En 1964, Mario Tronti y un grupo de compañeros, entre los que se encontraba Antonio Negri, fundaron la revista Classe operaia («Clase obrera»). Aunque puede que fuera un acontecimiento menor en medio de la agitación mundial de aquellos años, tuvo gran repercusión en las luchas de los trabajadores de las industrias del norte de Italia. La revista también dejó una profunda huella en el desarrollo posterior de la extrema izquierda italiana y en la historia del marxismo internacional.
Classe operaia nació como una escisión de Quaderni rossi, una revista lanzada en 1961 por el sociólogo marxista Raniero Panzieri, en la que también había colaborado Tronti. Reunió a un grupo de activistas e investigadores que se centraron en estudiar la composición de la clase obrera en las fábricas italianas. El nuevo proyecto de Classe operaia buscaba, en palabras de Tronti, pasar del análisis de las formas y organizaciones del movimiento obrero a participar en «una fase de intervención articulada en las luchas» junto a los trabajadores en huelga.
Filósofo de formación y político por vocación, Tronti pertenecía a una generación de jóvenes comunistas italianos para quienes los acontecimientos de 1956, cuando los tanques soviéticos aplastaron el levantamiento húngaro, supusieron una revelación que los sacó de su estalinismo por defecto. Aunque permanecieron en las filas del Partido Comunista Italiano (PCI), estos «jóvenes marxistas en formación y militantes comunistas inquietos», como los describió más tarde Tronti, comenzaron a cuestionar el liderazgo de Palmiro Togliatti y la dirección del PCI.
El fermento vivo
En opinión de Tronti, pronto quedó claro que las limitaciones políticas del liderazgo de Togliatti reflejaban restricciones teóricas y filosóficas más profundas, en particular la ideología historicista defendida por el partido. Como él mismo dijo: «Podían estar de acuerdo con la invasión del Ejército Rojo precisamente porque eran historicistas».
Para Tronti, el término «historicismo» se refería a la construcción ideológica creada por el PCI, que fusionaba una interpretación idealista de la «filosofía de la praxis» de Antonio Gramsci con elementos del hegelianismo y el materialismo dialéctico. El historicismo, que servía de base a la política cultural del PCI, había transformado el marxismo en una especie de ideología nacional-popular, moldeada por una lógica de compromiso en la que todo era mediado, interpretado y transformado gradualmente, pero nunca derrocado.
A lo largo de su trayectoria intelectual, Tronti resistió constantemente las tentaciones del historicismo. Por el contrario, encontró inspiración en el marxismo científico de Galvano della Volpe, cuyo enfoque materialista rompió decisivamente con Hegel y la impronta idealista del marxismo italiano. El joven Tronti se esforzó así por construir una ciencia obrera capaz de comprender e intervenir en la explosiva dinámica política de la Italia de los años sesenta.
«Las grandes cosas se logran mediante saltos abruptos», escribió Tronti en una ocasión, añadiendo que «los descubrimientos importantes siempre rompen el hilo de la continuidad». Los saltos, tan apreciados por Lenin como lector de La ciencia de la lógica de Hegel, fueron fundamentales en la teoría y la praxis de Tronti. La experiencia de Classe operaia supuso un gran salto en su trayectoria política e intelectual. También desempeñó un papel crucial en la configuración del camino de muchos activistas radicales que se formaron en la escuela del operaismo.
Los artículos que Tronti escribió para la revista en 1966 se recopilaron en Obreros y capital, un libro que se considera la piedra angular del obrerismo italiano. Arraigado en una lectura heterodoxa de Marx, se convirtió en lo que Tronti describiría más tarde como una «novela de formación para mentes jóvenes antagónicas». En los Grundrisse de Marx, Tronti encontró la noción de trabajo vivo, que utilizó como palanca para su «revolución copernicana» conceptual.
En lugar de la mercancía, que Marx tomó como punto de partida en El capital, es el trabajo de los obreros como trabajo vivo y fuerza de trabajo lo que sirve de eje para la comprensión de Tronti del desarrollo capitalista. Debido al trabajo, argumentaba, la función de la clase obrera debe entenderse como doble, o debe «contarse dos veces»: tanto dentro como contra el capital.
