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El trabajo de plataforma se sustenta sobre desigualdades históricas y se aprovecha de estas situaciones. Pero la creciente dependencia de las plataformas digitales para realizar actividades laborales es un síntoma de amplios cambios en el mundo del trabajo.

Socializar las plataformas

Necesitamos que las plataformas dejen de ser controladas por las grandes empresas y pasen a manos de sus trabajadores. Prefigurar futuros digitales alternativos es posible si articulamos las tecnologías libres con la historia de las economías solidarias latinoamericanas.

El artículo que sigue forma parte de la sexta edición impresa de Jacobin Brasil, «Izquierda y poder». El número completo puede adquirirse individualmente aquí o suscribiéndose aquí.

 

En los últimos años, especialmente a partir de la pandemia, en Brasil se ha intensificado la explotación —y también la lucha y la organización— de las personas que trabajan a través de apps. Actualmente, según el IPEA (Instituto de Pesquisa Econômica Aplicada), hay al menos 1,5 millones de repartidores y conductores que trabajan en este sector. Estos trabajadores no solo trabajan «a través» de apps, sino que son subordinados y vigilados a través de diversos mecanismos de los que disponen estas empresas para controlar los medios de producción y comunicación.

Pero en tanto software disponible en nuestros teléfonos móviles, la app es solo la faceta más visible de este proceso. Cuando hablamos de plataformas lo hacemos para nombrar empresas, infraestructuras y tecnologías que pueden ser incluso sitios web. Empresas que utilizan la captura y extracción de datos para gestionar, mediante algoritmos, una fuerza de trabajo repartida por toda la sociedad.

Esto no es exactamente nuevo. Especialmente en las economías históricamente basadas en la informalidad, el trabajo de plataforma se sustenta sobre desigualdades históricas y se aprovecha de estas situaciones. En los últimos años hemos aprendido que no se trata solo de repartidores y conductores. La dependencia de las plataformas digitales para realizar actividades laborales es, dialécticamente, un síntoma de amplios cambios en el mundo del trabajo.

A este proceso lo denominamos «plataformización» del trabajo, y afecta tanto a actividades laborales previamente establecidas —como los propios repartidores y conductores— como a trabajadoras domésticos y de cuidados, profesores y profesoras, trabajadoras sexuales y otros. Del mismo modo, esta dinámica ha permitido la aparición de formadores de datos para inteligencia artificial, granjas de clics, streamers, productores de contenido para medios sociales y un sinfín de otras funciones.

Y, por supuesto, los trabajadores no son entes pasivos en este proceso. Desde tácticas cotidianas para intentar eludir la gestión algorítmica hasta intensas movilizaciones para desafiar el poder de las plataformas, su organización ha ido en constante aumento.

Tecnología y autogestión

Pero, ¿qué hacer con todo esto? Los gobiernos de varias regiones del mundo han propuesto regulaciones para el trabajo en plataformas. En el caso de Brasil, es muy probable que solo se trate de cambios en la seguridad social, sin garantía de derechos ni protección social efectiva. Los indicadores del trabajo decente en las plataformas incluyen garantía salarial y condiciones de trabajo, contratos, gestión y representación decentes, como demuestran los principios del proyecto Fairwork, que se aplica en 40 países, incluido Brasil.

El hecho es que, aunque sea fundamental, la regulación por sí sola no resolverá los problemas de la clase trabajadora. Y tampoco será suficiente para controlar y limitar los oligopolios de las empresas propietarias de las plataformas. Necesitamos construir circuitos alternativos de producción y consumo que fomenten formas de soberanía y hagan resonar la voz de los trabajadores en un contexto de plataformización.

Existen varios nombres para un proceso similar: cooperativismo de plataforma, socialismo de plataforma, expropiación de las plataformas por los trabajadores, economía solidaria 2.0 (o 4.0), entre otros. Todos ellas apuntan a una reapropiación de las tecnologías digitales por parte de la clase trabajadora en términos de autogestión, gobernanza democrática y construcción de políticas públicas y plataformas. Las expresiones tienen especificidades, con diferentes grados de «reforma o revolución». Lo central es la necesidad de imaginar salidas para las plataformas que se opongan al realismo capitalista, incluido el propio tecnosolucionismo (la idea de que la tecnología por sí sola resolverá los problemas sociales): reconocer el papel de la tecnología en los procesos de autogestión de la clase obrera no es lo mismo que pensar que representa el factor determinante.

