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Monumento a Karl Marx en Moscú, Rusia, en la plaza Teatralnaya, construido en 1961. (Patrick Donovan / Getty Images)

Los conservadores piensan que «marxismo» es cualquier cosa que les asuste

Traducción: Florencia Oroz

Una de las principales figuras del conservadurismo estadounidense, Yoram Hazony, dedica un capítulo de su nuevo libro al «desafío marxista». Pero, como tantos otros conservadores, parece pensar que marxismo equivale a «cualquier cosa que nos asuste».

A principios de mes, el autor de bestsellers Jordan Peterson declaró que la «justicia climática» es «el nuevo disfraz del marxismo asesino». El mismo día, el candidato presidencial republicano Ron DeSantis compareció en un acto municipal patrocinado por WMUR-TV en Manchester (Nuevo Hampshire). Un votante pidió a DeSantis, que a menudo despotrica contra todo lo «woke», que definiera su término favorito. DeSantis respondió que «woke es una forma de marxismo cultural». Hablando de Manchester, unos días después del acto de DeSantis, un miembro de la legislatura de New Hampshire acusó a la alcaldesa de la ciudad, Joyce Craig, de promover el «adoctrinamiento marxista» en las escuelas públicas.

El «marxismo» parece ocupar mucho espacio en la cabeza de los conservadores contemporáneos. Pero, cuando utilizan la categoría, ¿qué significa para ellos? Con demasiada frecuencia, es un término comodín para todas las tendencias codificadas por la izquierda que les parecen aterradoras.

Hazony y el desafío del «marxismo»

Yoram Hazony es un pensador conservador mucho más inteligente que DeSantis, Peterson o Mike Belcher, el legislador de New Hampshire que acusó al alcalde de Manchester de promover el «adoctrinamiento marxista». Hazony es el líder intelectual del movimiento NatCon [Conservadurismo Nacional], cada vez más influyente dentro de la derecha contemporánea. Si le ves en una conferencia de la NatCon, puede que se esté codeando con Marco Rubio, Ted Cruz o el líder autoritario húngaro Viktor Orbán. Sin embargo, sé por experiencia que Hazony es plenamente capaz de mantener una conversación informada sobre la filosofía de David Hume.

El año pasado publicó un importante libro en el que expone su visión del mundo, titulado Conservatism: A Rediscovery. Cuando leo los escritos de Hazony, no espero estar de acuerdo con él en casi nada. Sin embargo, lo que me sorprendió y decepcionó fue que Hazony incluyera un capítulo entero titulado «El desafío del marxismo», y que su comprensión del marxismo fuera tan superficial como la de sus colegas conservadores. Hazony hace afirmaciones alucinantes como:

En el verano de 2020, mientras las ciudades estadounidenses sucumbían a los disturbios, los incendios provocados y los saqueos, los guardianes liberales de muchas de las principales instituciones del país adoptaron una política de complacencia con sus empleados marxistas cediendo a algunas de sus demandas: despedir a empleados liberales del New York Times, retirar el nombre del presidente Woodrow Wilson de los pasillos de la Universidad de Princeton, etcétera. Pero lo que al principio parecía una política temporal de apaciguamiento se ha convertido desde entonces en una derrota. El control de muchos de los medios de comunicación más importantes, universidades y escuelas, grandes empresas y organizaciones filantrópicas, e incluso la burocracia gubernamental, el ejército y algunas iglesias ha pasado a manos de activistas marxistas.

¿Qué significa aquí el marxismo? ¿Qué podría significar que sea coherente con la idea de que las «grandes corporaciones» están en manos marxistas? Uno pensaría que cualquier «activista marxista» querría que esas corporaciones fueran nacionalizadas o entregadas a alguna forma de propiedad de los trabajadores. ¿Por qué los activistas marxistas que las controlan no han tomado medidas en este sentido desde el verano de 2020?

Si los activistas marxistas se han hecho con el control de los «medios de comunicación más importantes», ¿no deberían agitar dichos medios para expropiar los medios de producción? Si se han apoderado de las universidades, ¿no deberían los departamentos de economía, durante mucho tiempo llenos de economistas procapitalistas de la corriente dominante, estar ahora poblados por, bueno, economistas marxistas? (Quizás Hazony reconozca el mérito de los activistas marxistas por respetar la libertad académica de los economistas burgueses). Si se han apoderado del ejército, ¿cómo es que la postura de dominio militar imperial de Estados Unidos no se ha visto afectada por el cambio?

