Por Meagan Day
En su libro Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo (Capitán Swing, 2019), la etnógrafa Kristen Ghodsee relata un chiste popular que se cuenta en muchos idiomas de Europa del Este:
En medio de la noche, una mujer grita y salta de la cama, con los ojos llenos de terror. Su marido, sobresaltado, la ve correr hacia el baño y abrir el botiquín. A continuación, corre a la cocina e inspecciona el interior de la heladera. Por último, abre de golpe una ventana y mira hacia la calle. Respira profundamente y vuelve a la cama. “¿Qué te pasa?”, dice su marido. “¿Qué pasó?” “Tuve una pesadilla terrible”, dice ella. “Soñé que teníamos las medicinas que necesitábamos, que nuestra heladera estaba llena de comida y que las calles de fuera estaban seguras y limpias”. “¿Cómo puede ser eso una pesadilla?” La mujer sacude la cabeza y se estremece. “Creía que los comunistas habían vuelto al poder”.
Cientos de millones de europeos del Este –incluidos muchos que aborrecían la realidad política tras el Cortina de Hierro– afirman que su nivel de vida básico era más alto en el socialismo autoritario que bajo el capitalismo de libre mercado contemporáneo. Siguiendo su ejemplo, el libro de Ghodsee parte de la premisa de que algunos aspectos de la vida eran mejores bajo el socialismo de Estado del siglo XX que en la actualidad, aunque otros, claro, fueron peores. Apreciar las partes malas no requiere ignorar las buenas, sostiene Ghodsee. Uno puede reconocer simultáneamente los horrores de la policía secreta y las comodidades de una fuerte red de seguridad social.
Una de las características más positivas del socialismo de Estado, mantiene Ghodsee, es que dio a las mujeres independencia económica de los hombres. Puede que en los antiguos países soviéticos las mujeres no pudieran participar en elecciones libres o encontrar diversos bienes de consumo, pero se les garantizaba la educación pública, el trabajo, la vivienda, la asistencia sanitaria, licencia materna, las prestaciones por hijos, el cuidado de los niños, etc. Esta situación no sólo liberó a las mujeres y a los hombres por igual de las ansiedades y presiones del capitalismo de “sálvase-quién-pueda”, sino que también significó que las mujeres eran mucho menos propensas a depender de sus parejas masculinas para la satisfacción de sus necesidades básicas.
Esto, a su vez, significó que las relaciones románticas de las mujeres heterosexuales con los hombres eran opcionales, menos limitadas por consideraciones económicas y, muchas veces, más igualitarias. Como escribe Ghodsee en su libro:
Cuando las mujeres disfrutan de sus propias fuentes de ingresos y el Estado garantiza la seguridad social en la vejez, la enfermedad y la discapacidad, las mujeres no tienen ninguna razón económica para permanecer en relaciones abusivas, insatisfactorias o poco saludables. En países como Polonia, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria, Yugoslavia y Alemania del Este, la independencia económica de las mujeres se tradujo en una cultura en la que las relaciones personales podían liberarse de las influencias del mercado. Las mujeres no tenían que casarse por dinero.
Meagan Day, redactora de Jacobin, habló con Ghodsee sobre las perspectivas de las mujeres bajo el socialismo y el capitalismo.
MD
En los antiguos países socialistas, las mujeres de hoy tienen muchas más probabilidades de trabajar en los campos de las ciencias –la tecnología y la ingeniería– que sus pares occidentales. ¿Por qué?
KRG
Es el resultado de la educación y la formación de las mujeres en estos campos bajo el socialismo de Estado.
Ahora mismo, Bulgaria y Rumanía tienen el mayor porcentaje de mujeres que trabajan en tecnología en la UE. La razón es que hubo políticas que permitieron a las mujeres entrar en campos que en Occidente han seguido dominados por los hombres. Los gobiernos socialistas hicieron un esfuerzo concertado, que se remonta a los años treinta en la Unión Soviética y a los cincuenta en Europa del Este, para integrar a las mujeres en sectores de la economía que antes eran más masculinos: el derecho, la medicina, el mundo académico y la banca. Incluso se formó a mujeres en el ejército, como pilotos, francotiradoras y paracaidistas.
