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Fábrica textil en Bérgamo, Italia, ca. 1750. (Imágenes de bellas artes / Imágenes patrimoniales / Getty Images)

La formación de la clase obrera italiana

Traducción: Florencia Oroz

Tras participar en el levantamiento de la izquierda radical italiana, Franco Ramella se dedicó a escribir sobre la historia temprana del capitalismo y la resistencia de la clase obrera en Italia. Su brillante obra tiene fuertes ecos del famoso trabajo de E. P. Thompson.

El artículo que sigue es una reseña de Terra e telai: sistemi di parentela e manifattura nel Biellese dell’Ottocento, de Franco Ramella (Donzelli, 2022).

 

El advenimiento del capitalismo está inextricablemente ligado al comienzo del colonialismo, la expropiación y la esclavitud. Los pueblos de Asia, África y América pagaron el precio más alto en el ascenso económico del mundo occidental. Pero la explotación de las clases trabajadoras europeas también fue una parte crucial del proceso de industrialización.

A los ojos de la sociedad europea, el capitalismo sigue percibiéndose mayoritariamente como una fuerza liberadora, que sentó las bases de un estilo de vida contemporáneo privilegiado. Sin embargo, incluso en las partes del mundo que más se beneficiaron del sistema, los aspectos negativos del capitalismo eran evidentes. Quizá, si miramos un poco más cerca de casa, estas verdades incómodas sean más difíciles de ignorar.

El trabajo del historiador italiano Franco Ramella ha supuesto una importante contribución a esta labor de denuncia. Su libro Terra e telai: sistemi di parentela e manifattura nel Biellese dell’Ottocento [Tierra y telares: sistemas de parentesco y manufactura en la Biella del siglo XIX] da un vuelco total a la visión tradicional del campo italiano en el siglo XIX. Su enfoque microhistórico sobre las manufacturas textiles revela cómo el capitalismo industrial impuso un régimen de explotación mucho más duro e instauró nuevas formas de precariedad, llevando la miseria a las vidas tanto de los campesinos como de los trabajadores de las fábricas.

La obra de Ramella tiene fuertes ecos de los libros y ensayos de E. P. Thompson sobre la historia temprana del capitalismo en Gran Bretaña. Y, al igual que Thompson, Ramella tendió un puente entre los mundos de la erudición académica y el activismo político en su carrera intelectual. Terra e telai, que apareció por primera vez en la década de 1980, se ha vuelto a publicar recientemente, lo que nos brinda la oportunidad de echar un nuevo vistazo a un importante historiador que merece ser más conocido fuera de su país natal.

La formación de un historiador

El trabajo de Ramella como académico está profundamente entrelazado con sus experiencias vitales y sus afiliaciones políticas. Nació en Biella, una ciudad industrial del norte de Italia, en 1939. Durante la década de 1960, como muchos jóvenes de su generación, se implicó en política, primero en el Partido Socialista Italiano (PSI), y a partir de 1964 en el Partido Socialista Italiano de Unidad Proletaria, que rompió con el PSI tras su entrada en una coalición de gobierno con la Democracia Cristiana.

Durante estos años, Ramella colaboró estrechamente con la revista Quaderni Rossi, que apareció entre 1961 y 1966, contando entre sus fundadores a Raniero Panzieri, Danilo Montaldi, Romano Alquati y Mario Tronti. Estos hombres pueden considerarse, con razón, los pilares de la fase inicial del operaísmo, una influyente corriente de la izquierda radical italiana.

El círculo de los Quaderni Rossi sostenía que la fábrica, la sociedad y el Estado estaban estrechamente conectados. La industria era fundamentalmente una herramienta política desplegada para controlar el trabajo y normalizar la sociedad. En este nuevo escenario, los conflictos de clase ya no giraban en torno a la oposición entre los trabajadores asalariados y el capital. Dado que el control del capitalismo sobre la sociedad se había hecho más estricto, la lucha del proletariado se había ampliado para abarcar otras cuestiones, como la cultura, la imaginación, el lenguaje, las formas de vida y la reproducción.

