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Los jugadores de Marruecos celebran tras su victoria en la tanda de penaltis durante su partido del Mundial contra España el 6 de diciembre de 2022 en Al Rayyan, Qatar. (Julian Finney / Getty Images)

Gracias, Marruecos

Traducción: Valentín Huarte

La selección de Marruecos y sus hinchas revolucionaron un Mundial que pretendía ser una mera exhibición de poder estatal y empresarial. Desde la solidaridad con Palestina a la celebración de la identidad bereber, los jugadores de Marruecos dejaron un mensaje importante.

La participación de Marruecos en este Mundial generó mucho entusiasmo. Dirigidos por el entrenador parisino Walid Regragui, que se hizo cargo del equipo hace apenas tres meses, los Leones del Atlas superaron toda expectativa, derrotaron a tres expotencias coloniales europeas (Bélgica, España y Portugal) y tuvieron un excelente desempeño en la semifinal que perdieron contra los campeones franceses.

De las sesiones de oración masiva en Indonesia a las celebraciones en las calles de Somalia y Nigeria, este equipo conquistó los corazones de millones de africanos, árabes, musulmanes e inmigrantes que supieron reconocerse en su juego. Muchas imágenes quedarán grabadas en la memoria colectiva: los ligeros giros de Hakim Ziyech, el juego del mediocampista Sofyan Amrabat —apodado ministro de Defensa— y sus veloces arranques, y el abrazo entre Achraf Hakimi y su madre, que crió a sus hijos trabajando como empleada doméstica en Madrid.

Y, por supuesto, la peculiar ocupación marroquí de los estadios cataríes, que cautivó a todo el mundo: los tambores, las castañuelas, las ropas coloridas y las elaboradas canciones de la hinchada, entre las que destacaba, «¡Bougez! ¡Bougez! ¡Li ma bougash, mashi Maghribi!» (¡Mueva! ¡Mueva! ¡El que no se mueve, no es marroquí!»), entonada por decenas de miles de marroquíes que saltaban sin parar.

En Marruecos circula contenido que ilustra la locura y el desconcierto que vivieron los árabes y los occidentales durante estas jornadas históricas. Destacan los videos de los jugadores y del entrenador hablando con la prensa en dariya (árabe marroquí), que ilustran bien que, importando la cultura futbolística marroquí a Doha, el Mundial también puso en primera plana muchos debates hiperlocales sobre la lengua y la identidad nacional marroquíes.

«Mamá África está de pie»

Los comentaristas del fútbol árabe son de otro mundo, y en este Mundial, la cobertura de beIN Sports no decepcionó. El comentarista tunecino Issam Chaouali es elocuente, poético y eufórico, y siempre incluye muchas referencias históricas y literarias en sus relatos. Chaouali cubrió como nadie este evento que bautizó como el mundial de los equipos africanos y asiáticos.

De repente sale con una referencia a Carlomagno y a los conquistadores musulmanes de España, y poco tiempo después cita a Shakespeare, o casi: (¿Ser? ¡Sí! Ser). Después pasa a alabar a Lionel Messi, dice que es un «loco y un demonio», y más tarde lo escuchamos cantar el himno antifascista «Bella Ciao».

También grita bien fuerte para que todos los jugadores y todo el mundo comprendan los evidentes cambios geopolíticos que estamos viviendo. Cuando Camerún metió el primer gol contra Brasil, enloqueció: «¡Ya Braziwww, ya braziww!», gritó con acento portugués, antes de anunciarnos que «Mamá África está de pie». Cuando Alemania, España y Brasil quedaron eliminados, comentó, «Podrán desaparecer las lunas, pero no tenemos escasez de estrellas».

Son muchos los elogios que el comentarista dedicó al equipo marroquí: su ascenso es un signo de la «ambición árabe» y del «orgullo árabe», y sus victorias probaron que «la palabra imposible no está escrita en el diccionario árabe». El relato árabe de los partidos de los Leones del Atlas fue una droga. En cada partido, sobre el fondo de un sistema estatal derruido, guerras civiles y una agresiva campaña contrarrevolucionaria, durante noventa minutos o poco más, crecía la posibilidad de una identidad, de un lenguaje y de una comunidad del mundo araboparlante.

Hasta que el árbitro hacía sonar el silbato y terminaba el partido…

Apenas comenzaban las entrevistas posteriores, empezaban a notarse las grietas. En las conferencias de prensa, muchos jugadores marroquíes y su entrenador, Regragui, eran incapaces de entender las preguntas de los periodistas árabes y solicitaban traductores. Con la intención de garantizar que la audiencia comprendiera a los marroquíes que hablaban darija, los programas agregaron subtítulos en árabe. También está el video viral que muestra al delantero Ziyech escuchando pacientemente una larga pregunta formulada en árabe, y respondiendo, «en inglés, por favor».

