El autoritarismo de derecha aleja a las personas de la promesa de democracia, paz e igualdad y las lleva hacia la violencia destructiva ofreciéndoles un atractivo clave: el placer de hacer daño a otras personas.
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Hace dos años, el partido alemán Die Linke se enfrentaba a una crisis existencial. Pero este año ha protagonizado un regreso histórico. Ferat Koçak, de Die Linke, explica cómo una campaña a favor del bienestar social y contra el racismo llevó a su partido a la victoria.
Enzo Traverso actualiza su análisis sobre el posfascismo a la luz de los acontecimientos de los últimos años y ofrece un diagnóstico sobre los desafíos y los peligros que enfrentan las luchas emancipatorias en un mundo cada vez más complejo.
El avance de la extrema derecha exige a la izquierda un delicado equilibrio: forjar alianzas amplias para enfrentarla sin entregar su conducción al centro liberal. Debe librar una doble batalla: contra la extrema derecha y contra las tendencias adaptativas de sus aliados moderados.
Las facciones más estridentes de la derecha actual coquetean con la monarquía, los mitos y la trascendencia tecnofuturista. Influenciadas por la sensibilidad antimoderna del fin de siècle, rechazan la democracia y proyectan el futuro a partir de pasados imaginarios.
Las guerras de género constituyen herramientas altamente funcionales para lograr o sostener gobiernos, generar coaliciones o articular movimientos sociales de carácter reaccionario.
Los conservadores piensan que es necesario resucitar las jerarquías tradicionales para revertir el declive social. Pero lo que la gente extraña de las sociedades de mediados de siglo XX no son los valores culturales chovinistas, sino la igualdad económica.
Durante décadas tras la Revolución de los Claveles, muchos creían que Portugal era inmune a la extrema derecha. El ascenso de Chega, el partido antiinmigración que logró casi una cuarta parte de los votos el domingo, puso en duda esa idea.
Frente al avance global del neofascismo en el siglo XXI, resulta pertinente revisar la crítica que Perry Anderson hizo a los análisis de Trotsky sobre el fascismo.
Gramsci está de moda. Pero mientras unos lo recitan como un relicario oxidado colgado del cuello de una retórica sin cuerpo, otros lo entienden como manual operativo, lo convierten en estrategia.