Todos los marxistas de la Segunda Internacional, incluido Trotsky, daban por sentado que no había condiciones materiales para construir el socialismo en Rusia. La Revolución de Octubre no los hizo cambiar de parecer. El campesinado continuaba siendo mayoritario y los obreros minoritarios, estos últimos estaban a favor del socialismo pero los primeros no. ¿Cómo empezar a construir el socialismo en Rusia cuando sus relaciones de propiedad, especialmente en la agricultura, eran un obstáculo?
Cuando los levantamientos campesinos y las protestas de la clase obrera obligaron a los bolcheviques a abolir el comunismo de guerra en 1921 y a aplicar la Nueva Política Económica (NEP), el partido de Lenin se enfrentó a un nuevo dilema: cómo iniciar una transición hacia el socialismo en una Rusia dominada por campesinos sin la ayuda directa e inmediata de los trabajadores en el extranjero.
La NEP buscaba restablecer la alianza obrero-campesina, la smychka, que había posibilitado la Revolución de Octubre. De hecho, esta alianza fue el rasgo que definía la NEP, por sobre todos los demás. Lenin había declarado que, sin el apoyo del campesinado, «el poder político del proletariado es imposible, su permanencia inconcebible». La NEP abolió la requisición de granos y la reemplazó por un impuesto fijo. Restauró la libertad de comercio entre la ciudad y el campo, entre la industria y la agricultura. Revivió el «enfoque revolucionario marxista clásico» de ganar a la mayoría del campesinado para que marchara detrás de la clase obrera. Durante el proceso, los bolcheviques también pusieron fin a ciertos rasgos secundarios del comunismo de guerra, especialmente el Terror Rojo, los linchamientos, los secuestros y la conscripción laboral.
Bajo la Nueva Política Económica, las ciudades volvieron a poblarse. Los obreros volvieron a las fábricas. Pronto, la economía se recuperó, dejando atrás el paisaje infernal del comunismo de guerra: una serie de hambrunas urbanas ocurridas entre 1918 y 1920, seguida por otras hambrunas que azotaron principalmente al campo entre 1921 y 1922 y que se cobraron millones de vidas y mermaron la expectativa de vida promedio de la población a apenas veinte años.
El rostro cotidiano de la NEP estuvo definido por la libertad del campesinado, las tres comidas diarias de los obreros, la mejora moderada del nivel de vida de toda la población, la revitalización de los comités de fábrica, el fortalecimiento de los sindicatos, normas de trabajo mucho más relajadas, clases de alfabetización, pañales limpios en los orfanatos y muchas cosas más. Esos eran los frutos —humildes aunque no por eso menos espectaculares— de la Revolución de Octubre, y beneficiaron a millones de personas. Suele pasarse por alto la magnitud en la que esos frutos bastaban para justificar la gran revuelta de los productores directos.
Como el capitalismo en Inglaterra, el estalinismo había llegado al mundo «chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies».
Minimizar su benéfico impacto social y el apoyo popular conquistado por los bolcheviques conduce a no comprender lo que representó la NEP para las masas que no estaban alineadas con ningún partido: una respuesta —imperfecta y demorada— de la dirección leninista a las necesidades de los obreros y de los campesinos, que concedió sus demandas de poner fin inmediatamente a las exacciones infinitas que aplicaba el Estado soviético sobre el campesinado y de implementar una serie de medidas políticas y económicas completamente nuevas.
El fin de la NEP
En la segunda mitad de 1929, octavo año de la NEP, Stalin respondió a una crisis de subproducción agrícola de dos años con la destrucción de la smychka. Declaró una guerra abierta contra el campesinado mediante la colectivización forzada, que obligó a millones de personas a trabajar en enormes empresas estatales, y que llevó a otras tantas a las ciudades con el fin de fortalecer la industria, dando comienzo al verdadero plan quinquenal. Stalin aplastó a todos los sindicatos que conservaban algo de independencia y destrozó los comités de fábrica, con lo que abrió camino a la explotación desenfrenada del proletariado. Cuando el plan quinquenal y la colectivización se materializaron —y lo hicieron en un abrir y cerrar de ojos— el estalinismo se convirtió en una realidad concreta fundada sobre las ruinas de la NEP.
Los campesinos lucharon violenta y desesperadamente contra la colectivización, recurriendo a una política de tierra arrasada. Los obreros también resistieron a los planes quinquenales con huelgas, sabotajes, absentismo y fabricando una enorme cantidad de bienes de mala calidad (brak). En 1933 la burocracia estalinista había derrotado a los productores directos. Entonces fundó granjas colectivas (koljós) sobre las ruinas de la comuna campesina (mir). Destruyó los restos del Estado obrero en la industria —comités de fábrica relativamente democráticos en los sitios de producción y sindicatos relativamente receptivos— y montó en su lugar un Estado brutal dirigido por una clase explotadora. A esa altura no quedaba nada del bolchevismo. Como el capitalismo en Inglaterra, el estalinismo había llegado al mundo «chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies».
