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Adolfo Gilly (1928-2023), cronista del siglo XX

El pasado 4 de julio falleció Adolfo Gilly, una personalidad central de la cultura marxista latinoamericana. A lo largo de su vida, conjugó el compromiso político y la rigurosidad intelectual en una trayectoria militante de fuertes acentos internacionalistas.

Adolfo Gilly nació el 25 de agosto de 1928 en el seno de una familia de clase media ilustrada que residía en la zona céntrica de la ciudad de Buenos Aires. Su madre, Delfa Esther Gilly, era amiga de la escultora Agustina Morricone, esposa del escritor Ezequiel Martínez Estrada. Su padre, Atilio Malvagni, era un abogado de orientación liberal que había sido capitán de la Armada, convirtiéndose en un especialista en derecho marítimo que le permitió redactar la «Ley de navegación» argentina. En 1935, cuando Adolfo tenía 7 años, nació Graciela, su hermana menor.

Un dato familiar curioso, que Adolfo recordaba con humor: su abuelo Malvagni había sido un transformista italiano que utilizaba el seudónimo de «Mesmeris», actor trashumante que recorría el mundo ofreciendo un espectáculo semejante al del célebre Leopoldo Fregoli, en el que interpretaba veinte personajes en escena cambiando súbitamente el vestuario, la voz y la expresión corporal.

Mientras cursaba la carrera de magisterio en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, seguía con interés los acontecimientos que estremecían al mundo y a la Argentina: el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el golpe militar-clerical de junio de 1943 y la emergencia del peronismo. Tenía apenas 15 años cuando se unió al Comité De Gaulle de Buenos Aires y un año después, en agosto de 1944, asistía a su primera manifestación política en las calles de Buenos Aires para celebrar la liberación de París.[1] Mientras cursaba sus estudios medios ingresó a la ASES (Agrupación Socialista de Estudiantes Secundarios), una de las formaciones de las Juventudes Socialistas que se posicionaba dentro del ala izquierda del Partido Socialista. En la ASES conoció a Guillermo Almeyra, otro joven que provenía de las clases medias intelectualizadas, con el que comparten no sólo lecturas políticas sino también literarias, sobre todo de Andre Breton, Louis Aragon y los surrealistas franceses. Gilly y Almeyra conformarán durante medio siglo una suerte de hermandad política, sólo interrumpida por el compromiso de Gilly con el cardenismo. La ASES lanzó el periódico Rebeldía (Buenos Aires, 1946-1947), donde Adolfo publicó sus primeros artículos. Según el testimonio de Almeyra:

Adolfo era delgado y pálido y reforzaba su aspecto de poeta bohemio con un moño a título de corbata y se había hecho célebre porque en un palco frente a la Casa del Pueblo, sede central del partido, había defendido a la Unión Soviética y atacado al imperialismo estadounidense, en pleno nacimiento de la Guerra Fría y en plena alianza de los socialistas con la embajada estadounidense. El silencio glacial de los dirigentes del PS fue seguido por un comunicado del diario oficial del partido, La Vanguardia, que repudió la intervención del representante de ASES, sin que fuese posible replicar a esa nota. Pocos días después, el secretario general del partido, Juan Antonio Solari, se cruzó con el joven rebelde en la escalera de la Casa del Pueblo y le intimó: «¡Retírese, ciudadano!», ordenándole al conserje que lo expulsara. Este, por supuesto, esperó que se fuese el Júpiter casero para pedirle al réprobo más llanamente: «Por favor, andate, pibe…».[2]

En 1946 todavía estaba en las filas del PS cuando un compañero de militancia puso en sus manos un ejemplar de La revolución traicionada de León Trotsky. Por entonces lee también con interés los sucesivos números de Octubre. Revista mensual del trotskismo (Buenos Aires, 1945.1947), que dirigían Jorge Aberlardo Ramos y Mauricio Moisés («Niceto Andrés»). En sus páginas descubre los artículos del revolucionario ruso sobre la experiencia cardenista. El joven Gilly envía entonces una carta a los editores de Octubre, pero «el modo altanero y paternalista» con que le respondieron lo disuadió de mantener cualquier vínculo regular.

En 1947 la dirección partidaria socialista incautó el n° 4 de Rebeldía, impidiendo su distribución. Adolfo Gilly y su compañero Guillermo Almeyra salen de la Juventud Socialista para ingresar al MOR (Movimiento Obrero Revolucionario), un grupo de inspiración trotskista que lideraba desde Jujuy el abogado laboralista Esteban Rey. Influidos por las resoluciones del Segundo Congreso Mundial de la Cuarta Internacional (1948), Gilly, Almeyra, Raúl Premat, Rosa Katz y otros miembros del MOR de Buenos Aires deciden ingresar, en 1949, al Grupo Cuarta Internacional (GCI), una vertiente del trotskismo nacida en 1943 y liderada por el obrero del calzado Homero Cristalli, que ya firmaba con el seudónimo de J. Posadas. EL GCI editaba desde 1947 el periódico Voz Proletaria. Inspirado en la concepción leninista de un férreo un partido de cuadros, Posadas constituirá un grupo de base obrera y persistente trabajo sindical, que rivalizaba con otra formación trotskista, el Grupo Obrero Marxista (GOM), liderada por Nahuel Moreno.

