Dado que últimamente Italia se transformó en un centro de interés internacional, pensé en escribir sobre uno de los momentos clave en la creación del régimen de Benito Mussolini: la crisis política provocada por el asesinato del político socialista Giacomo Matteotti en 1924.
«Normalización» es una de las grandes palabras de moda de nuestra era: todo el tiempo se nos dice que no debemos normalizar tal o cual cosa. Con la elección de Donald Trump, los liberales se angustiaban ante la posibilidad de que se lo normalizara, pero resulta interesante notar que la estrategia liberal y conservadora para lidiar con Benito Mussolini, luego de que asumiera como primer ministro en 1922, fue justamente normalizarlo. De hecho, se podría decir que Mussolini llegó al poder gracias a la normalización: el rey Víctor Manuel lo convocó para formar un gobierno con el fin de evitar un golpe violento durante la Marcha sobre Roma. La idea era que, al canalizar a los fascistas dentro del sistema constitucional, abandonarían la violencia y cumplirían un papel constructivo.
La vieja élite también pensó que podría utilizar esta estratagema para marginar a los fascistas más fascistas, los squadristi, que a menudo procedían de un entorno «sindicalista nacional» y que imaginaban una revolución social junto con una toma de poder político. Aunque quizá esperaban una revolución, los squadristi golpeaban y mataban a socialistas y sindicalistas a instancias de terratenientes e industriales, por lo que podemos perdonarle al establishment la convicción de que el fascismo estaba realmente del lado del orden social. El plan del establishment era absorber o transformar el fascismo, en lugar de derrotarlo de frente. Esto parecía plausible, ya que Mussolini era muy equívoco y poco claro sobre sus verdaderos objetivos: parecía haber poca coherencia ideológica entre los fascistas y habían demostrado que podían ser útiles de diferentes maneras.
En lugar de ser una muestra de la flexibilidad de Mussolini, esta ambigüedad era táctica: estaba más que feliz de parecer cooperativo con el sistema siempre y cuando afianzara aún más su poder y legitimidad personal. Pero, a medida que él se acercaba al sistema, su propio partido se mostraba como abiertamente insatisfecho. Querían una ruptura violenta con el antiguo régimen, un nuevo orden triunfante, y parecían haber conseguido más de las negociaciones parlamentarias que tanto despreciaban. Los ras, los jefes de las brigadas de choque, tenían sus propias bases de poder, incluso su propia propaganda con la que presionar a Mussolini para que tomara medidas más precipitadas. Estos alborotadores asustaban y enfurecían a los aliados conservadores de Mussolini, pero él no podía prescindir de ellos: todavía necesitaba su fuerza para intimidar a la oposición. En su lugar, Mussolini intentó la normalización: la creación de una milicia nacional que pusiera a las brigadas bajo un mando centralizado. Los conservadores estuvieron de acuerdo: este sería un camino para frenar la violencia anárquica. Puede que no fueran plenamente conscientes del hecho de que estaban institucionalizando aún más el régimen fascista.
Un proceso similar tuvo lugar con la adopción de la reforma electoral, la Ley Acerbo, que estipulaba que el partido que obtuviera más votos, siempre que superara el 25%, recibiría dos tercios de los escaños en el parlamento. Una vez más, amplios sectores de la élite política decidieron que, al darle a Mussolini una mayoría parlamentaria, normalizarían efectivamente el fascismo y eliminarían la amenaza a la Constitución, ignorando el hecho de que, en esencia, estaban ayudando a deshacer el sistema constitucional. Mientras, la división entre los normalizadores constitucionales y los ultras estaba alcanzando proporciones de crisis al interior del partido fascista, por lo que razonaron que podían dividir permanentemente al movimiento a lo largo de este eje.
Cualquiera que fuera la resistencia a la política electoral que los squadristi pudieran haber sentido, eso no les impidió acudir a las urnas para intimidar a los votantes y participar de un fraude generalizado en las elecciones del 6 de abril de 1924. La Lista Nacional, que incluía a los fascistas, así como a sus aliados liberales y conservadores, obtuvo una «victoria aplastante» y 355 de los 535 escaños del Parlamento.
El el Parlamento quedó una oposición minúscula y fragmentada: Antonio Gramsci fue electo diputado comunista y los socialistas también conservaron su presencia, al igual que el Partido Republicano Italiano. Había además un nuevo partido, el Partido Socialista Unitario, un grupo socialista reformista liderado por Giacomo Matteotti.
Matteotti se había hecho un nombre en la política como tecnócrata honesto y altamente competente, una rareza en la política italiana, tanto entonces como ahora. Pero con el ascenso de los fascistas asumió el papel de defensor intransigente de la democracia. Escribió incansablemente contra los abusos fascistas, lo que culminó en su libro de 1924 Los fascistas al descubierto: Un año de dominación fascista, que documentaba meticulosamente el fraude, la violencia y la corrupción abierta de los fascistas. El 30 de mayo de 1924, Matteotti denunció en el Parlamento la Ley Acerbo y las recientes elecciones, pronunciando un discurso apasionado y vehemente, ante las interrupciones de los diputados fascistas. Mussolini se enfureció y, ya sea que diera órdenes directas o no, dejó claro que Matteotti sería tratado con dureza.
