Tina Modotti vivió una vida excepcional. Nacida en 1896 en Italia, se mudó a San Francisco a los 16 años. No tardó en convertirse en una estrella de los escenarios y de las pantallas, pero después se hizo un nombre detrás de las cámaras, como fotógrafa. Cuando los nazis impusieron una dictadura fascista en su patria, Modotti adoptó una posición política radical. Durante su temporada mexicana en los años 1920, sus múltiples aventuras artísticas se mezclaron con el compañerismo de figuras como Frida Kahlo y Diego Rivera. A lo largo de los años 1930, el exilio provocado por su militancia comunista la llevó de un país a otro (incluso llegó a participar de la guerra civil española).
Uno de los ejes más importantes de la actividad política que sostuvo Modotti hasta su muerte fue el Socorro Rojo Internacional, organización vinculada a la Komintern que defendía y ofrecía asistencia a las víctimas de la represión política. Desde 1927 en adelante también se convirtió en miembro activo del Partido Comunista Mexicano, compromiso que marcó su obra fotográfica del período. En sus textos —por ejemplo, en Sobre la fotografía— siempre insistió en que su deseo no era convertirse en una «artista», sino capturar la realidad social. Obras como Manos de obrero y Mujer de Tehuantepec documentan la dignidad con la que vivían y las adversidades que enfrentaban los trabajadores mexicanos.
Uno de los compañeros más importantes de Modotti fue Julio Antonio Mella, a quien conoció en una marcha de 1928 en honor de Sacco y Vanzetti, y con quien terminó trabando una relación amorosa. Mella fue una figura clave de la izquierda latinoamericana y hoy el Partido Comunista Cubano lo conmemora como uno de sus fundadores históricos. El 10 de enero de 1929 su vida fue trágicamente interrumpida en Ciudad de México, donde recibió varios disparos que terminaron causándole la muerte. Mella tenía solo 25 años. Es prácticamente indiscutible que la responsabilidad por el crimen corrió a cuenta de Gerardo Machado, dictador de La Habana contra cuyo régimen Mella había protestado con fervor. Pero la prensa mexicana insistió en la implicación de Modotti, y lanzó una campaña de difamación fundada principalmente en calumnias vinculadas con su hipotética moral sexual. Como sea, no pasó mucho tiempo hasta que los miembros del régimen de Machado empezaron a hacer alarde de haber contratado a los asesinos.
El artículo que presentamos a continuación fue escrito originalmente a comienzos de 1932, con ocasión del tercer aniversario del asesinato de Mella. En ese momento, después de haber sido expulsada de México, Modotti se había establecido en Moscú. Probablemente bosquejó el artículo con intenciones de publicarlo en la prensa del Socorro Rojo Internacional, pero al parecer sus planes nunca se concretaron y el texto naufragó en el olvido durante décadas. Después de la caída de la URSS, Christiane Barckhausen-Canale, especialista en la vida y obra revolucionarias de la fotógrafa italiana, encontró el texto en los archivos de Moscú. Gracias a ella la embajada de Cuba en Italia pudo publicar el artículo en 2020. En el octogésimo aniversario de la muerte de Modotti presentamos una nueva versión en castellano del texto, escrito originalmente en inglés.
Otra perspectiva sobre el asesinato de Julio Antonio Mella en vísperas del tercer aniversario de su muerte
El asesinato de Julio Antonio Mella en las calles de la capital mexicana, ocurrido el 10 de junio de 1929, fue uno de los crímenes políticos más espectaculares que se hayan cometido durante los últimos años en el mundo. Sin duda, todos recordamos los detalles.
Mella fue uno de los dirigentes más destacados del movimiento revolucionario latinoamericano. Cubano de nacimiento, comenzó su actividad revolucionaria organizando a los estudiantes en agrupaciones de izquierda. Gracias a él se creó en Cuba una Universidad Popular de los trabajadores. Poco tiempo después, comprendió que su mejor servicio a la causa revolucionaria estaría en dedicar todo su conocimiento y sus capacidades a las luchas políticas y económicas del proletariado. Fue uno de los fundadores del Partido Comunista de Cuba y uno de los dirigentes más prestigiosos del movimiento antimperialista latinoamericano.
En diciembre de 1925, cuando Machado —actual responsable de la sangrienta dictadura y agente de Wall Street— ya estaba en el poder, su gobierno detuvo a Mella, quien inició una huelga de hambre que duró veintiún días. En tanto campaña y forma de protesta, esa huelga de hambre fue una de las más efectivas que se hayan realizado en el país. Mientras los días pasaban y la condición física de Mella empeoraba, hasta el punto de poner en riesgo su vida, empezó a generarse una enorme tensión, no solo entre la población cubana, sino en todo el continente americano y en otros países. La presión de las masas fue tan grande que el presidente Machado se vio obligado a rendirse y a liberar a Mella.