Por un lado, el trabajo es parte integral del capital; por otro, es una fuerza autónoma que se opone al capital y provoca sus respuestas. Retorciendo el discurso clásico de Marx, Tronti llegó a la conclusión de que «sin la clase obrera no hay desarrollo capitalista» y que las luchas de los trabajadores son el fermento vivo del capital.
En esta interpretación distintiva de Marx, surgieron dos de las intuiciones clave de Tronti. La primera era la idea de que la clase obrera dicta el ritmo del antagonismo entre el trabajo y el capital. La segunda era el reconocimiento de la insubordinación de los trabajadores y su negativa a trabajar como fuerza motriz de la lucha de la clase obrera.
El fin de una era
En 1967, Classe operaia dejó de publicarse. Para Tronti, los acontecimientos del año siguiente ya marcaban el fin de una era, no a pesar del movimiento internacional de protesta de 1968, sino precisamente a causa de él. Se trataba de una revuelta contra la autoridad que él consideraba, en última instancia, alineada con la ruta del progreso capitalista, y que nunca le granjeó su simpatía.
En retrospectiva, los años sesenta parecían casi una quimera en la opinión de Tronti: «Vimos rojo. Pero no era el rojo de un nuevo amanecer, sino el rojo del atardecer». Mientras que las protestas estudiantiles y obreras estallaban en todo el mundo durante ese período, sobre todo en Italia, Tronti miró hacia atrás a la década para analizar las razones de lo que él consideraba la derrota ya consumada de la clase, que atribuyó, en el contexto italiano, a la falta de una infraestructura organizativa.
«La reivindicación revolucionaria obrera», comentaría muchos años después, «podría haberse materializado si hubiera encontrado organización y liderazgo político no en un grupo de militantes dispuestos, sino en una gran fuerza popular ya existente». En su opinión, lo que faltaba no era la voluntad de los trabajadores valientes y rebeldes —«la ruda raza pagana», como los llamaba Tronti—, sino más bien esa fuerza.
En aquel momento, Tronti necesitaba situar las prometedoras intuiciones de Obreros y capital en un tiempo y un espacio más concretos. Estas intuiciones no solo se aplicaban a una fase muy particular del desarrollo capitalista en Italia —la del capitalismo industrial, que incluía a la masa obrera socialmente organizada—, sino que, incluso dentro de ese contexto, sus límites se hicieron evidentes. Como reflexionaba Tronti en su obra de 2009 Noi operaisti: «En cierto momento, nos dimos cuenta de que la clase obrera ya no podía sostener la lucha. No podía derrotar a su adversario de clase sin equiparse con una armadura política».
La cuestión de la organización política era decisiva y tenía preeminencia sobre las luchas de clases. En su opinión, el partido podía desviarse en ocasiones de la dirección prevista por la clase precisamente para actuar en su mejor interés, es decir, consolidar el poder de la clase en la esfera política. En una nota pascaliana, se podría decir que para Tronti el partido tiene sus razones, de las que la propia clase no sabe nada.
El ocaso de la política
La década de 1970 marcó un alejamiento de la política para Tronti, dando paso a un largo período de estudio y meditación filosófica sobre los clásicos del realismo político. Se dedicó al estudio de la obra de diversos pensadores, desde Thomas Hobbes hasta Carl Schmitt y desde Niccolo Machiavelli hasta Max Weber, mientras impartía clases de filosofía moral y política en la Universidad de Siena.
A principios de la década de 1980, Tronti era miembro del Comité Central del PCI. Vio una nueva oportunidad para una política eficaz, ligada al creciente poder electoral del PCI durante la década anterior como el mayor partido comunista de cualquier país occidental. Sin embargo, la visión política que Tronti esperaba nunca se materializó y el PCI acabó disolviéndose para convertirse en un partido convencional de centroizquierda tras la caída de la Unión Soviética.