Entre 1929 y 1933, la colectivización a gran escala y la industrialización forzada fueron la encarnación de un nuevo programa, una ruptura irrevocable con la NEP, destinada a impulsar las fuerzas de producción —una verdadera «acumulación originaria»— y, al mismo tiempo, transformaron a la burocracia estalinista en una clase dominante en el sentido marxista del término, es decir, una fuerza capaz de extraer sistemáticamente un plusproducto de los productores directos —campesinos y obreros— mediante una coerción extraeconómica fundada en última instancia sobre la «propiedad» monopólica del poder del Estado.
Esta sangrienta «revolución desde arriba», en la que murieron millones de personas, destrozó la NEP y marcó la aniquilación del orden social surgido de la Revolución de Octubre, es decir, condujo a la pérdida de todas las conquistas logradas hasta entonces.
Está claro que la NEP no estuvo a la altura de un «socialismo auténtico», es decir, el socialismo democrático. Pero ese estándar, además de subestimar la autodeterminación de los productores directos —campesinos y obreros—, no sirve para comprender su significado histórico.
Formas de propiedad, Estado y democracia política
La Revolución de Octubre instauró un Estado fundado en los sóviets y pasó por encima del Estado capitalista en todas sus formas, incluyendo su forma democrático-burguesa, en la que todas las instituciones elegidas en función del sufragio universal dotan de una representación igualitaria a todas las clases de la población, reducidas a la abstracción de la ciudadanía. Pero la abstracción de la ciudadanía solo puede surgir sobre la base de las relaciones de propiedad capitalistas. Ahora bien, esas relaciones nunca predominaron completamente en Rusia.
Por ese motivo, bajo el zarismo, como sucede en las formaciones sociales no capitalistas, las clases siempre se presentaron como estamentos —los campesinos en las comunidades campesinas, los comerciantes en las corporaciones, los industrialistas en las asociaciones, los artesanos en los gremios—, y nunca asumieron la forma de una ciudadanía que goza del sufragio universal con iguales derechos ante la ley. Eso no cambió después del derrocamiento del zar.
En ese sentido, el mir y el sóviet eran las formas institucionalizadas de autogobierno de los campesinos y de los obreros respectivamente: eran esas «formas de presentación» directamente políticas que las clases adoptan necesariamente en el marco de relaciones socioproductivas no capitalistas. El mir y el sóviet eran instituciones de clase par excellence: las elecciones de sus autoridades no estaban fundadas en el sufragio universal.
La NEP y el mir
Si tenemos en cuenta el campesinado (es decir, la mayoría de la población), debemos decir que la NEP convirtió a Rusia en el país más libre y democrático del mundo. Muchos marxistas no piensan así. En vez de centrarse en la mayoría campesina, la ortodoxia marxista pone el eje en la libertad y en la democracia de la minoría obrera. Es un gigantesco “espacio en blanco” en sus cuentas, para usar la expresión de Gorbachov.
Como lo había hecho durante siglos, el mir, o la comuna campesina distributiva, gestionaba los asuntos económicos y políticos del campesinado en la mayoría de las aldeas y pueblos de Rusia. Sus autoridades, que solían ser campesinos viejos y experimentados, eran elegidas en asambleas campesinas donde las decisiones se tomaban casi siempre por unanimidad. En su propia esfera, los campesinos eran obviamente hegemónicos.
Tanto bajo la NEP como bajo el zarismo, la propiedad distributiva garantizaba la repartición igualitaria de las tierras comunales entre los campesinos y aplicaba sucesivamente los ajustes correspondientes a cada caso. El proceso estaba determinado por la tendencia de quienes poseían terrenos grandes a subdividirlos y heredar parcelas más pequeñas a sus hijos varones. Eso evitaba en gran medida la formación de un proletariado agrario.
Si tenemos en cuenta el campesinado (es decir, la mayoría de la población), debemos decir que la NEP convirtió a Rusia en el país más libre y democrático del mundo.
Las familias campesinas organizaban en las parcelas diversas actividades productivas orientadas a la satisfacción de sus necesidades inmediatas y comerciaban solamente el plusproducto. No estaban sometidas a la coacción de la competencia, como habría sucedido si no hubiesen sido dueñas de sus medios de subsistencia. En ese caso, habrían tenido que comprar lo que necesitaban para sobrevivir; para comprar, habrían tenido que ser capaces de vender; para vender, habrían tenido que alcanzar a sus competidores reduciendo los costos en relación con los precios y produciendo las cosas que ordenaba la demanda.