Lo que estas denominaciones tienen en común es la posibilidad prefigurativa de construir hoy el mundo que queremos mañana a partir de experimentos y prototipos. Esto significa, por un lado, que existen alternativas a la lógica del emprendimiento y las startups. En lugar de unicornios, podemos construir constelaciones y Pegasos. Por otro lado, esto significa que no existe un proyecto prefabricado. A partir de experimentos y prototipos en curso, hay todo un trabajo colectivo por hacer. ¿Cuáles son las posibilidades de imaginar y diseñar otros mundos posibles para la clase trabajadora, teniendo en cuenta la reapropiación de las tecnologías? ¿Cómo cobran vida estas imaginaciones en el ámbito de las políticas públicas?

Hablaré aquí de plataformas de propiedad de los trabajadores como síntesis y posible derivación de las denominaciones anteriores. Esto significa que el control, la gestión y el diseño de las plataformas digitales son dominio de los trabajadores, en diseños institucionales de cooperativas, colectivos u otras formas de autogestión. El fomento de estas modalidades alternativas de trabajo es una posibilidad concreta que el gobierno de Brasil debería considerar firmemente como política pública, capaz de articular, en mayor o menor grado, la economía solidaria, las tecnologías libres, las políticas urbanas, la territorialización, el desarrollo agrario, la ciencia y la tecnología.

El Estado debería desempeñar un papel central en la descentralización de las propiedades de los trabajadores y en el fomento de estas iniciativas para que surjan y crezcan «de abajo hacia arriba», proporcionando apoyo a través del crédito, la contratación pública y la financiación de la investigación aplicada. También debería aprovecharse el potencial de los parques tecnológicos universitarios, que a menudo se convierten en un lugar solo para incubar empresas de nueva creación.

Por supuesto, la autogestión por parte de los trabajadores tiene sus límites y sus críticas, y merece la pena mencionarlas de entrada. Una primera crítica refiere al poder de mercado de tales acuerdos. ¿Podrían desafiar a los oligopolios y monopolios de las plataformas digitales dominantes? Estas últimas pueden actuar con una lógica financierizada de operar en números rojos sin que pase nada, así como ofrecer descuentos y promociones irresistibles a los consumidores solo para doblegar a sus competidores. Esto también está relacionado con los llamados «efectos de red» característicos de la plataformización, en los que los beneficios solo se dirigen a las plataformas que ya cuentan con una amplia gama de usuarios.

Una segunda crítica se refiere al poder político real para transformar las cooperativas u otros acuerdos laborales basados en la autogestión. Siempre existe el riesgo de cooptación por lógicas burocráticas o de transformación en versiones «cooperativas» de empresas tradicionales o startups. También existe la posibilidad de que este dispositivo institucional sea instrumentalizado por las grandes empresas para el fraude laboral, como los casos de los «coopergatos» en los años 90.

Una tercera crítica, más específica del contexto actual, es si realmente necesitamos piratear los modelos de plataforma o si podemos pensar más ampliamente en «tecnologías propiedad de los trabajadores». Este movimiento abriría un espacio para considerar el desarrollo tecnológico desde el ámbito local y sus especificidades, sin tratar de imponer la misma lógica tecnológica en todos los territorios.

Estas tres críticas apuntan a las posibles limitaciones de las plataformas propiedad de los trabajadores. Pero no son razones para decir: «Ah, si se critica, no la quiero». Al contrario: reconociendo los límites, se puede ser más contundente en la construcción de alternativas y, además, ver qué modelos o soluciones se alejan de lo que llamamos plataformas laborales. Pero también es necesario delimitar lo que, para nosotros, no está en la agenda de las plataformas propiedad de los trabajadores.