En un artículo publicado en 1964 en Quaderni Rossi, Ramella y su coterráneo Clemente Ciocchetti arrojaron algo de luz sobre estos nuevos tipos de contención en la industria textil de Biella. Ambos autores recogieron testimonios orales y escritos de los trabajadores mediante el método de la investigación colaborativa (conricerca).

Sus esfuerzos pretendían mostrar cómo la automatización del proceso productivo y la subordinación de los trabajadores a la cadena de montaje afectaban al entorno laboral. En este contexto modificado había surgido un nuevo micropaisaje de resistencia. Los trabajadores ejercieron su voluntad de transformación política y social mediante nuevos instrumentos de lucha: se negaron a trabajar y recurrieron al sabotaje y a otros medios de resistencia individual y colectiva a la disciplina fabril.

El desarrollo capitalista tuvo que contrarrestar eficazmente estas formas proactivas de resistencia. Puesto que los trabajadores ya no actuaban como víctimas pasivas, el capital no podía confiar simplemente en su propia lógica subyugadora. Tuvo que avanzar inventando nuevas formas de explotación. Para frenar la fuerza del trabajo vivo, las fábricas implantaron regímenes de trabajo diferentes y más duros.

Marxismo y microhistoria

A principios de los años 70, el programa de los operaístas se había vuelto impracticable. Cuando el Partido Socialista de Unidad Proletaria se disolvió y el operaísmo entró en crisis, Ramella abandonó la política y se trasladó de Biella a Turín. En una entrevista de 2014 con Serena La Malfa, el historiador explicó que abandonó el activismo político porque se dio cuenta de que el capitalismo había ganado.

Sin embargo, la aceptación de la derrota pronto se convirtió en un impulso que alimentó un nuevo comienzo. En 1974, bajo la supervisión de Giovanni Levi, se licenció en la Universidad de Turín. En palabras de Ramella, el encuentro y posterior colaboración con Levi fue «un punto de inflexión para su biografía intelectual». Desde principios de la década de 1970, Ramella se ha situado en la intersección entre dos tradiciones historiográficas: el marxismo y la microhistoria.

Ramella se acercó a la historiografía marxista a través del trabajo de E. P. Thompson sobre la sociedad inglesa del siglo XVIII. De Thompson, Ramella derivó la idea de que el advenimiento del capitalismo fue el resultado de una sucesión de enfrentamientos entre dos fuerzas principales: por un lado, una economía de mercado innovadora basada en el nexo entre el dinero en efectivo y el conflicto de clases, que giraba principalmente en torno a la cuestión de los salarios; por otro, la economía moral consuetudinaria de las clases plebeyas, cuyo tejido de costumbres y usos económicos tradicionales chocaba con los principios del «libre mercado» y, por tanto, actuaba en su contra.

La microhistoria, especialmente tal y como se desarrolló en las obras de Levi y Edoardo Grendi, fue el segundo enfoque historiográfico que configuró la trayectoria intelectual de Ramella. Al igual que Thompson, estos dos eruditos dirigieron sus investigaciones lejos de lo que denominaron el «centro del poder» y de los grandes personajes que escribieron la historia de la humanidad. Su nuevo objetivo era explorar el mundo ignorado de los márgenes y los «muchos».

Desde este punto de vista, ser uno de los muchos también significaba estar entre los desfavorecidos y los explotados. Pero eso no significa que las identidades de las personas «menores», su existencia como individuos vivos y que respiran, deban perderse en el flujo de la historia mundial. Sus vidas no pueden ni deben reducirse a su papel social, como rostros sin nombre en una multitud homogeneizada y bien organizada de trabajadores.

Los microhistoriadores no consideran el desarrollo histórico como un proceso unificado y lineal, que pueda contarse en una gran narración del mundo en la que solo se recuerden unos pocos nombres, mientras la mayoría son borrados por las olas del tiempo. La historia es más bien un flujo polifacético que consta de muchos centros individuales. Estos centros son personas, y las personas no viven la Historia en un sentido conjetural, sino historias. O mejor aún, sus historias: al fin y al cabo, ellas son lo que importa.

