Para desterrar el bolsonarismo hacen falta más que urnas: es necesario desmantelar el proyecto de la extrema derecha y reconquistar el espacio del saludable debate democrático en un ambiente de pluralismo. Sin movilización activa ese objetivo es incumplible.
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La histórica victoria de Lula, impensable hace apenas dos años, no podría haber ocurrido sin que millones de personas lucharan por ella. En tanto los partidarios de Bolsonaro se niegan a aceptar su derrota, la movilización será clave para asegurar la democracia.
Bolsonaro esperó a que las manifestaciones de sus seguidores tuvieran repercusión para pronunciarse, ya que nunca dejó de cultivar la posibilidad de un golpe. Esta duplicidad de respeto retórico a la ley y fomento de la conspiración golpista es el sello de su gobierno.
Después del ajustado triunfo electoral, el desafío del gobierno de Lula pasa por la consolidación de una nueva mayoría social, una tarea compleja en el actual clima de golpe de Estado disfrazado de «desobediencia civil».
Lula derrotó al presidente de extrema derecha de Brasil, Jair Bolsonaro. El veterano izquierdista se enfrentará a enormes desafíos, pero su triunfo ha dado a la política brasileña una nueva oportunidad tras una etapa desastrosa.
El imperativo del momento es el voto a Lula en el balotaje. Como bien explicó Trotski hace casi un siglo, la condición necesaria para derrotar al fascismo es la más amplia unidad de todas las fuerzas del movimiento obrero.
Lula ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales de Brasil y todo indica que también ganará la segunda. Pero Bolsonaro y sus aliados superaron toda expectativa y la amenaza de la extrema derecha sigue pesando sobre Brasil.
El domingo hay elecciones en Brasil, y Bolsonaro dejó en claro que no reconocerá la legitimidad del resultado si pierde. Subestimar su autoridad carismática y el impacto de su discurso en las masas reaccionarias que lo siguen sería imperdonable.
Las elecciones italianas dieron la victoria al partido de extrema derecha Fratelli d'Italia. La oposición entre los tecnócratas y la extrema derecha es síntoma de un declive más profundo.
Entre 2006 y 2014 el lulismo logró neutralizar el crecimiento del conservadurismo popular, pero el precio a pagar por ello fue la desmovilización de sus bases sociales. Para que la historia no se repita hace falta mayor audacia, no menor confrontación.