Una plataforma propiedad de los trabajadores no significa tener un «Uber cooperativo» en cada ciudad del país. En primer lugar, porque no se trata solo de la aplicación o el software, sino también —y sobre todo— de la propiedad de la infraestructura, los datos y todo lo que ello implica. En segundo lugar, no se trata de crear numerosos competidores cooperativos en el mismo lugar, sino de facilitar el uso compartido de los recursos mediante la intercooperación. La intercooperación, o cooperación entre cooperativas y colectivos, es la clave para hacer frente a los efectos de red y evitar transformarse en «startups cooperativas» o en versiones genéricas de las plataformas dominantes. Por último, las plataformas propiedad de los trabajadores no pueden confundirse con fraudes laborales, «cooperativas» o formas de estafa de los derechos laborales.

Entonces, ¿qué pueden ser? Algunos principios son: trabajo digno, con condiciones adecuadas de remuneración, jornada, gestión y representación; gobernanza democrática; datos para el bien común, justicia en el diseño, combatir las desigualdades algorítmicas; perspectivas interseccionales tanto en la organización del trabajo como en la construcción de las tecnologías; intercooperación y una mirada a la soberanía digital desde el punto de vista de quienes trabajan, que comprenda una perspectiva popular para las tecnologías, las infraestructuras y los datos. Principios como estos han sido probados por iniciativas de todo el mundo en el sentido de que la clase trabajadora gobierne las plataformas.

Aprender del pasado

¿Qué caminos han seguido las plataformas propiedad de los trabajadores, especialmente en América Latina? La organización y circulación de las luchas de los trabajadores ha sido intensa al menos desde 2020, especialmente en el sector de la movilidad. Además de protestas, huelgas, movilizaciones y la formación de asociaciones y sindicatos, los trabajadores se han reunido en colectivos y cooperativas para construir alternativas tanto de organización del trabajo como tecnológicas.

En Brasil, algunos ejemplos son Senoritas Courier y el Centro Tecnológico del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST). Senoritas es un colectivo de mujeres cis y personas trans que realizan bicientregas en São Paulo basándose en lógicas de cuidados y construyendo tecnologías como formularios automatizados y bases de datos colectivas. El Centro de Tecnología del MTST trabaja para articular la clase trabajadora desde una perspectiva de soberanía digital, entendiendo la construcción de tecnologías desde abajo. Uno de sus proyectos es Contrate Quem Luta, un chatbot que conecta a activistas del Movimiento con personas que necesitan servicios de albañilería o cuidado, una forma tanto de organizar a los trabajadores como de reapropiarse de las tecnologías.

En Argentina, la Federación de Cooperativas de Tecnología (FACTTIC) está trabajando en un proyecto para territorializar CoopCycle (una federación de cooperativas de reparto de origen europeo) en América Latina. CoopCycle es un ejemplo de cómo compartir el mismo software entre distintas cooperativas de ciudades europeas. Así, el consumidor descarga la app y los trabajadores comparten recursos. Sin embargo, la app se diseñó pensando en la realidad y los espacios urbanos de una ciudad como Burdeos, no en Río de Janeiro o Buenos Aires. Este es el trabajo que ha hecho FACTTIC. En lugar de limitarse a importar o «tropicalizar» la tecnología de otros contextos, trata de aterrizar en ella desde nuestras propias perspectivas. Y esto se está ensayando con vistas a colaborar con otros países de América Latina. En los últimos años, Buenos Aires también ha visto surgir periódicos recuperados por los trabajadores, como Tiempo Argentino, y otras iniciativas en el campo de la tecnología, como Alternativa Laboral Trans.

Lo que han mostrado las experiencias latinoamericanas es una complejización de lo que se denomina «cooperativismo de plataforma». No son necesariamente cooperativas, sino movimientos sociales y colectivos. Y tampoco reproducen exactamente modelos de plataformas digitales, ya que abren perspectivas a formas tecnológicas más amplias construidas desde la perspectiva de la clase trabajadora. Esto tiene un enorme potencial en términos de territorializar las plataformas, descolonizar las tecnologías y no limitarse a copiar lo que ya existe.

Los ejemplos anteriores pueden ser experimentos para imaginar otras tecnologías y otros futuros del trabajo, conectando con los movimientos en curso en la región en torno a la inteligencia artificial decolonial, la descolonización de los datos y las perspectivas antirracistas, indígenas e interseccionales para las tecnologías (como el proyecto Oracle for Transfeminist Technologies).

