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El triunfo de Catherine Connolly en las elecciones presidenciales de Irlanda supone un importante avance para la izquierda, que reforzará su posición en los próximos años. (Mostafa Darwish / Anadolu vía Getty Images)

Victoria de la izquierda en las presidenciales de Irlanda

Traducción: Natalia López

La nueva presidenta de Irlanda, Catherine Connolly, es una izquierdista declarada que defiende los derechos del pueblo palestino y se opone a la militarización de Europa. Su rotunda victoria fue un shock para la clase política conservadora.

Las elecciones presidenciales de Irlanda arrojaron una victoria rotunda para la izquierda. Catherine Connolly, izquierdista independiente que fue respaldada por todo el abanico de partidos políticos de izquierda de Irlanda —desde el rosa pálido y el verde claro hasta el rojo intenso— obtuvo el 63,4% de los votos. Esto supuso más del doble del apoyo obtenido por su principal oponente, Heather Humphreys, del partido de centroderecha Fine Gael.

El Fianna Fáil, rival tradicional del Fine Gael y ahora socio de coalición, también tenía un candidato en las papeletas, Jim Gavin, que canceló su desafortunada campaña antes de llegar a la meta. La suma de los votos de Humphreys y Gavin fue inferior al 37%, un resultado realmente lamentable para los partidos que antes de la crisis de 2008 dominaban la política irlandesa.

La presidencia irlandesa no es un cargo ejecutivo de gran peso: un presidente decidido puede tener bastante impacto en los términos del debate público, pero no tiene poder para llevar a cabo reformas ni decidir sobre la política del Gobierno. Si bien estas limitaciones no deben perderse de vista, está claro que el triunfo de Connolly en las urnas es un avance importante para la izquierda irlandesa, que situará a sus fuerzas en una posición más fuerte para los próximos años.

Una victoria contundente

Antes de entrar en la dinámica de la campaña, debemos analizar la participación en las elecciones y el número de votos nulos, dos datos que algunos comentaristas han utilizado en los últimos días para restar importancia al logro de Connolly. Menos de la mitad de los votantes con derecho a voto acudieron a las urnas, y casi el 13% de los votos fueron nulos. La cifra de participación no fue en absoluto inusual, pero sí lo fue el porcentaje de votos nulos.

Ha habido cinco elecciones presidenciales disputadas desde que comenzó la historia moderna del cargo con la victoria de Mary Robinson, una feminista liberal, sobre los candidatos del Fianna Fáil y el Fine Gael en 1990. Tres de esas elecciones tuvieron una participación inferior al 50%, y la tasa media de participación fue del 51,5%. La participación de este año, del 45,8%, fue superior a la de las últimas elecciones de 2018.

Si ningún candidato obtiene más del 50% en los votos de primera preferencia, se elimina al que quedó en último lugar y sus votos de segunda preferencia se redistribuyen; el proceso continúa hasta que haya un ganador. Aparte de Connolly, desde 1990 solo hubo otro candidato que ganó la presidencia sin necesidad de transferencias: su antecesor, Michael D. Higgins, cuando se postuló como mandatario en ejercicio en 2018. El apoyo que obtuvo Connolly fue tan amplio que, con esa misma cantidad de votos, también habría ganado la elección presidencial de 2011 —en la que votó el 56% del padrón— sin necesidad de recurrir al sistema de redistribución de preferencias.

Desde 1990, el porcentaje más alto para un candidato ganador, incluso después de tener en cuenta los votos de segunda preferencia, fue del 57% para Higgins en 2011. Connolly batió ese récord solo con los votos de primera preferencia, obteniendo casi tantos votos como el Fianna Fáil y el Fine Gael juntos en las elecciones generales del año pasado. La victoria de Connolly fue impresionante cualquiera sea el criterio que se utilice para ponderarla.

En contraste con el nivel de participación, la alta proporción de votos nulos supone una verdadera ruptura con la experiencia pasada, ya que la cifra era de alrededor del 1% en elecciones anteriores. La única fuerza organizada que hizo campaña para que los votantes anularan sus votos fue la extrema derecha, descontenta por su incapacidad para presentar un candidato a las elecciones. Más adelante analizaremos con más detalle el impacto de este bloque político en la campaña y lo que podría augurar para el futuro.