Ambos grupos sostenían posiciones encontradas respecto del gobierno peronista. Posadas lo entiende como «un gobierno de la burguesía nacional industrial», destacando la importancia de la organización obrera en los sindicatos industriales de masas y en la Confederación General del Trabajo (CGT), mientras que el GOM de Moreno lo define como un régimen «semitotalitario», incapaz de atacar los intereses del «imperialismo inglés». Además, en la disputa por el reconocimiento como sección de la Cuarta Internacional, Posadas califica al GOM como un grupo sectario que no comprende la dimensión nacional antiimperialista del peronismo, mientras que Moreno califica entonces al GCI como «agente ideológico del peronismo». Finalmente, el IIIer Congreso Mundial de la Cuarta Internacional (agosto de 1951) reconocerá al GCI como la sección argentina de la Cuarta Internacional. Desde entonces Posadas integrará la dirección del Secretariado Internacional de la Cuarta Internacional y se mantendrá estrechamente vinculado a las posiciones de Michel Pablo (Michel Raptis), que subrayan la relevancia de los movimientos anticoloniales para la revolución mundial.

En 1954 el GCI será rebautizado Partido Obrero Revolucionario (POR) y años después «POR posadista», por el seudónimo de su principal dirigente. Así como cada uno de los militantes posadistas era conocido por un seudónimo (Homero Cistalli fue «J. Posadas», Guillermo Almeyra fue «Ferrero» o «Manuel», el tornero Dante Minazzoli  fue «Arroyo» o «José», el abogado Ángel Fanjul fue «Heredia», Dora Coledesky fue «Estela», el metalúrgico José Lungarzo fue «Losada» o «Juan», el metalúrgico Edgar Canevari era «Fernando», Pedro Stilman fue «Emilio Pratti», el textil Roque Moyano fue «Giménez» o «El Negro», el metalúrgico Roberto Muñiz fue «Puente» o «Rogelio», el textil Oscar Fernández fue «Hugo Villa»), Adolfo Gillly fue «Héctor Lucero» o «Esteban Molina». De todos modos, la firma de sus artículos periodísticos como Adolfo Gilly, omitiendo el apellido paterno (Malvagni) y adoptando el materno (Gilly), ya cumplía la función protectora del seudónimo, pues en los pasaportes argentinos el apellido materno no se consignaba. Durante los años 1950 y 1960 se fueron sumando a la organización trotskista otros militantes como Daniel Malach, Raúl Premat («Rivas»), Alberto J. Pla  («Llanos») y Hugo Moreno («Hugo Sacchi»).

El Grupo Cuarta Internacional, luego POR, llevó quizás al extremo un modelo de organización y funcionamiento frecuente en las pequeñas organizaciones trotskistas de su tiempo que navegaban a contracorriente, semejante al de una orden militante, con sus votos de obediencia, pobreza y castidad, lo que acentuaba los caracteres sectarios de la organización. Posadas era un obrero autodidacta que necesitaba incorporar a su grupo a militantes que portaran un capital cultural propio de las clases medias letradas, pero al mismo tiempo recelaba de ellos. El obrero del calzado tenía enormes dificultades para escribir (sus «escritos» son en realidad desgrabaciones de sus dictados orales), mientras que Gilly y Almeyra revelaban notables dotes como escritores. Los intelectuales como ellos eran necesarios para la causa revolucionaria pero debían encuadrarse en los marcos de una cultura política obrerista y militante.

Es así que, sin abandonar el mundo de las ideas, Adolfo Gilly acata la política de «proletarización» del partido «posadista», trabajando entre 1949 y 1955 en un taller tipográfico y afiliándose a la Federación Gráfica Bonaerense (FGB). En 1946 había comenzado la carrera de Derecho en la Universidad de Buenos Aires, pero sólo alcanzó a obtener en 1948 el título de procurador, una profesión que nunca ejerció. Dado que el plomo del taller afectaba su salud, pasó a desempeñarse como corrector de pruebas y traductor de la editorial Arayú, para la que virtió del francés al castellano los dos volúmenes de ¿A dónde va el pueblo norteamericano? (1954), del anarco-trotskista Daniel Guérin. Firmó sus traducciones como Adolfo Malvagni.

Su hermana menor Graciela Malvagni Gilly también se sumó a la organización posadista, adoptando el nombre partidario de «Nora» y proletarizándose en la Fábrica Argentina de Alpargatas. Aunque sostenían una organización política que se delimitaba políticamente del peronismo, Adolfo y sus compañeros «posadistas» participan en la huelga general de protesta contra el golpe militar del 15 de septiembre de 1955 que derrocó al gobierno de Juan D. Perón.

Sin embargo, su labor política más significativa durante sus años de militancia «posadista» serán sus giras latinoamericanas y su obra de periodista político. Gilly recorre desde mediados de la década de 1950 diversos países latinoamericanos (Brasil, Bolivia, Chile, Perú, Uruguay, Colombia, Cuba, México, Guatemala) en misión partidaria mientras hace periodismo político en revistas de su propia corriente (como la Revista Marxista Latinoamericana, donde firma con los seudónimos de Héctor Lucero y Esteban Molina) y con su nombre abreviado de Adolfo Gilly en la prensa independiente, como el semanario Marcha de Montevideo, dirigido por Carlos Quijano y la Monthly Review neoyorkina.

Entre 1956 y 1960 permanece en Bolivia, sobre todo en La Paz y en la ciudad minera de Oruro, formando parte del Partido Obrero Revolucionario (POR) que lideran Hugo González Moscoso  y Fernando Bravo. Entre 1960 y 1962 reside en Europa, primero en Amsterdam y luego en Roma, militando durante un tiempo en la organización del trotskismo italiano (Gruppi Comunisti Rivoluzionari) que lidera Livio Maitan. Gracias a la mediación de su compañero Raúl Premat consigue un ingreso como corresponsal europeo del diario porteño El Mundo.

