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Seguidores del ex presidente Jair Bolsonaro haciendo el saludo nazi mientras cantan el himno nacional.

Las múltiples caras del neofascismo brasileño

Los discursos de odio, totalitarios y fanáticos de la nueva derecha brasileña no nacieron con Bolsonaro. Por el contrario, este último fue consecuencia de la diseminación previa de aquellos. Un nuevo documental narra con precisión los pormenores de aquel proceso.

Tenemos que poner nuestros propios cuerpos entre el fascismo y la libertad. (E. P. Thompson)

El documental Extremistas.br ganó recientemente el premio Václav Havel como la mejor película en defensa de los derechos humanos que otorga el One World Film Festival de la República Checa. El premio recibido por esta obra documental ha recolocado sobre el tapete un tema que sigue intrigando a investigadores, académicos, políticos, periodistas e interesados en general: el resurgimiento de la extrema derecha en Brasil y, claro, en el resto del mundo.

Esta serie compuesta por ocho episodios muestra cómo el extremismo de derecha fue tomando cuenta de una parcela significativa de la población brasileña y las causas que llevaron a miles de ciudadanos a adherir y difundir los discursos totalitarios de ideólogos radicales inspirados en el ideario nazifascista: ataques a la democracia, autoritarismo y despotismo; nacionalismo exacerbado y exaltación del odio y la violencia en nombre de una supuesta superioridad nacional, culto a las tradiciones perdidas y construcción de mitos sobre la grandeza del pasado; animadversión hacia los extranjeros, desprecio por las minorías y combate vehemente a la diversidad, desconfianza por la cultura, el arte y la inteligencia; adoración por las armas y culto a la muerte; machismo y menosprecio hacia las mujeres, entre otras características.

Muchos de estos aspectos tienen su origen en la ideología nazifascista surgida desde hace un siglo en Italia y Alemania, aunque ellos se han ido renovando y cambiando a través de los años, hasta formar algo que Robert Paxton atribuye a la propia dinámica socio histórica del proyecto fascista, cristalizándose quizás en aquello que Umberto Eco ha llamado «ur-fascismo» o fascismo eterno. Dicha doctrina es integrada por una constelación de elementos de este mismo tenor y que se encuentran presentes en los movimientos con esta orientación en las sociedades contemporáneas.

En la serie documental conocemos la opinión de especialistas y estudiosos, así como la de un sinfín de militantes de la extrema derecha que participaron en las actividades que propiciaban un golpe de Estado para impedir que el candidato electo Lula da Silva pudiera asumir o mantenerse como Presidente de la República. Pero antes de ello, la serie va mostrando la diseminación del odio y los discursos antidemocráticos de numerosos sectores de la población que son alimentados por las fake news producidas por milicias digitales, personas e instituciones que se dedican a difundir ataques a personalidades del mundo de la política, el arte y la cultura.

Un capítulo completo del ciclo está dedicado a las arremetidas realizadas por influenciadores radicales en contra los miembros del Poder Judicial, en especial a los ministros del Supremo Tribunal Federal (STF). En esa parte de la serie se puede conocer precisamente la labor de un mercenario digital que recibe un salario mensual para investigar la vida de diversas personalidades influyentes con el objetivo de difundir falsas noticias sobre ellas y también para inventar hechos completamente inverosímiles, pero que son incorporados por los cibernautas como perfectas verdades.

Hay decenas de casos de historias y relatos burdos desperdigados en el ciberespacio, pero sería agotador citar algunas de las numerosas mentiras que vienen siendo concebidas durante los últimos años. Estos grupos de milicianos digitales funcionan en total anonimato y se inspiran —probablemente sin saberlo— en el conocido teorema del sociólogo estadounidense William Thomas que decía: «Si los individuos definen las situaciones como reales, estas son reales en sus consecuencias». 

Después de asistir las diversas secciones de Extremistas.br queda muy claro para el espectador que la emergencia de la extrema derecha y del bolsonarismo no representan un mero capricho histórico o un accidente del curso de la historia. Ellos no nacieron por casualidad y sus bases se encuentran ancladas en el devenir de la sociedad brasileña. En este proceso de extrema derechización de la sociedad cumplen un papel central las iglesias pentecostales y sus pastores, los cuales viene insuflando los sentimientos y los comportamientos contra el progreso y la modernidad de forma vehemente.