Monsieur Tebboune

Ziyech, como Amrabat, se crió hablando rifeño, una lengua bereber del norte de Marruecos. El defensor Abdelhamid habla tashelhit, una lengua bereber sureña, además de alemán, inglés y darija. Los desafíos que plantea la comunicación se suman a una de las dimensiones más fascinantes de este mundial: la extrañeza que provoca en Occidente el solapamiento entre la cultura árabe y la ambivalencia de Medio Oriente hacia la identidad árabe marroquí y marroquí.

En las redes sociales circularon listas de jugadores que son bereberes, acompañadas de la exigencia de que los comentadores de beIN dejaran de referirse a la selección de Marruecos como un equipo árabe. Las redes sociales occidentales replicaron estos debates: ¿Marruecos es un país árabe o africano? Recordemos que cuando Marruecos calificó para la semifinal, el New York Times tuiteó que era el primer «equipo árabe» en hacerlo. Al día siguiente, la redacción del diario corrigió la publicación y aclaró que en realidad se trataba del primer «equipo africano».

En síntesis, este Mundial planteó dos debates marroquíes a escala internacional: si la lengua vernácula de Marruecos es árabe (la respuesta corta es que sí, aunque tal vez es más fácil en términos sociales decir que se trata de una lengua «inspirada en el árabe»), y si Marruecos es un país africano o árabe (la respuesta corta es que ambas son correctas).

Los investigadores que estudian la jerarquía sociolingüística árabe muestran que el árabe vernáculo de Marruecos es la «oveja negra» de la familia de las lenguas árabes, y que suele ser considerada casi siempre como inferior a los dialectos sirio y egipcio, aun cuando es probable que los marroquíes sean más políglotas y modernos. El darija es percibido como una lengua poco sofisticada, incomprensible, incluso «no árabe». Un conocido lingüista dice que es «el dialecto árabe que deja más boquiabiertos y desorientados a los otros araboparlantes».

Analicemos el contexto. Las lenguas árabes vernáculas están influenciadas por lenguas preexistentes, denominadas lenguas «sustrato». De esta manera, el dialecto levantino está influenciado por el arameo, el ammiya egipcio por el copto y el darija marroquí y argelino por varias lenguas bereberes. Las lenguas bereberes, consideradas parte del grupo afroasiático, tienen casi treinta millones de hablantes en África del Norte, desde Marruecos hasta el este de Egipto y desde Túnez hasta Nigeria. Recordemos de paso que esta comunidad todavía debate si usar el término berebere, preferido por los más viejos, o amazigh [hombre libre], dado que bereber [al-barbar] adoptó el sentido de «bárbaro» en árabe.

El dariya, marroquí vernáculo, se caracteriza por tener un fuerte sustrato amazigh, como así también por el acortamiento de las vocales, una fonología particular y la presencia de muchas palabras tomadas del francés y del castellano. El hecho de que existan muchas palabras que son iguales en tamazigh y en árabe, pero que significan cosas distintas, como daba (ahora) y tamara (adversidad), hace que las personas de Medio Oriente tengan muchas dificultades para comprender el darija. A esto debemos sumar que existen muchas palabras árabes que adquirieron distintos sentidos con el pasar de los siglos y la evolución de los distintos dialectos.

Un ejemplo: en levantino, taboon es el horno de barro en el que se cocina el pan; en Túnez, taboona es un delicioso pan típico de la zona; en Marruecos, taboun denota los genitales femeninos. Por eso en diciembre de 2019, cuando Argelia, el archienemigo de Marruecos, eligió un presidente llamado Abdelmadjid Tebboune, y los manifestantes ocuparon las calles en protesta contra los resultados, la canción «Allahu Akbar, tebboune mzowar» («Dios es grande, este tebboune es falso!») inspiró tantos memes interesantes sobre Monsieur Tebboune.

Barreras lingüísticas

Dejando de lado las bromas y los memes, el darija de África del Norte siempre fue un punto difícil para los panarabistas. ¿Cómo puede una sociedad que supo elevar la cultura árabe y el Islam a los palacios de Granada practicar el desprecio del árabe estándar moderno? ¿Y cómo fortalecer la solidaridad a través de las fronteras si los africanos del norte hablan un «patois» incomprensible?