De Higgins a Connolly

Nacida en 1957, Connolly es otro ejemplo de que no es necesario ser un candidato de veintitantos o treinta y tantos años para entusiasmar a los votantes jóvenes si tus ideas y tu trayectoria política resultan atractivas. Connolly proviene de una familia de clase trabajadora de Galway, la principal ciudad de la región occidental de Irlanda, y creció en una de sus urbanizaciones sociales. Su padre trabajaba como carpintero en los astilleros de Galway; su madre murió repentinamente cuando ella aún era una niña.

Después de terminar la escuela, Connolly se tituló como psicóloga antes de aprobar los exámenes para ejercer como abogada a los treinta y pocos años. Se convirtió en política a tiempo completo en una etapa relativamente tardía de su carrera: tras haber sido concejala local, ganó por primera vez un escaño en el Dáil —el parlamento nacional de Irlanda— en 2016, a los cincuenta y ocho años. Ni Connolly ni su campaña hicieron demasiado hincapié en sus orígenes, que sin duda habrían ocupado un lugar destacado si se hubiera presentado por un partido de centro o de extrema derecha. Cuando no se tiene intención de traicionar a la propia clase social, no hay por qué dar tanta importancia al lugar de donde se viene.

En términos políticos, Connolly tiene algunas cosas en común con el hombre al que sustituirá. Al igual que Higgins, tiene experiencia en el Partido Laborista de Galway, aunque Connolly rompió con el Partido Laborista antes de ser elegida para el Dáil. Como su predecesor, resistió la presión de adoptar el neoliberalismo y la austeridad en nombre del «realismo» que ha tenido un impacto tan perjudicial en los partidos de centroizquierda tanto en Irlanda como en otros lugares. Y, al igual que Higgins, tiene un gran interés por los asuntos internacionales y un historial de cuestionamiento del consenso occidental en materia de política exterior.

Connolly enfrentó mucha más hostilidad por parte de los comentaristas irlandeses que Higgins en su primera campaña presidencial en 2011. En parte, esto reflejaba la frustración de muchos líderes de opinión irlandeses con el historial del propio Higgins como presidente durante dos mandatos. Recordaban con nostalgia a su principal rival en 2011, un empresario y celebridad menor llamado Seán Gallagher, y soñaban con lo que podría haber sido. En lugar de tener que escuchar otro discurso de Higgins sobre los peligros del capitalismo de libre mercado o la urgencia de la crisis climática, podrían haber documentado el auge de la respuesta irlandesa a Silvio Berlusconi o Donald Trump.

Higgins era un político más tradicional, de carrera, que Connolly. Ocupó un cargo ministerial en la década de 1990 y siguió siendo miembro del Partido Laborista hasta que se presentó a las elecciones presidenciales. Connolly pertenecía claramente a las nuevas fuerzas de izquierda que desplazaron al Partido Laborista durante la Gran Recesión, cuando sus ministros impusieron años de austeridad punitiva. Entre esas fuerzas se encontraban partidos como el Sinn Féin, los socialdemócratas y People Before Profit, así como diputados independientes de izquierda como la propia Connolly. Ahí era donde se encontraba claramente el centro de gravedad de la amplia alianza de izquierda que la apoyaba, con el Partido Laborista reducido ahora a la condición de partido minoritario.

Pero el principal factor detrás del antagonismo hacia Connolly fue el cambio en el clima internacional desde que Higgins fue elegido por primera vez. El Fianna Fáil, el Fine Gael y sus aliados en los medios de comunicación quieren empujar a Irlanda firmemente hacia el bloque militar occidental, si no como miembro formal de la OTAN, al menos como uno de sus satélites. Y vieron las elecciones presidenciales como una oportunidad para avanzar hacia este objetivo. Para su gran disgusto, acabaron creando un nuevo obstáculo: la exitosa campaña de Connolly.