Para Tronti, el fin del comunismo y la desaparición de los comunistas —«los únicos capaces de atemorizar realmente al capital»— inauguraron el «ocaso de la política», una verdadera tragedia política en la que nuestra época sigue inmersa por completo. Lo que triunfó, a sus ojos, no fue solo el capitalismo, sino la democracia política. Fue el triunfo de la democracia, y no solo la dinámica de un sistema económico, lo que diluyó el antagonismo dual de la lucha de clases en el pluralismo de la política de masas, en la que el trabajador de masas acabó disolviéndose.
Ante el fin de la política, en aquellos años, Tronti se volcó en la teología política, inspirándose en la obra de Walter Benjamin, Jacob Taubes y San Pablo en busca de armas críticas para mantener vivo el espíritu de la trascendencia comunista y resistir el pantano de la antipolítica. En esta fase de regresión ideológica, la misión teórica de Tronti era reafirmar el lado de los trabajadores, incluso cuando desaparecían de la superficie de la historia, y defender la idea del comunismo como una utopía concreta.
El lenguaje de la teología política se adaptaba a su búsqueda de las alturas de la trascendencia en oposición al mundo inferior, un mundo totalmente subsumido por la lógica del capital y dominado por el espíritu del homo democraticus. El punto de vista de los trabajadores como un lugar epistémicamente privilegiado para comprender la realidad capitalista siguió siendo central en la filosofía de Tronti como el descubrimiento intelectual irreversible del operaismo, una escuela y un estilo de pensamiento únicos, como escribiría en la década de 2000, y una «forma política de ver el mundo y una forma humana de actuar en él».
Un toque paradójico de idealismo tiñó el pensamiento tardío de Tronti, a pesar de su profesado realismo político. Esto se manifestó de forma más llamativa en sus intentos de intervenir en las filas del Partido Democrático (PD) poscomunista —un partido que hacía tiempo que había olvidado a los trabajadores y que, de hecho, había abandonado su causa— cuando fue elegido senador italiano en 2013.
En esos años, para Tronti, era la memoria, más que la política cotidiana, la que podía mantener viva la llama comunista entre las cenizas. Hay que lanzar la gran historia del siglo XX contra el vacío atemporal del XXI y la parálisis del «presentismo», que embota el pensamiento radical. La obsolescencia se convierte en un arma de resistencia, aunque no pueda ofrecer más que una apuesta sin garantías.
El derecho a experimentar
Un esfuerzo decidido por dar sentido a la coyuntura histórica impulsó el pensamiento de Tronti en tiempos de desesperación teórica. «Pensamiento extremo, acción prudente» se convirtió en el lema rector de sus últimos años, enfatizando la necesidad de desentrañar la teoría y la praxis por el bien de ambas. Junto con la apasionada invitación a «reconectar lo ideal y lo real de esta historia [comunista] dentro de un horizonte compartido», la obra de Tronti dejó lecciones perdurables para la izquierda radical.
En primer lugar, una epistemología partidista que nos anima a mantenernos firmes en el punto de vista partidista y sus verdades. Para Tronti, «el conocimiento está ligado a la lucha» y «solo aquellos que realmente odian pueden conocer verdaderamente». En segundo lugar, un llamamiento a la experimentación que conecta al Tronti tardío con su encarnación más joven, que reivindicaba para la clase obrera y su generación militante «el derecho a experimentar, que es el único que realmente vale la pena reivindicar».
El último Tronti nos recordaba a menudo que la experiencia del «socialismo real» duró poco más de setenta años en total. Este periodo de tiempo, insistía, equivalía a un experimento efímero, «un suspiro en la larga duración de los procesos históricos».
En su última obra, Il proprio tempo appreso col pensiero (2024), Tronti reflexionó sobre las secuelas de la indiscutible victoria del capitalismo democrático. Es el fin del fin, cuando la niebla se disipa para revelar lo que queda de la otrora gloriosa historia del movimiento obrero, «una ciudad muerta, devastada por el tiempo». Es precisamente en este fin del fin donde Tronti sugiere la posibilidad de empezar de nuevo, una posibilidad que solo puede cultivarse a través de un modo de pensamiento militante.
















