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Gabriel Boric, recientemente electo presidente de Chile, celebra con sus simpatizantes en Santiago, Chile, el 19 de diciembre de 2021. (Foto: REUTERS / Rodrigo Garrido)

La apuesta por el «cambio»

Ahora viene lo difícil: Gabriel Boric viene del movimiento estudiantil, pero deberá gobernar Chile en coalición con fuerzas políticas que son parte del problema y no de la solución.

Gabriel Boric es el nuevo presidente de Chile. El exdirigente estudiantil y candidato de la coalición de centroizquierda Apruebo Dignidad ganó la segunda vuelta el domingo 19 de diciembre por un amplio margen frente a su rival, José Antonio Kast, representante de la extrema derecha, que fue el primero en reconocer su derrota, poco más de una hora antes del cierre de las urnas.

Según los datos oficiales facilitados por el servicio electoral chileno (SERVEL), la participación fue de un 55%, equivalente a 8,5 millones de votos, en un país acostumbrado al abstencionismo. Este aumento de la participación se debió principalmente al miedo a una posible victoria de un candidato autoritario, racista y abiertamente pinochetista. Con casi el 56% de los votos, Boric, de 35 años, será el presidente más joven de la historia de Chile a partir del 11 de marzo de 2022. 

Boric se impuso con facilidad en la capital, Santiago, especialmente en los extensos suburbios del sur, donde se encuentran bastiones de la resistencia contra la dictadura militar (1973-1989) como Villa Francia, La Victoria y La Legua. La centroizquierda también ganó en la zona costera del puerto de Valparaíso y en la mayoría de las ciudades del norte, incluida Antofagasta, región en la que el Partido De La Gente, de Franco Parisi, con un programa antipartidista, se había impuesto en la primera vuelta. A pesar del apoyo expreso del excandidato Parisi a Kast, los votos fueron para la coalición de Boric, lo que demuestra que la lógica de castigar al outsider en la papeleta pierde fuerza cuando se trata de una segunda vuelta. 

Los buenos resultados de la extrema derecha en el sur del país no fueron suficientes para el candidato pinochetista. En efecto, Kast, con su discurso represivo contra los pueblos indígenas, recogió más del 60% de los votos en la Araucanía, región en la que el pueblo mapuche lleva a cabo una política de reivindicación de la restitución de sus tierras ancestrales, ocupadas por las grandes multinacionales de la energía, la pesca y la madera.

La jornada electoral transcurrió de forma pacífica, pero estuvo marcada por una fuerte polémica contra Gloria Hutt, ministra de Transportes del Gobierno saliente de Sebastián Piñera, por la insuficiencia y escasa frecuencia del sistema de transporte en las grandes ciudades, sobre todo en los suburbios y barrios populares, donde reside un electorado históricamente de izquierdas. Ante esta situación, agravada por las altas temperaturas, que alcanzaron máximas de casi 35 grados, la coordinadora de la campaña de Boric, Izkia Siches, denunció el sabotaje del gobierno para limitar la participación de los sectores populares y llamó a la ciudadanía a organizar un sistema de transporte de emergencia. El diputado nacional Giorgio Jackson, uno de los fundadores del Frente Amplio y mano derecha del futuro presidente, salió a la calle en su vehículo personal para acompañar a grupos de jubilados a sus centros de votación y así dar ejemplo.

Hacia las diez de la noche, pocas horas después de un rapidísimo e impecable recuento de votos, Boric llegó al centro de la capital, acompañado de su prometida, la politóloga y activista feminista Irina Karamanos, para pronunciar su primer discurso como presidente electo y agradecer a las decenas de miles de simpatizantes que llenaron la Alameda a la altura de la Biblioteca Nacional, entre el Palacio de la Moneda y la emblemática Plaza Dignidad. 

En medio de los aplausos y los fuegos artificiales, Boric comenzó con un saludo en mapudungun, la lengua de los mapuches, y prometió que las prioridades de sus cuatro años de gobierno serían garantizar el derecho a la educación y a la salud, en un país sin sistema de salud y educación gratuitos, y reformar el sistema privado de pensiones, creado por el hermano del actual presidente Piñera en plena dictadura, que no da derecho a una pensión mínima universal. Boric también se refirió a la defensa de los derechos humanos y del medio ambiente, diciendo explícitamente que el controvertido proyecto minero Dominga, destinado a extraer hierro y cobre en una zona de pescadores artesanales adyacente al archipiélago de Humboldt, que alberga una raza de pingüinos en peligro de extinción, no seguirá adelante durante su gobierno.