Buenos europeos

Inicialmente, el Fine Gael quería presentar a Mairead McGuinness como candidata a la presidencia, pero quedó descartada por motivos de salud este verano. McGuinness contaba con dos décadas de experiencia como integrante del Parlamento Europeo y de la Comisión Europea, y se esperaba que aportara esa experiencia al cargo.

La ortodoxia de Estrasburgo y Bruselas ejerce una poderosa atracción sobre los políticos irlandeses que han trabajado allí (o sobre aquellos que claramente desearían hacerlo en el futuro, como el actual primer ministro, Micheál Martin). En 2019, McGuinness y sus colegas del Fine Gael en el Parlamento Europeo se aliaron con la extrema derecha para votar en contra de las misiones de búsqueda y rescate de refugiados que cruzan el Mediterráneo. Eso no fue suficiente para satisfacer a sus colegas del Partido Popular Europeo (PPE), que reprendieron a los eurodiputados del Fine Gael por no inclinarse hacia la derecha en cuestiones ecológicas, en sintonía con el presidente del PPE, Manfred Weber.

Los líderes del PPE se mostraron especialmente descontentos cuando el referente del Fine Gael y primer ministro, Simon Harris, emitió una declaración conjunta con el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, en febrero de 2024, en la que pedía a la UE que revisara su acuerdo comercial con Israel. Harris se sintió obligado a adoptar esta postura porque la opinión pública en Irlanda se oponía firmemente a la masacre que se estaba produciendo en Gaza. Sus aliados en el PPE lo consideraron una traición y querían que se alineara con la oposición trumpista y de extrema derecha española en lugar de con Sánchez.

Tanto el Fine Gael como el Fianna Fáil desearían fervientemente resolver la tensión entre las presiones nacionales e internacionales sobre su política exterior a favor de estas últimas. El Fine Gael nominó a Heather Humphreys, exministra del Gobierno, como sustituta de Mairead McGuinness, mientras que el candidato del Fianna Fáil fue Jim Gavin, un veterano del ejército con experiencia como entrenador de fútbol gaélico, pero sin experiencia política digna de mención. Tanto Humphreys como Gavin querían eliminar el llamado «triple bloqueo» de los compromisos militares irlandeses, lo que significa que las tropas irlandesas solo pueden desplegarse en misiones de mantenimiento de la paz tras la votación del gabinete, el Dáil y las Naciones Unidas.

Los detractores del triple bloqueo afirman falsamente que quieren restaurar la soberanía irlandesa eludiendo el veto que los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU pueden ejercer sobre las misiones militares aprobadas. En realidad, el objetivo es alinear a Irlanda con una Europa en rápida militarización cuyos líderes están ansiosos por apaciguar a Donald Trump. Aunque el presidente no tiene poderes formales sobre la política exterior, el actual Gobierno sin duda habría presentado una victoria de Humphreys o Gavin como un mandato popular para abolir el triple bloqueo y aumentar el gasto militar.

Bienestar y guerra

La agresiva hostilidad de Fine Gael y Fianna Fáil hacia las opiniones de Connolly sobre política exterior reflejaba esta agenda apenas oculta. En un debate radiofónico, Humphreys comparó a Connolly con Neville Chamberlain y la acusó de poner en peligro las relaciones entre Dublín y los principales Estados europeos: «Ha insultado a Francia, Alemania y el Reino Unido».

Humphreys se refería a comentarios como este, extraído de un discurso parlamentario que Connolly pronunció en mayo con motivo del Día de Europa, en el que destacó la complicidad europea con la destrucción de Gaza:

Desde luego, no estoy utilizando mis palabras para celebrar el Día de Europa. Lo digo porque ha perdido por completo cualquier brújula moral, si es que alguna vez la tuvo. He dicho repetidamente que soy una europea orgullosa. Tengo vínculos íntimos con Alemania a través de mi familia y el idioma alemán. No estoy aquí para protestar por ser europea. Estoy aquí para utilizar mi escaso tiempo para decir que me avergüenza ser europea, con sus actuales dirigentes, con [Ursula] von der Leyen hombro con hombro y en solidaridad con un criminal de guerra (…) Me avergüenza estar aquí viendo este discurso y lo que estoy leyendo sobre Palestina. La situación en Gaza nos perseguirá durante décadas porque nadie podrá decir que no éramos conscientes.

