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Instituto de Investigación Social de Frankfurt.

Contra el funcionamiento en modo de crisis

Traducción: Rolando Prats

Nuevas perspectivas de la teoría crítica. Documento colectivo del Instituto de Investigación Social de Frankfurt.

Serie: Dossier Cien años de teoría crítica

Con motivo de su centenario, el Instituto de Investigación Social (IfS), afiliado a la Universidad Goethe de Frankfurt y más comúnmente conocido como Escuela de Frankfurt, acogió la conferencia internacional “Futuring Critical Theory” entre el 13 y el 15 de septiembre de 2023. Como parte de los preparativos para la conferencia, los miembros del Instituto sostuvieron un intenso debate sobre las perspectivas de las investigaciones del IfS de cara al futuro. En las reflexiones que siguen se presentan a examen las conclusiones provisionales de ese proceso, todavía en marcha, de autoevaluación. 

Cien años del IfS – Perspectivas de investigación

El Instituto de Investigación Social cumple 100 años. Este hito constituye tanto una ocasión como una obligación de arrojar una mirada sobre nuestra historia y elaborar nuevas perspectivas para las investigaciones del Instituto de cara al futuro. Los cien años del IfS señalan continuidades en sus aspiraciones académicas y políticas: la investigación social como medio de poner al descubierto y someter a crítica las relaciones de dominación social y medir la distancia que se interpone entre las realidades y las potencialidades de la sociedad. Sin embargo, la historia del Instituto está lejos de haber seguido un camino recto y ha sido tan turbulenta como la historia social de Alemania en los últimos cien años. Los años de formación del IfS estuvieron marcados por el fracaso de la revolución de 1918/19, el breve auge de la democracia y las energías culturales de la década de 1920. La orientación del Instituto hacia una teoría crítica de la sociedad lleva la impronta del ascenso histórico del fascismo, la persecución y el exterminio sistemáticos perpetrados por el régimen nacionalsocialista, la emigración del Instituto en 1933 y la experiencia del exilio en los Estados Unidos. Tras su improbable regreso a la Alemania pos-nazi, acuciado por no pocas ambivalencias morales y políticas, el Instituto de Frankfurt se vio envuelto en los empeños democratizadores de la primera República Federal y, en las décadas de los 50 y los 60, se encontró en la encrucijada de controversias académicas, debates públicos y movimientos sociales. En la década de los 70, el IfS sirvió de espacio de reflexión sobre la liberalización y socialdemocratización de una sociedad todavía predominantemente conservadora y autoritaria. En ocasiones, también fue escenario de movimientos intelectuales exploratorios de una izquierda no tradicional. Desde entonces, en un ambiente académico y político en constante cambio, el IfS ha venido consolidándose como lugar de investigación empírica de la transformación estructural de la sociedad capitalista y de la evolución de una Teoría Crítica normativamente reformulada.

La celebración del centenario del Instituto de Investigación Social tiene lugar en momentos de inequívoca convulsión del orden social capitalista. La fundación del Instituto en 1923 coincidió con un período de agitación y de luchas sociales que, por un breve momento histórico, hizo que muchas cosas parecieran posibles, entre ellas una revolución de las relaciones de producción y propiedad protagonizada por la clase trabajadora. Frente a conmociones sociales de largo alcance, el Instituto se vio a sí mismo como acompañante intelectual —cuando no como participante activo de un movimiento político de emancipación— como actor académico de la crítica de relaciones societales que sistemáticamente producen explotación y alienación, cosificación y sufrimiento innecesario. Desde el principio, la Teoría Crítica reveló de ese modo sus aspiraciones normativas, las cuales no ha abandonado, aun cuando sea cierto que en ciertos momentos habría podido parecer que la que retrospectivamente llegaría a conocerse como Escuela de Frankfurt se había en parte distanciado de las luchas sociales concretas por un cambio social radical. En la historiografía del IfS se ha solido ver en el “68” —que para muchas personas politizadas de aquel entonces llegó a representar una nueva situación pre-revolucionaria—, un símbolo de la enajenación de los estudios críticos respecto de los movimientos políticos de la época, a pesar de toda la solidaridad y de los lazos personales que unían al Instituto con las y los protagonistas del movimiento estudiantil de Frankfurt. No obstante, en sus investigaciones el Instituto se ha mantenido invariablemente cerca de los temas y las preocupaciones de esos movimientos; por ejemplo, en los ámbitos de la sociología laboral y sindical, la teoría de género o, en años posteriores, los estudios sobre migración. El análisis de las “revoluciones democráticas” en la RDA y Europa del Este en 1989/90 hizo sin embargo que afloraran, al igual que sucediera en el seno de la izquierda no tradicional en su conjunto, controversias firmemente arraigadas en torno a la interpretación y la evaluación de esos acontecimientos. Con la implosión del socialismo de Estado, el proclamado triunfo político de Occidente en la “batalla entre los sistemas” y la continua transformación neoliberal del capitalismo desde la primera década del nuevo siglo, la discrepancia cada vez mayor entre las promesas normativas de la modernidad y su realización social práctica, junto con la transformación aparentemente paradójica de las exigencias de autonomía individual en procesos institucionalizados de disciplinamiento, se convirtieron en el tema rector de las investigaciones del Instituto.