El discurso de investidura terminó con una frase de optimismo para el futuro: «Hoy es el día en que la esperanza ha ganado al miedo». Con ello se cierra una agitada semana de campaña electoral, marcada también por el fallecimiento de la viuda del dictador Augusto Pinochet, María Lucía Hiriart, a los 99 años. La noticia de su muerte fue recibida con cantos, bailes y brindis en las principales plazas de todo Chile. Doña Lucía Hiriart no era solo una dama de compañía presidencial, sino una activa asesora política del dictador. 

Tras el golpe de Estado contra Salvador Allende (11 de septiembre de 1973), Pinochet la nombró directora de la Fundación Cema, una organización benéfica creada en los años 50 para ayudar a las mujeres de los barrios marginales. La Sra. Pinochet pronto convirtió la fundación en una máquina de blanqueo de dinero, vendiendo gratuitamente propiedades que recibía del Estado. En 2007, fue juzgada por fraude pero fue absuelta, aprovechando la red de complicidades en el poder judicial con la que cuentan los antiguos funcionarios de la dictadura, a pesar de que han pasado más de 30 años desde el regreso de la democracia. Al recibir la noticia, Boric declaró que la viuda de Pinochet era un ejemplo escandaloso de impunidad. Kast, por su parte, expresó sus condolencias, afirmando que no tenía ninguna relación personal con la familia del fallecido. 

Tras las elecciones, Boric se prepara para recibir el 11 de marzo la banda presidencial de uno de los países más desiguales y privatizados del mundo. Habrá que esperar unas semanas, cuando empiecen a surgir los nombres de los posibles ministros, para entender si estamos ante un intento de cambio estructural del modelo económico o si se seguirá una agenda moderadamente reformista. Mientras tanto, no cabe duda de que la victoria del Frente Amplio es una buena noticia para el proceso constituyente en curso. Una victoria de José Antonio Kast habría generado una situación paradójica: por un lado 155 constituyentes, elegidos hace apenas siete meses, con la tarea de redactar una nueva Carta Magna y, por otro, un gobierno presidido por un acérrimo defensor de la Constitución pinochetista vigente desde 1980. No es casualidad que uno de los primeros en felicitar al recién elegido Boric haya sido el vicepresidente de la Asamblea Constituyente, el abogado Jaime Bassa, expresando su satisfacción por los resultados de la votación.

Los movimientos feminista y LGBT+, que llevan años haciendo campaña por la legalización del aborto y el reconocimiento de las uniones civiles entre personas del mismo sexo, también respiraron aliviados. En caso de victoria de la extrema derecha, tendrían que contar con un presidente orgullosamente homófobo y misógino. En materia de política exterior, se espera que la victoria de Boric acerque a Chile a los países de la región que intentan tímidamente relanzar la agenda de integración y cooperación latinoamericana, como la Argentina de Alberto Fernández, el México de Andrés Manuel López Obrador y la Bolivia del Movimiento al Socialismo de Luis Arce y Evo Morales. 

El próximo gobierno chileno podrá contar con la colaboración del Grupo de Puebla, un espacio de discusión política, fundado por el senador centrista chileno Marco Enríquez Ominami, integrado por diversas personalidades, entre ellas Lula Da Silva, una de las figuras más importantes del actual escenario de la izquierda sudamericana. Las principales dudas y preguntas surgen en torno a la línea política interna del recién elegido Boric. Por un lado tendrá que encontrar respuestas, aunque sean parciales, a las demandas y deseos de cambio de la multitud de protagonistas de las manifestaciones de los últimos dos años, mientras que por otro tendrá que lidiar con el establishment de la antigua Concertación, la coalición de partidos socialdemócratas que gobernó el país desde la transición democrática de 1989 hasta 2010, incluyendo el Partido Socialista de la expresidenta Michelle Bachelet y la Democracia Cristiana de la exsenadora y candidata presidencial Yasna Provoste. Ambos han respaldado la candidatura de Boric en la segunda vuelta, organizando la campaña anti-Kast en varias regiones del país, un respaldo clave que se traducirá inevitablemente en un fuerte peso político en el próximo gabinete.

Por lo tanto, Boric tendrá que desplegar su mejor acto de equilibrio para presentarse como el Presidente del cambio y, al mismo tiempo, gobernar en coalición con los partidos tradicionales del pasado, considerados por los movimientos sociales y los protagonistas del «Octubre chileno» como parte del problema y no de la solución. Todo ello en un contexto de crisis económica agravada por la pandemia, sin una mayoría clara en el Parlamento, con un proceso de redacción de una nueva Constitución en marcha y con una derecha que ha decidido dejar de ocultar su profunda nostalgia por la dictadura militar de Augusto Pinochet.

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