Esto es lo que hizo que la campaña de Connolly resultara tan refrescante para sus seguidores y tan amenazadora para la clase política irlandesa. Habló de temas como el genocidio de Gaza con el nivel de indignación moral que corresponde y señaló con el dedo a los responsables: no solo al fugitivo al frente del Estado israelí, sino también a sus facilitadores occidentales, como Von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea.

En el mismo discurso, Connolly se refirió a un artículo de la columnista del Financial Times Janan Ganesh en el que se pedía el desmantelamiento de los Estados de bienestar europeos para financiar un aparato militar más grande. Esta va a ser una de las principales líneas divisorias en la política europea durante los próximos años, y Connolly se posicionó firmemente del lado del bienestar y contra la guerra.

Micheál Martin estaba notoriamente furioso: Connolly le estaba dificultando la tarea de blanquear el militarismo en nombre del «proeuropeísmo». En un discurso paradójicamente pronunciado junto a la tumba de Wolfe Tone, un revolucionario jacobino, Martin exigió la sumisión total a la línea de marcha de la UE desde el cambio de siglo:

Tenemos que empezar a denunciar a quienes dicen «Oh, pero yo soy proeuropeo» mientras anuncian y vuelven a anunciar el supuesto fin de la soberanía irlandesa. No se es proeuropeo si se está en contra de todos los tratados que han construido la unión durante el último cuarto de siglo. No se es proeuropeo si se dice constantemente que está destruyendo nuestra neutralidad y que está en manos de un complejo militar-industrial.

En el momento del debate televisivo final, el candidato de Martin, Gavin, se había retirado de la carrera tras una campaña mediocre y plagada de escándalos. Le tocó a Humphreys defender la línea del establishment político. Cuando los moderadores le preguntaron si estaba de acuerdo con Connolly en que Estados Unidos había permitido el genocidio, comenzó elogiando a la administración Trump por negociar un acuerdo de alto el fuego en Gaza antes de divagar durante un minuto sin decir nada importante.

Al escuchar a Humphreys, uno podría tener la impresión de que algo terrible ha sucedido en Gaza desde octubre de 2023, pero que nadie en Occidente tiene ninguna responsabilidad al respecto. Esta es la base sobre la que Fine Gael y Fianna Fáil quieren seguir de ahora en adelante, negándose a sacar conclusiones de la conducta de Estados Unidos y los principales Estados europeos durante los últimos dos años. También pretenden suavizar las medidas que han convertido a Irlanda en una especie de caso atípico entre los Estados occidentales, como la Ley de Territorios Ocupados, que prohíbe el comercio con los asentamientos israelíes. La insistencia de Connolly en llamar a las cosas por su nombre supone un verdadero desafío para este plan de acción.

En el mismo debate, los moderadores preguntaron a Humphreys si alguna vez había dicho algo crítico sobre la UE, ya que Connolly estaba siendo criticada por haber votado en contra de los tratados de Niza y Lisboa (junto con la mayoría de los votantes irlandeses en ambos referendos, antes de que se les pidiera que volvieran a votar). Humphreys pareció desconcertada por la pregunta, antes de acabar decidiéndose por la «regulación excesiva» como un tema que a veces le preocupaba. No fue una elección aleatoria: las empresas tecnológicas estadounidenses han presionado a algunos de sus colegas del Fine Gael en el Gobierno irlandés para que socaven el marco regulador de la UE en materia de inteligencia artificial y publicidad digital.

Negarse a ceder

Para su gran frustración, los partidos conservadores descubrieron que ninguno de sus ataques parecía afectar a Connolly. Una de las líneas principales de esta ofensiva se centró en sus opiniones sobre Palestina. En septiembre, la BBC le pidió que comentara la afirmación de Keir Starmer de que Hamás no podría formar parte de un futuro Gobierno palestino. Ella insistió en que no era decisión de Starmer: «Yo sería muy cautelosa a la hora de decirle a un pueblo soberano cómo debe gobernar su país. Los palestinos deben decidir de forma democrática quién quieren que dirija su país».

