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La guerra contra el declive

Traducción: Florencia Oroz

Si parece que estamos viviendo una época de declive, es en parte porque la desintegración social ha sido el objetivo principal de la política dominante durante décadas. Pero existe esperanza frente a la desesperación.

Hay un antiguo cuento popular europeo que la mayoría de nosotros conocemos como «Chicken Licken». En el transcurso de la historia, el personaje principal va de un lado a otro diciéndole a varios animales (Henny Penny, Ducky Lucky, Goosey Loosey, Turkey Lurkey) que el cielo se está cayendo. Ellos le creen y juntos se embarcan en una misión para informar al rey sobre esta catástrofe inminente. Pero finalmente, mientras Chicken Licken y sus amigos se dedican a esta tarea, se encuentran con un zorro astuto, que se aprovecha con frialdad de su obsesión por creer que el mundo se está derrumbando. Foxy Loxy lleva a los animales a su madriguera (donde afirma que el rey los está esperando) y se los come para cenar.

Hay muchas moralejas en esta fábula forjada a partir de la sabiduría maltrecha de las masas europeas, y volveremos a una de las principales en breve. Pero, por ahora, podríamos hacer la simple observación de que los seres humanos llevan siglos imaginando ciertamente que el cielo se está cayendo. En otras palabras, no hay absolutamente nada nuevo en la sensación de declive. Desde los albores de los tiempos, las personas de todas las épocas han sentido que viven en un cenit sin precedentes de la historia de la humanidad, que las cosas están empeorando hasta tal punto que un gran colapso de todo y de todos parece inevitable.

Sin embargo, es fundamental señalar que el hecho de que la gente haya sentido continuamente que está viviendo una época de declive y fractura (incluso en momentos —la década de 1970 es un buen ejemplo— en los que la población mundial estaba estadísticamente mejor que nunca) no significa que el declive sea siempre un fenómeno ilusorio. De hecho, en nuestro presente de mediados de la década de 2020, existe cierto consenso en que la gente tiene motivos inusualmente sólidos para pensar que está viviendo un período de rápida desintegración social.

Para ser más específicos desde el punto de vista histórico, hay un sentido obvio en el que la desintegración social ha sido el objetivo principal de la política angloamericana dominante durante el último medio siglo. Cuando neoconservadores como Margaret Thatcher iniciaron el cambio de paradigma neoliberal en la década de 1980 al anunciar que «no existe tal cosa como la sociedad», deberíamos haberles tomado la palabra y haber considerado las oscuras consecuencias literales de lo que prometían.

La victoria de la revolución thatcherista contra la propia sociedad en las últimas décadas ha sido completa y devastadora. Los gobiernos que siguieron los pasos de Thatcher han logrado en su mayoría socavar y desmantelar gradualmente el Estado del bienestar, el movimiento sindical, la infraestructura cívica, la democracia popular y otras innumerables formas ilustradas de arquitectura social, lo que ha provocado una disminución del nivel de vida medio y ha dejado tras de sí una sociedad fragmentada en la que las narrativas derechistas del declive y los sueños racializados de recuperar la «grandeza» se han precipitado al vacío.

Así pues, ahora nos encontramos en una tierra arrasada casi literalmente post-social. En los posneoliberales 2020, aunque el neoliberalismo en sí mismo ya no es la fuerza hegemónica que fue en su día, sigue sin existir un contramovimiento socialista masivo (a pesar de nuestros mejores esfuerzos), aún no se ha concebido con confianza un proyecto de reconstrucción socioeconómica verdaderamente viable y hay un número creciente de nuevas amenazas existenciales —desde líderes radicales de ultraderecha hasta el colapso climático— que agravan la sensación de que estamos cayendo en picada a una velocidad vertiginosa.

Está muy bien señalar la tendencia humana, a menudo delirante, a imaginar que el cielo se está cayendo. Pero si nos fijamos en las realidades cada vez más plausibles de la guerra nuclear y el colapso ecológico —por no hablar del infierno en que se vive en Gaza—, tenemos que reconocer que el cielo podría caerse, metafórica o realmente, en un futuro no muy lejano.

La «presión vital» que sufren las generaciones más jóvenes (que ahora están invariablemente en peor situación que sus padres) y los «futuros imposibles» que se plantean en un mundo dominado por el estancamiento económico y la perspectiva de un colapso ecológico, el panorama global resulta sin dudas sombrío. En Gran Bretaña, en particular, somos testigos de la permanencia de un régimen moribundo como el del primer ministro británico Keir Starmer (sin duda el líder laborista más inmoral y debilitado desde Ramsay MacDonald), cuyo gobierno se ha convertido en emblema y encarnación de la aplastante atmósfera de inercia de la época.

Pero aunque tengamos que afrontar la cruda realidad de la Gran Bretaña contemporánea (y del mundo), no tendría ningún sentido quedarse en el lamento sombrío sobre el presente. Pasar de la desesperación a la esperanza implica recuperar el alma del socialismo, y es aquí donde la moraleja subyacente de «Chicken Licken» vuelve a ser pertinente. Hay quien dice que la historia es una fábula sobre lo fácil que es engañar a la gente con formas siniestras de pensamiento grupal. Pero, aunque no hay duda de que los animales de «Chicken Licken» acaban mal por culpa de una errada mentalidad gregaria, lo importante en cuanto a su mensaje central es el tipo específico de mentalidad gregaria —una especie de fatalismo histérico y desventurado— que primero somete a los animales y luego los destruye por completo.

Ser realista sobre lo mal que están las cosas en este momento es una condición previa esencial para el pensamiento, el debate y el activismo socialistas. Pero, al mismo tiempo, no podemos dejar que el pesimismo nos abrume imaginando que el cielo ya ha empezado a derrumbarse. Y, lo que es aún más importante, no podemos permitirnos pensar que nuestro destino está en última instancia en manos de alguna tendencia externa —el «rey», un demagogo de derecha, los gobernantes gerenciales del Grey Labour, la élite global o quien sea— a quien se le puede confiar que nos saque de este lío si tan solo le damos más tiempo y le prestamos apoyo popular.

El cielo aún no ha comenzado a derrumbarse, y hay mejores formas de pensamiento colectivo que sucumbir a la desesperación colectiva y esperar a que un héroe autoritario nos salve. En realidad, los héroes somos nosotros mismos, empoderados colectivamente y organizados como un movimiento político de masas coherente. La única manera de derrotar el declive, en última instancia, es darse cuenta de esta verdad esencial y actuar en consecuencia.

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Publicado en Artículos, Estrategia, homeCentro, Política and Sociedad

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