Algunas reflexiones sobre el levantamiento que llevó adelante este domingo la extrema derecha brasileña, compuesta por el sector más radical del bolsonarismo.
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En 1914 nació la Sociedade Esportiva Palmeiras. Se suele silenciar el hecho de que en su fundación, además de asociaciones culturales y clubes de barrio de italianos, participaron militantes anarquistas, antifascistas, sindicatos radicales y deportistas negros.
El mundo atraviesa una nueva ofensiva neoliberal como respuesta a la crisis que el propio neoliberalismo generó. La pregunta por las alternativas políticas adquiere verdadera urgencia, pero los progresismos reciclados no parecen capaces de esbozar una salida. Este debe ser el momento de los pueblos.
Para desterrar el bolsonarismo hacen falta más que urnas: es necesario desmantelar el proyecto de la extrema derecha y reconquistar el espacio del saludable debate democrático en un ambiente de pluralismo. Sin movilización activa ese objetivo es incumplible.
La histórica victoria de Lula, impensable hace apenas dos años, no podría haber ocurrido sin que millones de personas lucharan por ella. En tanto los partidarios de Bolsonaro se niegan a aceptar su derrota, la movilización será clave para asegurar la democracia.
Bolsonaro esperó a que las manifestaciones de sus seguidores tuvieran repercusión para pronunciarse, ya que nunca dejó de cultivar la posibilidad de un golpe. Esta duplicidad de respeto retórico a la ley y fomento de la conspiración golpista es el sello de su gobierno.
Después del ajustado triunfo electoral, el desafío del gobierno de Lula pasa por la consolidación de una nueva mayoría social, una tarea compleja en el actual clima de golpe de Estado disfrazado de «desobediencia civil».
La historia política de Lula se entrelaza con el desarrollo del movimiento obrero en Brasil. Sin analizar la lucha de clases no es posible entender la vitalidad duradera del liderazgo de Lula y del partido que ayudó a construir.
El discurso anticorrupción se ha convertido en la principal bandera de la derecha en su intento de derrocar a los gobiernos democráticos para sabotear la soberanía del país. Pero son precisamente los conservadores quienes más se han beneficiado de la corrupción y la impunidad selectiva.