Hoy en día, surge de nuevo la necesidad de reorientar la labor del IfS en el ámbito académico y reexaminar su posicionamiento social, haciendo un renovado énfasis en las categorías de crisis y conflicto. Lo oportuno de semejante cambio de perspectiva se explica no solo porque las sociedades en las que prevalece el modo de producción capitalista continúan experimentando crisis y contradicciones en su modo de reproducción, sino también porque los fenómenos de crisis se han convertido en una amenaza existencial, todo lo cual exige un nuevo enfoque, ya que las contradicciones del orden democrático-capitalista han comenzado a poner en tela de juicio el propio modo de organización social. Ya no se trata solo de tensiones dentro del sistema; el propio sistema está en peligro. Las sociedades occidentales atraviesan hoy por una crisis de hegemonía que hace apenas dos décadas habría sido impensable y que está sacudiendo los cimientos de la imagen política, económica y cultural que de sí mismo tiene el propio sistema. Somos hoy protagonistas de una revolución digital en todos los ámbitos de la sociedad y en prácticamente todas las dimensiones de la vida cotidiana y somos, además, testigos del auge global de la derecha autoritaria, el antisemitismo y el neofascismo, impulsados en gran parte por los medios sociales, al mismo tiempo que asistimos a la continua e irreversible destrucción de las bases materiales de la reproducción social. Los sujetos contemporáneos hacen frente al nuevo desafío que supone encontrar formas prácticas de lidiar con condiciones sociales cuya innegable productividad es a la vez fuente de una evidente destrucción; condiciones que escapan al control de la mayoría de las personas, al tiempo que todo intento de organización colectiva con propósitos emancipatorios pronto tropieza con insalvables obstáculos, a pesar de todos los esfuerzos y de todas las luchas que se emprenden con ese fin.

Habida cuenta de todo ello, las investigaciones del IfS tienen como principal objeto de interés una formación social que a la par que aparenta una asombrosa robustez pareciera haberse sumido en un desorden cada vez mayor. El centro de la atención de esas investigaciones lo ocupan, por un lado, la contradictoria naturaleza de las condiciones imperantes y, por el otro, la oposición a la perpetuación de esas condiciones. ¿Cómo es posible que la dominación capitalista, a pesar de todas las manifestaciones de crisis y de todas las contradicciones experimentadas, logre reproducirse una y otra vez? ¿Cómo es posible que la destrucción capitalista de la naturaleza y la subyugación de los sujetos se tengan por insostenibles y, a pesar de ello, se sigan perpetuando? ¿Cómo entender que muchos duden de la continuidad del statu quo, pero aun así contribuyan a mantenerlo? ¿Cómo es posible que la mera idea de una forma alternativa de organización de la vida social y de las relaciones sociales parezca hoy simplemente imposible?

Hacernos esas preguntas significa reconocer la necesidad de volver a abordar las cuestiones que siempre preocuparon a la Teoría Crítica de la Sociedad y reafirmar el interés que siguen teniendo las respuestas dadas a esas preguntas a lo largo del tiempo. Sin embargo, dada la transformación de las realidades materiales, las futuras investigaciones del IfS habrán de acometer el examen y la renovación de los saberes acumulados y los horizontes epistemológicos de la Teoría Crítica. A fin de cuentas, del mismo modo que se han transformado las condiciones societales, también lo han hecho los puntos de referencia y las metodologías en que se sustenta la investigación de esas condiciones. Hacer que las contradicciones y las crisis de la formación social capitalista vuelvan a ocupar el centro de la atención de una Teoría Crítica de la Sociedad no implica simplemente abordar el conflicto de intereses inherente a las relaciones capitalistas como si fuese el único motor del devenir histórico; tampoco debemos asumir que las crisis siguen trayectorias lineales ni suscribirnos a una lógica de inevitables intensificaciones. Implica, en cambio, reconocer las complejas dinámicas de crisis del capitalismo contemporáneo y la diversidad estructural de la constelación de contradicciones que lo caracterizan.

Las perspectivas esbozadas a continuación tienen como finalidad proveer un punto de apoyo común a las investigaciones teóricas y empíricas del IfS por medio de la formulación de interrogantes de interés común. Esas perspectivas son expresión de un enfoque según el cual la producción académica supone una intervención en las condiciones societales y, simultáneamente, una práctica que sufre el impacto de esas condiciones. También indagan en la posición específica que, en una compleja estructura de diferenciaciones sociales y relaciones de desigualdad, ocupan los investigadores a la hora de involucrarse en los debates sobre la interpretación y la configuración de la sociedad. Corresponde un papel en la reflexión asimismo al lugar en que se llevan a cabo esas investigaciones: por su peso en la historia del IfS, Frankfurt es emblema del ímpetu intelectual de la Teoría Crítica y la investigación social. Al mismo tiempo, por su condición de centro financiero global y base de operaciones de empresas multinacionales, consultorías de gestión e importantes firmas de abogados, Frankfurt también encarna el poderío material del capitalismo.