Durante esos dos años representó al Buró Latinoamericano (BLA) — junto al uruguayo Alberto Sendic (hermano del futuro líder Tupamaro Raúl Sendic) y al argentino J. Posadas— en el Secretariado Internacional de la Cuarta Internacional, que integraban dirigentes del trotskismo internacional como el belga Ernest Mandel, el greco-francés Michel Pablo (seudónimo de Michel Raptis), el italiano Livio Maitan, el francés Pierre Frank, el holandés Sal Santen y el alemán Georg Jungclass. Las reuniones se celebraban en París o en Amsterdam (en esta ciudad vivía entonces Michel Pablo).

El Secretariado trotskista apoyó desde sus inicios la Revolución Argelina liderada por el Front de Libération Nationale (FLN). Desde 1959 el POR argentino envía a tres técnicos metalúrgicos a la fábrica de armas clandestina que el FLN había montado en Marruecos: Roberto Muñiz («Puente»), Pablo Schulz («El Alemán») y Elbio Boum. En 1960 la policía holandesa descubre la imprenta donde los trotskistas imprimían francos falsos para financiar la compra de armas con que la Cuarta Internacional apoyaba al FLN. Michel Pablo y San Santen son detenidos, procesados y condenados a quince años de prisión, acusados de «falsificación de moneda» y «tráfico de armas». A comienzos de septiembre de 1961 Gilly viaja a Belgrado para participar como delegado a la Primera Conferencia de los Países No Alineados, donde se entrevista con el dirigente argelino Lakhdar Brahimi solicitando su apoyo para evitar la deportación de Michel Pablo a Grecia, su país natal, del que se había exiliado y donde su vida corría peligro. Finalmente,  cuando en 1962 Pablo y Santen son liberados, el primero es recibido como deportado en Marruecos gracias a la mediación de Gilly con Brahimi. En la conferencia de Belgrado entrevista a Amílcar Cabral, el líder revolucionario de Guinea Portuguesa y Cabo Verde que sería asesinado once años después. La entrevista aparece en el matutino porteño El Mundo firmada como Adolfo Malvagni.

En 1962 la tendencia de J. Posadas, hasta entonces discípulo declarado de Michel Pablo, rompe con la Cuarta Internacional y se constituye como organización paralela, conservando el mismo nombre, aunque su presencia efectiva se limitaba al Buró Latinoamericano (BLA). En julio de 1962 Adolfo Gilly llega a La Habana revolucionaria con visa de periodista, pero su misión política consistía en fortalecer el trabajo de los militantes del POR Cubano que editaban el periódico Voz Proletaria. Entre los miembros del POR cubano militaban los hermanos León Ferrera, Ricardo Ferrera e Idalberto Ferrera, ex-miembros de las columnas guerrilleras del Movimiento 26 de Julio; y el ingeniero Roberto Acosta, miembro de la guerrilla urbana Acción y Sabotaje. A los trotskistas cubanos se había sumado otro argentino, el metalúrgico José Lungarzo («Juan») y la uruguaya Olga Scarabino («Miranda»). Quien tramitó la visa de Gilly para su ingreso a la isla fue el ensayista argentino Ezequiel Martínez Estrada, que residía por entonces en La Habana con su esposa Agustina Morricone, amiga de su madre Delfa Gilly, para escribir una biografía de José Martí. Adolfo aprovechó el reencuentro con Martínez Estrada para realizarle una entrevista sobre de la «crisis de los misiles» (octubre de 1962) que se publicó en el semanario Marcha de Montevideo. Gilly se instala en el departamento de Martínez Estrada cuando este retornó a la Argentina.

Los «posadistas» consideraban entonces que el Che Guevara expresaba el «ala izquierda» del proceso revolucionario cubano, por oposición al «ala derecha» que representarían los viejos comunistas del Partido Socialista Popular (PSP). El «posadista» Roberto Acosta, que se desempeñaba en el Ministerio de Industrias, le entregaba regularmente al Che cada ejemplar que aparecía del periódico partidario Voz Proletaria. Gilly mantiene entonces un encuentro con el Che, donde intenta persuadirlo de sus afinidades políticas. En La Habana, en agosto de 1963, estrecha vínculos políticos y de amistad con Luis de la Puente Uceda, el disidente revolucionario del APRA que por entonces lideraba el APRA Rebelde. Durante su estancia en la isla, Gilly publica artículos en la revista Cuba.

La publicación de Voz Proletaria y el reparto de volantes por parte de los militantes del POR posadista durante un congreso de arquitectos latinoamericanos realizado en La Habana, fueron algunas de las excusas del gobierno cubano para acusar a los militantes del POR cubano de «provocación», detener a sus militantes y suspender finalmente la publicación del  periódico. Cuando algunos de sus militantes eran detenidos, los posadistas acudían al Che Guevara, que aceptaba negociar con el gobierno cubano su libertad. Pero la represión sobre la organización posadista fue creciendo a comienzos de la década de 1960, comenzando por la deportación de aquellos que no era cubanos nativos. Así, Lungarzo fue deportado a la Argentina por la policía política cubana en diciembre de 1962 y Gilly fue deportado a Roma en octubre de 1963. Ezequiel Martínez Estrada relata el hecho en carta a Samuel Glusberg:

Al venirme, cedí el departamento a Adolfo Gilly, periodista de Roma, hijo de viejos amigos nuestros en Buenos Aires y que había ido a La Habana año y medio hace, para escribir un libro en pro de la revolución. Colaboraba en Marcha y Le Monde, con trabajos de propaganda. Un día, al salir de casa, lo detiene la policía secreta, lo encarcela y quiere mandarlo a Bs. Aires (para que la P.[olicía] F.[ederal] le arreglara las uñas). Le quitan 400$ que yo le había dejado más la ropa, una valija de cuero, dos máquinas de escribir, y la estilográfica y un cortaplumas-orquesta se lo reparten los empleados. Ya en el aeródromo, le llevan, en una caja de cartón vieja, el sobretodo y un traje, y así lo largan, sin un centavo, a Roma. Más o menos lo que a Matilde Ladrón de Guevara, que no queríamos creer. Pero hay que creer o reventar.[3]

Martínez Estrada envía entonces una serie de duras cartas de protesta a Haydée Santamaría, directora de Casa de las Américas y a Roberto Fernández de Retamar. Santamaría le responde burocráticamente, alude al «señor Gilly» afirmando que la deportación era «un derecho de los países que velan por la seguridad» y añadía: «Usted sabe que Cuba está asediada, bloqueada, que la CIA infiltra agentes de todo tipo…».[4] Entre los papeles incautados por los cubanos estaba una entrevista a Luis de la Puente Uceda, que no llegó a publicarse.

