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Ilustraciones: Gabriela Sánchez.

Como el sol cuando amanece, yo soy libre

Javier Milei, el sorpresivo ganador de las elecciones primarias en Argentina, es la nueva cara de una derecha que se maquilla de antisistema y pretende adueñarse de la rebeldía.

Este texto fue publicado originalmente en el #6 de Revista Jacobin, ¿No pasarán(junio de 2022).

«No vine a guiar corderos, sino a despertar leones». En cada acto de campaña para las elecciones de medio término de 2021, el economista Javier Milei, vestido con chaqueta de cuero y con aire rockero, repetía ese latiguillo. De fondo, sonaba «Se viene el estallido», de la banda Bersuit Vergarabat, un tema que a fines de los años 90 coreaba la izquierda contra el país construido por las reformas estructurales neoliberales. Así, a veinte años de la crisis de 2001, el devenir de esta canción nos informa sobre los cambios en la atmósfera política, sobre el signo de la indignación social y, más aún, sobre la emergencia de una derecha de nuevo tipo, con estéticas «rebeldes» y sin complejos ideológicos.

Liderados por este excéntrico economista de 51 años, con un pasado de futbolista en las inferiores del Club Atlético Chacarita Juniors y cantante heavy metal aficionado, los libertarios argentinos pasaron de ser una suerte de tribu urbana juvenil a tercera fuerza política en la Ciudad de Buenos Aires, con un 17% de los votos. 

Movilizando simbologías libertarias para iniciados, como la bandera de Gadsden, y difundiendo textos del estadounidense Murray Rothbard, Milei ha logrado popularizar algunos tópicos libertarios entre un público más amplio. O, de manera más precisa, paleolibertarios, ya que, al igual que Rothbard, su ideario combina ideas antiestatistas con posiciones reaccionarias. El prefijo «paleo» le sirvió al pensador estadounidense para diferenciarse del Partido Libertario de Estados Unidos, que él mismo había ayudado a fundar: Rothbard separaba la autoridad estatal, que había que rechazar de plano, de la autoridad social (familias e iglesias) que había que fortalecer precisamente para luchar contra el poder del Estado. A partir de esta operación podía rechazar a los «hippies» antiautoridad del Partido Libertario y conectar con la old right (vieja derecha) estadounidense, e incluso con posiciones reaccionarias radicales.

«Soy anarcocapitalista en la teoría y minarquista en la práctica», suele repetir Milei, sin que sus interlocutores en los medios capten la esencia de su planteamiento. Como la izquierda radical, Milei debe explicar el hiato entre su propuesta «de máxima» (la abolición del Estado) y su «programa de transición»: ir reduciendo lo más posible el Estado y privatizando todo lo que se pueda privatizar. Pero si su discurso sobre economía puede resultar bastante enigmático, su popularidad se basa en gran medida en su propia estética transgresora (vaya de cuero o de traje y corbata), siempre con el pelo revuelto —«me peina la mano invisible del mercado», suele decir— y algunos caballitos de batalla retóricos: el rechazo de la casta (tomó el término de Podemos de España) y la defensa de la «libertad». «Viva la libertad, carajo», es la marca de fábrica de sus discursos.

Según Milei, antes de que él y su estética transgresora irrumpieran —llama, por ejemplo, a echar a los políticos de la casta «a patadas en el culo»—, los liberales argentinos cabían en un ascensor. Eso no es estrictamente cierto: en la década de 1980, la Unión para la Apertura Universitaria (UPAU), la fuerza estudiantil de la Unión del Centro Democrático (UCeDé) liderada por Álvaro Alsogaray, logró avances importantes en centros de estudiantes de la Universidad de Buenos Aires con un discurso liberal-conservador. Y, de hecho, fue la UCeDé la que aportó varios de los cuadros que impulsaron las reformas neoliberales del gobierno de Carlos Menem. Incluso esa fuerza tuvo su «ala popular» liderada por Adelina D’Alessio de Viola, que llegó a presentarse como «la negra de la UCeDé» y jugó a ser una suerte de Thatcher rioplatense.

