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El presidente argentino Javier Milei mostrando extasiado, junto a su par estadounidense Donald Trump, un tuit impreso con las felicitariones de este último.

Milei y los peligros de su búsqueda del Tesoro

Tras un impacto muy poco duradero de los anuncios de salvataje estadounidense, el gobierno de Milei juega su suerte en las elecciones del 26 de octubre. Pero, aunque el experimento libertariano fracase, deja plantados problemas profundos.

Este artículo forma parte de la serie Elecciones Argentina 2025, una colaboración entre Revista Jacobin y la Fundación Rosa Luxemburgo.

El gobierno de Javier Milei atraviesa su momento más crítico. El deterioro financiero de las últimas semanas deshizo, en cuestión de días, los efectos del anuncio con el que el secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Scott Bessent, había intentado blindar a la economía argentina. Washington prometió un swap de 20.000 millones de dólares y la eventual compra de deuda argentina en el mercado secundario, pero estos anuncios, sobre los que todavía falta conocer la letra chica, lograron ponerle piso a los bonos, detener la corrida cambiaria y estabilizar el tipo de cambio por menos de una semana. 

La intervención de salvataje del Tesoro que para otros países de la región, como fue el caso de México en 1994 o de Uruguay en 2002. actuó como un bálsamo inmediato para la crisis, en Argentina apenas tuvo un impacto de horas. A los pocos días de la foto de Milei con Donald Trump y la carpetita con un tuit impreso, celebrado con bombos y platillos por el oficialismo y sus medios afines como un triunfo político y económico que garantizaría la estabilidad, el riesgo volvió a quebrar la barrera de los mil puntos, llegando a 1230, para luego mantenerse en ese nivel (este viernes 3 de octubre, por ejemplo, se ubicaba en 1165 puntos), el dólar paralelo escaló y la brecha cambiaria reapareció. Lejos de tranquilizar a los mercados, el salvavidas norteamericano exhibió no sólo la sumisión política y la absoluta dependencia económica argentina, sobre todo, la fragilidad de un experimento que no logra transmitir confianza sobre su rumbo.

Lo más inédito no fue solo el volumen de la asistencia anunciada (20 mil millones de dólares, que finalmente se corporizarían en forma de swap de monedas), sino la condicionalidad con la que fue presentada. Bessent y Trump afirmaron sin rodeos que la continuidad del apoyo dependería de un «resultado electoral positivo» en .as elecciones intermedias del próximo 26 octubre. El Tesoro estadounidense se coloca así no solo como prestamista de última instancia, sino también como árbitro de la política argentina.

El efecto inmediato es paradójico: cuanto más crece la posibilidad de una derrota oficialista en las legislativas, más se desestabiliza la economía, porque los mercados descuentan que una eventual pérdida de poder implicaría el fin de las promesas financiamiento. Así, la ayuda prometida, en lugar de actuar como ancla contra la crisis, se convierte en un factor adicional de incertidumbre, alimentando la lógica de la profecía autocumplida.

Resultados y perspectivas

La fragilidad no es solo externa sino que las medidas tomadas en las últimas semanas por el propio equipo económico contribuyeron a agravar el panorama. Bajo la presión de la corrida cambiaria, se multiplicaron las decisiones improvisadas y los errores no forzados, transmitiendo una imagen de desorden. El gobierno modificó las reglas cambiarias en medio de la rueda de operaciones, primero limitando el acceso a la compra de dólares en algunas modalidades para ciertos actores y luego ampliando la decisión a todos los agentes, en un giro errático pocas veces visto.