En Terra e telai, publicado por primera vez en 1984, Ramella recombinó elementos de estas dos tradiciones historiográficas, construyendo así su propia perspectiva original. En su opinión, la formación de la clase obrera distaba mucho de ser un proceso directo, lineal e ineludible que convirtiera a una clase monolítica de campesinos en una clase monolítica de trabajadores industriales.

Al contrario, la historia de Ramella se compone de muchas historias diferentes, en las que los protagonistas son hombres, mujeres, familias y hogares. En este marco, los campesinos y los obreros de las fábricas son vistos como personas, no como categorías sociales o meros engranajes de la gran máquina histórica. Aparecen como personas y grupos que trazaron activamente los caminos de sus propias vidas, tanto si su existencia se consideraba digna de ser recordada como si no.

Un lugar tranquilo

La historia de Terra e telai comenzó en el lugar más insólito: el tranquilo valle de Mosso, en las bajas colinas que rodean Biella. Como muchos pueblos europeos en el periodo comprendido entre finales del siglo XVII y la revolución industrial, las pequeñas comunidades rurales de Mosso se caracterizaban por sus bajos ingresos agrícolas y la existencia de una gran reserva de mano de obra barata.

En consecuencia, los agricultores tenían un fuerte incentivo para dedicarse a la manufactura con el fin de complementar sus ingresos. Hombres, mujeres y niños dividían su tiempo entre la agricultura y la industria. Dentro de las paredes de sus propias casas rurales, estas personas trabajaban para producir manufacturas que luego se venderían en el mercado.

En este empeño, los trabajadores podían ser autónomos o depender de algunos pequeños empresarios de la ciudad. En cualquier caso, su casa era su taller y su hogar una célula de producción única e independiente. La mayoría de estas manufacturas eran productos textiles. Los campesinos se dedicaban a estos oficios solo en épocas de escasez, no de forma constante, sino intermitente y dependiendo de la estación.

Estas artesanías caseras estaban destinadas tanto al consumo local como a los mercados nacionales e internacionales. Sin el estímulo de los grandes mercados competitivos, las manufacturas rurales vegetaron tranquilamente en el campo, abasteciendo las necesidades domésticas y locales, pero en general permanecieron intactas ante las presiones del capitalismo comercial. El vínculo entre los campesinos productores y el resto del mundo lo proporcionaban los mercaderes que visitaban las ciudades-mercado de las regiones de la industria artesanal para comprar productos manufacturados.

Las ciudades aún no eran los centros principales de la producción industrial. Eran más bien lugares donde los trabajadores protoindustriales se deshacían de sus bienes, adquirían materias primas y compraban mercancías que no podían producir o cultivar ellos mismos, como alimentos y otros productos agrícolas.

En la campiña de Biella, las exigencias del mercado llegaron a ser tan fuertes que la fabricación superó la oferta de mano de obra disponible. Al hacerlo, impulsó a esta forma germinal de organización industrial a modificar sus técnicas de producción. Así, la industria rural se transformó gradualmente en industria fabril.

De la granja a la fábrica

Lo que ocurrió durante el siglo XIX fue, pues, una transición incómoda y desigual del antiguo mundo de la industria doméstica —discontinuo, multifocal y horizontal— al mundo integrado, centralizado y jerárquico del capitalismo industrial.

En el mundo de la industria rural, los campesinos-fabricantes consiguieron mantener en cierta medida los ritmos de trabajo de las granjas, pequeños talleres o gremios artesanales de los que procedían. También fueron capaces de preservar un grado adecuado de diferenciación entre ellos, tanto en sexo como en edad, asegurando así la suficiente división del trabajo para garantizar el correcto funcionamiento de la industria rural doméstica tradicional.

Sin embargo, a medida que la manufactura industrial se fue imponiendo, alteró la naturaleza y la función de los hogares campesinos de varias maneras. Los salarios monetarios sustituyeron gradualmente a los ingresos familiares tradicionales, mientras que los tejedores dependían cada vez menos de las rentas de la tierra y del apoyo de otros miembros del hogar.

