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Apuntes para una biopolítica desde abajo

Frente a la actual coyuntura pandémica se intensifica la necesidad de dilucidar qué otras formas podría tomar el gobierno de la comunidad. La biopolítica desde abajo o la política de los gobernados constituyen invitaciones a repensar este problema.

Alrededor de la pandemia en curso, y de los debates que suscitó en un ritmo casi tan viral como la reproducción del COVID y sus efectos sociales, parecen condensarse ciertas urgencias teóricas del presente. En primer lugar, la naturaleza de la crisis, la intempestiva irrupción de los procesos biológicos en el curso «normal» de la vida social, subrayó la dificultad teórica de cierto pensamiento contemporáneo (todavía excesivamente dualista) para dar cuenta de la realidad de los objetos y vivientes no-humanos, tanto como de los propios cuerpos humanos, en su espesor no subjetivo ni simbólico (Filloy y Martín, 2020).

Al mismo tiempo, la generalización de viejas y nuevas formas de control de la población (cuarentena, distanciamiento social, rastreo digital de contagios, tecnovigilancia, etc…), repuso con particular intensidad la pregunta por la relación entre protección de la vida, derechos, libertades y formas de gobierno. Si se produjo, entonces, un retorno a los conceptos foucaultianos de biopolítica y gubernamentalidad, primó, sin embargo, una suerte de pesimismo biopolítico, particularmente evidente en las intervenciones de Agamben (2020), que hacía de la pandemia la confirmación de un diagnóstico precedente que ya había anunciado la inevitable catástrofe de la comunidad y su gobierno.

La pandemia sería algo así como el punto cúlmine de la deriva totalizante y autoritaria de la biopolítica; la actual crisis, el momento en que se lograría suspender, sin resistencia y sin justificación, todo derecho, libertad o forma de vida que exceda la mera reproducción biológica de los cuerpos. Nada nuevo, entonces, que pensar o que inventar.

Así, en segundo lugar, la crisis en curso pareció enfrentarnos con cierta impotencia del pensamiento para registrar u ofrecer formas de respuesta, resistencia y transformación que vayan más allá del rechazo exterior de los dispositivos y tecnologías de gobierno de los vivientes; del lamento por una libertad concebida como condenada, en origen, a su completa reversión y pérdida; o de la aceptación irreflexiva o resignada de las medidas impuestas.

En búsqueda de alternativas, Panagiotis Sotiris (2020) propuso, a la luz de aquella misma coyuntura viral, un retorno diferente a Foucault. Un retorno que buscaba rechazar la alternativa cerrada entre una biopolítica autoritaria y un laissez faire necropolítico como modos de leer la gestión diferenciada del riesgo epidémico, para pensar la posibilidad y productividad de una «biopolítica democrática o incluso comunista». Una biopolítica desde abajo, por medio de la cual pasar de la aceptación pasiva de la disciplina a una práctica de responsabilidad sobre el contagio y el cuidado común, un ejercicio de deliberación y acción popular que combine «atención individual y colectiva de manera no coercitiva».

La propuesta tuvo el mérito de subrayar la ineludible relación entre la objetivación de los cuerpos por medio de normas (de emergencia) fundadas en el saber médico-epidemiológico y la posibilidad de los sujetos de actuar frente a la disciplina biopolítica sancionada por el Estado en un modo que exceda la mera obediencia. Junto a ella, resonaba otra formulación previa, también de inspiración foucaultiana: la política de los gobernados, postulada por Partha Chatterjee (2008). Con este concepto, Chatterjee intentaba expresar la diferencia entre la sociedad civil, organizada en la gramática de la ciudadanía y los derechos individuales, y aquello que llama la sociedad política: un terreno de subjetivación posible en el cual las categorías propias de la gubernamentalidad de las poblaciones se transforman en núcleos singulares de agenciamiento popular.

Antes que seguir un modelo de reclamo por derechos o participación en las instituciones democráticas clásicas, algunos grupos poblacionales lograrían así asegurarse recursos, beneficios y/o protecciones tanto como modificar las decisiones administrativas que los afectan directamente, por medio de una acción (estratégica, instrumental, propiamente política y usualmente no-legal) sobre las correlaciones de fuerza y sobre los procesos mismos de aplicación de las normas. Los cuerpos objetivados en las clasificaciones administrativas se transformarían, de esta forma, en sujetos de una forma particular de política que cortocircuita los canales y gramáticas usuales de la teoría liberal de la participación y del ciudadano como agente político.