La suspensión temporal de retenciones para las exportaciones agrícolas es otro ejemplo elocuente. En busca de acelerar la liquidación de divisas retenidas por las cerealeras, se anunció una exención del pago hasta fines del mes de octubre. Pero la búsqueda desesperada de financiamiento a corto plazo (a un costo cercano a los 1.500 millones de dólares en retenciones que no se recaudarán, incrementando el riesgo fiscal) causó graves consecuencias políticas y económicas. A menos de tres días de realizado el anuncio se canceló la decisión, argumentando que se había alcanzado el objetivo recaudatorio de 7 mil millones de dólares en Declaraciones Juradas de Ventas al Exterior (DJVE). El 80% de estas operaciones fueron acaparadas por seis grandes cerealeras exportadoras (Bunge, Aceitera General Deheza, LCD, COFCO, Viterra y Cargill), lo que desató la ira de pequeños y medianos productoras que no lograron acceder al beneficio. Además, la decisión también generó conflicto con Estados Unidos, que compite con Argentina en el mercado internacional de soja, trigo y maiz, que la consideró como una maniobra desleal de venta de granos a precio subsidiado por el Estado y reclamó su eliminación como parte de las condiciones para el salvataje. El anuncio de ayuda financiera al país que había impulsado esa estrategia también detonó las críticas de los agricultores estadounidenses contra su propio gobierno. 

El remedio se volvió veneno, y la operación terminó en nuevas demandas judiciales contra funcionarios. Así en el plano político, la evidencia de una falta de plan estratégico. la sucesión de improvisaciones y la humillación geopolítica reforzaron la imagen de un gobierno errático y con escasa capacidad de coordinación. En simultáneo, el oficialismo continuó sufriendo sucesivas derrotas parlamentarias, tras los rechazos de ambas cámaras a los vetos del presidente Milei sobre leyes altamente sensibles como la Ley de Discapacidad, la Ley de Financiamiento Universitarios y la Ley de Emergencia Pediátrica. Todo esto en el marco de un relativo reanimamiento de la movilización callejera que deja en evidencia que el Gobierno no controla ni la economía, ni la calle, ni el Congreso.

El desenlace más inmediato para este escenario se planteará en las elecciones de octubre, en las que un resultado relativamente favorable podría darle aire a Milei para recomponer parcialmente la autoridad de su administración, apoyado en la asistencia de Washington, y relanzar su programa con mayor apertura hacia alianzas con la derecha tradicional. La posibilidad de sellar una paz social frágil mediante represión selectiva y promesas de inversión no puede ser descartada.

Otra posibilidad es que el oficialismo logre evitar una derrota catastrófica pero quede atrapado en una inestabilidad permanente. Sería un equilibrio precario: demasiado débil para consolidar un rumbo y demasiado fuerte para ser desplazado en el corto plazo. Esa transición, marcada por márgenes económicos exiguos y una creciente desconfianza política, tendería a desembocar tarde o temprano en una resolución más drástica.

La tercera hipótesis es la que aparece como cada vez más plausible, especialmente después de la difusión de los vínculos con el narcotráfico del principal candidato oficialista en las elecciones para provincia de Buenos Aires, José Luis Espert. Que tras una derrota electoral se abra una crisis mayor con desenlace incierto: reformulación de las premisas de salvataje estadounidense, corrida prolongada, devaluación brusca, inflación fuera de control, protestas masivas y más pérdida de apoyos parlamentarios. En este escenario, la excepcionalidad política que hasta ahora protegió a Milei se disiparía, y con ella la estabilidad mínima de su gobierno. En este escenario no puede excluirse el avance de los pedidos de juicio político, un recambio en manos de la vicepresidenta Victoria Villarruel, la convocatoria a una asamblea legislativa para ordenar la transición o incluso un estallido que obligue a forzar salidas institucionales imprevistas. Está claro que cualquier opción se encontrará mucho más condicionada para implementar opciones gatopardistas con una sostenida presión social del pueblo en las calles.

Desafíos políticos

Más allá de la coyuntura, Milei expresa un fenómeno más profundo. Su ascenso no fue un accidente, sino el resultado de un sedimento social acumulado en las últimas décadas: el estancamiento económico persistente, la inflación como mecanismo de disciplinamiento social, el desencanto con la última experiencia peronista —que erosionó la legitimidad del discurso estatal más en general— y una radicalización reaccionaria que canalizó el malestar hacia opciones extremas.