Por lo tanto, estas «reglas de reproducción» blindaban al campesinado contra las compulsiones del mercado capitalista, permitiendo que dejara de lado la especialización, la innovación sistemática y la acumulación. Además, esas reglas eran un enorme obstáculo para la conservación —por no decir nada del desarrollo— de las fuerzas productivas. Cuando las malas cosechas de fines de los años veinte provocaron una de las crisis de la NEP, los campesinos no permitieron que la solución corriera a sus expensas. Cuando la crisis terminó, volvieron a proveer la misma cantidad de granos y cereales que antes.
El mir fortaleció el derecho consuetudinario y el orden sin tener que recurrir a la organización de cuerpos separados de hombres en armas: la expulsión de la comuna era la sanción más grave. No había Estado en el sentido marxista del término. En efecto, las autoridades electas seguían realizando todo tipo de labores, actuaban bajo control de la opinión pública y solo podían dirigir el proceso en beneficio de los intereses de los campesinos (en caso contrario, eran inmediatamente revocados).
En síntesis, la comunidad campesina era una verdadera economía política. Ningún proceso puramente económico —las presiones exógenas del «capitalismo» o las del «mercado mundial»— eran capaces de erosionarla. De hecho, su destrucción solo se consumó con la colectivización forzada iniciada por Stalin en 1929.
Teniendo en cuenta todo esto, es realmente desconcertante afirmar —como hacen muchos marxistas— que la NEP fue un proceso de liberalización económica de la sociedad y de endurecimiento de las restricciones políticas. Para los campesinos, la libertad «económica» de la NEP implicaba la expansión de sus libertades «políticas», no su restricción, pues garantizaba la libertad de dirigir sus propios asuntos como lo creyeran conveniente, sin la interferencia política de un Estado depredador típica del comunismo de guerra. La jurisdicción del autoritario Estado central no creció durante el período, como afirman incongruentemente ciertos autores, sino que mermó considerablemente y se detuvo en el límite de las aldeas, donde no había ni un solo dirigente comunista.
Bajo la NEP todavía existía una distinción entre los asuntos internos y la estructura del partido bolchevique y la sociedad en la que este último operaba. Faltaba mucho para la formación del «Estado totalitario» que surgiría de la colectivización y de los planes quinquenales después de la destrucción de la NEP consumada por Stalin.
Sóviets, sindicatos, comités de fábrica y NEP
En 1921, el partido bolchevique dirigía solo los sóviets y el gobierno. Los mencheviques negaban la legitimidad de la Revolución de Octubre, a la que consideraban una usurpación escandalosa de la voluntad popular. Los socialrevolucionarios de izquierda desperdiciaron su oportunidad de colaborar con los bolcheviques recurriendo, como medio para resolver sus desacuerdos, a «métodos terroristas», en lugar de ampararse en los mecanismos de la democracia soviética. Los anarcosindicalistas llamaron a una segunda revolución para derrocar el «capitalismo de Estado» bolchevique. Los bolcheviques los proscribieron.
Los comités de fábrica y los sindicatos, y las alternativas políticas potencialmente viables, surgirían principal aunque no exclusivamente de tendencias internas del partido bolchevique (a pesar de la prohibición de las facciones internas de 1921, implementada con el fin de mantener la «solidaridad interna» del régimen). En síntesis, el bolchevismo era la única alternativa.
Muchos marxistas argumentan que, en paralelo al debilitamiento de la democracia soviética y al ascenso del monopolio bolchevique sobre la política, se debilitaron también los comités de fábrica y los sindicatos. Pero bajo la NEP, una clase obrera reconstituida restableció rápidamente muchos derechos democráticos en los sitios de producción a través de comités de fábrica revitalizados y se apoyó en sindicatos también fortalecidos para defender sus intereses frente a las direcciones de las fábricas.
Kevin Murphy mostró minuciosamente cómo se recuperaron de manera considerable las instituciones y las prácticas a través de las cuales los trabajadores ejercían el poder y defendían sus intereses en los lugares de trabajo y fuera de ellos. La tendencia se mantuvo mientras duró la NEP. A pesar de la burocratización, los comités de fábrica y los sindicatos retuvieron suficientes recursos como para resistir a muchas de las intrusiones de la dirección en las prerrogativas de la clase obrera. Virtualmente todas las campañas para incrementar la producción y disminuir los costos en la industria introduciendo normas de precio unitario, alentando a los trabajadores a participar de conferencias sobre producción y ajustando la disciplina laboral terminaron encallando, en parte debido a la resistencia de los trabajadores.
