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No es tan difícil para la izquierda hablar sobre la caída de la natalidad sin caer en las trampas que nos tiende la derecha reaccionaria. (Hyoung Chang / The Denver Post)

Una respuesta de izquierda a la caída de la natalidad

Traducción: Natalia López

La derecha utiliza la caída de la natalidad para presentarse como defensora de la familia y del futuro frente al suicidio demográfico. La izquierda no puede seguir eludiendo el tema. Debemos intervenir en el debate desde otra perspectiva, desplazando el eje hacia la seguridad y la libertad, en lugar de la escasez y la coerción.

uA fines de junio, la revista The Atlantic publicó un artículo titulado «La crisis de natalidad no es tan mala como dicen: es peor». Sostenía que el descenso global de la fecundidad se está produciendo mucho más rápido de lo que sugieren las proyecciones oficiales. Si esta tendencia no se revierte, advertía el texto, el mundo entero enfrentará desafíos económicos profundos y un «futuro más pequeño, más triste y más pobre». Aunque no todos los analistas creen que las tasas de natalidad decrecientes conducirán a semejante catástrofe económica, los suficientes como para haber instalado la preocupación en el centro del debate.

En Estados Unidos, donde la tasa de natalidad ha caído en las últimas dos décadas de un saludable 2,1 hijos por mujer a un nivel de reemplazo inferior de 1,6, la derecha ya ha establecido un cuasi monopolio sobre el discurso. Y no pierde oportunidad para usar el tema como plataforma de su agenda reaccionaria, presentando la baja natalidad como prueba de decadencia cultural y del exceso del feminismo.

Desde las burlas de J. D. Vance hacia las «señoras sin hijos y con gatos» hasta la cruzada inseminadora personal de Elon Musk, los conservadores se posicionan como los defensores de la familia y el porvenir frente a una sociedad que, según ellos, comete suicidio demográfico bajo la influencia nihilista de la izquierda. Donald Trump, autoproclamado «presidente de la fertilización», estaría considerando una serie de incentivos a la maternidad, desde los bienvenidos pero insuficientes (un «bono bebé» de 5000 dólares para madres primerizas) hasta propuestas desconcertantes y ominosas (una Medalla Nacional de la Maternidad para mujeres con seis o más hijos).

La respuesta de la izquierda ha sido, en gran medida, evitar el tema —y por motivos comprensibles. Cuando los conservadores hablan de crisis de natalidad en tono apocalíptico, no disimulan su entusiasmo por reprender a las mujeres —desviadas por el feminismo— por atreverse a tener aspiraciones e identidades más allá de la maternidad. Tampoco se esmeran por separar su preocupación por la baja natalidad de sus fantasías paranoicas sobre el declive de la supremacía racial, nacional o civilizatoria.

Mientras tanto, golpean compulsivamente hacia la izquierda, usando la caída de la natalidad para atacar a los «marxistas culturales» por haber trastocado jerarquías milenarias y perfectamente calibradas en nombre del progreso. Los pollos del experimento social igualitario —quieren decir— han vuelto al gallinero.

Ante semejante estridencia en la conversación sobre la fertilidad, es natural que los sectores de izquierda se sientan inclinados a abstenerse. Si de eso se trata «aumentar la natalidad», preferimos no tener nada que ver. Pero más allá de las implicancias macroeconómicas y de política social —que pueden ser significativas—, hay varias razones políticas para revisar nuestro silencio.

Primero, necesitamos romper el ciclo de polarización negativa en la política. El problema no es solo que las opiniones estén divididas de forma automática y tajante según líneas partidarias; es peor aún: ahora los partidos se apropian enteramente de ciertos temas. El resultado es que dos campos hostiles viven en realidades selladas herméticamente, con esferas de preocupación completamente separadas. (La derecha, por ejemplo, no tiene una política ambiental alternativa, sino una política antiambiental, compuesta principalmente de desprecio por el tema). A medida que se ha roto la realidad compartida, las oportunidades de cambiar de opinión se han vuelto cada vez más escasas. Negarse incluso a elaborar una respuesta a los temas predilectos de la derecha solo contribuye a consolidar una visión del mundo reaccionaria en la mitad de la población, lo cual no tiene ninguna ventaja política para la izquierda.

Segundo, el tema tiene un potencial real de dejar de ser una obsesión marginal y ganar atractivo de masas. Esto se debe a que las tasas de natalidad a nivel macro están vinculadas a una ansiedad muy íntima y micro: el miedo de muchas personas a no poder tener la cantidad de hijos que desean. Según un nuevo informe del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA, por sus siglas en inglés), esta ansiedad es más común de lo que podríamos suponer. Grandes sectores de la población mundial quieren tener más hijos, pero por diversas razones lo consideran inviable o poco sensato.