Un mundo que se desintegra

¿Cómo puede la dominación capitalista reproducirse una y otra vez y qué obstáculos se interponen a su reproducción? Ante el enigma de una formación social que no ceja en aferrarse a sus arraigados modos de operar, buscamos respuestas en forma de una teoría del funcionamiento en modo de crisis, por un lado, y una teoría de la práctica de lo posible, por otro. La fundamentación, explicación y articulación de ese doble movimiento se nos presentan en sí mismas como objeto de futuras investigaciones. Dicho de manera breve y aproximada: la crisis radica en el hecho de que las cosas sigan como hasta ahora, pero si habrán de seguir así y podrán seguir haciéndolo es algo que queda por confirmarse en la práctica social cotidiana.

¿Qué significa esto? Las sociedades ricas de “Occidente”, y con ellas el mundo del capitalismo globalizado que se ha expandido desde Europa, se enfrentan a una auténtica amenaza existencial que no ha dejado de agudizarse en los últimos tiempos. Ello vale en el doble sentido de que, por su anacrónico modo de reproducción, esas sociedades están en vías de destruir tanto las bases materiales y naturales de la existencia humana como las condiciones sociales necesarias para una coexistencia pacífica. La formación social del capitalismo de la modernidad tardía se caracteriza por el hecho de que sus efectos productivos de creación de valor económico y prerrogativas sociopolíticas también generan sistemáticamente efectos destructivos como la devastación ecológica y el empobrecimiento social.

Señalar la propensidad estructural del capitalismo a las crisis y las contradicciones no es nada nuevo en términos analíticos y menos aun empíricos; para muchas personas en gran parte del mundo ello ha sido un elemento constitutivo de su experiencia diaria durante generaciones. Por el contrario, en las regiones históricas centrales de la sociedad capitalista, al menos durante varias décadas tras la Segunda Guerra Mundial y para las mayorías sociales con poder de decisión electoral, se llegó a establecer un estado de cosas político y social en que todo parecía estar más o menos en su lugar. Ese estado de cosas no lo era menos por el hecho de que esas sociedades lograran externalizar eficazmente una parte sustancial de los costos de su modo de reproducción. La organización de esas autodenominadas sociedades capitalistas democráticas dependía principalmente de la antigua dominación colonial o de la participación indirecta en ella, lo cual redundaba en asimetrías económicas y ecológicas firmemente enraizadas. Dicha externalización funcionaba tanto hacia “afuera” como hacia “abajo”: en relación con regiones periféricas o marginalizadas del sistema capitalista mundial, por un lado, y con los peldaños más bajos de jerarquías sociales globales y nacionales, por el otro.

Desde inicios del siglo XXI —tras la crisis de los mercados financieros en los años posteriores a 2007, la represión cada vez más brutal y militarizada de los flujos migratorios desde 2015, la aceleración del calentamiento global, perceptible hoy en todo el mundo, y más recientemente, el retorno de la guerra al continente europeo—, definitivamente el mundo parece otro bien distinto también en Alemania. Puede que el término Zeitenwende, o “punto de inflexión”, posea un trasfondo específicamente alemán (y claramente orientado al poder), pero sin duda capta un sentimiento generalizado en toda la sociedad de que se está asistiendo al final de una “larga ola” de desarrollo político y económico estable. El atrapamiento material e ideológico, físico y mental del sujeto por la dialéctica capitalista de productividad y destructividad se hace cada vez más obvio en las sociedades ricas. Para muchos, el orden institucional de democracia y economía de mercado, estado de bienestar y masificación del consumo, sigue sigue siendo fiuente de oportunidades para que cada cual se gane el sustento y logre la autonomía, lo que a su vez se traduce en sujeción no solo material sino también normativa y afectiva a ese mismo orden. El mundo de la vida y la producción de sentido de ciudadanas y ciudadanos depende de que se perpetúe el funcionamiento societal; de que se reproduzca un orden social que distribuye de manera extremadamente desigual las oportunidades de vida y, al mismo tiempo, destruye sistemáticamente sus cimientos.