Aun así, en el socialismo del siglo XX surgió una nueva división del trabajo en función del género. Las economías socialistas valoraban el trabajo duro y físico por encima de lo que consideraríamos un trabajo de cuello blanco. Los hombres eran más propensos a realizar el primero y las mujeres el segundo.
El trabajo masculino solía estar mejor remunerado. Pero, por otra parte, los salarios no importan tanto cuando el Estado proporciona una enorme gama de servicios sociales. El Estado garantiza el empleo, la vivienda, la salud, la educación y cosas como las guarderías y los sabáticos de maternidad remunerados. Las mujeres no estaban tan bien remuneradas como los hombres, pero seguían teniendo un mayor grado de independencia económica con respecto a los hombres que en la actualidad.
Las feministas en los países socialistas de Estado –y debería poner el término “feminista” entre comillas, porque en realidad eran activistas de la mujer– entendían que las mujeres tenían necesidades diferentes a las de los hombres, y trataban de aplicar políticas para satisfacer esas necesidades. No estamos hablando de igualdad de género o sexual exactamente de la forma en que la articularon las feministas occidentales de la segunda ola. La idea era, en cambio, que tanto los hombres como las mujeres hacían valiosas contribuciones a la sociedad, pero lo hacían de diferentes maneras. Con frecuencia se daba por sentado el papel de las mujeres como madres. Para ello, se pusieron en marcha muchas políticas estatales para tratar los problemas de equilibrio entre el trabajo y la familia que las mujeres siguen trabajando hoy en día en Occidente.
MD
Los gobiernos socialistas de Estado intentaron socializar no sólo la salud, la vivienda y la educación, sino también el trabajo doméstico y el cuidado de los niños. ¿En qué consistía ese esfuerzo?
KRG
La idea de socializar el trabajo doméstico para hacerlo valioso se remonta a la socialista utópica Flora Tristán en Francia en la década de 1840. Décadas más tarde, la socialista alemana Lily Braun propuso la idea de lo que llamó seguros de maternidad y la socialista alemana Clara Zetkin desarrolló más plenamente la idea de socializar el cuidado de los niños y el trabajo doméstico.
La teoría se hizo realidad después de 1917 en la Unión Soviética, con el apoyo de Lenin y especialmente de Alexandra Kollontái, que encabezó la Comisaría del Pueblo para la Asistencia Pública. Al crear los llamados hogares infantil, Kollontái intentó poner en marcha la socialización del cuidado de los niños. Quería crear comedores públicos donde la gente pudiera comer. Quería crear lavanderías públicas. También quiso crear cooperativas de remiendos, porque en aquel entonces los remiendos eran una gran tarea que las mujeres tenían que hacer en casa y pensó que sería más eficiente si se hacía colectivamente, reduciendo la carga individual.
Todo esto se intentó a principios de los años veinte. El problema es que el Estado soviético no era lo suficientemente rico y se derrumbó. Todas estas leyes se revirtieron en 1936 porque Stalin dijo esencialmente: “Tenemos que tomar nuestros recursos y canalizarlos en la economía industrial, y es mucho más asequible para nosotros de que estas mujeres hagan este trabajo en casa de forma gratuita”. Pero lo más importante es que esas mismas políticas que Kollontái trató de aplicar en los años veinte resurgieron en Europa del Este después de 1945.
MD
¿Qué efecto tuvieron estos cambios estructurales en las relaciones entre hombres y mujeres en los países socialistas? Estoy pensando en un ejemplo de su libro en el que los hombres observaban que las mujeres en Alemania del Este eran más difíciles de seducir con un buen salario. “Tenías que ser interesante”, recordaba un hombre.
KRG
Lo que vemos es que cuando las mujeres tienen independencia económica de los hombres –en el sentido de que pueden mantener a los hijos fuera del matrimonio, tienen trabajo, tienen pensiones, tienen acceso a la vivienda y sus necesidades básicas, como los servicios públicos y la comida, están subvencionados– no se quedan en relaciones que son insatisfactorias. Cuando pueden irse, no se quedan con hombres que no las tratan bien.