La revista neoyorkina Monthly Review publicó en 1964 su ensayo «Inside the Cuban Revolution», que apareció enseguida en un número especial de la revista en español con el título de Cuba, ¿coexistencia o revolución? En este ensayo, Gilly analizaba el curso y los dilemas de la revolución, las divergencias entre Cuba y la URSS en el contexto de la «crisis de los misiles» y las contradicciones entre la tendencia latinoamericanista del Che Guevara, que proponía extender la revolución, y la corriente cubana pro-soviética que privilegiaba la «coexistencia pacífica». En diciembre de 1964, cuando el Che Guevara viajó a Nueva York para participar como delegado cubano de la Asamblea General de Naciones Unidas, Leo Huberman y Paul Sweezy, los editores de Monthly Review, le entregaron en mano un ejemplar del ensayo de Gilly. Según el testimonio de los editores estadounidenses a Gilly, el Che lo hojeó rápidamente y solo comentó: «A algunos compañeros no les va a gustar».

Gilly permanece en Santiago de Chile buena parte del año 1964 para participar en la campaña electoral de septiembre de ese año, ocasión en que acompaña al líder socialista Salvador Allende, durante sus gira proselitista por las fábricas y los barrios populares de Santiago como candidato a presidente por la Unidad Popular. Colabora en Arauco, la revista del Partido Socialista mientras envía sucesivas notas a Marcha de Montevideo sobre la campaña electoral chilena. Reside sobre todo en Santiago de Chile, aunque pasa varios días en Concepción para conocer la situación de los trabajadores de la siderúrgica de Huachipato.

A fines de ese año viaja a México, colaborando desde ese país con el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre (MR-13) de Guatemala, que lideran el Comandante marco Antonio Yon, el teniente Luis Augusto Turcios Lima y el coronel Augusto Vicente Loarca y del cual forman parte varios militantes trotskistas mexicanos que habían conquistado una importante influencia ideológica. Gilly cruza la frontera para llegar hasta la Cordillera noroeste de Guatemala con el fin de participar de la Conferencia de la Sierra de las Minas, que tuvo lugar en el campamento «Las Orquídeas». Con el nombre de guerra de «Tury», participó de los debates y fue uno de los redactores de su «Declaración de Sierra de las Minas» de diciembre de 1964, que se convirtió en el programa central del MR-13. Asimismo, colabora en el periódico del MR-13 Revolución Socialista.

Pero Posadas considera insuficiente la influencia política de los trotskistas en el MR-13 y les exige a sus militantes que persuadan a los guerrilleros guatemaltecos de convertir al Movimiento en sección guatemalteca de la Cuarta Internacional. Los guatemaltecos aprecian la contribución de los trotskistas pero resisten la afiliación internacional. El coronel Loarca lo manifestó de modo elocuente: «¿Por qué tenemos que sudar nosotros las fiebres de la Cuarta Internacional?».

Gilly entrevista entonces a Yon Sosa para la Monthly Review, elaborando un texto («The Guerrilla Movement in Guatemala») que conocerá amplia repercusión continental e internacional,  traducido como «El Movimiento guerrillero en Guatemala» en Monthly Review. Selecciones en castellano (MR nº 22-23, Buenos Aires, junio-julio 1965) y reproducido por los semanarios Marcha y Época de Montevideo. Ofrecía aquí un cuadro de la guerrilla guatemalteca, su organización social a través de comités campesinos y su programa de revolución agraria y socialista, en franco contraste con el programa de revolución democrático-burguesa que levantaban entonces los partidos comunistas latinoamericanos.

Pasa ese mismo año por Bogotá, y no tarda en dirigirse a la Universidad Católica para pedir una entrevista con Camilo Torres. «Llego al piso 14 de la Universidad, toco una puerta y sale de pronto un cura alto que me dice: “Camilo Torres soy yo”». Camilo Torres convocó enseguida a Monseñor Guzmán  para que se sumara a la conversación. Entre otros temas, abordaron el de la experiencia guatemalteca. Torres lo invita a recorrer juntos al día siguiente las calles de Bogotá, «los barrios pobres y también los ricos», según recordaba el propio Gilly. Su entrevista al líder revolucionario colombiano apareció en Marcha de Montevideo.

El 15 de agosto de 1965 Luis de la Puente le envía una extensa carta política y lo invita a viajar a Perú, donde ha iniciado unas fuerzas guerrilleras, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (el MIR), buscando el apoyo del campesinado empobrecido de la región andina. De la Puente quería que Gilly hiciera una entrevista sobre la guerrilla peruana semejante a que había hecho sobre los guatemaltecos. Pero la carta llega en diciembre, cuando el líder del MIR había sido asesinado dos meses antes en el Cusco por el ejército peruano. La da a conocer ese mismo mes en la revista Arauco de Santiago de Chile y en Marcha de Montevideo. A principios de 1966 hace un viaje por Brasil, Uruguay y Argentina (no podrá volver a su país natal sino en 1983, 17 años después). En Montevideo se reencuentra con sus amigos Eduardo Galeano y Carlos Quijano.