A fin de explorar las posibilidades de emanciparnos de las relaciones sociales imperantes y, a la larga, de superarlas, debemos no solo considerar ese apego subjetivo profundamente contradictorio a la racionalidad destructiva del sistema. También debemos tener en cuenta las cambiantes condiciones económicas, políticas y ecológicas necesarias para la reproducción capitalista. La destrucción ecológica, cada vez mayor, cuyos inicios se remontan a las sociedades tempranamente industrializadas, ha venido acelerándose exponencialmente desde la década de 1950, impulsada por niveles cada vez más elevados de producción y consumo, o, en otras palabras, por el consumo cada vez más intensivo de los recursos materiales necesarios para satisfacer esas demandas (la “gran aceleración”). Junto con esa tendencia, sin embargo, se observa una persistente y tal vez permanente debilidad en el crecimiento de los países industriales ricos (“estancamiento secular”). La búsqueda desesperada de un nuevo régimen de acumulación, ya sea a través de la economía de la información o de la tecnología ambiental, tiene como telón de fondo desplazamientos estructurales del poder en todo el sistema mundial y drásticas desigualdades en lo que respecta a las oportunidades de vida y supervivencia a nivel global. Los flujos migratorios globales que se mueven en sentido contrario al de los criterios de selección y las ideologías de integración de las economías centrales del capitalismo global suscitan luchas políticas en relación con la sustancia de la democracia liberal, en época de movilizaciones nacionalistas autoritarias. Los conflictos en torno a los recursos que sirven de materia prima del “capitalismo verde” se intensifican cada vez más y son parte de una constelación de crisis ecológicas que encuentra su reconocimiento público más sorprendente en el término cambio climático, pero que en realidad va mucho más allá de la cuestión de las emisiones de dióxido de carbono y de cómo reducirlas, capturarlas y almacenarlas. La distribución cada vez más desigual de los recursos pertinentes, que lo es incluso en el llamado capitalismo de bienestar, la profunda alienación social respecto de las instituciones y las agentes y los agentes de la democracia representativa, la agresividad cada vez mayor de posiciones y prácticas racistas, anti-feministas y anti-queer y, por si fuera poco, el ostensible atractivo de interpretaciones autoritarias y movimientos sociales que presentan todos los atavíos propios del fascismo, completan el panorama de condiciones societales que para grandes segmentos de la población, incluso en las regiones más privilegiadas del mundo, conllevan una significativa ruptura con las concepciones del mundo y las experiencias vitales que se habían vuelto norma tras la Segunda Guerra Mundial.

A pesar de todo ello, la funcionalidad del orden social parece estar asegurada y siguen en pie los procedimientos institucionales establecidos. Por irónico que se antoje, la realidad parece así validar las fantasías funcionalistas de la teoría sociológica de sistemas: la economía debe crecer porque sí, sean los que fueren los costos resultantes; las instituciones democráticas se las arreglan, mientras hacen caso omiso de todas las señales de distanciamiento político que les hacen llegar sus destinatarias y destinatarios; el nacionalismo económico y el individualismo posesivo exhiben tanta vitalidad como antes, mientras el nuevo cemento cultural de la sociedad resulta ser como el viejo y tan capaz como aquel de causar divisiones. Por consiguiente, el diagnóstico no puede ser otro: Sí, ‘funciona’, de alguna manera sigue funcionando: Pero, ¿exactamente cómo? ¿En qué constelaciones contradictorias y contra qué resistencia cotidiana? ¿A qué costo y para quiénes? ¿Qué tendencias contrarias se resisten a la persistencia del funcionamiento? ¿Cuáles son las premisas sociales que la hacen posible y cuáles los límites sociales de que las cosas sigan como hasta ahora?

Según una teoría del funcionamiento en modo de crisis, es precisamente la capacidad del orden social de la modernidad tardía para seguir funcionando lo que deberá considerarse el verdadero fenómeno de crisis en las presentes circunstancias. A su vez, una teoría de la práctica de lo posible explica la perpetuación de los mecanismos operacionales habituales de las sociedades capitalistas “avanzadas” como una cuestión empírica, apuntando así a la posibilidad de transformación social. La perspectiva de la teoría de la crisiscentra la atención en el hecho de que las dinámicas productivas y destructivas del capitalismo obedecen a los mismos factores: lo que esas dinámicas generan en términos de valor económico y seguridad social, autonomía cultural y lealtades políticas, lo adquiere o lo expolia por medio de un vasto conjunto de formas y mecanismos, a menudo violentos, de explotación económica y exclusión social, apropiación cultural y desempoderamiento político. La perspectiva de la teoría de la práctica adopta una postura contraria a la reificación de las funciones del sistema y muestra que las funciones capitalistas no se reproducen pura y simplemente (“sistémicamente”), sino que siempre aparecen mediadas por los logros reproductivos de agentes reales. Sin estos últimos, la capacidad del sistema para funcionar se ve en peligro. El entrelazamiento que aquí proponemos de la perspectiva de la teoría de la crisis y la teoría de la prácticaguarda una clara afinidad electiva con la distinción que se hace en la Teoría Crítica entre sistema y mundo de la vida. A fin de no caer en el diagnóstico unilateral de que que los imperativos estruturales del sistema capitalista permean las interacciones de la vida cotidiana, cabe hoy preguntarse si los intereses relativos a la seguridad y las necesidades de estabilidad de los sujetos no los hacen a su vez “cómplices” con el empeño de asegurar el funcionamiento del sistema, en una suerte de “colonización” en sentido contrario. Y también si la reproducción del funcionamiento en modo de crisis podría explicarse a través de esas dos tendencias en principio opuestas, pero tal vez de hecho paralelas. Si bien todavía no estamos en condiciones de responder a esa pregunta, las consideraciones que anteceden apuntan a posibles problemas y limitaciones en relación con el dualismo del par sistema-mundo de la vida, así como al subsiguiente tema de investigación sobre la medida en que esa diferenciación categorial podría dar cuenta de las actuales constelaciones de contradicciones o si, a la luz de nuevas realidades sociales, debería ser objeto de ulterior examen.