En otra entrevista, Connolly señaló que Hamás había ganado las últimas elecciones celebradas en los territorios ocupados y formaba parte de la sociedad civil palestina. Curiosamente, el entrevistador le preguntó si habría dicho que el Ejército Republicano Irlandés era «parte del tejido del pueblo católico del Norte», como si hubiera algo controvertido en afirmarlo. El Sinn Féin recibió entre el 30% y el 40% de los votos nacionalistas en el norte cuando dio su apoyo incondicional a la campaña del IRA. Desde que comenzó el proceso de paz, los votantes nacionalistas han elegido repetidamente a candidatos del Sinn Féin con un historial reconocido de pertenencia y activismo en el IRA, desde Martin McGuinness hasta Gerry Kelly y Martina Anderson.

El mismo entrevistador preguntó a Connolly si las fuerzas de Hamás habían cometido crímenes de guerra el 7 de octubre, y ella respondió que sí: «Lo que hicieron es absolutamente inaceptable. Ambas partes han cometido crímenes de guerra y esperamos que ambas partes rindan cuentas». Pero también dijo que Israel estaba «actuando como un Estado terrorista». Martin pareció pensar que tales comentarios descalificaban de manera evidente a una candidata y dirigió una indignada diatriba contra Connolly, declarando que Hamás «no puede formar parte del futuro de Gaza». Simon Harris se sumó al coro.

Martin nunca hizo declaraciones que pusieran en duda que el Likud —el partido de gobierno de Israel— pueda tener algún papel en el futuro gobierno del país. La idea de que Hamás está completamente fuera de los márgenes de lo aceptable, mientras que el Likud no, puede darse por sentada en las cumbres de la Unión Europea que Martin frecuenta. Pero muchos de sus compatriotas, que llevan dos años viendo cómo se desarrolla un genocidio en tiempo real, no estarían de acuerdo. Connolly se negó a dar marcha atrás, y la controversia no tuvo ningún impacto en la opinión pública: su apoyo siguió creciendo.

También hubo un intento de avivar la polémica porque Connolly había intentado contratar a Ursula Ní Shionnain, integrante de un grupo republicano que había cumplido condena por un delito relacionado con armas de fuego, para que trabajara para ella en el Dáil. Las expresiones de indignación de Martin sobre el asunto sonaron huecas cuando otro político del Fianna Fáil, Eamon Ó Cuív, dio a Connolly su apoyo inequívoco: «Si Catherine demostró falta de criterio, yo también, porque me preguntó por [Ní Shionnain] y le dije que, personalmente, estaba convencido de que había pasado página». Una vez más, Connolly se mantuvo firme y pasó a la ofensiva preguntando cómo y por qué se había filtrado a la prensa la información sobre Ní Shionnain, que no era de dominio público.

Claramente, los oponentes de Connolly esperaban dividir la amplia alianza de izquierda que se había formado en torno a su campaña. Los partidos Laborista y Verde, que han formado parte del gobierno como socios menores de la centroderecha durante la última década, parecían más propensos a romper filas que el Sinn Féin, los Socialdemócratas o People Before Profit. Sin embargo, la única figura destacada que se pronunció en contra de Connolly fue el exlíder laborista Alan Kelly, un hombre cuya desmesurada confianza en sí mismo supera notoriamente su talento como político.

La alianza de cinco partidos desempeñó sin duda un papel fundamental en el éxito de Connolly, y esa unidad no se forjó sobre la base del mínimo común denominador. Connolly no abandonó ni suavizó ninguna de sus principales posiciones para conseguir el apoyo del Partido Laborista o de los Verdes, por lo que estos partidos acabaron alejándose de sus antiguos aliados del Fine Gael y del Fianna Fáil durante la campaña. Si eso significa que se desplazarán hacia la izquierda de forma más permanente es, por supuesto, una cuestión muy diferente.