Por más «deformaciones burocráticas» que tuviera, el Estado obrero seguía siendo un Estado obrero porque se atenía a la negativa de los trabajadores a sacrificar su presente, es decir, sus intereses inmediatos y reales, ante un programa estatal —impuesto y todavía inexistente— de desarrollo económico desde arriba
El régimen de la NEP era tan flexible y blando que Stalin tuvo que avanzar muy lentamente para implementar la industrialización forzada. Tuvo que echar a Tomski, máximo dirigente sindical, cuando se unió junto a sus partidarios a la Oposición de Derecha en 1927-1929, con el objetivo de resistir los intentos de Stalin de convertir los sindicatos en «centros de detención» (programa que, por otro lado, contradice la idea de que los sindicatos bajo la NEP eran meras «correas de transmisión» de las directivas estatales). En los lugares de trabajo, la resistencia de los comités de fábrica a la intensificación del trabajo y a los bajos salarios obligó a Stalin a purgar dichas instituciones. En marzo de 1930, los fieles de Stalin habían tomado el 80% de los comités de fábrica, consumando de esa manera la destrucción de la NEP en los sitios de producción.
La base estructural de la guerra civil en Rusia y la necesidad del comunismo de guerra
Es verdad que el apoyo de la clase obrera a los bolcheviques mermó en la primavera de 1918. Muchos trabajadores pensaban que a esa altura su calidad de vida debería haber mejorado. Sin embargo, en el verano, cuando se desató la guerra civil, el apoyo de la clase obrera al partido bolchevique repuntó. Sin ese apoyo, los bolcheviques habrían perdido.
Algunos marxistas sostienen que la intoxicación ideológica de los bolcheviques con el comunismo de guerra «niega» el argumento leninista-trotskista de que fue una política impuesta sobre el gobierno simplemente en función de una «necesidad objetiva». Aun cuando algún socialista absurdo hubiera argumentado que el comunismo de guerra era el socialismo, ciego a la realidad brutal de las ciudades despobladas, de la economía industrial destruida y de las fábricas que cerraban debido al control blanco sobre el acceso a las regiones carboníferas y petrolíferas, no deja de ser verdad que los bolcheviques se «desintoxicaron» y votaron la abolición del comunismo de guerra en el 10º Congreso del partido, celebrado en marzo de 1921. Ese voto debería ser suficiente para espantar toda idea de que los bolcheviques realmente deseaban aplicar políticas represivas, o de que la influencia de estas últimas apuntaba a perdurar.
Sin embargo, los marxistas que argumentan en ese sentido no discuten la decisión bolchevique de terminar con el Terror Rojo, los linchamientos, los secuestros y la requisición de granos y cereales. De esa manera, terminan haciendo un análisis impreciso de la NEP, centrado en las instituciones políticas de arriba y dejando de lado las relaciones sociales de abajo, es decir, las asambleas comunitarias de las aldeas y poblados y los comités de fábrica. Es el mismo motivo que conduce a un examen equivocado de las bases estructurales de la guerra civil rusa.
El hecho de que los trabajadores todavía tuvieran que pelear una guerra civil devastadora fue fruto de una debilidad estructural de la Revolución: la incapacidad orgánica del campesinado para desarrollar una perspectiva política que fuera más allá de su territorio.
Muchos marxistas no distinguen claramente entre el «atraso» económico que hizo posible la guerra civil en Rusia y la coyuntura histórica —las contingencias «aleatorias» y siempre cambiantes— que actualizaron esa posibilidad. El hecho de que, después de ganar las fuerzas armadas y tomar el poder, los trabajadores todavía tuvieran que pelear una guerra civil devastadora con el fin de ratificar su conquista fue fruto de una debilidad estructural de la Revolución de Octubre: la incapacidad orgánica del campesinado para desarrollar una perspectiva política que fuera más allá de su territorio, es decir, la incapacidad de coordinar a mediano y a largo plazo la actividad política y militar a nivel nacional, ya sea para apoyar al Ejército Rojo o para oponerse efectivamente a los blancos y a sus representantes imperialistas. Esa capacidad —y la motivación para servirse de ella— quedó reservada exclusivamente a la minúscula clase obrera rusa. Pero eso no debería sorprendernos.
En un pasaje sobre el campesinado francés que suele citarse con bastante frecuencia, Marx destaca que «Los campesinos parcelarios forman una masa inmensa, cuyos individuos viven en idéntica situación, pero sin que entre ellos existan muchas relaciones […]. La identidad de sus intereses no engendra entre ellos ninguna comunidad, ninguna unión nacional y ninguna organización política, no forman una clase». Es decir que en caso de surgir una organización política nacional capaz de organizar a los campesinos, esta surgiría fuera de su propia esfera.