En ese contexto, también habrá que contender con posturas socialmente impactantes —en cuya producción participa igualmente el ámbito académico— y afrontar el atrapamiento del sujeto por el sistema. Cabe entender las prácticas de “desrealización”, de negación individual y colectiva de la realidad como un postura cínica: una actitud socialmente normalizada de agresiva indiferencia a las consecuencias estructurales de la reproducción capitalista. Es cínico pretender que todo marcha bien cuando se sabe que el capitalismo produce efectos destructivos y consecuencias fatales. Para quienes asumen la ineluctabilidad de un final catastrófico, la civilización industrial está llegando a su fin y, a menos que se opere un cambio en los comportamientos individuales, estamos abocados a un inminente apocalipsis. También esa postura, que habla de un permanente estado de emergencia (“faltan cinco para las doce”), da expresión a una visión occidental de las cosas: cuando los efectos destructivos del orden capitalista alcanzan a las clases dominantes y a las élites de la estructura social global, de repente aflora un gran desasosiego, al que en no poca medida contribuye un sentimiento de autoconmiseración.

Por el contrario, para quienes adoptan una postura solucionista los problemas estructurales del capitalismo de la modernidad tardía se podrán resolver siempre que se apliquen contramedidas inteligentes. Desde esa perspectiva, la crisis climática se convierte en asunto de innovación tecnológica y regulación tecnocrática del comportamiento, conjuntamente con la adopción de medidas para que los flujos migratorios globales se reencaucen ordenadamente en la dirección deseada y para que las exhortaciones políticas a la cohesión social sirvan de paliativo a la crisis de la democracia. Semejante enfoque se ve ensalzado como práctica progresista, pero en última instancia las soluciones propuestas no son otra cosa que una variante pseudo-racional de corrección (socio)tecnológica de las condiciones existentes.

Por un lado, futuras investigaciones tendrían que examinar más detenidamente esas posturas a fin de desentrañar las posiones sociales desde las que emergen tales perspectivas, las disposiciones prácticas con las que estas últimas están asociadas, las funciones que desempeñan y cómo interactúan unas con otras en la dinámica del discurso social. Por otro lado, la Teoría Crítica de la Sociedad y la investigación social deberán contrarrestar la adopción de posturas que, cada una a su manera, estabilizan el modo dominante de reproducción social, planteando a tal efecto preguntas de largo alcance: ¿Qué intereses no solo materiales sino también ideológicos están vinculados con la preservación del statu quo? ¿Quiénes en realidad pueden permitirse, socio-estructuralmente, que las cosas sigan como hasta ahora y quiénes tienen que pagar por ello? ¿Para quiénes funciona la reproducción capitalista y para quiénes no? ¿Quiénes están obligados a funcionar pero al mismo tiempo convertirse en personas explotadas, excluidas e invisibilizadas? ¿Qué prácticas sociales no se adaptan al disfuncionamiento y logran evadirlo? ¿Quiénes siguen apostando hoy a la necesidad y a la posibilidad de un cambio social radical, en contra de las formas existentes de cierre anti-emancipatorio de los imaginarios sociales?

Un mundo en contradicción

Las respuestas a tan diversas preguntas tendrán que localizarse en registros diferentes. Los análisis técnico-materiales y socio-estructurales “duros” de mecanismos de funcionamiento sistémico aparentemente inamovibles deberán ir de la mano de la investigación sobre factores culturales y discursivos “suaves”, disposiciones psicológicas y constructos ideológicos. Tal vez en el entrecruzamiento de esos trayectos analíticos resida todavía la clave del verdadero “secreto comercial” de la dominación capitalista: que dicha dominación es tanto “objetiva” como “subjetiva”; a la vez una relación funcional anónima y un modo de subjetivación reflejado en actitudes, mentalidades y concepciones del mundo. Lo que la Teoría Crítica temprana tenía en mente al acuñar la fórmula de “materialismo interdisciplinario” como interacción de perspectivas aportadas por la sociología, la jurisprudencia, la economía, los estudios culturales y artísticos, la estética, el psicoanálisis y la filosofía social, respondía a la voluntad metodológica de dar cuenta de esa complejidad material de lo social. No renunciar a ese propósito en las condiciones académicas y disciplinarias actuales y reformularlo en relación con formas contemporáneas de discurso científico y conocimiento acumulado es un desafío a cuya altura el Instituto de Investigación Social desea situarse.

Las diversas y específicas constelaciones de contradicciones del capitalismo de la modernidad tardía serán, por tanto, punto de partida para futuras investigaciones en el IfS. Por lo que respecta a la teoría de la crisis, lo que aparece a la vista es cómo, durante el proceso de reproducción capitalista, se actualizan constantemente las contradicciones. En cuanto a la teoría de la práctica, el centro de la atención lo ocupará el atrapamiento de los sujetos por mecanismos de reproducción contradictorios y potencialmente auto-destructivos, junto con las oportunidades al alcance de esos sujetos para desplegar una práctica que trascienda esos mecanismos. El cambio climático, con todas sus consecuencias sociales, sin duda es el más acuciante de los problemas existenciales a que nos enfrentamos y podría servir de ilustración paradigmática de esa perspectiva teórica y empírica.