Recordemos que el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser envió profesores de árabe a la Argelia independizada para que sus habitantes aprendieran a hablar correctamente el árabe en vez del francés o el dialecto local. Pero para los árabes de Medio Oriente, el darija y los apellidos siguen siendo los indicadores más fuertes de una diferencia marroquí que parece inexpugnable, y las tensiones que provoca siempre supieron encontrar expresión en las rivalidades del fútbol.

En los torneos internacionales —sobre todo en la Copa Africana de Naciones— los comentadores de Medio Oriente tienen muchas dificultades para pronunciar los apellidos marroquíes, porque observan que, aunque los nombres propios de los jugadores son árabes, los apellidos «son, por supuesto, diferentes». Incluso en este Mundial, fue divertido escuchar a los comentadores de Medio Oriente que intentaban pronunciar los apellidos marroquíes: Aguerd, Regragui, Ounahi, Tagnaouti.

Hace poco estas tensiones empezaron a manifestarse en programas de televisión como This is the Voice y Arab Idol. Los participantes marroquíes suelen ser criticados por su forma de hablar, y muchas veces los conductores los mandan a estudiar árabe. Por lo tanto, fue sorprendente ver que los comentadores árabes saludaban con orgullo a los marroquíes que daban sus conferencias en darija, y hasta repetían palabras con una sonrisa, como drari (los chicos) y bezaf (mucho). «Ahora todos quieren ser árabes marroquíes», tuiteó Safia, una joven diseñadora.

En los últimos veinte años surgieron movimientos sociales en Marruecos que exigen que el tamazight sea considerado una lengua oficial, y que el darija sea celebrado como un idioma nacional, en vez de ser visto como un motivo de vergüenza. Algunos quieren que el darija sea declarado una lengua completamente distinta, como cuando el creole haitiano proclamó su independencia del francés.

Con el crecimiento de la televisión satelital y de las redes sociales, muchas personas empiezan a preguntarse por qué los programas del mundo árabe están doblados en egipcio y sirio, pero no en darija. Y en Facebook existen «listas negras» que apuntan contra los artistas marroquíes que participaron en programas de talentos árabes cantando y hablando en sirio, egipcio o libanés.

Del panarabismo al panafricanismo

En esta Copa del Mundo, los espectadores árabes quedaron desconcertados ante el darija y la identidad amazigh, pero también ante el nacionalismo africano de algunos de los jugadores. Se habló mucho del panafricanismo del técnico marroquí Regragui. Despertó suspicacias cuando, en una conferencia de prensa, dijo que su objetivo era jugar a nivel europeo, pero con «nuestros valores africanos». Cuando unos días después le preguntaron si Marruecos representaba a África o al mundo árabe, hizo un breve rodeo, dijo que no quería entrar en política, y después ofreció una respuesta matizada:

En primer lugar, defendemos Marruecos y a los marroquíes. Después también somos africanos, y eso es una prioridad. Esperamos demostrar que el fútbol africano (muchas veces denigrado) entró en una nueva fase. Pero también por necesidad, por nuestra religión y por nuestros orígenes, y porque estamos en el primer Mundial celebrado en Medio Oriente y en el mundo árabe, muchos árabes se identificarán con nosotros. Obviamente, somos un modelo a seguir y estaremos felices de hacerlos felices.

Después del partido contra Portugal, Azzedine Ounahi, mediocampista y estrella del torneo, decidió dedicarle el triunfo a África:

Entramos en la historia para África y también para los árabes […]. Agradecemos a África que siempre nos siguió y nos alentó, y también agradecemos a los árabes.

Independientemente del origen de este discurso sobre África —sea la reciente movilización bereber, las viejas tendencias panafricanistas marroquíes de los años 1960, que dieron nacimiento a la revista Souffles y a personajes como Nelson Mandela y Amílcar Cabral, o los discursos de la periferia francesa en la que se crió Regragui— cobró fuerza con los levantamientos de 2011 y sus consecuencias, y con el retorno de Marruecos a la Unión Africana en 2016.

Desde su surgimiento, el panarabismo siempre fue una mezcla curiosa de emancipación, antimperialismo y autoritarismo transnacional. Desde los años 1950, los regímenes árabes más poderosos se arrogaron el derecho de intervenir en cualquier Estado árabe y de callar a cualquiera que se defina como árabe. Pero con la reciente descomposición de las repúblicas radicales (Siria e Irak) y de los partidos políticos baazistas, el panarabismo organizado colapsó, y también lo hizo su retórica antimperialista.

Nuestro presente está marcado el ascenso de los Estados del Golfo y de Egipto, cuyo enfoque es una combinación de capitalismo despreocupado, Islam y autoritarismo transfronterizo. Después de los levantamientos de 2011, estos gobiernos sostuvieron una contrarrevolución a nivel regional que atacó directamente el activismo democrático y debilitó las transiciones democráticas tunecina y sudanesa.

