Esta entrevista es parte de ¿Dónde está Lenin?, número 9 de Revista Jacobin.
Entrevista por
Pedro Perucca
En el centenario de la Revolución de Octubre, el escritor y ensayista británico China Miéville publicó la vibrante Octubre: la historia de la Revolución Rusa, una obra que, más allá de que su autor la defina como una «breve introducción» para quienes «tengan curiosidad respecto a una historia sorprendente», muestra un trabajo de investigación bestial. La obra se enfoca en los meses que van de febrero a octubre de 1917, definidos como «un proceso continuo de pugna, una torsión de la historia». Sin embargo, por medio de una serie de flashbacks el autor también nos da una idea de sus antecedentes, retrocediendo incluso hasta la mítica fundación de San Petersburgo. La narración también nos ofrece algunas pinceladas de futuro: «Los meses y años que se sucederán verán a la revolución combatida, asediada, aislada, osificada, rota».
El pulso narrativo de Miéville nos hace recorrer esta historia como si estuviéramos leyendo una novela: logra preocuparnos, angustiarnos o emocionarnos con un relato que para muchos de nosotros hace parte de una mitología fundacional tan fuerte que a veces, a fuerza de repetición, puede perder impacto. Miéville logra recuperarlo porque, precisamente, la cuenta como una historia, como una novela apasionante, como una epopeya: «una concatenación de aventuras, esperanzas, traiciones, coincidencias improbables, guerra e intrigas; una sucesión de valentía y cobardía, de estupidez, farsas, proezas, tragedia, ambiciones y cambios que marcan época; luces deslumbrantes, acero, sombras, raíles y trenes».
Novelista consagrado, la mayoría de su obra se sitúa en el campo del llamado New Weird. Entre los títulos más destacados se encuentran El Azogue (2002), Los últimos días de Nueva París (2016), La ciudad y la ciudad (2009) o la imperdible serie de Bas-Lag, compuesta por La estación de la calle Perdido (2000), La cicatriz (2002) y El consejo de hierro (2004).
Pero China Miéville, además de su faceta de prolífico y multifacético escritor, es licenciado en Antropología Social, doctor en Relaciones Internacionales, docente, crítico literario, ensayista y hasta autor de guiones de historieta. Militante de distintas organizaciones, como el trotskista Socialist Workers Party o Left Unity, llegó a candidatearse para la Cámara de los Comunes con la Socialist Alliance en 2001. Desde Jacobin tuvimos el placer de conversar con él sobre la Revolución de Octubre, las polémicas sobre su legado y el vínculo del leninismo con la ciencia ficción.
PP
Considerando que fuiste parte de una tradición política como el trotskismo militante, imaginamos que tu imagen inicial de Lenin debió ser globalmente positiva, tal vez con algún mínimo cuestionamiento táctico. ¿Crees que esta idea se modificó sustancialmente tras el enorme trabajo de investigación que emprendiste para la preparación de tu historia de la Revolución Rusa? ¿En qué medida influyeron o no en este proceso las numerosas polémicas historiográficas que sacudieron en los últimos años al ámbito académico y que implicaron una revisión de las interpretaciones arraigadas sobre Lenin y su rol en la revolución, especialmente gracias a la obra de Lars Lih? ¿Cómo definirías tu relación actual con la figura de Lenin?
CM
No diría que mi relación con Lenin haya cambiado fundamentalmente. Más bien avancé en la dirección de lo que espero sea una matización, que es el sentido en el que se viene encaminando hace algunos años. Comprendo parte de la relación protectora que tiene la extrema izquierda con Lenin, ya que se le calumnia, tergiversa y trata como un insecto con demasiada frecuencia en el campo más amplio de la historiografía, no dándosele la importancia y seriedad que su pensamiento y su método merecen. Pero está claro que esa posición también puede llevar a una especie de relación hagiográfica que no me interesa.
El trabajo de Lars Lih ha sido inestimable para rastrear las continuidades entre el pensamiento de Lenin y otros con las tradiciones preexistentes, y gané mucho con él. Al mismo tiempo, creo que no voy tan lejos como Lih, en el sentido de que para mí uno puede reconocer todo eso y aún ver, en las combinaciones particulares, en la aplicación en instancias específicas, una especie de ruptura con ciertas tradiciones. Eso puede ser muy exagerado, pero sí creo que Lenin tenía un genio único para discernir líneas de fuerza, equilibrios de poder, etcétera, y una voluntad sin sentimentalismos para desechar una posición mantenida previamente y formularla de nuevo. Eso no quiere decir que nunca cometiera errores o vacilara (en el libro enumero varios ejemplos).