En este nuevo entorno, tanto los hombres como las mujeres eran más propensos a casarse más tarde, hacia el final de la veintena. Sin embargo, la edad a la que tuvieron sus primeras relaciones sexuales no aumentó en consecuencia. Como consecuencia, creció el número de niños nacidos fuera del matrimonio, mientras que los casos de abandono infantil se hicieron cada vez más frecuentes.

La producción se trasladó fuera de la casa familiar. Se reunió a una cantidad cada vez mayor de trabajadores en nuevos establecimientos dedicados a ello: las fábricas modernas. El impacto en la productividad fue enorme: al someterse progresivamente al ritmo de la producción, el trabajo humano se hizo más rápido, alterando tanto la naturaleza del proceso de fabricación tradicional como la del propio trabajo.

La vida de los nuevos trabajadores fabriles había cambiado drásticamente, ya que se veían empujados periódicamente a la precariedad por la naturaleza inestable de los productos industriales y su presencia en el mercado. Cada vez que el comercio se desplomaba y la producción fabril se detenía, los campesinos-fabricantes eran despedidos por sus patronos. En ausencia de industria, los campesinos y sus familias volvían a su ocupación agrícola tradicional, de la que obtenían los ingresos básicos para su supervivencia.

Transformación cultural

Por desgracia, esta alternancia entre industria y agricultura no funcionó del todo bien. La industria manufacturera coincidía con los periodos de mayor intensidad de mano de obra del año agrícola, cuando los campesinos estaban ocupados con la cosecha. Por tanto, los trabajadores eran sobreexplotados tanto en la industria como en la agricultura durante el verano, mientras permanecían ociosos (y privados de ingresos) durante el resto del año.

También cambió la naturaleza de los conflictos sociales. En el mundo de la industria rural, las clases trabajadoras se enardecían más rápidamente por el aumento de los precios, algo que Thompson llamó bread-nexus, es decir, la correlación entre el precio del pan y los disturbios. Por el contrario, el conflicto económico de clase en la Italia del siglo XIX, como en el resto del mundo industrial, encontró su expresión característica en la cuestión de los salarios.

A medida que los trabajadores asalariados crecían en número, se hacían cada vez más dependientes de sus salarios y de sus empleadores, al tiempo que perdían su autonomía como trabajadores rurales. Sven Beckert nos ha recordado recientemente que el control omnímodo de los trabajadores —característica central del capitalismo— experimentó su primer gran éxito en la fábrica textil.

La transición de la manufactura campesina al trabajo industrial acabó con lo que los estudiosos han llamado la «cultura plebeya» de la economía familiar protoindustrial. Todas las costumbres de este modo superado de organización del trabajo se extinguieron, junto con su mentalidad asociada y sus derechos. Eso incluía el derecho a trabajar según un horario autodeterminado y a participar en «rituales tradicionales del tiempo libre», así como el sentido de pertenencia a una comunidad local de aldea y la posibilidad de disfrutar de pautas de consumo establecidas desde hacía mucho tiempo.

Un nuevo régimen laboral

La vida de los trabajadores de las fábricas se había vuelto significativamente diferente de la experiencia manufacturera de los artesanos rurales. Las fábricas impusieron su propio régimen laboral, y los nuevos y frenéticos ritmos de trabajo empujaron a muchos obreros a levantarse contra sus amos.

Resistencia fue la palabra que unificó al movimiento proletario. Sin embargo, su naturaleza compuesta y la diversidad de sus objetivos (y enemigos) dieron lugar a una multitud de lenguajes, actitudes y gestos. Todos y cada uno de ellos estaban diseñados para alcanzar un objetivo específico.

En su obra, Ramella subraya la importancia de esta jerga consuetudinaria de protesta. A medida que el capitalismo desarrollaba formas de opresión más estrictas, la resistencia adoptó sus propias herramientas para contrarrestarlas.

Los fabricantes intentaron explotar las relaciones establecidas desde hacía tiempo entre los hogares campesinos para impedir la concentración de trabajadores en las fábricas. Sin embargo, tanto el hogar campesino como la fábrica moderna se basaban en un sistema de gobierno rígido y jerárquico: dentro de ambas estructuras, los trabajadores establecieron fuertes lazos de solidaridad. Esto les convirtió en aliados en la misma batalla y su camaradería les permitió obtener un control parcial sobre los ritmos de producción.