Cuando el Che Guevara desaparece de la escena pública y Fidel Castro, en el marco del  Primer Congreso del Partido Comunista Cubano (PCC) de octubre de 1965, lee su «Carta de despedida», Gilly escribió desde Guatemala el artículo «La renuncia del Che», que apareció en Arauco de Santiago y en Marcha de Montevideo, un texto ampliamente reproducido por los medios y traducido a varios idiomas. Gilly consideraba allí que la derrota del Che, debida a su encierro al interior de las filas de élite cubana, implicaba en definitiva un triunfo de las fuerzas comunistas en dirección a una «institucionalización de la revolución» en el marco de la «coexistencia pacífica».

Pocos meses después, en su discurso de la Conferencia Tricontinental (La Habana, enero de 1966), Fidel Castro atacaba públicamente a los trotskistas (de portadores de «posiciones erróneas» habían pasado a ser ahora «un vulgar instrumento del imperialismo y la reacción») y se detenía particularmente en la persona de Adolfo Gilly, nombrándolo como «Adolfo Guil». El semanario Marcha de Montevideo publicó la «Respuesta a Fidel Castro» de Gilly, donde calificaba de «insensatas» las críticas del líder cubano: «Acusa de “agente del imperialismo” a una dirección revolucionaria probada en años de lucha, por el solo hecho de defender un programa» (Marcha nº  1293, Montevideo, febrero 1966, p. 10).

Esa crítica del máximo líder del comunismo latinoamericano significaba una presión colosal sobre Yon Sosa y los revolucionarios guatemaltecos, precipitando la salida de los trotskistas mexicanos del MR-13 al mismo tiempo que una poderosa represión gubernamental amenazaba a su movimiento. En efecto, en marzo de 1966 el gobierno de Guatemala desató una represión militar en la capital: asesina, «desapareciéndolos», a 34 militantes de diversas organizaciones de izquierda, entre ellos Francisco Amado, dirigente del MR-13 en la ciudad de Guatemala, Iris Yon (sobrina de Yon Sosa) y la mexicana Eunice Campirán Villacaña (compañera del mexicano David Aguilar Mora, que ya había sido secuestrado en diciembre de 1965 y arrojado su cuerpo al mar).

En marzo de 1966, Gilly llega a la ciudad de México para intentar ingresar desde allí una vez más a Guatemala. En el marco de una represión dirigida contra el POR mexicano, Gilly es apresado, enjuiciado y encarcelado por el gobierno mexicano junto con siete miembros de esa organización, acusados de «conspiración» y «asociación delictuosa», sin más pruebas que las publicaciones y las ideas de su corriente. Era el inicio de una represión general contra la izquierda mexicana que en 1968 iba a culminar con la Masacre de Tlatelolco y el encarcelamiento de cientos de presos políticos.

Condenado a seis años de prisión, Gilly permanece detenido entre 1966 y 1972 en la celda 16 de la crujía N de la Cárcel de Lecumberri. Presenta una defensa jurídica sobre la ilegalidad de su detención en tanto juicio a las ideas y una defensa política de las ideas mismas por las cuales se lo enjuició. Es condenado en primera y segunda instancia a seis años y tres meses prisión. El 7 de octubre de 1969 pronuncia ante el tribunal de apelación su alegato de defensa, en su propio nombre y en el de sus compañeros de militancia en el Partido Obrero Revolucionario Trotskista de México. El POR-T publica entonces el alegato como folleto. Gilly sale en libertad el 4 de marzo de 1972, un mes y medio antes de completar su condena, absuelto por la Suprema Corte de Justicia, que finalmente daba razón a sus argumentos jurídicos.

La organización interna de los presos políticos en la cárcel en Lecumberri (varios cientos desde 1968) le permitieron estudiar, escribir y practicar deporte con regularidad. En 1967 la dirección de su organización, en carta firmada por J. Posadas, le había prohibido continuar colaborando en Marcha, Monthly Review y otras publicaciones independientes. Gilly se consagra entonces a preparar un estudio histórico de la revolución mexicana, que será publicado en junio de 1971 mientras su autor permanecía preso: La Revolución Interrumpida. México, 1910-1920. Una guerra campesina por la tierra y el poder. Destaca en esta obra la importancia decisiva de los ejércitos de Emiliano Zapata y Pancho Villla, y la relevancia de su ocupación de la ciudad de México en diciembre de 1914, presentando al gobierno zapatista en el Estado de Morelos (1911-1919) como una comuna o república social campesina. Terminaba considerando al gobierno del general Lázaro Cárdenas (1934-1940) como la segunda fase de esa revolución interrumpida en 1920. Esta obra alcanzará desde entonces enorme resonancia —en enero de 1972 Octavio Paz la comentó en una extensa «Carta a Adolfo Gilly» aparecida en la revista Plural—, frisando en 2023 las 50 ediciones. Fue traducida al inglés y al francés, e incluso se publicó una edición cubana en 2003 con el sello editorial de Ciencias Sociales de La Habana. «Si Carlos Fuentes dijo que su generación leyó de pie El laberinto de la soledad, la mía —escribió hace pocos días Juan Villoro— hizo lo propio con la obra clásica de Gilly, que recuperó el legado de los ejércitos populares de Villa y Zapata y analizó al cardenismo como la reanudación de un movimiento social inconcluso».[5]

Aquel 4 de marzo en que salió de la cárcel fue conducido directamente por las mismas autoridades policiales al Aeropuerto de México, donde fue inmediatamente embarcado a París. Permaneció poco tiempo en la capital francesa para trasladarse a Roma, donde residió hasta 1976. A fines de 1974 se reencuentra con su antiguo jefe político en la capital italiana, donde el choque iba a ser tan inevitable como definitivo. Posadas era por entonces el oscuro dirigente de una Internacional «posadista» en franco proceso de disolución, mientras que Gilly se había convertido en una figura pública, cuyos libros y reportajes reproducidos por las revistas de la «nueva izquierda» alcanzaban un radio de lectores con un alcance mucho mayor al de los cenáculos trotskistas.