El mileísmo logró convertir ese malestar en programa político, articulando la demolición del Estado con una retórica de guerra contra la «casta». Aun si su gobierno fracasara, ese núcleo duro no desaparecería de inmediato. Solo un colapso estrepitoso, como los que jalonan la historia argentina, podría desarticularlo de raíz. Y aun así, la experiencia de la extrema derecha global indica que muchas veces estos movimientos sobreviven a la derrota electoral y se consolidan como fuerza social y cultural de largo aliento.

En ese contexto, la conflictividad social característica de Argentina estuvo presente, pero en un nivel menor al esperado. Desde el inicio de la gestión hubo jornadas de protesta, aunque lejos de cualquier proceso de autoconvocatoria (las más masivas fueron las convocadas por la Confederación General del Trabajo o por las Universidades), más débiles que las del ciclo previo y claramente a una gran distancia de la respuesta social que exigía la magnitud del ajuste brutal aplicado por el Gobierno de La Libertad Avanza. La cuestionable pasividad de la oposición y de centrales sindicales tradicionales se apoyo en un fenómeno real: Hasta hace pocas semanas el Gobierno no sólo aparecía como impermeable a la movilización callejera, por más grande que fuera, sino que sostenía una adhesión popular cercana al 40% (este piso de perforó recién tras los escándalos de corrupción en la Agencia Nacional de Discapacidad, que involucraron directamente a figuras principales del Gobierno, incluyendo a Karina Milei, hermana del presidente y secretaria General de la Presidencia. Así y todo, los sindicatos y movimientos sociales mantienen su capacidad de acción, pero la crisis de representación, el desgaste del peronismo y la falta de un horizonte alternativo limitaron el alcance y la continuidad de la resistencia.

En el plano político, la oposición tampoco encontró un rumbo claro. El peronismo, después de meses de desgaste en una interna incomprensible para la mayoría de los trabajadores entre el sector que responde directamente a la ex presidenta Cristina Kirchner y los que se alinean con el gobernador bonaerense Axel Kicillof, hoy se debate entre esperar que a se profundice el desgaste de Milei o buscar una confrontación más inmediata, pero sin una estrategia consistente que unifique a sus diferentes fracciones. Por el momento, parecería que la opción triunfante sería la de “Hay 2027”, una reformulación de la dramática consigna con la que esta oposición acompañó la crisis de los dos años finales de Macri, sin buscar el fin de esa experiencia devastadora para el país: la apuesta por un recambio institucional ordenado en las próximas elecciones presidenciales: “Hay 2019”. Ese vacío refuerza la sensación de parálisis, mientras la derecha radicalizada gana tiempo para recomponerse aun en medio de la crisis.

El futuro inmediato está abierto, pero una conclusión se impone: incluso en caso de fracaso, Milei puede dejar como herencia una extrema derecha persistente, con capacidad de organizar el malestar social desde posiciones reaccionarias (sobre todo en sectores juveniles). Ese es el desafío estratégico central. La experiencia reciente de Trump en Estados Unidos, de Jair Bolsonaro en Brasil o Marine Le Pen en Francia muestra que una derrota electoral no garantiza la extinción de estas fuerzas. En muchos casos, su supervivencia prolonga la crisis y desplaza el terreno político hacia la derecha.

La izquierda argentina, por lo tanto, enfrenta una doble tarea. Debe resistir el ajuste y la ofensiva autoritaria del gobierno, priorizando la lucha contra la extrema derecha como la amenaza inmediata. Pero al mismo tiempo necesita construir un proyecto independiente, sin perder diálogo y capacidad de interpelación hacia sectores progresistas, pero sobre todo capaz de disputar políticamente a las franjas sociales que hoy sostienen al mileísmo. Sin esa perspectiva, incluso un colapso del experimento libertario puede derivar en nuevas formas de reacción, antes que en una salida progresiva. La encrucijada argentina no se define solo por la suerte de un presidente. En cuanto a la izquierda, lo que está en juego es su capacidad para esta vez convertir la crisis en oportunidad, evitando que el eventual fracaso de Milei deje como legado una derecha más organizada, más enraizada y más peligrosa.

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Publicado en Argentina, Artículos, Crisis, Economía, homeCentroPrincipal, Partidos, Política and Sociedad

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