El 14 de noviembre, el Programa de Investigación del Cambio Global de EE.UU. publicó la Quinta Evaluación Nacional del Clima, según la cual Estados Unidos ya está experimentando los graves efectos del caos climático, impulsado principalmente por la continua dependencia de los combustibles fósiles. Una semana más tarde, el Financial Times informaba de que la campaña de Trump está adoptando lo que denomina Proyecto 2025, un plan de política conservadora de 920 páginas elaborado por la Fundación Heritage que, entre otros objetivos radicales, insta a la eliminación de varias agencias del departamento de energía y propone una reforma de todo el gobierno federal no sólo para negar el cambio climático sino para promoverlo activamente.
Sin embargo, difícilmente se sabría nada de esto leyendo la cobertura sobre el favorito para ganar la nominación republicana y ubicarse al frente de los mercados de apuestas para ser el cuadragésimo séptimo presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump. El ex presidente pasó el último mes cortejando abiertamente el dinero de los combustibles fósiles y burlándose de la idea misma del cambio climático, una postura objetivamente delirante y potencialmente catastrófica que apenas generó un parpadeo en el radar de los medios de comunicación estadounidenses.
Un estudio de los principales medios de comunicación durante el mes pasado muestra que muchos de ellos —como NPR y el Wall Street Journal— no mencionaron en absoluto la reciente demagogia anti-climática de Trump. Y los que sí lo hicieron en general lo enmarcaron en términos de preferencias partidistas subjetivas («helado de vainilla en vez de helado de chocolate») o lo trataron como una noticia menor sobre «política energética».
Una «chequeo de hechos» del New York Times en torno a un importante discurso sobre «energía» que Trump pronunció en Houston el pasado 2 de noviembre no se molestó en comprobar la mentira más atroz que Trump dijo, o insinuó fuertemente, varias veces en su discurso de noventa minutos: que la acción climática no tiene sentido. Su discurso menosprecia repetidamente la política climática diseñada para frenar la extracción de combustibles fósiles, pero Angelo Fichera, del Times, se centra más en la inflación y otras mentiras auxiliares. Que son importantes pero, dado lo que está en juego por el hecho de que un negador categórico del clima esté al mando otros cuatro años, uno pensaría que el rechazo básico del consenso científico merecería al menos una mención, si no ubicarse como la premisa central del artículo.
La cobertura del Washington Post del 10 de noviembre sobre la aceptación total de Trump de los combustibles fósiles recibió el tratamiento de «las dos campanas», enmarcando las objeciones al plan energético del ex presidente, basado únicamente en el petróleo y el gas, como una posición ideológica propia de un «planteo ecologista» en lugar de como una posición objetiva.
«Los ecologistas dicen que no están sorprendidos por el apoyo de los donantes de petróleo a Trump —nos informan los reporteros del Post Josh Dawsey y Maxine Joselow— cuyo legado climático describen como desastroso».
Que el negacionismo climático en toda regla es desastroso no es una mera afirmación subjetiva de una parte ideológicamente en conflicto, como presenta el Post. Es un consenso científico uniforme.
Si Trump estuviera en lo alto de un edificio y le dijera a los periodistas que puede volar, los que se oponen a la sensatez de esta postura no enmarcarían sus objeciones con un «Los gravitólogos dicen que es improbable que Trump vuele». Este hecho inmutable se presentaría como una realidad, y el encuadre del artículo no sería el de «Gravitistas contra antigravitistas», sino que sería un artículo sobre la negación de las leyes objetivas de la física y las inevitables y violentas implicaciones de que la persona más poderosa de la Tierra lo haga. Sería una historia de delirio patológico, no el arbitraje mediático de «algunos dicen».
Al comparar las posturas de Trump y Biden sobre el clima, la CNN se mostró igual de displicente. «Trump tiene una aversión bien documentada por las energías renovables, en particular por la energía eólica, y prometió hacer retroceder todo lo que pueda la agenda climática de Biden», escribió Zachary Wolf de CNN el 16 de noviembre.
«Los científicos del clima y los activistas señalarán los alarmantes datos que muestran que la Tierra se está calentando más rápido de lo esperado y argumentarán que Estados Unidos no está haciendo lo suficiente, —nos dice CNN— aunque una acción más drástica requeriría una intervención bipartidista directa por parte de la Cámara y el Senado, algo que parece poco probable dado el poder de los republicanos que representan a los estados del carbón y del petróleo».
Esta no es una posición subjetiva o ideológica de «científicos y activistas del clima»: es la realidad. El hecho de que Trump haya rechazado abiertamente esta realidad, una vez más, debería haber sido el titular, el encuadre y la principal conclusión. En lugar de eso, los lectores de la CNN tienen la impresión de que se trata de otra cuestión de «demócratas contra republicanos».
En julio, Politico enmarcó el negacionismo climático de Trump con el anodino titular: «Los conservadores ya escribieron un plan climático para el segundo mandato de Trump». El artículo enmarca el asalto de Trump al clima de la Tierra y la supervivencia de la humanidad como una cuestión partidista de «hacer retroceder la ley climática firmada por Biden».