La organización internacional, ahora autodenominada «posadista», había devenido en una secta cada vez más cerrada, extraviada y autoritaria, consagrada al culto de su jefe. Posadas había comenzado a ensayar durante esos años una serie de curiosas tesis en torno a la emergencia de nuevos Estados Obreros en países como Siria, Yemen del Sur, Malí y Congo Brazaville y de Estados no obreros pero sí Revolucionarios (como Egipto y Libia), así como la idea de una «regeneración parcial» de la Unión Soviética bajo Breznev. Sostenía también por entonces la tesis de la inevitabilidad de una guerra atómica entre los Estados Obreros y el mundo capitalista, guerra que se extendería a la conquista del espacio, llegando a conjeturar, por ejemplo, que el fenómeno OVNI respondía a señales que enviaban al Planeta Tierra civilizaciones superiores que ya habían evolucionado a la «etapa comunista». Según el balance del propio Gilly —expresado en numerosas cartas y documentos de escasa circulación pública—, acontecimientos sucesivos como la ruptura de 1962 con Michel Pablo y la Cuarta Internacional (que le servían de referencia y de «contención»), sumadas a la derrota del MR-13 en Guatemala en 1966 y a su instalación definitiva en Roma desde 1968, habrían contribuido a desarraigar a Posadas del medio latinoamericano que conocía y en el que se había formado. Para entonces, los principales cuadros políticos latinoamericanos del «posadismo» que hubieran podido contrarrestar la tesis más delirantes de Posadas (como Guillermo Almeyra, Ángel Fanjul, Alberto J. Pla, Gabriel Dabat, Tulio Vigevani, Leoncio Rodrigues, Boris Fausto, entre otros) se habían alejado, o lo harán en los años inmediatamente posteriores.

A partir de entonces, la salida del «posadismo» le permitió a Gilly y a varios de estos militantes reinsertarse en los partidos de la Cuarta Internacional y retomar vínculos orgánicos con los dirigentes históricos del Secretariado Unificado. Siempre leales a su referente internacional Michel Pablo, Gilly y sus viejos camaradas se alinearon en la tendencia internacional «pablista» de la Cuarta Internacional (conocida internamente por sus siglas TMR4 y TMRI), acompañando el fuerte acento puesto entonces por esta corriente en los procesos de autogestión obrera. Gilly colaborará en las revistas que animó Pablo, Sous le drapeau du socialisme (1964-1992) y Utopie Critique (1993-2011).

Entre 1975 y 1976 Gilly prepara su regreso a México, donde proyecta editar una revista de cultura marxista que se llamará Coyoacán. Desde Italia mantiene correspondencia con Rodolfo Peña, Director de la revista Solidaridad del Sindicato de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana y con el dirigente del sindicato, Rafael Galván, cuyo apoyo había sido decisivo para la primera edición de La revolución interrumpida. Además, en 1976 se entrevista con Carlos Fuentes, entonces Embajador de México en París, que le ofrece su apoyo para facilitar su regreso a Mexico, que finalmente se concreta en noviembre de ese año. «Como Trotsky, señaló Villoro, el revolucionario errante decidió establecerse entre nosotros, pero a diferencia de su antecesor ruso, no fue un solitario profeta en el exilio. Maestro universitario, periodista y militante, Gilly hizo de México su patria de elección. En 1982 demostró que la identidad no es un accidente sino un acto voluntario: decidió pertenecer al contradictorio país que lo apresó como regalo de bienvenida y que le permitió pensar de otra manera». Efectivamente, Gilly residió en México hasta su muerte en 2023, con apenas dos años de intervalo en Italia en 1978 y 1979 y algunas estadías académicas en los Estados Unidos.

En México desarrolla desde entonces una prolongada labor política, periodística, docente e historiadora, adquiriendo en 1982 la nacionalidad mexicana. Militó en diversas organizaciones del trotskismo mexicano, particularmente en el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), de orientación trotskista, sección mexicana del Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional. Alejado de éste en 1987, un año después está entre los fundadores del MAS (Movimiento al Socialismo), pequeña organización trotskista que apoyó en 1988 la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas, y que en 1989 confluyó, junto con el Partido Comunista Mexicano (PCM) y con la Corriente Democrática (la disidencia del PRI que lideraba Cárdenas), en la constitución del PRD (Partido de la Revolución Democrática). Como observó Villoro en el artículo antes citado, Gilly vio en la reactivación del cardenismo una oportunidad para la renovación de la izquierda mexicana. Se trataba de una apuesta política que gran parte del PRT y de sus viejos camaradas trotskistas desaprobaron, lo que dio lugar a un prolongado debate político. Gilly sostuvo su apuesta en artículos públicos, documentos internos y cartas privadas. Así como su mentor Michel Pablo se había transformado en la Argelia poscolonial de los años 1960 en asesor de Ben Bella, Gilly devendrá en estos años en consejero del hijo del legendario general revolucionario.

Es así que en 1988 recorre México acompañando a Cuahutémoc Cárdenas en su campaña electoral. Un año después publica Cartas a Cuauhtémoc Cárdenas (1989), recopilación de las misivas personales que campesinos y trabajadores le fueron entregando al candidato del PRD durante su recorrido.