El «marco general» de Marx

Una pista surge cuando Hazony admite que los «nuevos marxistas» no utilizan «la jerga técnica que ideó el Partido Comunista del siglo XIX». Esto hace que suene como si en el siglo XIX existiera una organización con ese nombre, lo cual es erróneo (aunque Marx, al igual que otros escritores de su época, a veces utilizaba la palabra «partido» para hablar de corrientes generales de pensamiento). Sin embargo, podemos dejar de lado este error relativamente menor y fijarnos en la jerga que Hazony tiene en mente.

Dice que los «nuevos marxistas» no utilizan términos como «burgués, proletariado, lucha de clases, alienación del trabajo, fetichismo de la mercancía y demás», sino que «han desarrollado su propia jerga adaptada a las circunstancias actuales en América, Gran Bretaña y otros lugares». Pero esto es una evasiva.

Una cosa es evitar la jerga anticuada y otra muy distinta estar en desacuerdo con las ideas sustantivas que la jerga pretendía expresar. Una marxista del siglo XXI puede preferir hablar de «las clases trabajadoras» en lugar de «el proletariado», por ejemplo, porque probablemente le resulte más familiar a su público, pero parte de lo que la convierte en marxista es que cree que todos los que no tienen otra forma de ganarse la vida que vendiendo sus horas de trabajo a un patrón están unidos por intereses comunes.

Para afirmar que los «activistas marxistas» controlan las grandes empresas, el ejército estadounidense, etc., Hazony tiene que utilizar la palabra con «M» de forma mucho más amplia. Afirma que diversos tipos de activistas por la justicia social son marxistas, porque por mucho que discrepen de Marx en los «detalles», aceptan los cuatro elementos principales de un «marco marxista», que él define como:

  • Opresor y oprimido: Hazony escribe que Marx sostenía «que, como cuestión empírica, las personas se forman invariablemente en grupos cohesionados (él los llamaba clases) que se explotan mutuamente en la medida de sus posibilidades». Está claro que, en manos de Hazony, no importa mucho si los «grupos cohesionados» son clases reales o si son razas, géneros o prácticamente cualquier otra cosa.
  • Falsa conciencia: Hazony es lo suficientemente escrupuloso como para reconocer que Marx nunca utilizó realmente esta frase. Fue Friedrich Engels quien la acuñó, no en una obra teórica sino en una carta a un amigo, y algunos marxistas posteriores adoptaron el concepto. Como tal, resulta más que extraño llamarlo «elemento definitorio del marco de Marx» hasta el punto de que incluso quienes discrepan de las reivindicaciones centrales que Marx se pasó la vida defendiendo son marxistas si lo adoptan. En cualquier caso, Hazony define la creencia en la «falsa conciencia» simplemente como la creencia en que muchas personas de una sociedad determinada entienden sinceramente cómo funciona esa sociedad de formas que «ocultan la opresión sistemática que tiene lugar».
  • Reconstitución revolucionaria de la sociedad: Esta es simplemente la idea de que el «grupo o grupos cohesionados» oprimidos tomarán el control de la sociedad para acabar con su opresión, y…
  • Desaparición total de los antagonismos de clase: …es la predicción de que esto dará lugar a una sociedad que ya no estará dividida en tales grupos.

Resulta revelador que la palabra «producción» no aparezca en ninguna parte de toda esta descripción del marco de Marx, a pesar de que ningún aspecto del pensamiento marxista es reconocible sin ella. Por supuesto, Marx quería decir algo mucho más específico con «clases» que «grupos cohesionados». La noción de «explotación» de Marx tampoco es nada reconocible en la forma en que Hazony habla de «grupos cohesionados» que intentan «explotarse mutuamente en la medida de sus posibilidades».

Si el marxismo no fuera más que la opinión de que cualquier sociedad en la que se encontrara un determinado «marxista» estaba dividida en grupos en los que algunos de estos grupos trataban a otros de forma injusta, entonces el «marxismo» es bastante anterior al nacimiento de Karl Marx.

Cuando Espartaco dirigió una revuelta de esclavos en la antigua Roma, ¿eran marxistas él y sus seguidores? ¿Y los campesinos que periódicamente se sublevaban contra los señores feudales en la Europa medieval? Quizá los campesinos no contaran porque solo buscaban mejoras inmediatas y en su mayoría no tenían ningún concepto de una «reconstitución revolucionaria de la sociedad», pero ¿qué hay de los revolucionarios franceses que asaltaron la Bastilla en 1789? ¿Los abolicionistas que lucharon contra los males de la esclavitud en el Sur de Estados Unidos mucho antes de que Marx descubriera la política? ¿Era marxista Mary Wollstonecraft, cuyo tratado feminista Vindicación de los derechos de la mujer se publicó unos años después del asalto a la Bastilla, pero más de un cuarto de siglo antes del nacimiento de Marx?