McGregor y Steen

La campaña de extrema derecha para boicotear el voto [«spoil the vote»] solo tomó forma después de que ese submundo político no lograra presentar un candidato propio. Para figurar en la papeleta electoral, un candidato necesita el respaldo de veinte diputados o senadores (sobre un total de 234) o de cuatro consejos municipales (de los treinta y uno que existen en el país). Conor McGregor, la antigua estrella de las artes marciales mixtas que tras el ocaso de su carrera deportiva se reinventó como influencer de extrema derecha, estaba convencido de tener lo necesario para convertirse en presidente. Las invitaciones a la Casa Blanca y los elogios obsecuentes de Elon Musk no hicieron más que alimentar el fuego de su narcisismo.

Sin embargo, los diputados, senadores y concejales con los que McGregor contaba no querían saber nada de él. Justo cuando se preparaba para la campaña de nominaciones, perdió una apelación contra una sentencia civil que lo declaraba culpable de haber violado a una mujer llamada Nikita Hand en 2018. El tribunal escuchó el testimonio de un médico de urgencias sobre la extrema brutalidad de la agresión a la que había sido sometida Hand. Los espantosos detalles del caso hicieron especialmente indignante que McGregor y sus seguidores se presentaran como defensores de las mujeres irlandesas frente a la amenaza que, supuestamente, los inmigrantes suponen para su seguridad.

Maria Steen, que estuvo mucho más cerca de conseguir la nominación, no podía ser más diferente como abanderada de la derecha radical. A diferencia de McGregor, Steen es una política seria con un estilo de debate refinado y una base organizativa en el Iona Institute, un grupo de presión católico ultraconservador. Participó muy activamente en la fallida campaña para mantener la prohibición constitucional del aborto en Irlanda. Nadie podría imaginarla golpeando a un hombre en un pub por rechazar un trago de whisky o de fiesta con figuras del mundo criminal de Dublín, por mencionar dos de las indiscreciones más famosas de McGregor.

Si Steen no logró pasar el corte, no fue porque fuera una candidata de broma o una violenta como McGregor, sino porque simplemente no consiguió suficientes representantes electos que quisieran que se convirtiera en presidenta. Las fuerzas situadas a la derecha del consenso mayoritario, desde partidos como Aontú e Independent Ireland hasta la franja neofascista, han obtenido avances reales en los últimos dos años en las elecciones locales y nacionales. Sin embargo, Steen no alcanzó el umbral necesario. Este fracaso reflejó la sensación de derecho con la que abordó la campaña, entrando en la carrera por la presidencia solo dos meses antes de que se celebrara la votación.

Si hubiera logrado entrar en la lista final de candidatos, el contraste biográfico entre Steen y Connolly sin duda habría dado lugar a un artículo interesante. Aunque Steen también se tituló como abogada —antes de suspender su práctica jurídica para poder educar a sus hijos en casa—, ahí es donde terminan las similitudes. Esta defensora de la derecha católica ha recorrido un inspirador camino desde su infancia en Ballsbridge, uno de los barrios más prósperos del centro de Dublín, hasta la mansión que ahora comparte con su marido en Blackrock, uno de los barrios más prósperos de las afueras.

Cuando anunció que no había conseguido suficientes nominaciones, Steen llevaba un bolso de diseño valuado en decenas de miles de euros. Después de que esta elección de vestuario provocara una oleada de burlas, afirmó que se trataba de una provocación deliberada: «Quería poner de manifiesto la hipocresía de la izquierda, que no ama a los pobres, sino que simplemente odia a los ricos». No es difícil imaginar por qué los políticos no se apresuraron a respaldarla.

Boicot de lujo

Algunas de las principales figuras detrás del esfuerzo por boicotear el voto también están muy familiarizadas con las cosas buenas de la vida. Entre ellas se encuentra Declan Ganley, un empresario con fuertes vínculos con el complejo militar-industrial estadounidense. Funcionarios republicanos como Karl Rove y Mike Pompeo se han unido a la junta directiva de la empresa de Ganley, Rivada Networks, junto con antiguos generales de Gran Bretaña y Estados Unidos.

Según el Sunday Times, el principal proyecto de Rivada es la creación de «una red de comunicaciones por satélite imposible de piratear para uso de gobiernos y ejércitos, llamada OuterNet». Ganley tiene una gran notoriedad pública en Irlanda debido a su papel en las campañas de referéndum europeas y a su fallida candidatura al Parlamento Europeo. También tenía ambiciones presidenciales a principios de año que no llegaron a buen puerto.