Muchos marxistas sostienen que el campesinado apoyó a los rojos contra los blancos porque la victoria de los blancos habría implicado la vuelta al antiguo régimen. Sin embargo, una vez que los campesinos hubieron expropiado a los estamentos de la aristocracia terrateniente, los bolcheviques no pudieron inducirlos a seguir hasta el final y defender voluntariamente el poder soviético contra los blancos. El grueso del Ejército Rojo estaba formado por reclutas campesinos, dirigidos por oficiales obreros que a su vez eran asistidos por altos mandos del zarismo. La mayor parte de los campesinos no conectaron directamente la defensa de sus intereses materiales —la reciente posesión de (más) tierras— y la defensa a largo plazo de la Revolución de Octubre. Y como los bolcheviques, sin importar cuánto se esforzaran, fueron incapaces de convencerlos, no quedó otra opción más que recurrir al reclutamiento obligatorio, exacerbando el antagonismo entre el poder soviético y el campesinado iniciado por las extorsiones bolcheviques bajo el comunismo de guerra: un círculo vicioso.
Los campesinos que lograron sortear la presión del servicio militar tuvieron que pelear contra otro mal: las requisiciones de granos, ganado, caballos, carretas y otros insumos destinados a proveer a los ejércitos en guerra. El campesinado resistía a esos asaltos sin importar si provenían de los blancos o de los rojos. Para el campesinado (y, por lo tanto, para la mayoría del pueblo ruso), el rostro cotidiano del comunismo de guerra fue el servicio involuntario y la expropiación de los frutos de su trabajo sin ninguna compensación. Desde su punto de vista, esa era la esencia del comunismo de guerra.
El comunismo de guerra no consistió en implementar «políticas antimercado» inmediata ni directamente. Se trató, sobre todo, de una serie de medidas políticas para defender la Revolución de Octubre, medidas cuyos efectos secundarios fueron efectivamente «antimercado», pues descansaban en la coacción extraeconómica o política de las exacciones de granos y cereales del campesinado.
El mercado no habría podido impulsar la industria para garantizar la producción fabril de bienes e intercambiarlos por granos con el campesinado con el fin de alimentar así a los ejércitos —como piensan, por ejemplo, Farber y Lars Lih—, pues la producción industrial estaba cerca de llegar a un punto muerto debido al control que tenían los blancos sobre las regiones carboníferas y petrolíferas. El comunismo de guerra no solo era totalmente compatible con las «realidades objetivas de la sociedad y la economía rusas»: esas realidades lo hicieron necesario. La posesión de los medios de producción y subsistencia —tierra y herramientas— convertía a los campesinos en un grupo económicamente autosuficiente, de modo tal que la apropiación de un plusproducto para alimentar al Ejército Rojo por intermedio del «mercado» era una imposibilidad objetiva.
En el mejor de los casos, la ambivalencia de los campesinos a la hora de apoyar a los bolcheviques en la guerra civil estaba sobredeterminada por las exacciones coercitivas aplicadas durante el comunismo de guerra, que solo podían ser justificadas en términos de la necesidad extrema que tenían los bolcheviques de asegurarse provisiones para el ejército y de la falta de cualquier otra forma alternativa de tomarlos.
No cabe duda de que el Estado soviético desarrolló una enorme capacidad coercitiva durante el período de la guerra civil. Sin embargo, la capacidad represiva del Estado soviético bajo el estalinismo no debe ser vista en términos cuantitativos —tanto el estalinismo como el comunismo de guerra elevaron el poder a la décima potencia, por decirlo así—, sino en términos cualitativos.
Hay que tener en cuenta lo siguiente: en primer lugar, en 1929-1933, la motivación para usar esa capacidad sin escrúpulos y a una escala nunca antes vista fue algo único, y es imposible remontar sus causas hasta el período de 1918-1921. En segundo lugar, los objetivos contra los que esa capacidad fue utilizada fueron completamente distintos: en 1929-1933 apuntó a los campesinos y a los obreros, mientras que en 1918-1921 había estado dirigida a los contrarrevolucionarios armados y a sus partidarios desarmados. En tercer lugar, la contrarrevolución de Stalin hizo retroceder la Revolución de Octubre, mientras que, durante la guerra civil, los bolcheviques pusieron toda su fuerza en preservarla (y hay que decir que tuvieron éxito). Las dimensiones represivas de estos dos episodios, aunque estén vinculadas históricamente, deben ser concebidas como predicados de dos realidades objetivamente distintas.