En este caso, el panarabismo funcionó como una fachada retórica del autoritarismo transnacional y una apropiación de recursos materiales y culturales (sobre todo tierras). En noviembre de 2017, el secuestro del primer ministro libanés, Saad El Hariri, comandado por el príncipe saudí, Mohammed bin Salman, mostró que ni siquiera las autoridades estatales están seguras en este ambiente político represivo.

Por eso muchos dirigentes políticos sudaneses llaman a abandonar la Liga Árabe, y algunos bereberes deciden tomar distancia de ciertas causas políticas árabes (es decir, de Palestina) y llamar a normalizar las relaciones con Israel. La naturaleza autocrática y autoritaria de los Estados del Golfo, y la naturaleza supremacista de varios movimientos nacionalistas islámicos y árabes que incursionan en el Maghreb, podrían terminan alejando a la juventud norafricana del nacionalismo árabe.

Una perspectiva continental

Los movimientos identitarios, y su demanda de que los gobiernos de Marruecos (en la constitución de 2011) y Argelia (en 2016) reconocieran el bereber como lengua estatal oficial, cobraron impulso con los levantamientos de 2011, período que los académicos estadounidenses bautizaron tristemente como «primavera árabe». Digo tristemente porque es una expresión que borra a las comunidades minoritarias marginadas que no son árabes —nubianos, curdos y bereberes—, y que se movilizaron precisamente en favor de una identidad no árabe.

La expresión «primavera árabe» sugiere que los levantamientos fueron provocados, no por factores económicos ni sociales, sino por el nacionalismo árabe, y que por eso no habrían excedido el mundo araboparlante. Pero en realidad, hubo revueltas en decenas de países subsaharianos del norte de África (Senegal, Guinea-Bissau, Togo, Burkina Faso, Etiopía, Malawi y Zimbabwe). Como dicen Zachariah Mampilly y Adam Branch en Africa Uprising, los levantamientos norafricanos deben ser considerados como parte de una oleada de protestas a nivel continental, que empezó a mediados de los años 2000 y transcurrió por fuera de los canales políticos tradicionales.

Por varios motivos —el colapso de Libia, la decadencia de la Unión Europea, el ascenso de China, las revueltas en el Sahel— Marruecos decidió retornar a la Unión Africana en 2016. Y para las autoridades del gobierno, la lengua y la identidad bereber se convirtieron en un puente, en una tarjeta de presentación, mientras que el darija y las prácticas sufíes funcionan como un escudo contra algunas de las corrientes ideológicas más nocivas de Medio Oriente.

Ahora abundan los festivales, las exhibiciones, las conferencias y los programas de televisión que celebran los lazos del reino con Ifriquia. Y desde que Marruecos aprobó la constitución de 2011 (que habla de «unidad africana») y decidió retornar a la Unión Africana, la norma es definir a Marruecos como un país árabe y africano, sin que importe el orden de los atributos.

En la previa de la semifinal contra Francia, la televisión nacional marroquí mostraba en un loop eterno los goles, las celebraciones, los abrazos de los jugadores y el equipo (al mountakhab) como una encarnación de la nación. «Después de este Mundial», anunciaba una voz solemne, «asbaha arabiyan ifriqiyan» ([Marruecos] se tornó arabeafricana).

Probablemente por eso el lateral Sofiane Boufal, poco días después del partido contra España, pidió disculpas al mundo futbolístico africano por haber dedicado el triunfo al mundo árabe:

Pido disculpas por no mencionar a todo el continente africano durante la entrevista que di ayer después del partido. Agradezco a todo el continente de África por estar con nosotros y dedico este triunfo a cada uno de los países africanos.

Después Boufal añadió que el equipo marroquí estaba «orgulloso de representar a todos nuestros hermanos del continente africano».

La voz de los oprimidos

Dada la debilidad de los partidos políticos marroquíes, los movimientos y las corrientes de protesta norafricanos de 2011 encontraron un canal de expresión en el estadio de fútbol, un espacio que las autoridades marroquíes y argelinas nunca lograron controlar del todo.

En los últimos años, la rivalidad entre los clubes de Casablanca —Raja y Wydad— se convirtió en un espectáculo cultural masivo donde hinchadas enormes cantan canciones sobre la corrupción, la pobreza y la opresión. En los estadios marroquíes, la tribuna suele abuchear el himno nacional: «Nos parece que el himno nacional nos impone un patriotismo forzado, por eso decidimos abuchearlo», dice uno de los hinchas.