El cambio climático es un hecho y el aceleramiento del calentamiento global es un fenómeno ya perceptible en nuestras latitudes. Sin embargo, la solución del problema se sigue dejando en manos del modus operandihabitual de los sistemas políticos y económicos. En el plano político, los gobiernos capitalistas democráticos reaccionan a la crisis climática de la forma típica, habida cuenta de su proverbial grado de dependencia respecto de la acumulación y la legitimación: mantener las condiciones que hacen posible que se siga acumulando capital, libre de trabas, a pesar de las evidentes amenazas que se ciernen hoy sobre la reproducción material de la vida social, y al mismo tiempo velar por que se mantengan las condiciones sociales necesarias para la aceptación generalizada de la economía capitalista. Ello determina la forma que adoptan las políticas climáticas en las sociedades ricas: se procede a crear comisiones de expertos para que informen, adviertan y amonesten, mientras los gobiernos tratan de relativizar la gravedad del problema, descargar en otros la responsabilidad o dejar para después las cosas. Ese tipo de respuesta política es ferozmente impugnado: mientras los activistas contra el cambio climático y los países más afectados por la urgencia de la crisis climática exigen que se ponga en práctica una política climática global más eficaz y tratan de hacer rendir cuentas a los países tempranamente industrializados, los regímenes autoritarios de extrema derecha en todo el mundo ponen en práctica políticas regresivas de negación e inacción virulentas.

Sin embargo, en los centros del capitalismo global, la mayoría de las empresas y asociaciones empresariales hacen alarden agresivamente de su conciencia de los problemas ecológicos. Los consiguientes programas de acción abarcan todo el espectro: desde la reorientación tecnológica de la producción hasta el marketing y el greenwashing (“blanqueo ecológico”) estratégicos. Sea como fuere, el quid de la cuestión sigue siendo operar como de costumbre, es decir, business as usual: incuestionablemente, la rentabilidad de las empresas y los dividendos de las inversiones empresariales no han dejado de ser la máxima prioridad; la demanda de recursos naturales sigue en aumento (e incluso está acelerándose) y el régimen energético se reestructura sin que en esencia se cuestione el inmenso consumo de energía de las economías industriales tardías de alta productividad. Nos mantenemos impasiblemente aferrados a un modo de producción que destruye la naturaleza y que, al hacerlo, erosiona sistemáticamente las condiciones materiales indispensables para su reproducción. Si desde el punto de vista de la lógica capitalista se ha creído siempre en la asequibilidad y la incesante abundancia de los recursos naturales, hoy en día, en el mejor de los casos, se opera un giro hacia la fijación de precios por el consumo de la naturaleza. Alterar de manera fundamental la relación entre la sociedad y la naturaleza de un modo que haga posible trascender la instrumentalización y el agotamiento no es un objetivo que figure en la agenda. Las relaciones globales de dominación se ajustan a las nuevas condiciones de crisis y, de esa manera, se perpetúan. Las estrategias neocoloniales que en materia de hidrógeno llevan adelante la Unión Europea y, en particular, Alemania, son un ejemplo notable.

Las contradicciones del enfoque dominante respecto del problema del cambio climático se reflejan en el mundo de la vida y en las prácticas cotidianas de las agentes y los agentes sociales de todo el mundo. En las sociedades ricas, la discrepancia fundamental entre las necesidades ecológicas y las acciones políticas y económicas se transfiere a las personas, quienes la interiorizan de diferentes maneras: ya sea mediante la autodisciplina (consumo ético) o la agresión (hiperconsumo ostentoso), ya sea culpando a los demás (atribuyendo la responsabilidad a terceros) o desentendiéndose del problema (ignorancia activa). Cada una a su modo, esas formas de reacción, distribuidas de manera harto desigual en toda la estructura social, producen efectos atenuantes en las prácticas organizativas e institucionales de protección del clima: las luchas cotidianas en torno a la cuestión de la conciencia ecológica “correcta” o “inadecuada” y el comportamiento individual respetuoso con el medio ambiente tienden a distraer la atención respecto de los intereses creados y las estrategias de actuación de poderosos agentes económicos y políticos. Consecuentemente, las normas societales establecidas sobre el consumo de la energía fósil y la maximización personal de las opciones se cuestionan, cuando mucho, a nivel retórico, pero no en la práctica. Para las mayorías sociales, la posesión de un automóvil y de una casa unifamiliar, la movilidad individual y el consumo ostentoso —insignias todas del estilo de vida propio del fordismo— siguen constituyendo rasgos esenciales de una existencia de clase media. Es innegable que la presunta “guerra cultural” por la continuación o la transformación de prácticas cotidianas tradicionales tiene una base material: aunque la retórica sobre la libertad, movillizada por los movimientos autoritarios de extrema derecha, comulga abiertamente con la exclusión social, la crítica de los estilos de vida no-ecológicos por sectores que se autoproclaman de vanguardia a menudo amparan características socialmente regresivas.