En términos organizativos, Milei está lejos de la construcción liberal de esos años. Pero en el plano mediático —en el marco de un fuerte crecimiento en las encuestas— se ha transformado en una figura omnipresente en la política argentina. Y si la UCeDé conectaba con el neoliberalismo de la revolución conservadora de Reagan y Thatcher, el «fin de la historia» y el optimismo neoliberal tras la implosión del campo socialista, Milei conecta con las «derechas alternativas» a escala global. Es una versión vernácula, sui géneris, de la guerra cultural antiprogresista de la nuevas derechas que vienen canibalizando a los conservadores tradicionales. Y, a diferencia de la vieja UCeDé, Milei puede jugar la carta «antisistema».

Formado en la economía matemática neoclásica, Milei tuvo en la década de 2010 una conversión a la escuela austriaca de economía de Mises y Hayek de la mano de los textos de Rothbard; a partir de ese momento, comenzó decir «lo que enseñé durante veinte años estaba todo mal», especialmente lo relativo a la denominada «competencia perfecta». Fue como un cambio de Biblia.

Con una presencia cada vez mayor en talk shows destinados a públicos amplios, su estilo excéntrico resultaba atractivo en términos de rating y de frases efectistas para colocar en el extremo inferior de la pantalla. Desde esos estudios televisivos atacaba virulentamente el pensamiento keynesiano (podía llamar «basura general» a la Teoría general de Keynes) y reivindicaba la «estruendosa superioridad» del capitalismo, «un sistema justo y, además, ética y estéticamente superior al comunismo». En la estela de Ayn Rand, podía recuperar una imagen heroica del capitalismo (cosa que en Argentina no hace ni el macrismo) y extender ad infinitum las fronteras  del «comunismo»: incluso el actual jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, del ala moderada del partido de Macri, sería un comunista.

Si antes de su salto a la política Milei solo hablaba de economía, la necesidad de ampliar su campo discursivo para disputar una campaña electoral lo llevó a incorporar, de manera poco digerida, varios de los tópicos de la alt-right, como la denuncia de que el cambio climático es un «invento de los socialistas» o la supuesta existencia de un marxismo cultural. También Milei se sumó a las visiones conspiranoicas sobre el Foro de São Paulo, una instancia de coordinación de las izquierdas latinoamericanas hoy en declive. En el plano internacional se vinculó con Vox en España, con el bolsonarismo en Brasil y con la extrema derecha chilena. Todo eso sin dejar de reivindicar a Donald Trump como el «mejor presidente de Estados Unidos».

En la campaña electoral 2021, Milei obtuvo una votación homogénea en todos los barrios de la Ciudad de Buenos Aires, con una leve diferencia a su favor en zonas de clases medias-bajas. Incluso recorrió barrios populares (antes llamados villas de emergencia y hoy parcialmente urbanizados), donde repitió que el liberalismo es particularmente beneficioso para los sectores «oprimidos» de la sociedad. En estas zonas, Milei conectó con un tipo de emprendedorismo popular enmarcado en amplias redes de economía informal.

Su crecimiento se vincula con un clima de frustración social tras las experiencias kirchnerista y macrista, que no lograron resolver problemas perennes tales como la elevada inflación y los altos niveles de pobreza. Fue especialmente el fracaso del gobierno de Mauricio Macri lo que abrió las puertas a una fuerza «sin complejos» a la derecha de su partido, Propuesta Republicana (Pro). De hecho, la construcción de Milei, que tiene al pequeño Partido Libertario como su base de acción, ha sumado a diversos activistas de derecha que consideran al Pro demasiado desideologizado. 

 

 

Milei recibió el apoyo de Agustín Laje, un activista antifeminista y antiderechos («provida» se denominan ellos), coautor de El libro negro de la nueva izquierda, que tiene un amplio predicamento en América Latina. Y postuló como candidata a diputada a Victoria Villarruel, que preside el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas y que encarna una suerte de negacionismo soft de los crímenes de la última dictadura militar (1976-1983). El propio Milei militó activamente contra la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo con el argumento de que el aborto «violenta el principio de no agresión».