Como sea, es un hecho que esos instrumentos represivos cayeron prácticamente en desuso durante la NEP, lo cual es comprensible, pues los bolcheviques no tenían necesidad de recurrir a la fuerza para implementar un régimen que servía a los intereses de la mayoría de los productores, tanto campesinos como obreros. Y nadie volvió a recurrir a ellos hasta que Stalin adoptó las políticas destinadas a destruir la NEP, contrariando principalmente los intereses de los campesinos, aunque también en menor medida también los de los obreros.
El colapso de la democracia soviética multipartidista
De febrero a octubre de 1917 no hubo ninguna convocatoria multipartidista al poder soviético. Más adelante, todos los partidos —salvo el bolchevique— rechazaron esa posibilidad. La democracia soviética comenzó formalmente con un solo partido en el poder. Durante la guerra civil, ningún otro partido se unió a los bolcheviques para defender la Revolución de Octubre. Al final de la guerra civil, el partido bolchevique era la única organización en posición de dirigir el país. A esa altura, los bolcheviques tenían el monopolio del poder político.
Muchos marxistas responsabilizan a Lenin y a sus partidarios por esa desafortunada situación. Pero hay motivos para extender las responsabilidades más allá de los bolcheviques, sobre todo si consideramos la posición de los socialrevolucionarios. Además de los bolcheviques, los socialrevolucionarios eran la única organización que contaba con un respaldo electoral significativo entre obreros y campesinos; solo ellos tenían el potencial de competir con los bolcheviques en los términos planteados por la democracia soviética y la legalidad socialista. Pero nunca realizaron ese potencial.
En diciembre de 1917, el Partido Social-Revolucionario se escindió entre una minoría de izquierda, que apoyaba la Revolución de Octubre, y una mayoría de derecha que se oponía a ella violentamente. El último grupo terminó uniéndose a los blancos contrarrevolucionarios, mientras que los socialrevolucionarios de izquierda se unieron a los bolcheviques en el gobierno soviético, asumiendo cargos en el Sóviet de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom).
El Sovnarkom era una institución del Estado soviético, no del partido bolchevique. Los socialrevolucionarios de izquierda eran el único partido político importante dispuesto a ejercer el poder soviético junto al partido bolchevique. Así comenzó la democracia multipartidista soviética a nivel nacional. En el punto más álgido de su colaboración, los bolcheviques y los socialrevolucionarios de izquierda aunaron esfuerzos para dispersar la Asamblea Constituyente cuando esta se reunió en enero de 1918. Pero esta coalición gubernamental se terminó en marzo, antes del estallido de la guerra civil, cuando los socialrevolucionarios de izquierda abandonaron súbitamente el Sovnarkom para protestar contra el tratado de paz de Brest-Litovsk firmado por los poderes centrales.
Desde entonces, el partido bolchevique fue el único partido que ejerció el poder soviético a nivel nacional. Los bolcheviques toleraron la oposición de los socialrevolucionarios de izquierda a Brest-Litovsk mientras se mantuvo dentro de los límites legales.
Se necesitan al menos dos partidos para que funcione una democracia soviética multipartidista, pero no había ningún otro partido dispuesto competir seriamente con los bolcheviques según la «legalidad soviética».
Pero con el objetivo de anular el tratado a toda costa, los socialrevolucionarios de izquierda desplegaron acciones guerrilleras contra las tropas del káiser durante semanas y llegaron incluso a asesinar a un embajador alemán. Una vez que comprobaron que sus descaradas provocaciones no bastaban para reiniciar las hostilidades, apuntaron contra los dirigentes bolcheviques. En efecto, muchos resultaron muertos o arrestados en el marco de una desorganizada embestida terrorista. Los socialrevolucionarios se cobraron la vida de dirigentes muy importantes. Lenin recibió dos disparos. Una de las balas quedó alojada en su clavícula y perforó su pulmón. Otra se detuvo en la base de su cuello. Las dos permanecieron en sus respectivos sitios hasta el fin de su vida.
En síntesis, los socialrevolucionarios de izquierda no estaban dispuestos a esperar al próximo Congreso de los Sóviets de Todas las Rusias para intentar convencer a los otros dirigentes, en un debate abierto, de que era necesario abolir el tratado de Brest-Litovsk. Intentaron saltarse ese paso provocando un cortocircuito en la democracia soviética y violando la «legalidad socialista». Aunque muchos marxistas destacan este hecho, suelen hacerlo con indiferencia y no comprenden su sentido general.
Por otro lado, había una oposición dispuesta a respetar los límites legales y a observar que se cumplieran la ley y el orden socialistas, pero estaba dentro del partido bolchevique. Era la oposición organizada contra el tratado de Brest-Litovsk por los bolcheviques «de izquierda» dirigidos por Bujarín. Haciendo uso de las libertades de expresión, de prensa y de reunión, los bolcheviques de izquierda publicaban su periódico —Kommunist— y presentaban públicamente sus ideas mediante una argumentación racional.