Así que si un hombre es heterosexual y quiere tener una relación con una mujer, no es tan fácil conseguir una mujer proporcionándole una seguridad económica que no tiene, o comprándole algo que necesita. Tiene que ser amable, atento y atractivo. Y resulta que cuando los hombres tienen que ser “interesantes” para atraer a las mujeres, lo son. En realidad terminan siendo mejores hombres. No es un concepto tan difícil. No sé por qué la gente encuentra esta idea tan asombrosa.
De nuevo, quiero tener cuidado de no idealizar la vida tras el Cortina de Hierro. Había algunos aspectos muy negativos, obviamente. Pero, por otra parte, la emancipación económica de las mujeres tuvo efectos sociales claramente positivos. Estos mismos efectos sociales los podemos ver hoy en día en países más socialdemócratas como Suecia, Noruega o Dinamarca.
MD
Las feministas occidentales están muy apegadas al proyecto de reformar o civilizar a los hombres individualmente. No es necesariamente un objetivo equivocado, ya que el comportamiento de los hombres suele plantear verdaderos problemas a las mujeres. Si ese comportamiento es el problema número uno al que se enfrentan las mujeres es otra cuestión. Pero incluso si se piensa que lo es, y si abordar el comportamiento de los hombres es su principal proyecto político, entonces lo que esta historia nos muestra es que los cambios económicos estructurales pueden ser en realidad una mejor manera de hacerlo.
KRG
Supongo que para mucha gente la misión civilizadora individual parece más factible que el cambio estructural, por lo que se sienten obligados a concentrar su limitada energía en ese sentido. Pero creo que en una cultura en la que las mujeres tienen más oportunidades económicas, los hombres se autocivilizan en cierto modo porque se dan cuenta de que si quieren tener relaciones con las mujeres no pueden ser abusivos, no pueden dar a las mujeres por sentado.
Hubo brillantes feministas socialistas en los años setenta, personas como Silvia Federici y otras, que defendían que los grandes cambios estructurales reorganizarían las relaciones entre hombres y mujeres. Lo que ocurrió es que, como ha escrito Nancy Fraser, el feminismo fue cooptado en gran medida por el capitalismo neoliberal. Así que acabamos teniendo una especie de feminismo “lean in” al estilo de Sheryl Sandberg, que se centra en el éxito individual y en la creación de condiciones para que un puñado de mujeres sean tan asquerosamente ricas como un puñado de hombres.
La idea del feminismo socialista se evaporó con la reacción global general contra el marxismo y el ascenso del neoliberalismo. Ésta es la realidad que enfrentamos ahora.
MD
Usted escribió que el colapso del socialismo de Estado en Europa del Este “creó un laboratorio perfecto para investigar los efectos del capitalismo en la vida de las mujeres”. En este pasaje documenta algunos de los efectos más duros:
Hoy en día, las novias rusas por correo, las trabajadoras sexuales ucranianas, las niñeras moldavas y las criadas polacas inundan Europa occidental. Hombres sin escrúpulos recogen el pelo rubio de adolescentes bielorrusas pobres para los fabricantes de pelucas de Nueva York. En San Petersburgo, las mujeres asisten a academias para aspirantes a cazafortunas. Praga es el epicentro de la industria pornográfica europea. Los traficantes de personas merodean por las calles de Sofía, Bucarest y Chișinău en busca de desventuradas chicas que sueñan con una vida más próspera en Occidente.
Los occidentales suelen ser conscientes del empobrecimiento de las mujeres de los antiguos estados soviéticos y de la consiguiente intensificación de la opresión de género. Pero cuando surge la pregunta de por qué, creo que la explicación por defecto es que es culpa del comunismo. Su libro argumenta que, en realidad, la culpa es del capitalismo. Entonces, ¿por qué es el capitalismo, y no el socialismo, el culpable de esta situación?
KRG
Cuando se desmanteló el socialismo de Estado, eso significó la privatización y la liquidación de las empresas estatales y la erosión del estado de bienestar social. Desaparecieron muchas ayudas para las mujeres: sabáticos de maternidad pagados, centros infantiles, guarderías y jardines de infancia, subsidios por hijos, etc. Las mujeres quedaron a merced de los mercados capitalistas y, al mismo tiempo, fueron empujadas de vuelta al hogar y obligadas a asumir la carga del trabajo de cuidados no remunerado.