Entre una y otra formulación, lo que parece surgir es la pregunta por la inteligibilidad de aquello que resulta invisibilizado en el dispositivo abstracto de la soberanía moderna: la política como gobierno ligado a un saber de la materialidad concreta de los cuerpos y de las relaciones de interdependencia que componen de forma vital la comunidad. Saberes y lógicas que resultan, en principio, excedentes a la abstracción voluntarista de la gramática política moderna y su sujeto jurídico-propietario.

Detrás, por debajo o por encima, del derecho pactado por los individuos igualmente libres persiste entonces la necesidad de un saber sustantivo de lo concreto de los cuerpos, de su objetualidad, de sus interacciones y de su gobierno. Es este vacío, propio a la abstracción del dispositivo soberano, el que estaba llamado a ser llenado por el conjunto de los saberes y técnicas de la gubernamentalidad moderna. Saberes y técnicas que han dado forma al poder de policía y de administración del Estado tanto como a las lógicas no inmediatamente estatales de normalización y disciplinamiento.

Frente a la actual coyuntura pandémica se intensifica la necesidad de dilucidar qué otras formas podría tomar el gobierno de la comunidad. Es decir, en qué sentido los cuerpos y su gobierno pueden volverse algo más que un objeto extrajurídico interno al poder de la soberanía estatal o a otras lógicas de normalización y disciplinamiento. La biopolítica desde abajo o la política de los gobernados constituyen precisamente invitaciones a repensar este problema. Nos desafían a reactivar la pregunta (también, a su modo, foucaultiana) por la invención de nuevas formas de libertad más allá del dispositivo jurídico-soberano antes que confinarnos en el melancólico trabajo de duelo por la irremediable desaparición de una única idea de libertad. Así, lejos de inaugurar un tiempo de necesaria e incuestionable decisión soberana, la pandemia parece ponernos, por el contrario, en un presente marcado por la imperiosa necesidad de repensar, desde abajo, el problema del gobierno.

Estas preguntas y estas respuestas portan, sin embargo, sus propios riesgos. Cuestionar el pesimismo biopolítico y su radical escepticismo contra el comando gubernamental de la vida puede convertirse rápidamente en una rehabilitación acrítica del momento estatal sin más. La denuncia de la impotencia ineficaz de la crítica frente a la pandemia pareció transfigurarse entonces, por momentos, en una mera defensa de la realpolitik –ella sí sería potente y efectiva– contra todo pensamiento que se proponga persistir en su sospecha sobre los mecanismos del poder que, ahora, se nos dice, serían evidentemente necesarios y deseables frente a la amenaza viral.

Por su parte, Sotiris parecía restringir el repertorio de acción de la biopolítica desde abajo a una presión popular cuyo objetivo sería orientar en un mejor sentido (progresista, democrático, de resguardo universal de la vida) el uso de la coerción estatal en la situación de crisis. Un buen instrumentalismo biopolítico que se complementaría con la autorganización de comunidades de cuidado por la base. Modelo en el que retorna, entonces, cierta estrategia de inspiración neogramsciana o poulantziana que parece concebir la autoorganización solo en función de su capacidad de influencia sobre un poder estatal no plenamente cuestionado, concebido como necesario o bien como insuprimible en última instancia.

En la política de los gobernados de Chatterjee se trataba, sin embargo, menos de orientar el buen uso de lo estatal que de hacer surgir, por vía de aquella politización de las categorías singulares de la administración gubernamental, lo heterogéneo de las comunidades sepultado bajo la narrativa singular y homogeneizante del Estado. Pero el punto allí no era tanto una puesta en cuestión inmanente de los saberes, tecnodispositivos y racionalidades de la gubernamentalidad, sino su perturbación por narrativas y prácticas ajenas a la racionalidad moderno-científica, tanto como al discurso del capital y del Estado.