En términos prácticos, los trabajadores establecieron tácitamente un nivel estándar de producción: los que conseguían aumentar su producción individual de tejidos por encima de ese nivel solían encontrarse aislados y obstaculizados por los demás. Los obreros más productivos se convirtieron en blanco de los medianos, que se negaban a colaborar con ellos. A veces, incluso dañaban sus telares para poner fin a un comportamiento individual que se consideraba perjudicial para el interés colectivo del grupo.

Las huelgas también eran un momento crucial: en ellas, todos los trabajadores debían mostrar su solidaridad con la causa común. Como forma de resistencia, las huelgas se dirigían principalmente contra el propietario de la fábrica y sus intentos de imponer una disciplina laboral más rigurosa. Sin embargo, las huelgas y protestas también podían afectar a otros objetivos: por ejemplo, los trabajadores que no participaban en la huelga podían sufrir graves consecuencias.

Los huelguistas solían etiquetar a quienes se negaban a unirse a su acción con el insultante nombre de «beduinos». Al ser marcados de este modo, se les cortaba todo tipo de relación social con sus compañeros de trabajo y con los miembros de toda la comunidad, con su compleja red de solidaridad y apoyo mutuo. Esto incluía la pérdida de acceso al agua, al crédito y a cualquier otro recurso o forma de ayuda para los «beduinos». Tal aislamiento acabó obligándoles a abandonar tanto la fábrica como el pueblo.

Los propietarios intentaban a menudo sustituir a los huelguistas con trabajadores externos reclutados en zonas de desempleo estructural o periódico, como Lombardía o Toscana. Por supuesto, a los trabajadores locales les convenía expulsarlos. Desde la fábrica hasta la taberna, los trabajadores locales rodearon agresivamente a los forasteros, presionándoles para que les entregaran una parte de su salario como reembolso por lo que, en su opinión, se consideraba un simple robo.

Si estos se resistían, les daban puñetazos o les apedreaban. Cada vez que los propietarios intentaban sustituir a la mano de obra residente en huelga, los recién llegados decidían abandonar la fábrica poco después de su llegada, y las maniobras intimidatorias de los trabajadores locales y sus familias desempeñaban un papel importante en esta elección.

Centros de solidaridad

Dado que el proceso de especialización laboral rompió los lazos entre los trabajadores y la comunidad campesina tradicional, los obreros tuvieron que encontrar nuevos lugares en los que reunirse y establecer lazos de solidaridad sobre una base diferente. En este nuevo entorno, la taberna (osteria o bettola) se convirtió en el lugar de reunión más importante de la comunidad obrera industrial. En las tabernas, los obreros textiles discutían los problemas que planteaba su nueva condición social y nacían nuevos tipos de solidaridad.

La taberna fue también el lugar que acogió las primeras reuniones de la nueva sociedad de Croce Mosso. Formalmente, Croce Mosso era una sociedad de ayuda mutua: en esencia, su objetivo era recaudar fondos para ayudar a los trabajadores en sus momentos de dificultad (enfermedad, desempleo, etc.). En realidad, sin embargo, era mucho más que eso. Reunidos, los miembros de esta asociación decidían la orientación política y las directrices generales del movimiento obrero. Era, a todos los efectos, un instrumento de resistencia.

Por el contrario, los representantes del Estado y los propietarios de las fábricas veían las tabernas como focos de libertinaje y corrupción moral. En su opinión, los trabajadores solo querían salarios más altos para poder gastar sus ingresos adicionales emborrachándose. Más o menos como los políticos y empresarios italianos contemporáneos, que afirman que la gente prefiere holgazanear en casa a trabajar por un salario miserable, los propietarios de las fábricas textiles de finales del siglo XIX justificaban su ansia de beneficios vilipendiando la taberna y todas las estrategias contra la explotación que se concebían entre sus paredes.

