen sobre la visión marxiana de la buena sociedad está profundamente errada.

En la lectura de Cohen, el principal bien del comunismo es que permite la autorrealización. En esto, estamos de acuerdo. Pero Cohen entiende la autorrealización en el trabajo de un modo marcadamente individualista. En su concepción, autorrealizarse implica el desarrollo pleno y libre de las capacidades individuales, y no necesariamente la satisfacción de las necesidades ajenas.

Esta visión de la autorrealización es social solo en un sentido débil: las personas necesitan los bienes y servicios de los demás para buscar su propio desarrollo, pero hacer cosas para otros no constituye en sí mismo parte de la autorrealización. De esto se sigue que, si alguien pudiera obtener los bienes que necesita para su desarrollo sin depender de nadie —supongamos que Dios hiciera llover maná del cielo—, no perdería nada esencial.

Cohen ilustra esta idea con una analogía con una banda de jazz:

Una forma de imaginar la vida bajo el comunismo, tal como la concibió Marx, es pensar en una banda de jazz en la que cada músico busca su propio cumplimiento como instrumentista. Aunque su interés básico sea su propio desarrollo, y no el de la banda como conjunto ni el de sus compañeros músicos, solo se realiza en la medida en que los demás también lo hacen, y lo mismo vale para cada uno de ellos.

Cohen concluye: «Así entiendo el comunismo de Marx: un concierto de autorrealizaciones mutuamente sostenidas, en el que nadie asume la promoción del desarrollo de otros como una obligación».

¿Qué hace posible esa sociedad —en la que todos producen a su gusto y toman lo que deseen del acervo común de recursos—? Si la gente produce lo que quiere, ¿cómo aseguramos que se satisfagan las necesidades? ¿No habrá trabajos que alguien deba hacer aunque no le resulten gratificantes? ¿Y no necesitaremos algún principio para regular la distribución de los recursos?

Cohen responde que Marx apela a una «solución tecnológica». Según su interpretación,

una abundancia plena garantiza una amplia compatibilidad entre los intereses materiales de personas con dotaciones distintas: esa abundancia elimina el problema de la justicia —la necesidad de determinar quién obtiene qué y a costa de quién— y, a fortiori, la necesidad de imponer esas decisiones por la fuerza.

En la lectura de Cohen, la abundancia ilimitada funciona como una especie de deus ex machina: permite a Marx eludir las cuestiones difíciles sobre la coordinación del trabajo, la justicia económica o incluso la necesidad del Estado. Pero ese rodeo es ilegítimo, sostiene, porque ignora las limitaciones ecológicas: «Ya no es realista pensar la situación material de la humanidad de esa manera preecologista». Por eso, Cohen afirma que los socialistas deberían abandonar la visión individualista de Marx sobre la buena sociedad —en la que cada uno produce y consume a su gusto en condiciones de abundancia sin límites— y reemplazarla por una visión moral del socialismo, en la que todos tengan el deber de trabajar en la ocupación donde sean más productivos. En otras palabras, Cohen cree que deberíamos cambiar el utopismo tecnológico de Marx por un utopismo sobre la naturaleza humana.

Estoy de acuerdo con las críticas de Cohen a la «solución tecnológica». Pero, a mi juicio, esos problemas no son de Marx, sino de la interpretación que Cohen hace de él. Existe una lectura alternativa y más atractiva que no incurre en esos errores.

Florecer juntos

En Flourishing Together, sostengo que Marx tenía una visión muy distinta de la buena sociedad de la que Cohen le atribuye. Coincido con Cohen en que uno de los grandes bienes del comunismo es la autorrealización, pero entiendo ese concepto de manera completamente diferente.

Mi interpretación se apoya sobre todo en el análisis que hace Marx, en su texto de 1844 «Notas sobre James Mill», de lo que sería «producir como seres humanos». La idea central es simple: las personas no se realizan simplemente al ejercer y desarrollar sus facultades, sino al hacerlo de modos que proveen a otros de los bienes y servicios que necesitan para su propio florecimiento.

Volviendo al ejemplo de la banda de jazz: si bien es cierto que parte del desarrollo de cada músico consiste en cultivar sus talentos, una parte central radica también en usar esos talentos para ofrecer a sus compañeros las condiciones de su propia realización, y en contribuir, junto con ellos, a crear música que satisfaga las necesidades de su público.

Esta visión se basa en una comprensión particular de la naturaleza y la motivación humanas. Rechaza la idea del homo economicus, según la cual cada uno busca su propio interés estrecho. Pero tampoco propone una visión ascética o de negación de sí mismo: el comunismo, escribió Marx, no es el «opuesto amoroso del egoísmo». Más bien, concibe que las personas se realizan a través de los otros, ayudando a que los demás satisfagan sus necesidades.

Esto ofrece una concepción muy distinta —y, a mi entender, mucho más atractiva— de la visión marxiana de la buena sociedad que la que propone Cohen. Para ilustrarlo, destaco tres implicaciones de esta perspectiva.

Primero, esta visión no requiere abundancia ilimitada. Las personas se realizan al proveer a otros los bienes y servicios que necesitan para su propio desarrollo. Esto exige cierto nivel de desarrollo tecnológico que eleve el trabajo por encima de la mera supervivencia y permita satisfacer una amplia gama de necesidades. Pero la abundancia no tiene que ser infinita. De hecho, la abundancia ilimitada sería un problema: si Dios hiciera llover maná del cielo y las necesidades se satisficieran sin trabajo, la autorrealización quedaría socavada, porque los productores no podrían experimentar la satisfacción de responder a las necesidades ajenas.

Segundo, esta visión no requiere abolir la división del trabajo. De hecho, la presupone: si entendemos que la autorrealización en el trabajo consiste en satisfacer las necesidades de otros, entonces necesitamos una división del trabajo que coordine responsabilidades entre trabajadores para que su labor efectivamente cumpla ese propósito. Sin una división del trabajo, nuestros fines quedarían frustrados.

Tercero, esta visión sugiere que una sociedad «post-laboral» sería un panorama desolador. Necesitamos desarrollar nuestras capacidades a través de satisfacer las necesidades de otros. Un escenario en el que el trabajo ya no fuera necesario —donde no hicieran falta médicos, constructores, periodistas, docentes o incluso músicos de jazz— no representaría un gran avance para la libertad y el bienestar humanos. Sería, más bien, una situación en la que un componente vital del florecimiento humano estaría negado.

Una visión social de la buena sociedad

Para concluir, volvamos a Cohen. Él sostiene que la visión marxiana del comunismo exige una abundancia ilimitada. Pero, por razones ecológicas, esa abundancia es insostenible. Por lo tanto, la única esperanza para el comunismo, según él, es que las personas sirvan a los demás por deber. Esa no era la concepción de Marx sobre lo que hace posible el comunismo, pero sí la que Cohen creía que los marxistas debían adoptar: al perder la fe en la abundancia ilimitada, pensaba, no queda otra alternativa.

Sin embargo, su conclusión es apresurada, porque existe una alternativa tanto a la visión individualista del comunismo que él atribuye a Marx como a la visión austera del socialismo que él mismo defiende. En el corazón de esa alternativa está la idea de que nos realizamos al satisfacer las necesidades de los demás. Es una visión del comunismo que pone la autorrealización y la solidaridad en el centro. Esa fue la visión de Marx sobre la buena sociedad, y todavía tiene mucho que ofrecerle a la izquierda hoy.

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Publicado en Artículos, Estrategia, homeCentroPrincipal, Ideas, Política and Sociedad

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