El lector escucha a Andrew Rosenberg, un ex alto funcionario de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica, pero su posición, que el plan de Trump «socava no sólo la sociedad sino la capacidad económica del país al mismo tiempo que está haciendo una gran violencia al medio ambiente», se presenta como la opinión de un hombre en lugar de como un hecho científico.
El resumen del 12 de noviembre de Associated Press sobre «los planes de Trump si vuelve a la Casa Blanca» no menciona el cambio climático en absoluto. Los destacados presentan a la decisión de Trump de acelerar el fin del mundo como mera política «energética».
«El objetivo de Trump, dice, es que Estados Unidos tenga la energía y la electricidad más baratas de cualquier nación del mundo, incluida China», escribe Jill Colvin. El artículo continúa: «[Trump afirma] que saldrá de los Acuerdos Climáticos de París, acabará con las subvenciones a la energía eólica y eliminará las regulaciones impuestas y propuestas por la admiración de Biden dirigidas a las bombillas incandescentes, las cocinas de gas, los lavavajillas y los cabezales de ducha».
¿Y cuál es la consecuencia inevitable para la humanidad de estas acciones, si llegan a producirse? No se dice. Es sólo otra preferencia política.
Un raro caso de alguien en los principales medios de comunicación que hace sonar la alarma es Hayes Brown de MSNBC, cuya columna detalla la desastrosa política climática de Trump. Titulada «El plan climático de Trump: Matarnos a todos aún más rápido», el artículo deja claro que la postura energética de Trump está animada por una aceptación nihilista del sufrimiento masivo.
Sin embargo, el artículo no está indexado como reportaje, sino como «opinión». Afirmar hechos obvios sobre el resultado inevitable de las políticas energéticas de Trump se considera demasiado editorial, demasiado subjetivo, demasiado ideológico. La realidad del cambio climático se sigue enmarcando como una opinión más posicionada en oposición a una postura igualmente válida de que todo es inventado.
Cuando sólo quedan unos pocos años para mitigar las consecuencias más extremas del caos climático, y mucho menos para que exista alguna posibilidad de invertir su curso, la eliminación de la urgencia del tema por parte de los medios de comunicación es evidente.
En marzo, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático publicó otro terrible informe, elaborado por noventa y tres expertos, según el cual la temperatura media de la Tierra podría aumentar 1,5 grados Celsius (2,7 grados Fahrenheit) con respecto a los niveles preindustriales, probablemente en la primera mitad de la década de 2030. Este cambio superaría un umbral climático, más allá del cual se producirían olas de calor catastróficas, inundaciones, megatormentas, hambrunas y una extinción que amenaza a la propia civilización humana. La única oportunidad que tenemos de evitar este terrible futuro es que las naciones industrializadas reduzcan drástica e inmediatamente sus emisiones de gases de efecto invernadero.
«Las emisiones deberían estar disminuyendo ya y tendrán que reducirse casi a la mitad para 2030, si se quiere limitar el calentamiento a 1,5°C», afirma un comunicado de prensa que acompaña al informe.
El 17 de noviembre, un análisis de Media Matters examinó la cobertura mediática de un reciente informe sobre el clima encargado por el Congreso, que demostraba, una vez más, que la apuesta de Estados Unidos por el petróleo y el gas está acelerando el cambio climático. La organización descubrió que «los noticiarios televisivos nacionales CNN, MSNBC, NBC, CBS, ABC y Fox News apenas cubrieron el informe».
Hay un subtexto en esta falta de urgencia y en el tipo de cobertura del descarado negacionismo climático de Trump: la doble Fatiga de Indignación. Después de ocho años de advertencias sobre los peligros de Trump y de décadas de advertencias sobre los peligros del cambio climático, nuestros medios de comunicación —y, para algunos, también su audiencia— se insensibilizaron. Pero estar acostumbrados a una amenaza no hace que la amenaza desaparezca, y la realidad de lo que sucederá si Estados Unidos duplica su extracción y producción de combustibles fósiles no es menos manifiesta y existencial porque que se la considere banal.
Estas historias no son sobre Trump «volviéndose hacia los barones del petróleo» o Trump «engañando sobre la energía». Son historias sobre el principal aspirante a la Casa Blanca rechazando explícitamente el consenso científico y dirigiendo a Estados Unidos, y por implicación al resto de la humanidad, hacia la muerte masiva. Son historias sobre la negación deliberada de la realidad, no mentiras descaradas u opiniones partidistas contrapuestas.
Sin duda, el apoyo de Biden a la extracción de combustibles fósiles también es alarmante, pero es muy diferente del plan extremista de Trump Proyecto 2025, que se burla o menosprecia el cambio climático un total de 127 veces. La claridad de los medios sobre la amenaza existencial de este último no significa que deban dejar de criticar el primero, pero la naturaleza de la amenaza debe calibrarse.
Lo que está haciendo Trump —negar rotundamente e intentar invertir el rumbo de vuelta al siglo XIX— es extraordinario, incluso entre los líderes de derechas de otros países. El radicalismo y el antiempirismo de la postura de Trump deben ocupar un lugar central para el lector, no reducirse simplemente a otra rutinaria opinión partidista que por la que «los ecologistas dicen» que puede ser peligroso.