Fanatismo religioso, sumado a la ignorancia y falsas narrativas se funden en una sopa reaccionaria que asume sin matices la lucha del bien contra el mal. El mal son los izquierdistas, los comunistas, los homosexuales, los drogadictos que quieren acabar con la libertad de los ciudadanos de bien que deben protegerse ante esta amenaza permanente. En el documental se ven escenas de pastores distribuyendo armas entre los fieles, enseñándoles a disparar para enfrentar a enemigos ocultos que estarían agazapados esperando el momento propicio para dar el zarpazo final.

Estos comportamientos de personas comunes que viven bajo la influencia de pastores inescrupulosos son estimulados por el clima de miedo en que viven los ciudadanos en el mundo actual. Para el crítico literario británico Terry Eagleton, el fundamentalismo no tiene sus raíces en el odio, sino en el miedo. Es el miedo de un mundo moderno y cambiante, en que todo está en movimiento, donde la realidad es transitoria y con final indefinido, en que las certezas y los pilares más sólidos parecen haber desaparecido.

Es lo que en otras palabras el sociólogo polaco Zygmunt Bauman denominaría como «modernidad líquida». En esta modernidad líquida los individuos se sienten aislados, fragilizados, carentes de los referenciales que le daban peso o solidez a las estructuras en las que estábamos inmersos. Los individuos se ven sucumbiendo ante un contexto de transformaciones aceleradas que no son capaces de procesar. Los valores de la sociedad industrial se desvanecen y el pánico a la inseguridad se apodera de las personas, por eso ellas buscan refugio en las iglesias, en las sectas o en cualquier entidad que les provea algún tipo de sustento o piso ante tanta incertidumbre. 

En dicho escenario la extrema derecha se nutre competentemente de los temores, las ansiedades y el malestar de los ciudadanos, transformando estas sensaciones, en la mayoría de los casos, en sentimientos de indignación y revuelta reaccionaria. Los problemas concretos de la gente, por una mejor calidad de vida, por mayor estabilidad laboral y seguridad ciudadana, por mejores equipamientos y servicios sociales y un largo etcétera, la extrema derecha los convierte en una convicción antisistema, contra la política y los políticos, contra los tribunales de justicia y el parlamento, haciendo que finalmente los sujetos direccionen su rabia contra las instituciones democráticas y hacia enemigos invisibles como el comunismo, el globalismo o las fuerzas satánicas.

La extrema derecha dice entender los problemas y los miedos de la población y acude para aplacar este sufrimiento psíquico, entregando a cambio falsas soluciones e impregnando de resentimiento y virulencia la frustración de las personas. Si a ello le agregamos las bases conservadoras de una cultura esclavista construida en torno al machismo, la exclusión y el desprecio por los más débiles, tenemos los ingredientes necesarios para que el caldo neofascista prospere, convirtiendo a una parte de esta sociedad en una masa de maniobra que nutre las expresiones más radicales del pensamiento retrógrado.

Es en ese contexto que surge en Brasil la figura de Jair Bolsonaro, un excapitán expulsado del Ejercito y prohibido de ingresar a los cuarteles e instalaciones militares, diputado mediocre e inexpresivo del bajo clero y personaje bizarro que apoyaba dictadores y torturadores. En 2016, mientras se votaba en el Congreso Nacional el impeachment de la Presidenta Dilma Rousseff, el diputado Bolsonaro le dedicó su voto al Coronel Carlos Brilhante Ustra, reconocido torturador y asesino de muchos presos políticos durante la dictadura militar (1964-1985). Lejos de salir preso del hemiciclo del Congreso por su apología a la tortura, Bolsonaro se transformó en el vocero de la extrema derecha y el Coronel Ustra en un héroe para los grupos más radicales que pedían ardorosamente intervención militar.

Sin embargo, los orígenes de estas expresiones de los ultraderechistas ya pueden observarse en las manifestaciones que irrumpieron en junio de 2013, durante la realización de la Copa de las Confederaciones de la FIFA. En esa ocasión, frente a un conjunto innumerable de demandas de diversos segmentos sociales, surgieron las primeras señales de que se estaba incubando un movimiento de derecha radical, con grupos enarbolando banderas con los símbolos nazistas y pancartas llamando a la sedición. Tales grupos —con células fascistas ya organizadas— exigían la acción de los militares en la perpetración de un Golpe de Estado que acabase con el Congreso Nacional, los partidos políticos, el Supremo Tribunal Federal y, consecuentemente, arremetiese contra los enemigos de la patria.

