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Respuestas para un mundo incierto

El mundo de hoy no ofrece ningún tipo de estabilidad ni proyección de futuro para las personas. La incertidumbre generalizada es un estado indeseable; pero si se aborda correctamente, puede ser una oportunidad para la construcción de una opción superadora.

En 1989, la caída del Muro de Berlín simbolizó lo que el politólogo estadounidense Francis Fukuyama llamaría «el fin de la historia». Derrotada la amenaza del socialismo real —en particular desde 1991, cuando la URSS finalmente se disolvió—, el planeta se dirigía en una sola dirección: la del capitalismo y las democracias liberales. A su manera, desde Gran Bretaña y Estados Unidos, Margaret Thatcher y Ronald Reagan abonaron a esta teoría. Por ese entonces, el Consenso de Washington articuló ciertos lineamientos generales e imposiciones para los países no desarrollados en función de consolidar un rumbo, su rumbo: menos intervención estatal y más libre comercio. La globalización era la panacea de la humanidad y la vía indiscutible hacia el desarrollo y la prosperidad.

Sin embargo, a poco más de tres décadas desde aquel entonces, todos esos postulados que parecían axiomas se encuentran en crisis, con cuestionamientos tanto por izquierda como por derecha. Hoy es muy difícil imaginar el futuro; la incertidumbre está a la orden del día. Y una pandemia como la que hemos vivido recientemente no ayuda a ordenarnos.

En la misma línea, la consolidación de China como una potencia ya no solo económica sino con creciente influencia geopolítica, junto a acontecimientos particulares como la invasión de Rusia a Ucrania (que, al fin y al cabo, tiene como trasfondo un careo con la OTAN), dan cuenta de que las circunstancias distan mucho de una estable unipolaridad. Más allá de los reparos —justificados— que puedan ponerse a conceptos como «multipolaridad» o «nueva guerra fría», lo cierto es que los hechos son elocuentes al indicarnos que el fin de la historia se encuentra lejos.

Por momentos, este mundo puede resultar contraintuitivo. Las posiciones proteccionistas se empiezan a ver cada vez más en los Estados Unidos —que hasta hace poco tiempo era el principal impulsor de la globalización económica—, no solo con la administración del expresidente Donald Trump, sino también bajo la actual administración de Joe Biden. Al mismo tiempo, China, con un sistema político de partido único absolutamente antagónico al de las democracias liberales, es quien muchas veces defiende las posiciones de libre comercio en los distintos foros internacionales.

El intelectual y ex vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Álvaro García Linera, conceptualiza esta etapa como un «tiempo histórico liminal». De esa manera, esencialmente, se refiere a una época en la que se ha perdido el horizonte predictivo: ya no están definidas las expectativas colectivas y los acontecimientos se suceden de forma caótica y sin una dirección establecida. Esta configuración, al mismo tiempo, conduce a un escenario en que los distintos proyectos de sociedad entran en disputa por orientar el futuro.

La eficacia de la extrema derecha

La ultraderecha ha crecido en muchos países como una opción política capaz de canalizar los descontentos de un mundo que no logra garantizar necesidades básicas para amplias capas de la población. Al ya mencionado Donald Trump en los Estados Unidos se le suman Jair Bolsonaro en Brasil, Marine Le Pen en Francia, Viktor Orban en Hungría, los partidos Vox y Chega! en España y Portugal, Javier Milei en Argentina y José Antonio Kast en Chile, como algunas de sus expresiones de importancia. A ellas se les suma Giorgia Meloni, la flamante Presidenta del Consejo de Ministros de Italia, cuyo partido —triunfante en las recientes elecciones generales del país— cuenta con rasgos identitarios neofascistas. 

Sin embargo, estos espacios no son todos iguales. Aunque comparten una retórica reaccionaria, antisistema y antiglobalista, sus características varían en función de la historia, la sociedad y la configuración política de sus países, entre otros factores. Por ejemplo, el factor militar posee un peso particular en la estructura del bolsonarismo que no se ve en otros casos. Una diferencia considerable que puede observarse a nivel más general es de carácter económico. En los países centrales la extrema derecha tiende a ser proteccionista, mientras que en Latinoamérica suelen ser liberales. Claros ejemplos de esto son Paulo Guedes, ministro de economía de Bolsonaro, un clásico «Chicago Boy», y Javier Milei, diputado nacional y posible candidato presidencial argentino, autodefinido como «libertario».

Más allá de cualquier diferencia observable, sin embargo, la cualidad fundamental que tienen en común todas las expresiones políticas de ultraderecha aquí mencionadas es la capacidad de ofrecer algún tipo de certidumbre y rumbo para las amplias capas de población que se encuentran descontentas e incluso desamparadas. Aunque recurran a chivos expiatorios (que pueden ser las personas migrantes tanto como los beneficiarios de los programas sociales del Estado, por poner dos ejemplos), pensamientos mágicos y reiterados facilismos, sus aptitudes para interpelar son incuestionables. Y el hecho de que, en muchos casos, reciban más apoyo electoral en los deciles más bajos de la población es una advertencia muy clara de que en algo hemos estado fallando.