La transformación de las categorías gubernamentales en comunidades morales es lo que permite, para Chatterjee, el resurgimiento de lo heterogéneo en tanto tal contra la homogeneidad aplastante y eurocéntrica de la ciudadanía moderna. No se trata entonces de ninguna transformación o reapropiación de los saberes del gobierno. En efecto, la cuestión del vínculo entre saber y gobierno no parece ponerse en cuestión sino para recuperar un margen de acción para aquelles que, se asume, no saben del gobierno: elles podrían contraponer así cierta validez previa de su no-saber en la forma de una fuerza moral alternativa. En este sentido, si la política de los gobernados nos permite pensar agencias más allá del horizonte del Estado, lo cierto es que las comunidades así concebidas corren el riesgo de recaer en una concepción familiarista, sustancialista y más o menos naturalista de lo común contra el supuesto artificio abstracto de la nación-estado y de las tecnologías modernas.

Entonces, ¿cómo construir una genealogía de las biopolíticas desde abajo que no recaiga en estas nociones de la comunidad y/o del Estado como figuras primeras de toda acción política; una genealogía que, a su vez, ponga la cuestión del saber como problema central para imaginar nuevas formas de autogobierno y de libertad? ¿Qué otras experiencias podrían ayudarnos a imaginar nuevas formas de intervención  y lucha biopolítica a la altura de las urgencias que hoy nos atraviesan?

Hacia una genealogía tecno-materialista de las biopolíticas subalternas.

El propio Sotiris apunta, en su intervención, a una primera alternativa: el activismo queer contra la epidemia del VIH/sida sería ejemplo de una biopolítica desde abajo. Se trata, precisamente, de un activismo que se caracterizó por una politización del cuerpo infectado que construía comunidades no naturales ni sustancialistas de cuidado al mismo tiempo que cuestionaba la moralización reaccionaria de la comunidad nacional amenazada por la transmisión viral; un activismo que, si se proponía influir en la definición de políticas públicas, no dejaba de confrontar radicalmente con el Estado y su legalidad, y que se enfrentaba a la mortal discriminación de la industria biomédica no por medio de un rechazo exterior del saber sino a través de una reapropiación crítica de los conocimientos, técnicas y protocolos de cuidado sobre el cuerpo infectado producidos por aquel mismo saber médico.

Siguiendo esta pista es que proponemos repensar la pregunta por las biopolíticas desde abajo desde otra perspectiva. Ya que, si se trata de inventar nuevas formas de libertad y de gobierno de los cuerpos vivos, bien podríamos empezar por reponer la potencia del archivo de los dispositivos construidos por aquellos mismos vivientes para les cuales el cuerpo propio fue (y es) inmediatamente un factor de objetivación y de opresión tanto como el sitio desde donde comienza y se afirma la batalla por su libertad. La historia reciente de distintos activismos y movimientos sociales alrededor del cuerpo sexuado y generizado, de los feminismos a los transactivismos, es la historia de una miríada de proyectos de politización de la propia posición objetivada, de cuestionamiento del saber médico y científico, de empoderamiento a través del conocimiento, y de invención, diseño y refuncionalización de las técnicas de gobierno sobre los vivientes.

El conjunto de esta profusa intervención tecno-materialista de las mujeres, las personas queer y trans* podría delinear mejores respuestas posibles a las urgencias de nuestro presente. Sin embargo, la crítica parece contentarse hoy con la repetición abstracta de sus premisas o resignarse a una imagen crepuscular de la tarea del pensamiento, aquella que lo piensa llamado a callar en el presente como condición para registrar ex post la verdad profunda de lo acontecido. Para que el pensamiento no se reduzca entonces a profeta impotente de un desastre anunciado o a simple testigo lúcido de la catástrofe actual, bien podría dejarse perturbar por la potencia de estos pasados que acechaban ya a este presente en crisis.

Si cierto pensamiento parece llegar tarde a la urgencia de las cosas, si la pandemia evidencia la miseria de sus palabras y los límites de sus conceptos, es porque ya había llegado tarde a la profusa experimentación práctica y teórica de les subalternes en el terreno biopolítico. Recomenzar el trabajo genealógico de esas experiencias, de todas aquellas biopolíticas desde abajo, puede ser un primer paso para hacer del pensamiento contemporáneo una ontología potente del presente pandémico.

 

Referencias:

Agamben, G. (2020) ¿En qué punto estamos? La epidemia como política. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.

Chatterjee, P. (2008) La nación en tiempo heterogéneo y otros estudios subalternos. Buenos Aires: Siglo XXI/Clacso.

Filloy, C.y Martín, F. N. (2020) “El campo de batalla”, disponible en Riberas

Sotiris, P. (2020) “Coronavirus contra Agamben. Por una biopolítica popular”; disponible en Uninómada Sur.

 

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