Cuando hacemos encuestas e investigaciones, muchas mujeres de Europa del Este hablan de que tenían más oportunidades bajo el socialismo de Estado. Incluso a pesar de la falta de bienes de consumo, las restricciones para viajar, la censura y la policía secreta, siguen diciendo que tenían más oportunidades de vida.
MD
De acuerdo, el capitalismo no ha tratado bien a las mujeres de los países pobres. ¿Qué pasa con las mujeres que viven bajo el capitalismo en los países occidentales más ricos? ¿Funciona para nosotras?
KRG
La forma particular en que el capitalismo está estructurado históricamente es que los empleadores sólo contratarán a una mujer si es más barata que un hombre. Esto se debe, entre otras razones, a que es probable que la mujer quite tiempo de su fuerza de trabajo para realizar tareas de cuidado en casa, especialmente cuando tiene hijos. ¿Por qué emplear a alguien poco fiable si no se le puede pagar un salario más bajo?
Se acaba con este círculo vicioso en el que el trabajo de cuidados es necesario pero no se paga, por lo que alguien tiene que quitar tiempo de la fuerza de trabajo para hacerlo, y esa persona es siempre la que gana el salario más bajo, lo que refuerza la idea de que pueden y deben cobrar menos. Por lo tanto, en el capitalismo se da un equilibrio en el que las mujeres están permanentemente en desventaja en el mercado laboral.
Las feministas socialistas siempre han argumentado que la única manera de arreglar estructuralmente este problema en un mercado laboral capitalista es que el Estado intervenga y proporcione apoyo social al trabajo de cuidados.
Por una serie de razones, el trabajo de cuidado de ancianos o enfermos, y ciertamente de niños, suele recaer en las mujeres. Dado que este trabajo tiene que hacerse, las sociedades tienen dos opciones: pueden reducir la carga del trabajo de cuidados en las mujeres transfiriéndolo del individuo a la sociedad, o pueden devaluarlo completamente y empujarlo a la esfera privada donde las mujeres lo hacen gratis.
Si quieres reducir los impuestos de los súper ricos, si esa es tu prioridad, vas a empujar todo ese trabajo a la esfera privada. Otra posibilidad es llevarlo a la esfera pública. La salud universal, el cuidado de los niños, la educación pública. Los súper ricos de este país utilizan el Estado para promover sus intereses, ¿por qué no debería hacer lo mismo la gente de a pie? Hay países en todo el mundo con sólidas redes de seguridad, y no se están deslizando hacia el gulag.
MD
Me parece que uno de los propósitos de su libro es desafiar las ideas occidentales no sólo sobre el género y el socialismo, sino sobre la vida bajo el socialismo de Estado en general. ¿Cómo se imaginan los occidentales la vida bajo el socialismo de Estado y en qué medida el estereotipo no da en el blanco?
KRG
No deberíamos ignorar las purgas, los gulags y la violencia de Estado, pero tenemos que tener claro que no fue así todo el tiempo. Hay cientos de millones de personas vivas hoy en día que crecieron bajo el socialismo y tienen una impresión muy diferente de él. Como soy una etnógrafa que lleva veinte años haciendo trabajo de campo en Europa del Este, conozco a mucha gente que te dirá que la vida era mucho más matizada y compleja, y no tan abrumadoramente negativa como los occidentales imaginan. Ciertamente, no todo el mundo marchaba con trajes de Mao y la cabeza rapada, ni se moría de hambre en las calles y mendigaba un par de jeans.
A los jóvenes que hoy en día se acercan a las ideas socialistas, se tienen que tragar los viejos relatos sobre los crímenes socialistas del siglo XX en Europa del Este. Si dices algo sobre la salud pública, la gente empieza a gritar sobre las purgas y los gulags. Tenemos que ser capaces de mantener una conversación matizada, reflexiva y enriquecedora sobre el pasado. La reacción anticomunista visceral que se produce en Estados Unidos y en casi todo el mundo dificulta esa conversación. Espero que mi libro lo haga un poco más fácil.