Para mí, el «leninismo» —y tal vez ese término siempre tenga que estar entre comillas y requiera una definición— sigue siendo útil, particularmente como teoría de la conciencia política y de cómo esta puede moverse. Creo que muchos de los nostrums del «leninismo» como conjunto de supuestos sobre la forma política (sobre todo en la degradada forma «zinovievista» de muchas de las sectas) son poco convincentes y, a menos que uno esté extremadamente a la defensiva, debe reconocer la insularidad teórica y la actitud defensiva de muchos de esos grupúsculos. Eso no es «culpa» de Lenin, por supuesto, sino de un «leninismo» sectario particular.
En cuanto al planteo de Victor Serge respecto de las «semillas» de estalinismo en el bolchevismo, también diría que es demasiado simplista responder que no hay tales semillas en Lenin. Más bien, diría que Lenin y el alto «leninismo» contenían muchas semillas, incluyendo algunas de las menos saludables que luego derivaron en la esclerosis e insularidad de la izquierda. Pero no soy no leninista, ni siquiera ahora. Creo que la pregunta «¿Eres o has sido alguna vez…?» actualmente exige una aclaración de términos. Y también, por mi parte, una voluntad de expresar incertidumbre.
PP
Hace 20 años, cuando escribiste El consejo de hierro, parecías pensar la dinámica de una «lucha de clases fantástica» (por llamar de algún modo al conflicto social subyacente que aparece en la mayoría de tus obras) estructurada en torno al modelo de la Revolución de Octubre y también de la Comuna de París, en la que los bolcheviques se miraban constantemente. ¿Te sigue pareciendo productivo este «modelo de Octubre» o constituye ahora una caja de herramientas de la que tenemos poco que sacar? ¿Es un esquema que solo sirve para un tiempo abstracto, congelado y desfasado, como el del final de esa novela?
CM
Me temo que esta va a ser una respuesta muy insatisfactoria por su obviedad, ya que no creo que se pueda generalizar. Sería una auténtica idiotez sostener que la Comuna de París de 1871 o San Petersburgo de 1917 son los paradigmas justos e inevitables del cambio revolucionario. Al mismo tiempo, en la izquierda puede haber un afán indecoroso de desecharlos para mostrar lo abierto de mente y moderno que se es, la forma en que se ha escapado de la supuesta «esclavitud» de ese viejo pensamiento. Esto constituye una señal de virtud poco propicia, teóricamente vacía y que políticamente no nos ayudará.
Además, yo sería cauteloso a la hora de derivar cualquier política del mundo real, especialmente en lo que hace a tácticas y estrategias, de El consejo de hierro (o de cualquiera de mis obras de ficción). Nunca he ocultado mis preocupaciones o intereses políticos, así que sería ridículo negar que tales preocupaciones de ruptura social, las cronologías únicas del cambio revolucionario, etcétera, están presentes en mis libros como problemáticas a considerar. Pero el retrato de un momento revolucionario en un mundo fantástico en toda regla, con su propia economía política onírica, claramente no debería tratarse como un modelo o un lecho de Procusto para ninguna política moderna (esta es una de las cosas que siempre me ponen nervioso cuando la gente pregunta, por ejemplo, cuáles son «las lecciones» para la política moderna de tal o cual obra de ficción).
No estoy de acuerdo con tu descripción del final de El consejo de hierro —spoiler alert— como «abstracto, congelado, desfasado». Esto no quiere decir que estés equivocado, porque no creo que los escritores seamos los depositarios de la sabiduría sobre nuestro propio trabajo. Pero sí quiere decir que hay otras formas de leerlo. Para mí, tiene más que ver con el impacto de la lectura del panfleto de Luxemburg «El orden reina en Berlín» (al que por supuesto se hace referencia en el libro) y la forma en que ese texto resonó en mí, a principios del siglo XXI, que con cualquier plan de acción política a nivel táctico.
Todo lo cual, supongo, es para decir que sigo tan comprometido con la lucha de clases —en una lectura abierta, no dogmática y no abstractamente clasista de ese fenómeno— como siempre. Y sigo tan comprometido como siempre con la «lucha de clases fantástica» como forma de pensar y jugar estéticamente (y de otras maneras). En cuanto a la pregunta sobre lo productivo del «modelo de Octubre», me gustaría decir «Neti neti» [N. del T.: Neti neti es una expresión sánscrita que significa «ni esto, ni aquello». Se encuentra en los Upanishads y en el Avadhuta Gita y constituye una meditación analítica que ayuda a la persona a comprender la naturaleza del Brahman negando todo lo que no es Brahman. Uno de los elementos clave de la práctica del Jnana Yoga suele ser la «búsqueda neti neti»].