Estos sectores comenzaron a vestir la camiseta verde-amarilla de la Selección y a autoproclamarse como «patriotas» en lucha contra la corrupción, la decadencia moral, los políticos y el comunismo instalado en el país. En el documental se muestran imágenes de cursos de tiro para «ciudadanos de bien» que desean defenderse de las hordas de bárbaros y marginales que amenazan sus vidas pacatas y cristianas. Disparan a blancos que simulan ser personas que es preciso eliminar para proteger a Dios, la patria, la familia y la propiedad.

Quienes verdaderamente lucraron con esta política de armamento de la población que estimuló el gobierno Bolsonaro, claro está, fueron los fabricantes y comerciantes de armas y también las academias de tiro. En efecto, durante el gobierno del excapitán, entre 2019 y 2022, más de un millón de armas fueron registradas después que el ejecutivo liberó el porte y uso de armas de fuego. Según los datos recogidos por el Instituto Sou da Paz por medio de la Ley de Acceso a la Información, en total, casi un millón y medio de nuevos armamentos entraron en circulación en ese periodo de cuatro años.

Solamente en 2022, más de 550 mil armas fueron registradas, siendo que 432 mil correspondían a los Clubes de Colecionadores, Atiradores Desportivos y Caçadores (CAC), que proliferaron de manera descomunal durante esa gestión. El resto de las armas fueron registradas por individuos comunes para la defensa personal, principalmente miembros de las clases más acaudaladas que adhirieron a este discurso de rencor y peligro inminente diseminado por la extrema derecha.

Como certeramente nos advierte Robert O. Paxton en su libro La anatomía del fascismo, no existe un régimen fascista ideológicamente puro, aunque —nos recuerda el autor— la mayoría de los estudiosos notaron que esos regímenes se basaban en algún tipo de pacto o alianza entre el partido fascista y las poderosas fuerzas conservadoras. Es decir, los regímenes fascistas no se explican solamente por la incitación estatal, sino que existirían fuerzas en la propia sociedad que impulsan su desarrollo. Tampoco existiría un fascismo definido, estático, sino más bien un fenómeno fascista en permanente movimiento.

Por lo mismo, nos encontramos frente a una multiplicidad de fascismos, cada cual expresando la dinámica histórica y el contexto en el cual emerge. El fascismo en Brasil tiene antecedentes en organizaciones de raigambre y vena autoritaria surgidas en la década de treinta y amalgamadas en torno al movimiento de la Acción Integralista Brasileña liderada por Plinio Salgado, que se anunciaba como un movimiento dictatorial, conservador y cristiano.

Por su parte, el gobierno de Getulio Vargas también reúne una cantidad significativa de características que lo podrían acercar ciertamente del recetario fascista. Como bosquejábamos en líneas anteriores, la actual expresión del fascismo a la brasileña se llama bolsonarismo y ella resulta de una síntesis de múltiples experiencias y miradas sobre el país, que incluye desde los militares nostálgicos de la dictadura militar, pasando por los monarquistas que no pierden la esperanza de recuperar el trono o por grupos pentecostales de la teología de la prosperidad, o de milicianos que controlan extensos territorios en las principales capitales o por productores de madera y ganado que desean seguir depredando los biomas sin ningún tipo de control estatal o de empresarios conservadores que tienen pavor de perder sus lucros y sus privilegios en una sociedad que se encaminaba crecientemente hacia políticas más inclusivas, justas y democratizantes.

En síntesis, tenemos como corolario que matriz esclavista, dictaduras militares, bolsonarismo y neofascismo forman parte de un mismo eje que atraviesa la historia brasileña y que resurge permanentemente para recordarle a sus habitantes y a sus instituciones que los soportes democráticos de este país son demasiado inestables y endebles. 

A dichas conclusiones se puede llegar cuando se asiste el documental Extremistas.br, una inmersión necesaria para pensar los destinos de esta nación atrapada por su historia y por una extrema derecha cavernaria que ha cooptado o anulado a otros sectores de la derecha tradicional y de las elites del poder para impulsar y consolidar su proyecto de violencia, prejuicio y autoritarismo sobre el pueblo brasileño.

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