Bajo esas condiciones, los progresos realizados en las políticas de las sociedades ricas sobre el cambio climático (por ejemplo, en relación con la huella de carbono en cada país) no solo se encuentran muy por debajo de los objetivos auto-impuestos —como en el caso de la meta de 1.5 grados en lo que respecta al calentamiento global, la que en cualquier caso se fijó según criterios de factibilidad política—, sino que además y sobre todo las medidas políticas adoptadas por los países industrializados de Occidente no han logrado otra cosa que afianzar relaciones globales de desigualdad, ya que en ningún momento se cuestiona el modo de producción capitalista de la riqueza. No es por azar que tanto en el discurso público como en el científico haya ganado en popularidad el término “Antropoceno”, como si los “seres humanos” o la “humanidad” fueran la fuente del mal planetario y se los invocara indiferenciadamente como sujeto colectivo de un cambio de rumbo. Semejante discurso oscurece el hecho de que son las sociedades tempranamente industrializadas de Europa y América del Norte las que cargan con la responsabilidad histórica de la vasta mayoría de las emisiones perjudiciales para el clima. Por otro lado, se pasa por alto en no poca medida que la raíz del problema está en un modo de producción capitalista hoy globalizado, estructuralmente basado en la devaluación, la apropiación y la explotación de los fundamentos materiales de la vida humana y no humana como “recursos” para la productividad económica. Esos recursos para la reproducción societal a menudo provienen de regiones periféricas del mundo y su apropiación y explotación devaluantes están mediadas por diversas formas de violencia.

Es en particular en los efectos ecológicos de las actividades económicas capitalistas donde con mayor claridad se revela la violencia, no como medio incidental y evitable para la reproducción de relaciones sociales que en general se consideran pacíficas y civilizadas, sino como medio constitutivo y necesario. Ello también demuestra fehacientemente y de manera ejemplar que el cambio climático no es un fenómeno que se pueda circunscribir ni objetivar empíricamente ni que, por tanto, se pueda estudiar por sí solo, sino un fenómeno profundamente contradictorio en su constitución y gestión sociales y que se puede comprender solo en su interacción con otras constelaciones de contradicciones y en el contexto más amplio de su relación con la totalidad social, a su vez aprehensible únicamente desde una perspectiva global. En ese sentido, el verdadero objeto de un análisis crítico de constelaciones es la formación social capitalista entendida como un todo. En ese marco, la atención de los distintos estudios debería centrarse en diversas contradicciones analíticamente distinguibles y alternar entre ellas.

Son numerosas las maneras de abordar semejante análisis de constelaciones. Uno de sus puntos de partida podría ser la realidad social de la migración, a fin de observar la contradicción entre el capitalismo de fortaleza y la contratación de mano de obra; contradicción que los sujetos experimentan como racismo institucionalizado, dando lugar a exhortaciones a luchar contra el racismo, a promover iniciativas de autoorganización de los migrantes y a intentar subsumirlas en políticas estatales de integración. El centro del análisis de constelaciones lo ocupa y lo deberá seguir ocupando la realidad social del trabajo, a saber: la realidad del trabajo asalariado, en cuya práctica cotidiana se entrelazan de manera contradictoria la inseguridad material y la cooptación ideológica, las aspiraciones relacionadas con el empleo y el repliegue sobre sí mismo, la solidaridad y el cierre social; y la realidad del trabajo asistencial, no menos importante para el funcionamiento de la reproducción capitalista, pero que hasta hoy sigue viéndose estructuralmente devaluado como el Otro del trabajo asalariado, externalizado al sector privado o informal, cooptado por la figura ideológica de la familia y explotado como recurso de bajo costo. En consonancia con ello, también las relaciones de género se ven permeadas por contradicciones que a menudo están a su vez entrelazadas con otras contradicciones, como cuando las conquistas logradas en el terreno de la emancipación de las mujeres en virtud de su mayor participación en el mercado laboral redundan no solo en una doble carga sistemática por la desigual distribución de las responsabilidades propias del trabajo asistencial, sino también en nuevas jerarquías sociales y relaciones de explotación, derivadas de la búsqueda de alivio mediante el recurso al trabajo asistencial realizado por migrantes. Por último, aparecen a la vista también las contradicciones inherentes a la democracia de la modernidad tardía, en la que la participación política puede garantizarse solo a través de exclusiones basadas en el criterio de ciudadanía y en la que la inclusión social y el derecho a la asistencia social se hacen valer por medio de letales controles fronterizos. Esa misma democracia en la que, además, los recursos materiales y simbólicos que propician la visibilidad en la esfera pública siguen distribuyéndose sistemáticamente de manera desigual y la que, en aras de la paz, se militariza cada vez más y responde a las protestas contra la destrucción de las bases naturales de la vida con su penalización y su represión por el Estado. 

Perspectivas de investigación: contra el funcionamiento en modo de crisis

Futuros proyectos de investigación del IfS deberán abordar la formación social capitalista contemporánea como una constelación global de contradicciones. Convencidos de que la propensión de esa formación social a la crisis ha de localizarse en la lógica prevaleciente de su perpetuación “modernizadora”, indagaremos sobre los mecanismos concretos y los límites prácticos de su reproducción. ¿Dónde se hacen tangibles las contradicciones de la socialización capitalista? ¿Cómo interiorizan los sujetos las contradicciones y la impotencia sufridas en carne propia? ¿Cómo se vuelven socialmente aceptables los modos autoritarios y regresivos de interiorizar esas contradicciones? ¿En qué se basan las luchas emancipatorias? ¿Cuáles son sus condiciones necesarias? ¿Quiénes encabezan esas luchas? ¿Quiénes se les oponen? ¿Por cuáles medios políticos y jurídicos, materiales e ideológicos se suprimen, se frustran, se repelen, se refrenan, se cooptan o se desvían esas luchas? ¿Dónde, por otro lado, tienen éxito esas luchas, en qué sentido y dentro de qué límites, con qué efectos posiblemente ambivalentes? ¿Qué es lo que realmente hace que las luchas sociales se transformen en luchas emancipatorias?