Entre 1987 y 1990 participa del movimiento de estudiantes y profesores de la UNAM que culmina en el Congreso universitario de 1990. Entre 1990 y 1992 reside como investigador del National Humanties Center (Carolina del Norte), donde prepara su libro sobre Lázaro Cárdenas, sus ideas y su tiempo. Entre 1993 y 1994 vuelve a recorrer México acompañando a Cárdenas en su segunda campaña presidencial.

En enero de 1994 se produce la rebelión del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y de las comunidades indígenas en Chiapas, a la cual brinda apoyo y solidaridad toda la izquierda mexicana. Ese mismo año viajó a Chiapas, donde trabó relación con el Subcomandante Marcos. De la correspondencia surgida de este encuentro y de la discusión desatada a partir a la obra del historiador Carlo Ginsburg, surgió el libro conjunto Discusión sobre la historia (1995). En 1997 pública Chiapas, la razón ardiente, sobre las razones históricas e inmediatas de la rebelión zapatista. Entre diciembre de 1997 y junio de 2000 Gilly integró el gabinete del gobierno de Cárdenas al frente de la Jefatura de la Ciudad de México, oficiando de Secretario de Evaluación y Diagnóstico de la Ciudad. Este compromiso con la gestión pública no le impide escribir, entre abril de 1999 y marzo de 2000, sucesivos artículos en La Jornada en defensa de la huelga universitaria de la Universidad, de sus propuestas y sus razones. Tras una dura y frustrante experiencia de gestión estatal, Gilly se concentró en sus escritos y en sus labores como historiador, abocándose sobre todo en la preparación de su estudio sobre Felipe Ángeles.

En 1980 regresó por primera vez a Cuba luego de su expulsión del año 1963, donde conoció a Salvador Cayetano Carpio, el «Comandante Marcial» de la guerrilla salvadoreña, que por entonces encabezaba el proceso de creación del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional. Volverá a la isla en sucesivas oportunidades (en 1992 acompañando a Cárdenas, en 2000 invitado por la Universidad de La Habana y en 2002, para participar de un evento por el 40 aniversario de la «crisis de los misiles»).

Desde 1979 se desempeñó como profesor a tiempo completo de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.  A partir de allí su trabajo se divide entre la investigación histórica, la ensayística político-teórica y la docencia. En razón de su trabajo universitario reside por períodos en Estados Unidos como profesor visitante: University of Chicago (1982), Columbia University (1989), National Humanities Center (1991-1992 y 1996), University of Maryland (1995), Stanford University (1997) y New York University (2003).

En 1989 recibió la Beca Guggheheim para llevar adelante una investigación titulada «Una historia de México en el periodo post-revolucionario, 1920- 1940». En 1994 obtuvo su doctorado en Estudios Latinoamericanos en la UNAM, bajo la dirección de Octavio Rodríguez Araujo, con una tesis titulada El cardenismo, una utopía mexicana, un estudio de las ideas, los tiempos y las obras del general Lázaro Cárdenas y de su compañero de ideas, el general Francisco Múgica durante las grandes reformas agrarias, sociales y nacionales de los años 30 del siglo XX en México. Retomaba en esta obra la historia de la revolución allí donde la había dejado en suspenso en el último capítulo de La revolución interrumpida. Fue publicada enseguida como libro por Ediciones Era.

Cuando alcanzó la edad jubilatoria, fue declarado por la UNAM profesor emérito. Pero todavía a comienzos del siglo XX, era designado como profesor invitado al departamento de historia de la Universidad de Yale (2002) y un año después al de la Universidad de Nueva York.

En el campo de la historia publica, entre otras obras, en los años siguientes: Chiapas, la razón ardiente. Un ensayo sobre la rebelión del mundo encantado (1997), acerca de los orígenes y las razones de la rebelión de las comunidades indígenas zapatistas en Chiapas leídos desde el prisma thompsoniano de la «economía moral de la multitud»; Cada quien morirá por su lado (2013), un pequeño libro dedicado a la «decena trágica» de 1913; y Felipe Ángeles, el estratega (2019), una biografía del héroe militar de la Revolución Mexicana. En Historia a contrapelo: una constelación (2014) reunió ensayos historiográficos sobre seis  figuras muy dispares (Walter Benjamin, Karl Polanyi, Antonio Gramsci, E. P. Thompson, Ranajit Guha y Guillermo Bonfil Batalla) aunque atravesadas por un prisma histórico que les era común.

En el campo de la ensayística, publica en 1980 su libro Sacerdotes y burócratas, sobre las dirigencias del llamado «socialismo real»; La mano rebelde del trabajo (1982), un ensayo sobre las novedosas tecnologías digitales y las transformaciones en curso en el mundo del trabajo; Nuestra caída en la modernidad (1988), sobre las reformas neoliberales y la ofensiva contra el trabajo en México; y El Siglo del relámpago. Siete ensayos sobre el siglo XX (2002).

Entre 1983 y 1986 reúne gran parte de sus ensayos políticos sobre América Latina escritos entre 1956 y 1984 en dos tomos que tituló Por todos los caminos (vol. 1: Escritos sobre América Latina; vol. II: La senda de la guerrilla). Les añadió una cronología biográfica con la intención de documentar su propia trayectoria intelectual y política.

Desde que se instaló en México editó las revistas Coyoacán (México, 1977-1985) y Viento del Sur (México, 1994-1999). Colaboró regularmente en las revistas mexicanas Cuadernos Políticos, Brecha, Proceso, Nexos y Revista de la Universidad y en los diarios Unomásuno (hasta 1984) y luego en La Jornada. Ha colaborado en revistas de diversas latitudes, como Arauco (Santiago de Chile), Marcha (Montevideo), Monthly Review (Nueva York, Buenos Aires), Nueva Sociedad (Caracas), Partisans (París), Quatrième Internationale (París), Le Monde Diplomatique (París) y New Left Review (Londres), entre muchas otras.

