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Mark Fisher: "La lavarropas es un mejor modelo de progreso tecnológico que el smartphone". Foto: cortesía del autor.

El modernismo popular de Mark Fisher

Traducción: Valentín Huarte

Pasaron varios años desde que perdimos a Mark Fisher, pero su conocimiento y su influencia intelectual siguen aumentando. Recientemente, Caja Negra publicó en español su libro K-punk Volumen 3: Escritos reunidos e inéditos (Reflexiones, Comunismo ácido y entrevistas).

 

El nuevo K-Punk Vol. 3 y todos los libros de Mark Fisher están disponibles en el sitio web de Caja Negra.


En el centro de la obra de Mark Fisher se encuentra lo que él llamaba “modernismo popular”. Con esto se refería a un tipo de cultura –presente sobre todo en la música– que mantenía un pie en lo experimental y un pie en lo comercial. Para calificar como popular, una obra debía ser completamente comprensible y deshacerse de las formas pasadas siguiendo el imperativo modernista “hazlo nuevo”. Esta idea se apoyaba en la tesis de que la cultura más interesante de la posguerra se había desarrollado en el marco de la prosperidad del Estado de bienestar gracias al trabajo de estudiantes que asistían a las escuelas municipales de arte y que, en algunos casos, recibían becas para continuar sus estudios en la universidad.

Fisher argumentaba que el modernismo pop encarnó cierto optimismo que nunca se recuperó del todo luego de los profundos ataques que sufrió durante los años ochenta. Sin embargo, no fue de ningún modo un ignorante de la música pop contemporánea: llegó a elogiar la “tristeza” y la “ambivalencia” de la joven Rihanna y a aplaudir el “existencialismo” de Dido. A pesar de que su hábitat natural era la polémica, la obra principal de Fisher pretendía darle cuerpo a realidades alternativas y forma a los futuros perdidos que rondan el presente como fantasmas.

En 2008, Repeater Books –editorial que Fisher creó junto a Tariq Goddard luego de abandonar Zero Books– lanzó un volumen de 800 páginas: K-punk: The Collected and Unpublished Writings of Mark Fisher. Recoge escritos, entrevistas y entradas de blogs del período entre 2004 y 2006, e intenta poner orden en el pensamiento de una figura cuya muerte, en 2017, significó una gran pérdida para la vida intelectual socialista.

La filosofía de Fisher de “ir más allá del principio del placer” apuntala su escritura. Tal como argumentó en Realismo capitalista, vivimos en un estado de “hedonía depresiva”: no “la incapacidad para sentir placer” sino “la incapacidad para hacer cualquier cosa que no sea buscar placer”. Los trabajos de la antología exploran este estado a través de una profusión de géneros, formas artísticas y formas de vida –hiphop, indie, neo-noir– en un estilo que combina un criticismo principiante con una selección ecléctica de puntos de referencia filosóficos. Fisher siempre insistió en que la teoría debe ser utilizada para intensificar el examen de la vida cotidiana, y la libertad ganada gracias al dominio de estos métodos de análisis se hace sentir en su escritura. Tuvo contacto con esta cultura a través del periodismo musical de los años ochenta: “No es por lamentarme”, escribió, “pero, para alguien de mi procedencia, es difícil ver otro lugar desde donde podría haberme llegado ese interés”. Su escritura parece darle existencia a un sistema –una arquitectura completa– siendo cada entrada del blog una oportunidad para ajustar sus pilares y sus límites.

El énfasis de Fisher en lo cotidiano lo posiciona en la línea de la Escuela de Birmingham y la tradición de los estudios culturales, de Richard Hoggart y de Stuart Hall, quienes, en los años sesenta, setenta y ochenta, navegaban la vía entre la maquinaria especulativa de la teoría y los sentimientos y acontecimientos que esta pretendía explicar. Como ellos, Fisher comprendió que no solo las canciones de protesta tenían contenido político. Sin embargo, Fisher se opuso a la academia y a la forma impasible de interrogación a la que con demasiada frecuencia daba lugar, y manifestó la frustración que le hacían sentir el izquierdismo académico y su adhesión dogmática a una teología cuasi marxista.

Los blogs se convirtieron en una especie de respiro en medio de esta escena árida. En 1991, Fisher terminó un doctorado en filosofía en la Universidad de Warwick. Cinco años después, cuando publicó su blog y tomó el nombre de “k-punk”, dijo que su relación con la academia era “eh, difícil”. En una entrevista de 2010 confesó que “el trabajo académico te fuerza a aceptar la idea de que no puedes decir nada acerca de ninguna cosa hasta que no hayas leído a todas las autoridades en la materia […] Publicar en el blog fue una manera de engañarme a mí mismo para volver a escribir en serio”. Por supuesto que K-punk también nutrió a su propia comunidad, convirtiéndose en un centro de intercambio en internet según un espíritu tecnoidealista que todavía era viable a comienzos de los años dos mil.

El nuevo volumen contiene la introducción inédita a un libro en el que Fisher estaba trabajando: Acid Communism. Agitado por las crueldades de la coyuntura –Brexit, Donald Trump, la amarga naturaleza de la interacción digital–, Fisher buscaba nuevas formas de conexión y eligió, de forma imprevista, revitalizar el conjurado utopismo de la contracultura psicodélica de los años sesenta. Esperaba que pudiésemos encontrar en esto un tipo de conciencia capaz de superar no solo los legados del neoliberalismo, sino también los de un “izquierdismo autoritario” que neutralizó estos experimentos en los años setenta.

Fisher consideraba a Stuart Hall y a la Nueva izquierda como precursores de este proyecto, afirmando que “el socialismo que quería Hall –un socialismo que pudiese comprometerse con los anhelos y con los sueños que escuchaba en la música de Miles Davis– era algo que todavía debía inventarse, y su llegada fue obstruida tanto por figuras de la izquierda como de la derecha”. El objetivo era imaginar nuevas formas de conocimiento mutuo y de contacto. Fisher decía que “en la izquierda nos ha costado entenderlo”: no es que seamos anticapitalistas, es que el capitalismo está en contra nuestra. Y solo podremos superarlo “desolvidando” nuestras capacidades colectivas de producir, de cuidarnos y de disfrutar.

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Publicado en Capital Cultural, Número 1 and Números

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