Si la caída de la natalidad reflejara exclusivamente una falta de deseo de tener hijos, quizá podríamos considerarla un costo aceptable de la libertad personal y dar por cerrado el tema. Pero, en cambio, parece que la baja en las tasas de natalidad refleja también esperanzas frustradas, no solo deseos satisfechos —lo que convierte al asunto en un campo de disputa política sumamente cargado. Podemos dejar que la derecha describa el origen de esa frustración con sus propios términos, o podemos disputar nosotros ese terreno explicativo.

La izquierda defiende de manera firme el derecho a evitar y a interrumpir embarazos no deseados. Esa posición es popular, y la defenderíamos por razones feministas incluso si no lo fuera. Sin embargo, no es el único tipo de libertad reproductiva que la gente parece querer. Restringir nuestra visión de la planificación familiar a la posibilidad de tener menos hijos resulta insuficiente en un momento en que muchas personas desearían poder tener más. El aborto y la anticoncepción no pueden ser toda nuestra contribución a una discusión tan cargada sobre un tema de enorme importancia en la vida íntima de las personas.

Afortunadamente, no es tan difícil hablar sobre el descenso de la natalidad sin caer en las trampas que la derecha reaccionaria nos tiende. Podemos construir una política propia, atractiva y competitiva, y sostener que nuestras propuestas son las más eficaces para garantizar que todo el mundo pueda formar la familia que desea.

Depresión postnatal 

La derecha suele sostener —o insinuar— que el descenso de las tasas de natalidad tiene causas culturales, especialmente vinculadas a la erosión de los roles de género tradicionales y de los valores familiares conservadores. Como esta caída demográfica puede acarrear consecuencias graves, se convierte en el pretexto perfecto para promover su agenda cultural. Según esta lógica, mujeres y varones han perdido el sentido de su lugar «natural» en la sociedad, y si no lo restauramos —mediante la resacralización del matrimonio heterosexual y procreador, la revalorización de los roles de género tradicionales, la revisión de la participación femenina en el mundo laboral, la prohibición del aborto, etc.— todo terminará en una catástrofe.

Es tentador morder el anzuelo. Si el debilitamiento de las normas de género y el aumento de las libertades individuales de las mujeres son la causa principal de la caída de la natalidad, podríamos decir: «¿Y qué? Nadie prometió que el progreso vendría sin costos». El problema de este enfoque es que nos pone a hablar de compensaciones: nos obliga a aceptar, aunque sea a regañadientes, que el feminismo ha tenido efectos nocivos para la civilización. Por suerte, la realidad es mucho más compleja que el relato bíblico de Sodoma y Gomorra de la derecha —y ofrece mejores oportunidades políticas.

El argumento conservador se basa en lo que el informe de la UNFPA, La verdadera crisis de la fertilidad, denomina «falacia de la fertilidad»: la idea de que las personas han perdido interés en tener hijos. Pero la evidencia no respalda esa suposición. El informe recoge una ambiciosa encuesta realizada en catorce países que representan el 37 % de la población mundial, centrada en las experiencias relacionadas con la fertilidad. Sus hallazgos obligan a reformular por completo nuestra comprensión del problema. El principal resultado es que el deseo insatisfecho de tener hijos es un fenómeno sorprendentemente común —tan extendido que debe ser entendido como un factor significativo en la caída de las tasas de natalidad.

Un indicador clave ilustra el alcance de esta realidad: cuando se preguntó a personas mayores de 50 años si habían alcanzado su número ideal de hijos, solo el 38 % a nivel mundial respondió afirmativamente. En cambio, el 31 % señaló que tuvo menos hijos de los que hubiera querido —casi el triple del 12 % que dijo haber tenido más de los deseados.

Si tenemos en cuenta que este tipo de autoevaluaciones suelen estar afectadas por mecanismos psicológicos como la racionalización post-hoc o el sesgo de apoyo a las decisiones —que llevan a minimizar la disonancia cognitiva y a justificar decisiones pasadas para evitar el arrepentimiento—, es probable que el número real de personas que tuvieron menos hijos de los que deseaban sea aún mayor.

Cuando se encuestó a personas en edad reproductiva, la mayoría dijo no poder prever si lograría alcanzar su número ideal de hijos, lo que revela una incertidumbre generalizada respecto al futuro. De forma notable, solo el 18 % de los encuestados a nivel global expresó confianza en poder tener la cantidad de hijos que desea. Entre el resto, el porcentaje que prevé tener menos de los deseados supera ampliamente al que anticipa tener más.