Pero muy pronto, cuando Mella apenas se había recuperado, el gobierno comenzó a perseguirlo. Machado quería venganza por su derrota. Se produjeron muchos atentados contra la vida de Mella y finalmente la situación lo obligó a abandonar Cuba. Entonces viajó a México, donde comenzó a participar inmediatamente en el movimiento revolucionario del país. Dedicó todo su tiempo a la causa de los obreros revolucionarios, organizó a los emigrados cubanos que vivían en México, fundó un periódico dirigido a los trabajadores cubanos —que penetró clandestinamente en la isla—, desplegó la lucha contra el imperialismo estadounidense en América Latina, dirigió las actividades de grupos de emigrados políticos cubanos que vivían en otros países, participó del sindicato rojo y colaboró activamente con la sección mexicana del Socorro Rojo Internacional.
El 10 de enero de 1929 a las nueve de la noche, tras haber salido de las oficinas del Socorro Rojo en Ciudad de México, cuando estaba a dos cuadras de su casa, recibió varios disparos que terminaron causándole la muerte pocas horas después. Antes de morir nombró al presidente Machado como responsable de su asesinato y pronunció el nombre de la persona que según sus sospechas había ejecutado el crimen.
La sección mexicana del Socorro Rojo inició inmediatamente las investigaciones y encontró evidencia concreta: de hecho, el presidente Machado había enviado a dos pistoleros profesionales de La Habana a Ciudad de México con el objetivo de que perpetraran el crimen, y uno de los oficiales de policía más importantes de México, que había viajado dos semanas antes a La Habana, habría sido un importante cómplice del asesinato. Hasta habría habido un acuerdo entre el embajador cubano y el gobierno mexicano.
Entonces, el Socorro Rojo mexicano, el Partido Comunista mexicano, los sindicatos, las organizaciones estudiantiles de izquierda, las organizaciones obreras e incluso abogados y políticos famosos empezaron a reclamar justicia. Durante varias semanas, el gobierno mexicano fue objeto de denuncias y protestas en todo el mundo y terminó declarando hipócritamente, por boca de la policía, que México no descansaría hasta aclarar el crimen. Las reivindicaciones más importantes fueron las siguientes: detención y condena de varios cubanos que vivían en México, que habían sido acusados por Mella antes de su muerte; renuncia de[l comisario de policía] Valente Quintana; y ruptura de las relaciones diplomáticas con el gobierno de Machado.
Pero, ¿qué sucedió? El único cubano detenido, autor intelectual del crimen, fue liberado pocas semanas después por «falta de pruebas»; Valente Quintana no fue despedido, sino que fue designado como jefe de la policía federal de México (sin duda un premio por su participación en el crimen), y la policía atacó y reprimió todas las manifestaciones de las masas mexicanas.
En cuanto a la prensa y al gobierno mexicanos, baste decir que poco a poco hicieron desaparecer el caso de la primera plana, y solo el Socorro Rojo y otras organizaciones revolucionarias insistieron con sus incansables denuncias dirigidas contra Machado y sus cómplices del gobierno mexicano. Cada año, en todo el continente americano, el 10 de enero se celebra la figura de Mella y ahora empezaron los preparativos para conmemorar el tercer aniversario de su muerte. Recientemente aparecieron declaraciones públicas sorprendentes sobre su asesinato.
El 3 de noviembre, en un intento de vengarse de su marido cubano, que pertenecía a círculos criminales y había amenazado con matarla, una mujer llamó a la policía y narró con lujo de detalles el asesinato de Mella. Acusó a su marido de haber ejecutado el crimen. Todo lo que dijo confirmó las acusaciones presentadas en su momento por el Socorro Rojo. Una tras otra, la investigación terminó confirmando todas las denuncias: en efecto, un año después del crimen, el marido de esta mujer había recibido en un banco mexicano una suma de dinero proveniente de La Habana (era el cobro por el asesinato de Mella). También se probó que, después de la ejecución, el asesino había buscado refugio en la casa de José Magriñát, otro cubano denunciado por Mella justo antes de morir. Ahora el asesino está en la cárcel y muchos testigos confirmaron las denuncias de su esposa.
La sección mexicana del Socorro Rojo Internacional exigió que el gobierno mexicano incluyera a tres de sus representantes en la investigación, pero el gobierno fascista se negó rotundamente a conceder dicho pedido.
Es solo una prueba más de la complicidad de las autoridades en este asesinato planeado por Machado, el dictador cubano. En vez de condenar a José Magriñát, autor intelectual del crimen, el gobierno mexicano lo dejó en libertad y lo protegió escoltándolo hasta el puerto más cercano, desde donde partió en barco hacia Cuba. No cabe duda de que el responsable material de la ejecución del crimen recibirá la misma protección. En pocas semanas, la corrupta prensa burguesa volverá a hablar del caso, pero el asesino recibirá toda la ayuda necesaria para escapar a la venganza del proletariado mexicano. Ese proletariado nunca olvidará que Mella murió por la causa revolucionaria internacional.
Este año, el tercer aniversario de su muerte cobrará un nuevo sentido: brindará a todas las secciones del Socorro Rojo Internacional la posibilidad de demostrar otra vez —y con nuevas pruebas— la hipocresía de la «justicia» burguesa.