Pero, al mismo tiempo, la política institucional pone en tensión la faceta más utópica de su pensamiento. Alguna vez dijo que es necesario privatizar las calles —una propuesta que ya algún rothbardiano había hecho— y que «cada baldosa escupe socialismo» (por ser calles públicas). También propuso «dinamitar» el Banco Central. Y, à la limite, abolir el Estado y privatizar incluso la seguridad y la justicia; una posición consecuente con su anarcocapitalismo. La necesidad de «aterrizar» sus propuestas lo lleva ahora a un «noventismo» no muy original pero que conecta, no obstante, con cierta nostalgia de la convertibilidad entre el peso y el dólar durante el gobierno de Carlos Menem, que mantuvo una baja inflación y el peso sobrevaluado (lo que permitía a los sectores medios consumir bienes importados y viajar a bajo costo).

Sin duda, en el crecimiento de Milei hay algo de «retorno de lo reprimido» en el estallido de 2001, que combinó —como señalara el periodista Martín Rodríguez— a los críticos del neoliberalismo con quienes habían confiado en él y se sintieron defraudados pero no veían mal una fuga hacia adelante. De hecho, estos sectores votaron por el ultraliberal Ricardo López Murphy y por el propio Menem en 2003. Pero un noventismo tout court puede normalizar demasiado al libertarismo. Al final, el propio Macri está tratando también de utilizar la nostalgia menemista como combustible para su «segundo tiempo» político. Por eso, Milei debe mantenerse en la cresta de la ola mediática con propuestas «transgresoras» y, para ello, debe seguir generando titulares. En esa línea ha venido logrando algunos golpes de efecto, como el sorteo de su salario mensual de diputado. La lista de inscriptos ya supera los dos millones de personas.

Como todo impuesto es un robo —dice—, Milei considera que no tiene derecho a donar ese dinero, sino que debe devolvérselo a la gente apelando al azar. Así, además de ocupar lugares destacados de los medios cada vez que se anuncia al ganador, va construyendo una apetecible base de datos. El hecho de que el primer ganador se autodefiniera kirchnerista, sumado al número de inscriptos, muestra que el sorteo atrajo la atención de un público que supera con creces a sus propios seguidores.

También ha propuesto dolarizar la economía, un discurso del menemismo tardío. Pero en este caso, si bien logró una amplia repercusión, atrajo varias respuestas de economistas del establishment que pusieron de relieve sus inconsistencias y descalificaron de plano la iniciativa.

Saltar de la Ciudad de Buenos Aires al resto del país no es una tarea fácil para un proyecto en gran medida personal como el de Milei. Por ahora, el economista creció como las burbujas especulativas en la Bolsa; habrá que ver si, retomando su propio lenguaje, el mercado valida en el futuro próximo su valor actual en las encuestas. En estos tiempos, el referente libertario ha tratado de construir vínculos con el ala derecha del macrismo (los denominados «halcones»), como el propio Macri o la exministra de Seguridad y presidenta del partido Patricia Bullrich.

También busca extenderse al interior argentino, bajo el riesgo de atraer oportunistas variados —incluidos derechistas rancios— que terminen por dar la imagen de una «bolsa de gatos» poco confiable. Ya se vieron algunas de esas tensiones en el caso de la provincia de Tucumán, con el acercamiento de algunos integrantes de la progenie del exgobernador —y reconocido represor de la dictadura— Antonio Domingo Bussi. El Presto, un influencer de derecha muy escuchado entre los seguidores de Milei, dijo públicamente: «el problema es que en las filas de un sector del liberalismo, encabezado por Milei, se han infiltrado —y han dejado que se metan para hacer bulto— ultraconservadores y neonazis».

No es extraño que esto ocurra. Lo que el libertario Jeffrey A. Tucker denominó «libertarismo brutalista» (para diferenciarlo del libertarismo clásico estadounidense) es en todos lados muy atractivo para los derechistas radicalizados. De hecho, en estos años somos testigos de variadas convergencias —a menudo bajo el paraguas del antiprogresismo— entre libertarios y extremas derechas.



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