El panorama se vuelve más nítido cuando se analizan los obstáculos específicos. Y los resultados confirman lo que la izquierda ha sospechado durante mucho tiempo: los principales factores que impiden tener hijos son económicos, y por amplio margen.

El principal obstáculo declarado para alcanzar la fertilidad deseada fue la limitación financiera, mencionada por el 39 % de los encuestados a nivel mundial. Le siguieron el desempleo o la inseguridad laboral (21 %) y las limitaciones habitacionales (19 %) —factores que, en el fondo, también son expresiones del problema económico. Todas las demás razones —no económicas— quedaron al menos cinco puntos porcentuales por detrás, incluyendo motivos políticos (14 %), la ausencia de una pareja adecuada (14 %) y la infertilidad (12 %).

Los datos de Estados Unidos replican el mismo patrón general, con la limitación financiera encabezando la lista de razones para no tener tantos hijos como se desearía (38 %). Si bien hay algunas diferencias —ligeramente mayores tasas de infertilidad declarada (16 %) y ausencia de pareja adecuada (18 %)—, estos factores siguen estando muy por debajo del peso del obstáculo económico.

Estos hallazgos dejan claro que tenemos amplio margen para intervenir en el debate sobre la natalidad sin traicionar nuestros valores. La situación no se debe únicamente a libertades que apoyamos, sino también a obstáculos que combatimos. Y dada la magnitud de la frustración y el sufrimiento que estos datos muestran que, frente a las frustraciones reales, los sueños truncados y la distancia entre los deseos y las posibilidades de realización, ignorar este tema representa un riesgo político grave para la izquierda.

El enfoque multifactorial

La mejor respuesta de la izquierda a la crisis de natalidad se compone de dos elementos, ambos capaces de posicionarnos de manera ventajosa frente a las alternativas conservadoras y, al mismo tiempo, de impulsar nuestro proyecto político más amplio. El primer elemento es insistir en una explicación multifactorial del descenso de la fertilidad. Frente a la simplificación de la derecha, debemos afirmar que muchas causas diferentes confluyen en esta tendencia. Algunas deben ser defendidas con firmeza; otras, corregidas con urgencia. Esa debe ser nuestra postura.

Aunque no sepamos con exactitud hasta qué punto, es evidente que la caída de la natalidad se debe en parte a conquistas en materia de libertades y avances sociales que no debemos revertir. Entre estos factores positivos se incluyen el mayor acceso a anticonceptivos y al aborto —que reduce los embarazos no deseados—, así como la incorporación de las mujeres al espacio público, que rompió el régimen de dependencia económica conyugal en las democracias desarrolladas y permitió que muchas encuentren fuentes de realización personal más allá de la maternidad. Incluso si estos cambios hubieran contribuido a reducir la natalidad, se justifican por principios fundamentales y han sido beneficiosos para la sociedad en su conjunto.

Sin embargo, también intervienen otros factores relevantes que se vinculan directamente con los problemas sociales que la izquierda quiere resolver de todos modos. El principal es el factor económico. La pobreza, la precariedad, la desigualdad y la explotación son inaceptables para nosotros porque restringen artificialmente las posibilidades de vida de la mayoría de las personas. La imposibilidad de tener los hijos deseados es solo una de las muchas consecuencias profundamente dolorosas e injustas de este sistema. Debemos luchar por la igualdad y la abundancia económica por sus propios méritos, quizás con un sentido de urgencia adicional dado el vínculo con la natalidad.

El enfoque multifactorial nos permite rechazar esa falsa disyuntiva. En su lugar, debemos afirmar la complejidad del fenómeno y evaluar una a una las causas: ¿Anticoncepción? A favor, mantener. ¿Restricciones económicas? Problema fundamental, hay que resolverlo. ¿Mujeres que encuentran sentido fuera de la maternidad? Excelente, no se toca. ¿Dificultad creciente para encontrar pareja? Mal síntoma de la fragmentación social, hay que abordarlo.

La derecha quiere obligarnos a elegir entre igualdad de género y sostenibilidad demográfica. No tenemos por qué aceptar esa elección. Todo indica que muchas personas desean tener más hijos, pero no pueden. Y la razón principal que mencionan —la escasez económica— es un problema que ya está en el corazón de nuestras luchas.

Libertad para planificar la familia

El segundo componente de la mejor respuesta de la izquierda es afirmar un principio básico: la libertad para planificar la familia.