No debemos mirar para otro lado: estos fenómenos no son una creación de los medios de comunicación hegemónicos. Claro está que, en la mayoría de los casos, los han blanqueado y han contribuido a sus avances. Esa situación, por supuesto, debe ser denunciada y analizada. Pero los medios no son responsables exclusivos de la llegada de estos espacios políticos reaccionarios a las personas, y mucho menos son los responsables de que el campo popular no logre disputar con eficacia la visión de futuro que estas nuevas derechas proponen.

Un ¿Qué hacer? para el siglo XXI

En 1902, Lenin publicaba su célebre libro ¿Qué hacer?, en el cual presentaba una serie de lineamientos estratégicos y organizativos para un partido revolucionario en el marco de una Rusia convulsa. Aunque aquí la propuesta no es, ni mucho menos, tan osada, está claro que la pregunta que se hacía aquel líder revolucionario es la misma que debemos hacernos en nuestros días.

Lo primero y principal es intentar encontrar la forma de ofrecer una imagen de futuro a las grandes mayorías, no solo en términos materiales sino también narrativos. Las trabajadoras y trabajadores que deben interpelar las izquierdas en nuestros días no son los mismos que a mediados del siglo XX. Si en algún momento pensar un «tipo ideal» —en los términos del sociólogo alemán Max Weber— de individuo de clase obrera era imaginarse a un hombre en una fábrica realizando un trabajo manual, hoy esa imagen es mucho más difusa. Es indiscutible que las clases existen y existirán, pero es importante considerar que se han transformado y complejizado.

Un mercado laboral fragmentado, con trayectorias profesionales móviles y creciente competencia entre iguales, como ya describía en 2003 el sociólogo francés Robert Castel en su libro La inseguridad social: ¿Qué es estar protegido?, implica múltiples desafíos políticos. En lo narrativo, porque la clase trabajadora se compone de identidades muy variadas. Y en lo material, porque las soluciones a los problemas económicos deben estar dotados de creatividad si quieren ser eficaces y tener alcance real.

Por otra parte, las agendas ligadas al ambientalismo, las cuestiones de género o los derechos civiles —muchas veces apuntadas como «culpables» de las dificultades de las izquierdas contemporáneas— no deben ser hechas a un lado. Lo importante en este punto es entender que los avances en esa línea no son suficientes por sí solos, ni pueden ser sustitutivos de las respuestas a los conflictos de clase. Pero no por ello las opresiones que combaten son menos reales o sus reivindicaciones menos valiosas. Si de interpelar a amplios sectores de la población se trata, atender a ambas dimensiones a la vez es una obligación.

Discutir públicamente con el modelo de futuro que propone esta ultraderecha es fundamental. Hacerlo implica comprender las causas de su auge y proponer soluciones alternativas a las suyas. Sin embargo, cualquier triunfo sobre el campo de la reacción en el plano de las ideas o la moral será transitorio si no se complementa con la construcción de soluciones concretas. Esto implica también enfrentar asuntos en los cuales los diagnósticos y las propuestas de la derecha se han consolidado como hegemónicos, como el narcotráfico o la delincuencia.

Los planteos punitivistas en torno a estas cuestiones han probado su ineficacia. Sin embargo, diagnosticar correctamente los orígenes de la criminalidad o abordar la cuestión de las drogas desde la perspectiva de los sectores medios, sin considerar el flagelo real y concreto que puede representar para las comunidades, tampoco son soluciones en sí mismas. Las dificultades que presentan estos temas espinosos no deben conducir al campo popular a plegarse a los discursos de la derecha.

La correlación de fuerzas es un factor que indudablemente debe ser tenido en cuenta. No alcanza con la voluntad para generar transformaciones. En ese sentido, en ciertas circunstancias, la construcción de alianzas con sectores ideológicos disímiles con fines electorales puede ser un acierto en el plano de lo táctico. Sin embargo, esto debe ser siempre controlado y bien diseñado, y no puede implicar el abandono de nuestras ideas. El pragmatismo y la visión estratégica no deben ser confundidos con la adopción del posibilismo conformista como doctrina.

Aunque una certeza de este mundo incierto es que la extrema derecha se encuentra en crecimiento como alternativa política, hay casos que nos demuestran que, como todo, este fenómeno es relativo. En América Latina, las victorias electorales de Gustavo Petro y Gabriel Boric en países donde la derecha contaba con sus modelos consolidados, como lo son Colombia y Chile, ejemplifican cómo las izquierdas pueden canalizar el descontento social de manera que acumule a una alternativa política. En el Viejo Continente, las recientes performances electorales de Jean-Luc Melenchón en Francia, el país con el segundo PBI más grande de la Unión Europea, nos habla de la consolidación de una alternativa de izquierda que se ha impuesto por sobre otras expresiones del mismo espectro y que coexiste con una extrema derecha que también muestra fortalezas.

Estos ejemplos, a los que se suma la reciente victoria de Lula da Silva sobre las huestes del bolsonarismo en Brasil, demuestran que por oscuridad que muestre el panorama, siempre existen formas de disputar el presente y la construcción de perspectivas a futuro a la ultraderecha. Reflexión, estrategia, audacia y creatividad: allí residen las claves para el gran desafío que tiene el campo popular por delante en este mundo complejo.

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Publicado en Artículos, Crisis and homeIzq

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