En materia de arte y cultura, Donald Trump y el movimiento que lo respalda ofrecen una visión del futuro muy limitada en comparación con los movimientos de extrema derecha del pasado.
Notas publicadas en Conservadurismo
Antes de que Bob Dylan fuera Bob Dylan, era discípulo de Woody Guthrie. Pero Guthrie y sus contemporáneos eran más que cantantes folk.
El segundo mandato del presidente Donald Trump marca el fin de una era, pero no el fin del dominio incontrolado del capital sobre nuestra sociedad.
El resurgimiento global de la extrema derecha no puede entenderse sin atender a sus obsesiones corporales, el goce que extrae de la crueldad y la producción sistemática de vidas desechables.
Las guerras de género constituyen herramientas altamente funcionales para lograr o sostener gobiernos, generar coaliciones o articular movimientos sociales de carácter reaccionario.
A medida que la opinión del establishment británico comienza a volverse en contra de Israel, resulta cada vez más exasperante la hipocresía mostrada por figuras como el ministro de Asuntos Exteriores David Lammy.
Un diagnóstico completo sobre el giro autoritario de esta segunda presidencia de Donald J. Trump y sobre la emergencia de una nueva forma de extrema derecha.
Durante décadas tras la Revolución de los Claveles, muchos creían que Portugal era inmune a la extrema derecha. El ascenso de Chega, el partido antiinmigración que logró casi una cuarta parte de los votos el domingo, puso en duda esa idea.
Los países en desarrollo aún se están recuperando de sucesivas crisis pospandemia. Y la interrupción del comercio mundial causada por los aranceles de Trump amenaza con agravar los problemas.
La nostalgia por un régimen de género ya desaparecido es más que una extraña tendencia de redes sociales. Refleja presiones sistémicas más amplias, tanto sobre las élites como sobre las mujeres corrientes abrumadas por el peso del trabajo.