La derecha afirma tener un único objetivo en este terreno: aumentar la natalidad y rescatar a la civilización del colapso. Pero su pretendida inocencia es dudosa, sobre todo porque, por ejemplo, no parecen interesados en financiar tratamientos de fertilización in vitro (FIV) cuando son utilizados por parejas del mismo sexo o mujeres solteras que desean tener hijos. Un informe de la Fundación Heritage incluía un apartado en el que se reprendía a las mujeres por «pasar buena parte de sus años fértiles construyendo sus carreras» y se pedía el fin de los embarazos «tecnológicos», mediante prácticas como la FIV. Esto sugiere que su objetivo no es simplemente «más bebés», como dice J. D. Vance, sino una forma específica y homogénea de organización familiar. El propio Vance escribió el prólogo del informe y fue el orador principal en el evento de su presentación.

Pero dejando de lado la hipocresía de la derecha, nuestro objetivo declarado no debería ser simplemente tener «más bebés». La baja natalidad es síntoma de una crisis más amplia en la libertad para planificar la familia, y nuestro propósito es resolver esa crisis.

Lo que estamos presenciando es una desconexión entre los deseos de las personas y su capacidad real de concretar su proyecto de vida. La izquierda quiere alinear las tasas de natalidad reales con los deseos reproductivos. Apuntamos a cerrar la brecha entre los objetivos vitales de las personas y sus posibilidades, ampliando su margen de decisión sobre sus propias vidas.

Este principio de libertad para planificar la familia abarca tanto el derecho a evitar o interrumpir embarazos no deseados como la posibilidad de tener más hijos si se los desea. Hoy, esa libertad está restringida en ambas direcciones.

El informe del UNFPA encontró que, en todo el mundo, el 32 % de las personas declaró que ellas o su pareja habían experimentado un embarazo no deseado, lo que demuestra la necesidad persistente de ampliar el acceso a la anticoncepción y al aborto. Al mismo tiempo, el 23 % dijo no haber podido tener un hijo en el momento en que lo deseaban, y el 40 % de ese grupo afirmó que finalmente terminó por abandonar esa expectativa. La superposición entre ambas situaciones también es reveladora: un 11 % de los encuestados indicó haber atravesado ambas circunstancias en distintos momentos de su vida. Nuestro objetivo es eliminar ambos tipos de restricción.

Este marco de libertad para la planificación familiar desplaza el debate sobre la natalidad hacia un terreno favorable, en el que la izquierda aparece como defensora de la elección y la derecha como promotora de la coerción. Combinado con el enfoque multifactorial, este marco deja abierta la posibilidad de que no haya salida a la crisis de la fertilidad sin un cambio económico integral. Si los hallazgos del informe del UNFPA son correctos, entonces podríamos mejorar las tasas de natalidad impulsando una agenda bien conocida: aumentar sustancialmente el salario mínimo y fortalecer los derechos de negociación colectiva, aplicar una política fiscal progresiva que grave la riqueza, establecer un sistema de salud universal con servicios reproductivos integrales, crear asignaciones universales por hijos y licencias familiares extendidas y pagas, construir viviendas sociales y regular los alquileres, ofrecer guarderías universales, implementar modalidades de trabajo flexible a tiempo parcial para madres y padres, entre otras medidas.

¿Qué podría ser más atractivo que una visión política que combine seguridad económica con autonomía personal? En comparación, la derecha queda expuesta tal como es: una fuerza reaccionaria y oportunista, más interesada en castigar a las mujeres por salirse del molde que en remover los obstáculos reales que impiden a las personas formar las familias que desean.

El indicador definitivo de nuestro éxito sería transformar esa desalentadora tasa del 18 % —el porcentaje de personas que se sienten seguras de poder tener la cantidad de hijos que consideran ideal— en algo cercano a lo universal. Si la gran mayoría pudiera mirar su situación económica y sus perspectivas de vida con la convicción de que podrá cumplir su proyecto reproductivo, eso ya sería una victoria.

Esto también podría traducirse en sostenibilidad demográfica: según el Instituto de Estudios sobre la Familia, solo un 2 % de les estadounidenses considera que no tener hijos sea lo ideal. Esa elección sería respetada en nuestro marco y no resultaría problemática para el crecimiento poblacional general, ya que cuando se les pregunta cuántos hijos consideran ideales, el promedio es de 2,7, muy por encima del nivel de reemplazo.

La izquierda debería estar preparada para responder a la cuestión de la natalidad. Y no es una carga: deberíamos aprovechar la oportunidad de mostrar cómo nuestra agenda preexistente puede facilitar que las personas formen las familias y vivan las vidas que desean. Nuestra aspiración es estar asociades a la libertad y a la abundancia. En este tema, si lo abordamos desde el ángulo correcto, efectivamente podemos lograrlo.

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