La verdad era muy distinta, por supuesto. Los trabajadores ahorraban parte de sus salarios para complementar sus escasos ingresos agrarios, pero también invertían otra parte de su salario para financiar sus estrategias de resistencia a la explotación industrial. Un funcionario del Estado que investigaba las huelgas de la década de 1870 informó de que los trabajadores utilizaban el poco dinero que recibían de su patrón para apoyar el movimiento huelguístico. Su motivación era bastante directa: «No puede haber ahorro si no es para luchar contra il padrone».

Como reacción a la resistencia de los obreros, los propietarios de las fábricas adoptaron el telar mecánico y sustituyeron su mano de obra masculina por trabajadoras mujeres. Estas últimas eran mucho más baratas y —al menos en teoría— más fáciles de mantener bajo control. A diferencia de las estrategias anteriores, que aún preservaban algún tipo de continuidad entre el funcionamiento del hogar y el sistema fabril, esta nueva política trastornó el hogar tradicional. Provocó el abandono escolar de los niños a una edad temprana, matrimonios tardíos, el declive demográfico y, finalmente, la emigración de los trabajadores varones desempleados para hacer fortuna en otros lugares.

Patrones de emigración

En Terra e telai, Ramella demuestra la estrecha correlación entre los cambios en el régimen laboral, las alteraciones en la estructura demográfica y los ciclos migratorios. Así pues, no es de extrañar que en los años siguientes a la publicación de su obra maestra, se interesara cada vez más por la vida y los sentimientos de las personas que abandonaron Italia durante el surgimiento del capitalismo industrial.

En este campo concreto, Ramella editó junto con Samuel L. Baily una colección de cartas escritas por los miembros de la familia Sola: One Family, Two Worlds: An Italian Family’s Correspondence across the Atlantic, 1901–1922 (1988). La correspondencia de la familia Sola es un rico y detallado conjunto de documentos que nos ofrece una visión única del proceso subjetivo de la migración. El libro bien podría considerarse un complemento de Terra e telai, ya que describe las vicisitudes de las personas que abandonaron su hogar por otro país (en lugar de las que dejaron el campo por las fábricas de las zonas urbanas).

En sus estudios posteriores, Ramella investigó las trayectorias de las migraciones internas e internacionales, investigando las redes de asistencia que facilitaban la integración de los recién llegados en su ciudad o país de adopción, así como las múltiples formas en que los emigrantes remodelaban su sociedad de acogida. Durante el primer año de la pandemia de COVID-19, Ramella también escudriñó incansablemente la conexión causal entre la movilidad humana y la difusión del virus. Esto hizo que su propia muerte por el virus, el 25 de noviembre de 2020, fuera aún más trágica.

Recuperar a Ramella

¿Por qué se ha reeditado Terra e telai casi cuatro décadas después de su publicación original? En el periodo transcurrido desde 1984, los historiadores han mejorado enormemente nuestra comprensión del capitalismo, o más bien de los capitalismos en sentido plural. Han propuesto definiciones novedosas de lo que es el capitalismo, con diferentes cronologías y trayectorias multilineales que conducen a la formación de la economía global moderna.

También han reorientado la atención académica hacia temas como el colonialismo, la raza y la violencia, y han demostrado hasta qué punto la afirmación violenta del capitalismo dependía de la intersección de distintos mecanismos de opresión como la raza, el género y la etnia.

En el prefacio de la edición de 2022, Maurizio Gribaudi ofrece una convincente justificación para la recuperación de la obra de Ramella. A pesar del paso del tiempo, Terra e telai sigue destacando por su capacidad para describir con precisión cómo el capitalismo industrial cambió la vida social de la gente corriente que vivía en el valle del Biellese durante el siglo XIX.

Los relatos de Ramella sobre la comunidad agrícola de Mosso demuestran que no hay razón para que no puedan coexistir y complementarse un enfoque de la investigación histórica que se ocupe de amplias transformaciones sociales y otro centrado en la vida y la existencia de la gente corriente. La tarea del historiador consiste en explorar las conexiones entre estos dos niveles de experiencia histórica. La obra de Franco Ramella es un testimonio de la eficacia de este enfoque.

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Publicado en Artículos, Historia, homeIzq, Italia, Sociedad and Trabajo

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