La cúpula de MORENA, refugiada en el Hotel Hilton de Ciudad de México, estaba en estado de shock: sabían que iban a ganar las elecciones presidenciales de México, pero no por tanto. A medida que se iban conociendo los resultados, quedó claro que la victoria, esperada desde hacía tiempo, era una paliza.
Hasta ahora, Claudia Sheinbaum aventaja a su rival conservadora, Xóchitl Gálvez, por treinta puntos, 58,3 % contra 28,7 %, mientras que el candidato de un tercer partido, Jorge Álvarez Maynez, queda en 10,5 %. De acuerdo con las proyecciones del Instituto Nacional Electoral (INE), se espera que el total final de Sheinbaum se ubique en un rango de 58.3-60.7 %, superando todas las encuestas previas a la elección, excepto un par de sondeos finales.
De acuerdo con el conteo rápido del instituto, se esperaba que la aplastante victoria se extendiera también al Congreso, con MORENA y sus aliados ganando hasta 380 de los 500 escaños de la Cámara de Diputados y hasta 88 de los 128 escaños del Senado. Esto situaría a la coalición de centroizquierda a un paso de su ambicioso objetivo de alcanzar una mayoría cualificada de dos tercios en ambas cámaras, lo que le permitiría aprobar reformas constitucionales por sí sola (junto con las legislaturas estatales que controla). MORENA no sólo ganó la importante alcaldía de la Ciudad de México con la candidata Clara Brugada, sino que también está dispuesta a ganar al menos seis de las ocho elecciones a gobernador que están en juego.
Para poner la victoria de MORENA en perspectiva, Sheinbaum está en camino de superar por entre cinco y siete puntos la aplastante victoria de 53 % de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en 2018. Allí donde AMLO recibió un total histórico de treinta millones de votos, Sheinbaum habrá recibido unos treinta y cinco millones. Del mismo modo, Gálvez corría alrededor de diez a doce puntos por detrás del total del partido conservador en esa elección. En 2018, los conservadores Partido Revolucionario Institucional (PRI) y Partido Acción Nacional (PAN) se presentaron por separado; este año, se presentaron en coalición. Pero en lugar de sumar en números, la coalición terminó restando.
Un rechazo a dejarse llevar
Fiel a su formación científica, Sheinbaum llevó a cabo una campaña disciplinada y metódica. Sin dar nada por sentado, a pesar de llevar una ventaja prácticamente invariable desde que anunció su candidatura, Sheinbaum acumuló kilómetros, celebrando el triple de mítines que Gálvez. Mientras que Gálvez iba de una propuesta política a otra, Sheinbaum presentó un programa de cien puntos que incluye la ampliación de programas sociales y becas, la continuación de los aumentos anuales del salario mínimo, la consolidación del impulso de México hacia la sanidad nacional, la construcción de un millón de viviendas accesibles en un plan de alquiler con opción a compra, la construcción de siete líneas de tren de larga distancia, evitar la experiencia de las maquiladoras de los años 90 obligando a las empresas que invierten en el fenómeno del «nearshoring» a ofrecer salarios y prestaciones más elevados, y —lo que sin duda seguirá eliminando los grilletes impuestos por los intereses energéticos multinacionales— una transición energética dirigida por el sector público basada en las empresas estatales mexicanas de petróleo, electricidad y litio.
A lo largo de la campaña y en el transcurso de tres debates, Sheinbaum se negó a dejarse intimidar por la serie de ataques dispersos de la candidata de la oposición, que cada vez eran más desagradables. Gálvez, jugando a fondo una estrategia de campaña negativa, atacó todo, desde su carácter hasta su familia, pasando por su historial como alcaldesa de Ciudad de México, y terminó con una serie de insinuaciones sobre la ascendencia judía de Sheinbaum.
Sheinbaum también se negó a ser acosada por los que repetían que iba a ser una marioneta del presidente saliente AMLO: cada vez que alguien intentaba insistir en la necesidad de crear una imagen más individualista —como si estuviera comercializando una nueva marca de cereales o detergente— Sheinbaum explicaba tranquilamente que ella representa un movimiento social y que su administración será orgullosamente el segundo piso de la Cuarta Transformación de México. Y lo hizo con la cara de póquer que le sirvió como alcaldesa de la Ciudad de México, una cara que, evitando el intento de forzar un estilo oratorio elevado, afirmaba su autoridad con discreta coherencia tanto en las entrevistas como en la tribuna. Los votantes la aprobaron.
La victoria de Sheinbaum también se produjo a pesar de una campaña internacional coordinada de medios de comunicación y bots que intentaron pintar a AMLO y MORENA como en connivencia con los cárteles de la droga. Este es sólo un capítulo de una embestida mediática incesante que sembró de mofas y calumnias su paso por la administración de AMLO sin dignarse a aprender nada de lo que estaba sucediendo por debajo de su muy limitado radar.
Para la elección, un grupo de periodistas extranjeros aterrizó en la Ciudad de México, maravillados de que un país tan «machista» pudiera elegir a una mujer presidente, y tan cómodamente. Una vez más, fueron trillados todos los tropos cómodos —elección de Estado, votantes comprados por los programas sociales, un pueblo religioso esclavizado por el «sucesor elegido a dedo» de un líder mesiánico—, cualquier cosa para evitar otorgar agencia a los votantes mexicanos o ver lo que estaba sucediendo sobre el terreno: un proceso impulsado por la política de realineación partidaria en el que los votantes de clase trabajadora, dispersos entre los partidos en las elecciones de 2018, se concentró en MORENA, manteniendo en gran parte intacta la coalición de clases del partido.
Después de un reconocimiento de victoria en el hotel Hilton, Sheinbaum se dirigió a la plaza principal de la Ciudad de México, el Zócalo. Allí rindió homenaje a los movimientos sociales del pasado, desde los obreros a los estudiantes, pasando por los maestros y los agricultores, y leyó los nombres de las mujeres que desempeñaron papeles fundamentales en la historia de México. Como última integrante de esa lista, Sheinbaum tendrá un enorme mandato electoral, incluso mayor que el de AMLO. A partir del 1 de octubre, el presidente será presidenta.