PP
En el artículo «Marxismo y fantasía» cuestionas la «miopía» de Lenin en lo que hace a la fantasía, expresada en la famosa cita del ¿Qué hacer? sobre la «disparidad» entre sueños y realidad («La disparidad entre los sueños y la realidad no produce daño alguno, siempre que el soñador crea seriamente en sus sueños, examine la vida con atención, compare esas observaciones con sus castillos en el aire y, en general, trabaje a conciencia para cumplir sus fantasías»). ¿Podrías explayarte un poco más sobre los problemas que plantea para una concepción de izquierda valorar como «políticamente defendibles» solo las fantasías «orientadas hacia el futuro», lo que se traduce a menudo en la consideración de que el utopismo es «el único modo fantástico admisible para la izquierda»?
CM
Me temo que tengo poco más que añadir a lo que ya he dicho sobre esto, que es simplemente que una cierta actitud defensiva de la izquierda respecto a lo fantástico se manifiesta en «defensa» de lo fantástico en la medida en que al menos apunte hacia un «proyecto de cambio». Creo que es una forma tonta y reductora de relacionarse con los productos culturales. El modo en que nos impactan psíquica, ideológica, cultural y políticamente está, por supuesto, sobredeterminado y casi infinitamente mediado, por lo que tratar de «resolver» el problema como si se tratara de la aplicación de un código maestro, evaluando si tal o cual obra de arte es «realmente» progresista o reaccionaria, es siempre —siempre— absurdamente simplista.
Además, buscar la aplicación de tales artefactos a la acción política como forma de juzgarlos es un error de categoría. Nótese que no estoy diciendo que no pueda hacerse tal lectura, ni siquiera que no sea útil o esclarecedora. Lo que digo es que sugerir que este es el método para calibrar la «idoneidad» o el «progresismo» del arte es malinterpretar la riqueza y el poder evasivo de los productos culturales. También es, creo, una expresión de profunda debilidad, y un síntoma del retroceso global de la izquierda.
PP
La figura de Lenin no suele asociarse inmediatamente con la ciencia ficción, pero en su vida se pueden encontrar numerosos vínculos con el género (desde el homenaje en el título de ¿Qué hacer? hasta su relación con Bogdanov, pasando por la famosa entrevista con H. G. Wells). Parte de ello podría explicarse por el hecho de que ideas como las del cosmismo ruso habían arraigado en una sociedad tan revolucionada como la rusa y Lenin, con su gran sensibilidad hacia las corrientes sociales de su época, no podía ser ajeno a ello. Recientemente, Michel Eltchaninoff ha publicado incluso un libro titulado Lenin walked on the moon [Lenin caminó en la luna], en el que intenta encontrar algunas de estas conexiones. ¿Qué opinás de esto?
CM
Todo esto me parece fascinante. Estoy infinitamente intrigado por el cosmismo, por algunas de las vías más recherché y excéntricas del primer bolchevismo. Los devoro con gran placer y fascinación, y aprendo de ellos muy a menudo, sobre todo en términos de un cierto antidogmatismo y una noción más vívida y rica del «prometeismo de izquierdas» que el monótono productivismo que suele asociarse a esa etiqueta.
Dicho todo esto, me resisto a la idea de decir «por esto» Lenin es de interés para la ciencia ficción o la ciencia ficción es de interés para el leninismo. Son intereses de especialistas ñoños (y eso no es una crítica). Los encuentro embriagadores, pero no creo —¡y no pretendo sugerir que eso es lo que insinúa la pregunta!— que no compartir tales fascinaciones implique necesariamente un radicalismo inadecuado en el izquierdismo de alguien ni una política inadecuada en el gusto cultural personal.
No puedo insistir lo suficiente en que, aunque tengo gustos muy particulares y me encantan innumerables artefactos culturales de este ámbito (libros, música, películas, TTRPGs o lo que sea), y si bien estoy interesado en su intersección con la política, creo que es imperativo que dejemos de pensar que las cosas que nos gustan son tan importantes políticamente. No digo que no pueda o no deban leerse políticamente, en absoluto: lo que digo es que las justificaciones del gusto, las lecturas más bien necesitadas de tal o cual libro o película que nos gusta como «radical», suelen carecer de sentido.