En vez de la bandera marroquí, demasiado asociada al régimen, las banderas que flamean en las gradas son la tricolor amazigh y la palestina. La bandera amazigh es un recordatorio para que el este de Arabia no olvide la diferencia étnica y lingüística que Marruecos defiende con orgullo. La bandera palestina es casi un insulto dirigido a los regímenes árabes que normalizaron sus relaciones con Israel (y que importan las tecnologías de control que los israelíes usan contra los palestinos), y también es un gesto de solidaridad con los palestinos y un recordatorio de que la liberación de palestina es una reivindicación que el panarabismo no debería abandonar.

Notemos de paso que la prensa occidental discutió mucho el hecho de que las autoridades cataríes permitan exhibir banderas palestinas en los estadios, pero no banderas LGTB. Es un problema, pero la misma prensa no dijo casi nada sobre la presencia de la tricolor amazigh, la bandera panbereber azul, verde y amarilla, que estuvo presente en todos los partidos de Marruecos y de Bélgica, salvo en los casos en los que las autoridades la confundieron con la bandera LGTB.

Es toda esta mezcla cultural la que llegó a Catar, y este es el contexto que dio lugar a las dos canciones de la hinchada marroquí que están difundiéndose por toda la región. La primera, «Fbladi Dalmouni» (en mi país padezco la injusticia), avanzó lentamente hacia el oeste por el norte de África, y ahora la cantan en Gaza y fue reversionada por varios conjuntos musicales. «En este país vivimos en una nube negra, solo queremos paz social», sigue la letra. «Nuestros talentos son destruidos, destruidos por las drogas que nos mandan […], roban la riqueza de nuestro país y la comparten con extraños».

La otra canción es «Rajawi Falastini» (rajawi palestino), y es la favorita de los fanáticos de Raja: «No los abandonaremos en Gaza, aunque estén muy lejos de aquí […], el rajawi es la voz de los oprimidos». Esta canción terminó siendo la esencia del Mundial marroquí y los hinchas la cantaron en los estadios y en las calles de Doha.

Los lazos históricos de Marruecos con el este de Arabia son fuertes, y están fundados en la lengua, en la fe y en el sufrimiento, pero la política del régimen y el autoritarismo transnacional provocaron una reacción violenta. Y África, con quien Marruecos tiene vínculos que negó durante mucho tiempo, aparece hoy como una alternativa política, una vía de escape a la dominación y la represión árabes. Por eso no es sorprendente que la tensión entre estas alternativas se haya abierto paso entre la belleza del fútbol que contemplamos en los estadios de Catar.

Apenas empezó el torneo, los activistas marroquíes se quejaron de la apropiación cultural y preguntaron por qué durante la ceremonia de apertura se exhibió una réplica del palacio marroquí Bab El Makhzen in Fez. Otros se enojaron cuando vieron que los autócratas, contentos en el salón VIP, hacían flamear banderas de Marruecos y pretendían apropiarse del triunfo de los Leones como si fuera un triunfo de Arabia. «Nos sacan nuestras tierras, atacan nuestros movimientos democráticos, oprimen nuestra etnia, defienden la superioridad de su lengua, ¿y ahora quieren apropiarse de nuestro triunfo futbolístico?», argumentan los hinchas.

Es probable que este Mundial pase a la historia como el de los monarcas, un poco como el de Argentina 1978, que permitió que la Junta Militar afianzara su gobierno, pero que también fue una oportunidad de denunciar la represión. Del mismo modo, entre tanta miseria, Catar 2022 también permitió que ganen algo de notoriedad los condenados de esta tierra, los trabajadores y las minorías, y también los activistas de derechos humanos que sufren una persecución constante.

Desde que Marruecos jugó contra Croacia hace tres semanas, periodistas y youtubers empezaron a exigirles a los presentadores de beIN Sport que reconocieran la diversidad étnica de los jugadores. El 6 de diciembre, cuando Hakimi pateó el penal contra España, el comentarista Jaouad Badda apenas podía hablar. Cuando Hakimi metió el gol a lo Palenka y se dio vuelta para hacer el baile del pingüino, Badda se quebró:

¡GOL! ¡GOL! ¡GOL! La historia está escrita, es imposible que no sea Marruecos. ¡Levanten la cabeza, son marroquíes! ¡Levanten la cabeza, son árabes! ¡Levanten la cabeza, son amazighi! ¡Son árabes, amazighi, marroquíes, africanos!

Y después agregó en tamazhight: «¡Tanmirt, tanmirt, tanmirt!» [gracias, gracias, gracias].

Tanmirt Marruecos, entonces.

 

* * * Republicado de Africa is a Country * * *



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