El punto de enfoque de nuestro interés lo conforman las tendencias opuestas y los movimientos contrarios a la crisis como modo de funcionamiento propio del capitalismo de la modernidad tardía. Al igual que la Teoría Crítica temprana, hacemos nuestro el propósito de llevar a cabo investigaciones disciplinarias desde una perspectiva teórica de la sociedad, y, a la vez, aprovechar los impulsos provenientes de los estudios disciplinarios en la creación de un terreno fértil para la teoría social. Al igual que en las investigaciones antes asociadas con la Escuela de Frankfurt, el Instituto de Investigación Social seguirá ocupándose de una amplia gama de temas y haciendo valer una práctica de interacción de perspectivas y metodologías provenientes de las ciencias sociales y las humanidades. En consonancia con el acervo histórico del IfS, seguiremos empeñados en elaborar una crítica empíricamente fundamentada de las relaciones sociales de dominación, partiendo de una epistemología materialista tanto de los objetos de nuestras investigaciones como de nuestra propia posición epistemológica. Nos anima el propósito de producir conocimientos científicos sin por ello dejar de hacer justicia a lаs agentes y los agentes sociales que en su práctica cotidiana inevitablemente se enfrentan al funcionamiento del capitalismo en modo de crisis ni tampoco dejar de reconocer que no es posible reemplazar su práctica. Nos anima igualmente el propósito de fortalecer a las fuerzas sociales que, cada una a su manera, se empeñan en desafiar, con voluntad emancipatoria, la “normalidad” de la reproducción capitalista, sin que con ello pretendamos impartirles lecciones.

En ambos respectos, en el análisis del funcionamiento en modo de crisis y en la aprehensión de la práctica social (alternativa), el IfS será lugar de producción científica “normal”, ya sea empírica, teórica o normativa, con todas las limitaciones inherentes al ámbito académico. No obstante, del propio acoplamiento de esas dos perspectivas se desprende algo especial en nuestras aspiraciones críticas: reflexionar sobre lo existente teniendo como telón de fondo posibles alternativas y examinar lo deseable a la luz de las condiciones existentes. Idealmente, el compromiso con la consecución de semejante propósito debería marcar con su impronta el carácter de la práctica de investigación y del trabajo teórico y propiciar así investigaciones que no sean ni demasiado concretas ni demasiado abstractas y que a la vez que tomen distancia académica se mantengan en proximidad y solidaridad con el mundo social en que están situadas. De modo que, en última instancia, nos preguntamos, en un espíritu verdaderamente clásico, si la emancipación social sigue siendo concebible —y, de serlo, de qué forma—, habida cuenta de las experiencias de la violenta historia del siglo XX, de la conciencia del fracaso histórico de los movimientos revolucionarios y del conocimiento del carácter ineludiblemente global del mundo en que vivimos. ¿Qué experiencias históricas de acción social transformadora pueden hoy nutrir la práctica emancipatoria? ¿En qué medida y de qué manera puede la Teoría Crítica de la Sociedad promover esa práctica? ¿Cómo diseñar la práctica académica de tal manera que pueda prefigurar y ensayar formas de organización y relaciones sociales que trasciendan el objeto de la crítica?

En ese sentido, el Instituto de Investigación Social se ve a sí mismo asumiendo la obligación de explorar el alcance de lo posible y lo factible en las actuales y nunca del todo autoimpuestas circunstancias de organización burocrática e investigación basada en proyectos y financiada por terceros. Ante la tendencia al recrudecimiento de los fenómenos de crisis ecológica y económica, social y política, es necesario formular una crítica radical de condiciones societales cada vez más radicales. Con la vista puesta en las tendencias y prácticas contrapuestas de resistencia a lo disfuncional, la Teoría Crítica reafirma hoy que la cosas no tienen por qué seguir siendo como hasta ahora, que las personas pueden hacer que las cosas cambien y que a nuestro alcance están las condiciones para hacerlo. Sin embargo, por las mismas razones, las condiciones son igualmente propicias para la perpetuación regresiva, autoritaria y violenta del actual estado de cosas, así como para la emergencia de nuevas formas de regresión, autoritarismo y violencia.

Que en realidad las cosas lleguen a ser diferentes —y mejores— sigue siendo, por tanto, tan incierto hoy como hace cien años. La Teoría Crítica puede contribuir a abrir o mantener abiertos espacios para otros conceptos, otras imágenes y otras cosmovisiones. Y puede servir de recordatorio de que hacer que las cosas cambien no es solo cuestión de práctica política, sino también teórica.

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