Incluso las quejas específicamente socialistas sobre las injusticias de la sociedad capitalista son anteriores a Marx. Existía un próspero movimiento socialista europeo antes de que el marxismo se convirtiera en una de las facciones contendientes en su seno. Las aportaciones de Marx fueron mucho más específicas.

Lo que ahora llamamos marxismo es, ante todo, una teoría de la historia: de las distintas etapas del desarrollo histórico, de cómo funciona la etapa capitalista en la que nos encontramos y de cómo podemos trascender el capitalismo y alcanzar el socialismo. Marx postuló que las instituciones jurídicas y políticas de toda sociedad son la corriente descendente de sus «relaciones de producción». Estas son las relaciones entre alguna clase de «productores inmediatos», que fabrican realmente los productos y servicios que hacen funcionar la sociedad, y la clase dominante de cualquier sociedad dada (por ejemplo, la relación entre esclavos y esclavistas, entre campesinos medievales y señores, o entre trabajadores asalariados de hoy en día y propietarios de empresas).

Cuando Marx dice que las relaciones laborales capitalistas están marcadas por la «explotación» no se refiere solo a la injusticia o a que un grupo tenga una ventaja comparativa. Quiere decir que algunas de las horas trabajadas por los proletarios son horas en las que crean el equivalente de lo que obtienen a cambio de sus salarios, mientras que otras son horas en las que trabajan en beneficio de sus patronos, y que esta extracción de «plustrabajo» es esencialmente involuntaria, ya que los trabajadores no tienen otra forma realista de ganarse la vida que vender sus horas de trabajo a los capitalistas. Estas relaciones de producción son, a su vez, descendentes del nivel de desarrollo de las fuerzas de producción, es decir, de la capacidad que tiene una sociedad de producir cosas para satisfacer las necesidades de la gente.

Es muy difícil imaginar una sociedad humana que no esté dividida en algún sentido en grupos que a veces pueden experimentar conflictos. Cuando Marx utilizó el término clase, se refería a clases definidas por su relación con los medios de producción. La creencia de que podemos tener una sociedad sin clases en este sentido no es la creencia en una utopía imposible libre de conflictos, sino simplemente la creencia de que, ahora que nos encontramos en una etapa de la historia en la que las fuerzas de producción se han desarrollado lo suficiente como para permitir una abundancia generalmente compartida, podemos lograr una sociedad mejor sustituyendo la propiedad individual por la colectiva de los medios de producción.

Alguna fracción de los activistas por la justicia social que tanto molestan a Hazony podría aceptar realmente algunas de estas ideas marxistas. Esa fracción, sin embargo, controla precisamente cero «grandes corporaciones».

El grano de verdad en la descripción recalentada de Hazony es que realmente hay personas en posiciones de poder en instituciones importantes que hablan mucho sobre diversas preocupaciones de justicia social. Sin embargo, lejos de ser marxistas, la mayoría de ellos son, en el peor de los casos, tecnócratas desalmados dispuestos a leer cualquier guion que consideren bueno para las relaciones públicas de su institución, y, en el mejor de los casos, liberales radicales cuya visión no es la de una sociedad sin clases, sino la de una sociedad en la que los primeros puestos de la jerarquía de clases se repartan de forma demográficamente justa entre las distintas razas, géneros, orientaciones sexuales, identidades de género, etc. Por ejemplo, no quieren que esas «grandes empresas» se nacionalicen y se pongan bajo control obrero: quieren más directores generales negros y mujeres.

Mientras que Marx ponía un énfasis abrumador en transformar las condiciones materiales sobre el terreno, con cambios en la conciencia colectiva que tendían a venir a raíz de estos cambios más básicos, los activistas que molestan a Hazony se centran principalmente en modificar las ideas subjetivas en la cabeza de la gente, mientras que las circunstancias materiales siguen siendo más o menos las mismas. Cualquier descripción del marco de Marx que confunda estas ideologías rivales va a confundir mucho más de lo que aclara.

Como los defensores de cualquier otra filosofía, los marxistas podemos aprender y, en última instancia, beneficiarnos de las críticas intelectualmente más rigurosas de nuestras ideas. Deberíamos dar la bienvenida a ese proceso. Como tal, desearía que un enemigo tan inteligente como Hazony no se conformara con librar batallas con soldaditos de juguete.

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