Es decir que el partido bolchevique era el único partido dispuesto a gobernar de buena fe según las normas que imponía la democracia soviética bajo el comunismo de guerra. De hecho, como dijimos antes, los bolcheviques toleraron la oposición de los socialrevolucionarios de izquierda al tratado de Brest-Litovsk mientras se mantuvieron en los límites legales y no recurrieron a métodos terroristas. La paradoja en todo esto es que se necesitan al menos dos partidos para que funcione una democracia soviética multipartidista, pero no había ningún otro partido dispuesto competir seriamente con los bolcheviques según la «legalidad soviética».
Pero también había aspectos estructurales más profundos que hacían que tanto la mayoría como la minoría del Partido Social-Revolucionario fuesen factores de competencia muy pobres cuando se trataba de política socialista. Muchos marxistas suelen ignorar esos aspectos.
La autodeterminación del campesinado destruyó la base socioinstitucional del Partido Social-Revolucionario
Fundado en 1902, el Partido Social-Revolucionario no reclutó el núcleo duro de sus militantes, activistas y dirigentes entre el campesinado, sino entre la intelligentsia del zemstvo. Después de la abolición de la servidumbre en 1861, el Estado zarista organizó el zemstvo con el fin de cumplir las funciones administrativas y judiciales que solían ejercer los propietarios de siervos en las zonas rurales. Con los años, el zemstvo comenzó a emplear cada vez a más doctores, estadistas, agrónomos, abogados, periodistas, veterinarios, agrimensores, maestros, etc. Para pagar los salarios de todos esos empleados, el Estado zarista impuso un impuesto considerable sobre el mir.
La representación en el zemstvo estaba determinada por la pertenencia a los distintos estamentos (soslovie) y ese procedimiento garantizaba la hegemonía de la nobleza terrateniente. Aunque la nobleza representaba poco más del 1% de la población, el 75% del personal «electo» del zemstvo pertenecía a dicho estamento. El zemstvo no era un órgano del campesinado, pues nunca funcionó a nivel de las aldeas, donde la supremacía del mir era incuestionable. Como destaca Sarah Badcock:
Las organizaciones comunales prerrevolucionarias […] siguieron operando en 1917 y convirtieron a las organizaciones específicamente revolucionarias en algo superfluo. La forma prerrevolucionaria de los consejos de las comunas y las aldeas eran formas de participación y representación en las decisiones comunitarias que estaban abiertas a todo el mundo. Aunque fueron modificadas en el curso de 1917, permitiendo, por ejemplo, que las mujeres tuvieran igual representación, o que participaran los soldados de licencia, demostraron ser organizaciones duraderas que funcionaban en 1917 tan efectivamente como antes.
Fue el mir la institución que reguló la autodeterminación del campesinado de expropiar a la aristocracia terrateniente en 1917, proceso que conllevó la destrucción del zemstva. En el verano de 1918, los campesinos tiraron esta reliquia del zarismo al basurero de la historia. Y en el proceso también se deshicieron de una buena parte de la base socioinstitucional del Partido Social-Revolucionario. Por lo tanto, los intereses materiales del grueso de los activistas socialrevolucionarios no campesinos se oponían frontalmente a los intereses de los votantes campesinos, que buscaban deshacerse del zemstvo (y que, de hecho, era la fuente de sustento de muchos militantes del Partido Social-Revolucionario).
Esto se reflejó en la Asamblea Constituyente que se reunió en enero de 1918. Electa en función del sufragio universal, la fracción de derecha del Partido Social-Revolucionario resultó ser el partido con más representación. Pero, aunque el grueso del campesinado votó por los socialrevolucionarios de derecha, el partido se negó a ratificar los decretos soviéticos sobre la tierra y sobre la paz, que sancionaban y alentaban la expropiación completa de la aristocracia terrateniente, además de la destrucción del zemstva, institución que garantizaba el poder de la nobleza. Los decretos también autorizaban a los bolcheviques a abrir canales de negociación, en nombre del poder soviético, con el objetivo de terminar con la masacre imperialista. Cuando estalló la guerra civil, la tendencia mayoritaria de los socialrevolucionarios se unió a los blancos contrarrevolucionarios.
Aun si el movimiento obrero ruso actuó en función del interés de la inmensa mayoría cuando derrocó al zarismo, no fue en sí mismo un movimiento de la inmensa mayoría, pues esa inmensa mayoría estaba conformada por el campesinado.