Desde el inicio de la Guerra de las Malvinas en abril de 1982 escribe en el diario mexicano Unomásuno caracterizando la invasión de las fuerzas armadas argentinas como una aventura de la dictadura condenada de antemano a la derrota. En la revista Cuadernos Políticos de México publica «Las Malvinas, una derrota del capital» (1982). Desde 1983 viajó regularmente a la Argentina, contribuyendo con Alberto J. Pla y Guillermo Almeyra a la fundación de Cuadernos del Sur (1984). En el primer número de esta revista publica «La anomalía argentina», un ensayo sobre la contradicción permanente entre la persistencia de la propiedad y el poder de la oligarquía terrateniente, la debilidad histórica de la burguesía industrial y la fuerte organización sindical de los trabajadores. En las décadas de 1980 y 1990 colabora en revistas argentinas como El Porteño, El Periodista y El Rodaballo y en medios de prensa como el diario Página/12.

En noviembre de 2009 se rindió un homenaje a su obra en el Coloquio Internacional «Miradas sobre la Historia. Historiadores, Narradores y Troveros», organizado por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y el Colegio de México. Las ponencias allí presentadas fueron reunidas por Rhina Roux y Felipe Ávila en el libro Miradas sobre la historia. Homenaje a Adolfo Gilly (México, ERA, 2013).

Falleció en Ciudad de México el pasado 4 de julio, a la edad de 95 años, en su casa de Coyoacán. A lo largo de su vida, fueron sus compañeras Mabel Bacigalupo (en su etapa argentina), Ana María Satta (en su periplo italiano), Carolina Díaz-Walls y finalmente Thésa (en su ciclo mexicano). Un hijo del corazón: Tonatiuh.

Obras de Adolfo Gilly

Cuba, ¿coexistencia o revolución?, Buenos Aires, Monthly Review / Editorial Perspectivas, 1965.

La Revolución interrumpida, México, El Caballito, 1971.

Sacerdotes y burócratas, México, ERA, 1980.

La nueva Nicaragua, México, Nueva Imagen, 1980.

Guerra y política en El Salvador, México, Nueva Imagen, 1981.

Por todos los caminos, México, Nueva Imagen, 1983, 2 vols.

México, la larga travesía, México, Nueva Imagen, 1985.

Arriba los de abajo. Perfiles mexicanos, México, Océano, 1986.

Nuestra caída en la modernidad, México, Joan Boldó i Climent, 1988.

Cartas a Cuauhtémoc Cárdenas, México, Era, 1989.

El Cardenismo, una utopía mexicana, México, Cal y Arena 1994 (2ª ed.: México, Era 2001).

(con el Subcomandante Marcos), Discusión sobre la historia, México, Taurus, 1995.

Chiapas, la razón ardiente, México, Era, 1997.

Pasiones cardinales, México, Cal y Arena, 2001.

Historias clandestinas, México, Ítaca, 2009.

El siglo del relámpago, México, Itaca – La Jornada, 2002.

Cada quien morirá por su lado, México, 2013.

Historia a contrapelo. Una constelación, México, Era, 2014.

(con Rhina Roux), El tiempo del despojo. Siete ensayos sobre un cambio de época, México, Ítaca, 2015.

Felipe Ángeles, el estratega, México, Era, 2019.

A la luz del relámpago. Cuba en Octubre, México, FCE, 2020.

Estrella y espiral, México, Era, 2023.

Referencias bibliográficas

Horacio Tarcus (ed.), Cartas de una hermandad, Buenos Aires, Emecé, 2009.

Juan Sebastián Morgado, Ezequiel Martínez Estrada. Ajedrez e ideas, Buenos Aires, Dunken, 2015.

Guillermo Almeyra, Militante crítico. Una vida de lucha sin concesiones, Buenos Aires, Continente, 2013.

Josué Bustamante González, «Las prácticas trotskistas en México: prensa militante, internacionalismo proletario y sociabilidad transnacional, 1929-1976», Zamora, Tesis defendida en El Colegio de Michoacán, México, 2020.

Arturo Taracena, Yon Sosa. Historia del MR13 en Guatemala y México. Seguida de las memorias militares del comandante guerrillero, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2022.

Carlos Mignon, «Adolfo Gilly, el movimiento trotskista y la revolución socialista en América Latina», en: Historia del Socialismo Internacional. Ensayos marxistas, Santiago, Ariadna Ediciones, 2020.

Testimonios de Adolfo Gilly recogidos sucesivamente por el autor: México (enero 1994), Buenos Aires (diciembre 2003-enero 2004), Buenos Aires (2 de enero 2017).

[1] Adolfo Gilly (entrevista), «Lo que existe no puede ser verdad», en New Left Review nº 64, Madrid, 2010, p. 28.

[2] Guillermo Almeyra, Militante crítico. Una vida de lucha sin concesiones, Buenos Aires, Continente, 2013, pp. 62-63.

[3] Carta de Ezequiel Martínez Estrada a Samuel Glusberg, Bahía Blanca, 5/12/1963, transcripta en: Horacio Tarcus, Cartas de una hermandad, 2009.

[4] Cartas transcriptas en: Juan Sebastián Morgado, Ezequiel Martínez Estrada. Ajedrez e ideas, Buenos Aires, Dunken, 2015, pp. 289-302.

[5] Juan Villoro, «Revolución permanente», en: A.M., México, 7/7/2023, accesible en: https://www.am.com.mx/opinion/2023/7/7/revolucion-permanente-667538.html

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