Otro destacado boicoteador, Eddie Hobbs, tiene experiencia como experto financiero de famosos y solía presentar programas de televisión en la cadena nacional irlandesa RTÉ. Su reputación aún no se ha recuperado de su asociación con un fondo de inversión que perdió el 90% de su dinero al lanzarse a la parte más arriesgada del mercado inmobiliario de Detroit durante la Gran Recesión. Hobbs ahora vende otro tipo de productos milagrosos en su canal de YouTube, con invitados como el autoproclamado «antisemita furioso» y nacionalista blanco Keith Woods (uno de los favoritos de Elon Musk).

Es deprimente ver cómo personas de las comunidades de clase trabajadora de Irlanda se ven arrastradas por la estela de estafadores como estos y por el ecosistema más amplio de empresarios políticos que buscan monetizar el odio. Al mismo tiempo, sin embargo, hay que mantener la perspectiva. El número total de votos nulos fue de unos 214 000. Incluso si asumimos que todos los que invalidaron su voto están ideológicamente alineados con la extrema derecha, esta cifra solo es ligeramente superior al número de votos emitidos a favor de Independent Ireland, Aontú y otros grupos más pequeños de su ala derecha en las elecciones generales del año pasado (y casi 50 000 votos menos de los que obtuvieron esas fuerzas en las elecciones europeas unos meses antes).

La aparición de un bloque de opinión consolidado a la derecha del Fine Gael y el Fianna Fáil en los últimos años es un problema real. Los argumentos de la extrema derecha y las teorías conspirativas circulan mucho más que antes de la pandemia, y un núcleo duro de agitadores neofascistas ha demostrado ser capaz de incitar a disturbios violentos en varias ocasiones, la más reciente fuera de un hotel en la zona de Citywest, en Dublín, donde se alojan solicitantes de asilo. Debemos tomarnos muy en serio el peligro que todo esto supone. Pero, tanto si se manifiesta en las calles como en las urnas, la extrema derecha irlandesa sigue siendo una fuerza minoritaria que no ha alcanzado el mismo nivel de apoyo que sus homólogos en otros países de Europa occidental.

¿Una nueva república?

De hecho, uno de los factores que explica el auge del apoyo a Connolly es sin duda el deseo de alejar el debate político del alarmismo incesante sobre la inmigración y las supuestas amenazas a la «cultura irlandesa» (que, si se analiza más detenidamente, parece indistinguible de las peores formas de la cultura angloamericana, sin nada que la haga distintivamente irlandesa). La extrema derecha irlandesa ha logrado acaparar la atención en los últimos años, con la ayuda de sus amigos transatlánticos, pero eso no significa que sus partidarios hablen en nombre del «pueblo irlandés», como afirman sin cesar.

En su discurso de victoria, Connolly habló en nombre de la parte de la sociedad irlandesa que quiere pasar los próximos años debatiendo cuestiones que realmente importan en lugar de tonterías paranoicas y conspirativas:

Seré una presidenta que escucha, reflexiona, habla cuando es necesario y es una voz para la paz. Una voz que se basa en nuestra política de neutralidad. Una voz que articula la amenaza existencial que supone el cambio climático. (…) Juntos podemos dar forma a una nueva república que valore a todo el mundo, que valore y defienda la diversidad y que confíe en nuestra propia identidad, en nuestra lengua irlandesa, en nuestra lengua inglesa y en las nuevas personas que han llegado a nuestro país. Seré una presidenta inclusiva para todos ustedes.

La forma en que Connolly se expresa al decir cosas como estas —con confianza y elocuencia, sin ser agresiva ni pomposa— también forma parte de su atractivo en un momento en el que las caricaturas disfuncionales de la masculinidad, desde Trump hasta McGregor, están saturando el panorama. Hasta ahora, la década no ha augurado muchas buenas noticias para la izquierda, ni en Irlanda ni en otros países. Pero el triunfo de Connolly es sin duda motivo de alegría y contiene las semillas de futuras victorias, si se les da el cuidado adecuado.

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