La Revolución rusa, sobre todo bajo la NEP, representó una enorme victoria para los productores directos de la ciudad y del campo, pues garantizó que accedieran de facto a sus medios de reproducción. En el campo, a través del mir, los campesinos aseguraron el ejercicio directo de su derecho político a decidir sobre sus medios de subsistencia. En las ciudades, los obreros hicieron lo mismo (aunque con menos claridad y con menos definición que los campesinos). Los comités de fábrica y, hasta cierto punto, los sindicatos, protegieron el trabajo y limitaron la explotación de los directores de las fábricas. Los derechos obreros contra la explotación se vieron fortalecidos por el hecho de que los directores no tenían mucha posibilidad de despedir a los trabajadores. Esto limitó todos los ataques contra los derechos laborales vinculados a ingresos y ritmos de trabajo. Mientras duró la NEP, el poder sin precedente de los productores directos en los lugares de trabajo se reprodujo en términos relativamente igualitarios.
Pero, más allá de eso, la estructura de clases de Rusia era incompatible con el desarrollo colectivo de las fuerzas productivas y con la construcción del socialismo. La NEP estaba anclada en esa estructura y, en última instancia, era incapaz de trascenderla.
Volver a los orígenes
¿Los socialistas tienen algo que aprender de la experiencia post-1917? Sí, definitivamente. Pero no se trata de lo que suelen remarcar muchos marxistas, es decir, de la importancia de la «democracia» en la teoría política de la transición posrevolucionaria al socialismo, ni nada tan abstracto y autoevidente. En cambio, se trata de algo mucho más concreto y específico: el fracaso general de los bolcheviques a la hora de comprender la economía política de la pequeña propiedad campesina.
El análisis de la estructura de clases no capitalista de Rusia, que la Revolución de Octubre heredó del zarismo, debe ser el punto de partida —nunca el de llegada— para comprender las condiciones que hicieron posible, aun cuando no determinaron, el devenir estalinista de la revolución: las dificultades estructurales que enfrentaba cualquier programa socialista en Rusia, es decir, la realidad social básica de que solo había 3 millones de obreros en el país y 100 millones de campesinos.
Las referencias nebulosas al «atraso económico», a la «escasez material» y al «subdesarrollo socioeconómico», que no definen el modo en que estos hechos se convirtieron en límites históricos específicos y en oportunidades de acción política colectiva, son difíciles de aceptar: conducen a reconstrucciones hiperpolitizadas y superficiales de la historia soviética posterior a Octubre que carecen de todo sustento histórico.
«El movimiento proletario es el movimiento independiente y autoconsciente de la inmensa mayoría en interés de la inmensa mayoría», escribió memorablemente Marx en el Manifiesto del Partido Comunista. Y eso es exactamente lo que fue la Revolución de Octubre. Pero aun si el movimiento obrero ruso actuó en función del interés de la inmensa mayoría cuando derrocó al zarismo en febrero de 1917 y cuando tomó el poder ocho meses después, en octubre, no fue en sí mismo un movimiento de la inmensa mayoría, pues esa inmensa mayoría estaba conformada por un campesinado que disponía de pequeñas propiedades y que tenía intereses materiales y patrones de desarrollo económico propios.
Cuando, hacia el final de la NEP, irrumpió una crisis de subproducción montada sobre las relaciones sociales y de propiedad campesinas, la divergencia de intereses entre obreros y campesinos se hizo evidente, y Stalin respondió reprimiendo a las campesinos y atacando la smychka, que había sido el eje de la NEP.
Como dijimos, los bolcheviques no comprendieron que los patrones de desarrollo económico de la pequeña propiedad campesina planteaban obstáculos insuperables a la transición socialista. Pero esa interpretación no era una condición para oponerse a las políticas estalinistas. Bujarín y la oposición de derecha eran tan ciegos como los otros cuando se trataba de la economía política de la pequeña propiedad campesina. Lo que impulsó a Bujarín y a sus partidarios a adoptar una actitud de oposición no fue una teoría correcta, sino el empirismo común y corriente: Stalin era un «loco» al que había que detener a toda costa antes de que sus políticas desataran una serie de levantamientos campesinos masivos que terminarían destruyendo la república soviética.
Trotski pensaba que habían sido exclusivamente las políticas erradas de la dirección Stalin-Bujarín las que precipitaron la crisis agrícola de la NEP. Nunca se le ocurrió —ni a Trotski, ni a ningún otro— que esa crisis era la resultante de los intereses de todos los campesinos de Rusia, que obedecían a sus propias «leyes de reproducción» y que planteaban serias barreras, posiblemente insuperables, para el avance económico sin coerción y para la construcción colectiva del socialismo. La NEP era la alternativa posible para preservar las conquistas de la revolución y evitar el desenlace catastrófico que conocimos como estalinismo.