Estos prototipos o prefiguraciones del futuro también pueden conectar con toda una historia en la región en términos de economía solidaria, fábricas recuperadas por los trabajadores y movimientos por las tecnologías libres y abiertas, incluidas las redes comunitarias. América Latina tiene ejemplos de cibernética socialista, como lo fue CyberSyn en Chile, así como experimentos de formas de indexación de la información como existen en Cuba, como muestra Rodrigo Ochigame en «Informatics of the Oppressed». Las plataformas propiedad de los trabajadores son una oportunidad para conectar presente, pasado y futuro en la relación entre tecnología y trabajo.

Esto no significa ignorar la circulación de luchas obreras que han tenido lugar en el Norte Global, con experiencias como Means TV, una plataforma de streaming controlada por sus trabajadores con contenidos anticapitalistas (¡y que también distribuye juegos!) y Driver’s Coop, una cooperativa de datos de conductores que vende colectivamente sus datos a los organismos públicos para que dependan menos de las grandes tecnológicas a la hora de planificar las ciudades. Por otro lado, es importante reconocer la innovación experimental de iniciativas nacidas en América Latina como forma de fortalecer y acercar procesos similares.

Políticas tecnológicas para la clase trabajadora

Sin embargo, la mayoría de los experimentos han tenido dificultades para conseguir apoyo y financiación. Hasta ahora, el Estado brasileño no ha creado ningún programa para promover las plataformas propiedad de los trabajadores. Las instituciones estatales desempeñan un papel central en el fomento de la construcción de iniciativas desde abajo. Los mecanismos de contratación pública, los incentivos a la investigación conjunta entre universidades y trabajadores y el fortalecimiento de los parques tecnológicos para incubar plataformas propiedad de los trabajadores deberían servir de inspiración en el diseño de políticas públicas. El propio Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social puede fomentar el surgimiento y fortalecimiento de estas experiencias dentro de un proyecto de soberanía nacional, fortalecimiento que es esencial para evitar el cierre de las iniciativas de los trabajadores debido al lobby de las grandes plataformas. Pero podemos ir más allá, y avanzar para que estos prototipos se conviertan pronto en una síntesis de políticas públicas para la clase trabajadora.

En 2022, la repartidora Bruna Isidoro Sampaio presentó a Lula un Plan de Acción para el Cooperativismo de Plataforma en Brasil en un acto celebrado en el cobertizo de Armazém do Campo del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), en São Paulo. El manifiesto considera que un programa para la zona debería ser interministerial, reuniendo a sectores como ciudades (incluida la Secretaría de Periferias), desarrollo local, desarrollo agrario, ciencia y tecnología, comunicaciones y políticas digitales. Este podría ser el inicio de la construcción de políticas públicas que fortalezcan las plataformas propiedad de los trabajadores como punto de partida para diseñar diferentes dimensiones de la cuestión, incluyendo las plataformas públicas. Pero para que no se conviertan en experimentos aislados y puedan sobrevivir, las plataformas de propiedad de los trabajadores necesitan una fuerte red de intercooperación, implicando a distintos sectores sociales y penetrando en espacios urbanos y rurales.

El gobierno de Lula tiene todo lo necesario para construir un programa nacional de plataformas de propiedad de los trabajadores. Existen políticas públicas exitosas en otros lugares —como MatchImpulsa en la ciudad de Barcelona— para plataformizar la economía solidaria en la región desde una perspectiva transversal de género. Brasil también cuenta con una de las comunidades más inquietas sobre el tema en el mundo, en la que participan movimientos sociales, trabajadores y universidades. En medio de los cambios y las continuidades del modo de producción capitalista, debemos asumir que ya no estamos en 2003 y que necesitamos una respuesta de izquierdas a la economía digital. Esto es también una invitación a que más instituciones, incluidos partidos y sindicatos, se ocupen del tema y de las propias plataformas digitales. Debemos aprender del pasado. Imaginar, resistir, ocupar y socializar.

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Publicado en Economía, homeIzq, Sociedad and Trabajo

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