El 10 de junio, el día antes de que Matteotti diera otro discurso que, según se informó, describiría un acuerdo corrupto entre miembros del círculo íntimo de Mussolini y la compañía Sinclair Oil, fue secuestrado y metido en el baúl de un coche mientras daba un paseo matutino por las orillas del río Tíber, en Roma. Los autores no eran ultras fascistas provincianos, sino miembros de la camarilla personal de Mussolini. Su cuerpo no se descubriría hasta meses después, pero estaba claro lo que había sucedido. El país se sumió en una crisis política; la opinión pública parecía volverse contra los fascistas de manera decisiva. Mussolini, normalmente ágil, parecía paralizado, sumido en una depresión por el repentino cambio de fortuna. El gobierno fascista parecía estar al borde del colapso. Los fascistas «moderados» entregaron sus tarjetas de membresía del partido y dejaron de asistir a las reuniones. Los fascistas extremistas, como nuestro amigo Curzio Malaparte, pedían una «segunda oleada» de violencia, criticaban abiertamente a Mussolini en la prensa e insinuaban un posible golpe de Estado contra Il Duce.
En medio de la crisis, la mayor parte de la oposición decidió abandonar el Parlamento y reunirse en la colina del Aventino, un acto que se conocería como la «secesión del Aventino». Esto se hizo en referencia a la antigua tradición romana de la secesión de la plebe, cuando la gente común de Roma abandonaba la ciudad y se dirigía al monte Aventino para protestar por los abusos de la clase patricia. Una analogía más cercana a ese precedente habría sido una huelga general y un levantamiento masivo, que era exactamente el curso de acción sugerido por Gramsci y los comunistas. Pero la mayoría de los diputados del Aventino prefirieron una estrategia legalista: la opinión pública cambiaría y el rey le retiraría su confianza en Mussolini.
Los conservadores vieron otra oportunidad: un Mussolini debilitado, aislado de su base fascista y más necesitado que nunca de sus aliados podía ser presionado para lograr más concesiones a cambio de la continuidad de su apoyo. Además, el establishment prefería a los fascistas a la extrema izquierda, que podría llegar a recuperarse ante una eventual caída de los fascistas. Este era el camino hacia una mayor normalización. Así, contribuyeron a restarle importancia a la responsabilidad de Mussolini en el asesinato de Matteotti. Pero, a pesar de todo, la crisis se prolongó durante seis meses y no estaba claro si los conservadores romperían finalmente con Mussolini. Por su parte, Mussolini tuvo que lidiar con su inquieto partido, enviando mensajes contradictorios acerca de que, por un lado, estaba en contra de la normalización, pero también de que la fase violenta y revolucionaria del fascismo había terminado y los squadristi debían someterse a la disciplina del partido. En la víspera de Año Nuevo de 1924, los jefes del partido se presentaron en la oficina de Mussolini y le dieron un ultimátum: había que hacer algo ya.
Y Mussolini volvió a conseguirlo. No había perdido su apoyo parlamentario y, el 3 de enero de 1925, pronunció un discurso jactancioso y desafiante en el que asumía la «responsabilidad moral» del asesinato de Matteotti y retaba a la oposición a destituirlo si podían: «Declaro que yo, y solo yo, asumo la responsabilidad política, moral e histórica de todo lo que ha sucedido… Si el fascismo ha sido una asociación criminal, si todos los actos de violencia han sido el resultado de un cierto clima histórico, político y moral, la responsabilidad es mía». Este discurso duro aplacó y tranquilizó a la facción extremista. Mussolini también había preparado una ola de represión: se le prohibiría a la oposición del Aventino regresar a sus escaños en el Parlamento, se le ordenó a la policía que clausurara las «organizaciones subversivas» y cientos de personas fueron detenidas arbitrariamente. Se convocó a la milicia para que ayudara a la policía: por primera vez, los camisas negras actuaban oficialmente como auxiliares del Estado. Poco después, se prohibirían los partidos opositores. Italia había pasado de un régimen híbrido a una dictadura total.
Es importante señalar que el éxito de Mussolini no estaba garantizado en ningún momento del camino. Muchas cosas podrían haber sucedido de otra manera: el rey podría haberle retirado su mandato, sus aliados parlamentarios podrían haber huido, la oposición podría haber adoptado una estrategia más resistente o los ultras fascistas podrían haber lanzado un golpe de Estado que justificara la represión gubernamental como respuesta. Mussolini se aprovechó de la desorganización de sus oponentes y del cobarde oportunismo de sus aliados. Ese era el tipo de victoria táctica en la que se había convertido en experto, capeando los temporales mientras se las arreglaba para mantener unida su coalición. El asesinato de Giacomo Matteotti puede haber sido imprudente, ya que creó una situación inestable y amenazó su gobierno, pero al final resultó ser «el movimiento correcto»: Mussolini eliminó a un oponente de extraordinario valor y autoridad moral y creó las condiciones para consolidar su control.